Resumen:
En este trabajo se presentan algunas reflexiones acerca de las
condiciones que presenta la región latinoamericana en la actualidad para la
conformación de la política exterior y de seguridad de los Estados Unidos. Para
ello se aprecian los elementos de cambio y continuidad en el panorama
latinoamericano, contrastándolo con la crisis del sistema-mundo, la emergencia
de los BRICS y los efectos de la crisis para EE.UU. y la UE.
Palabras claves: Latinoamérica, Estados Unidos, hegemonía, liderazgo,
sistema-mundo.
Los instrumentos claves de la hegemonía y el poderío nacional de los
Estados Unidos resultan básicos para el re-acoplamiento del liderazgo mundial
de ese país en el sistema-mundo, acorde con los cambios que se producen tanto
al interior de esa sociedad como en la arena internacional. Para este objetivo
central, se trazan prioridades estratégicas a nivel internacional, que
consoliden el carácter hegemónico de su política exterior. En este interés se
articulan los instrumentos políticos, diplomáticos, ideológicos, culturales, económicos
e informacionales del poderío nacional estadounidense.
La política exterior de ese país, matizada por la diplomacia
transformacional, afronta la necesidad de transformar la visión de los EE.UU.
ante el mundo. Para el caso latinoamericano, acoge un complejo contexto con una
correlación de fuerzas que resulta contestataria a los intereses imperiales en
los foros regionales.
En ese panorama, el gobierno estadounidense ha debido perfeccionar la
proyección político-diplomática, mediante el poder inteligente (smart power) y
la diplomacia y el desarrollo como complemento de la defensa (las tres D).
Desde estos presupuestos, se perfeccionan las bases esenciales de la
política exterior de los Estados Unidos, para el efectivo cumplimiento de los
objetivos estratégicos en la esfera internacional.
La política exterior
de los Estados Unidos en el nuevo escenario global, se halla en un proceso de reacomodo
y adaptación ante la emergencia de nuevas potencias económicas como China y
Rusia en primera escala y en un segundo orden la India, Brasil y Sudáfrica,
completando el eje de los BRICS.
El caso brasileño
merece una especial atención por el rol que desempeña en el escenario
latinoamericano y los espacios de cooperación que se abren con EE.UU. en la
lucha contra el narcotráfico, contra el
cambio climático y para alcanzar la seguridad en temas energéticos. En esta
relación, se destacan zonas de interés geoestratégicos como la Amazonía y la Triple Frontera,
donde las dinámicas político-diplomáticas adquieren relevancia.
El instrumento económico, financiero y comercial juega también un rol
importante, en la inversión y el ejercicio de influencia a partir de las
transnacionales, las ONGs, y otros grupos ad hoc en la región, que han formado
bases de trabajo en territorios claves. En esta
proyección el empresariado estadounidense tiene grandes cuotas de poder.
Los intereses geoestratégicos de EE.UU. deben comprenderse desde la
formación imperial del Estado-Nación. Por ello el Dr. Néstor García Iturbe
considera: “Dentro de los
mecanismos de dominación utilizados por Estados Unidos, es importante tomar en
cuenta el comercio, fundamentado en el intercambio desigual y preferencial en
lo que respecta a la nueva metrópoli.”[1]
Otro elemento de imprescindible consideración en la proyección de EE.UU.
hacia el hemisferio, radica en el impacto de la crisis del
sistema-mundo, donde el hegemón ha reconocido la necesidad de realizar cambios
a nivel doctrinal, para el ejercicio de una política exterior más efectiva. En
este sentido, ya no basta con la recuperación económica y la demostración de la
supremacía militar, sino que para la consolidación hegemónica es necesaria
también, la preservación de su liderazgo en el orden político, diplomático,
ideológico, cultural e informacional.
En este afán se
emprenden reformas en la proyección de la política exterior y de seguridad,
guiadas por el Smart power y las tres D. Desde estos presupuestos, se
desarrolla una diplomacia en correspondencia con la necesidad de recuperar
credibilidad y adecuar la agenda internacional a los nuevos tiempos. Para ello,
los Departamentos y Agencias del gobierno estadounidense han llevado a cabo
varias reformas, de donde se destacan las implementadas por el Departamento de
Estado y la Agencia
de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID).
La actualización de
los documentos rectores de
la política exterior y de seguridad, arrojan algunas pistas. Tanto la
Estrategia de Seguridad Nacional de 2010, la Revisión Cuadrienal de Diplomacia
y Desarrollo (QDDR) de 2010, cómo los lineamientos de la USAID, dejan claro la
necesidad de implementar modificaciones a las formas de proyección internacional
de los EE.UU.
En este interés
destaca la relevancia al tema de la seguridad y el poder civil, realzado en la QDDR como un soporte para
promover los intereses nacionales y atraer socios. El tema del liderazgo, visto
desde la mediación del poder civil significa un trabajo de liderazgo y
coordinación sobre los recursos de todos los organismos civiles
estadounidenses, puestos en función de “prever” y “solucionar” conflictos.
Asimismo, se entiende al poder civil como un elemento básico para la promoción
de sus valores e intereses estadounidenses al resto del mundo. Estos se
potabilizan por medio de la “cooperación” contra la pobreza, el tráfico ilícito
de drogas y los desastres naturales.
En los últimos meses, donde los medios fueron copados con el
show electoral, ha existido un interesante despliegue de funcionarios militares
y diplomáticos hacia la región. Entre ellos se destacan las “(…) visitas de coordinación del
representante del Pentágono, Frank Mora, a distintos países suramericanos para organizar
seminarios especiales para los funcionarios de los ministerios de defensa y
preparar nuevos acuerdos de instalación de bases norteamericanas en estos
territorios.”[2]
Por otra parte, la relación de EE.UU. con los latinos se
complejiza, incluso al interior de esa sociedad. Los efectos de la crisis
económica sobre el empleo y su particular afectación para los inmigrantes latinos,
tienen un impacto electoral. La reelección de Obama con el apoyo de la mayoría
de este sector deja en claro la importancia del voto latino, como principal
minoría de ese país.
“Un país con 50,5
millones de personas de origen latino que representan el 16% de la población y
casi el 12% del electorado. Se convirtieron en la principal minoría del país y
son mayoría en 28 ciudades, con un crecimiento de casi la mitad (43 %) en la
última década.”[3]
Esta realidad unida
al peculiar sistema de votación de ese país, hace que en Estados pendulares
como Colorado, Ohio, Nevada, Carolina del Norte y La Florida, resulte
estratégica la atracción del voto latino. Estas transformaciones permiten
comprender la ascendencia de los latinos en la política estadounidense, con
figuras como Joaquín Castro y cubano-americanos como los senadores Marco Rubio,
Robert Menéndez y Ted Cruz, así como los congresistas David Rivera y Joe García.
Estas trasformaciones calan en la opinión pública
estadounidense, con efectos socioculturales de imprescindible valoración para un
diagnóstico lógico. Sobre este elemento el académico Inmanuel Wallerstein consideró:
“El antagonismo hacia México debido a los migrantes
indocumentados ha llegado a jugar un papel importante en la política
estadunidense y ha estado socavando los supuestos lazos económicos cercanos con
México. Y en cuanto al resto de América Latina, el crecimiento de su postura
geopolítica independiente es fuente de frustración para el gobierno
estadunidense y de impaciencia para el público en ese país.”[4]
Por otra parte, la relación con los gobiernos contestatarios
de la región se dificulta, con la desfavorable relación político-diplomática
con el núcleo fuerte del ALBA (Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Cuba);
los problemas de inseguridad y la violencia, derivados de la guerra contra las
drogas en México y Centroamérica, y el ascenso de Brasil como potencia
emergente. Esta situación, deja un difícil escenario para la consolidación
hegemónica estadounidense.
La continuidad de los golpes de Estado o sus intentos, desde
las amenazas desestabilizadoras contra los gobiernos de Venezuela, Bolivia y
Ecuador, el golpe de Estado en Honduras y la destitución del presidente
Fernando Lugo en Paraguay, muestran el interés del gobierno estadounidense por
cambiar la correlación de fuerzas de la región.
El golpe en Paraguay refleja un nuevo periodo de las
relaciones entre EE.UU. Latinoamérica, donde Brasil juega un papel más
importante en el ajedrez regional. Desde la acción de ese país en el MERCOSUR,
desfavorable para Paraguay y favorable para la entrada de Venezuela, parece
haber ocurrido un efecto boomerang para los intereses estadounidenses en
Sudamérica. Por si fuera poco, la reelección del presidente Chávez y el
mejoramiento de las relaciones con Colombia dificulta el trabajo de divide y
vencerás de la política exterior estadounidense.
El avance del proceso de paz entre el gobierno colombiano y
la guerrilla, actuando Cuba como mediador junto a Noruega, denota un nuevo
contexto. En tales circunstancias, el aislamiento de Cuba en los foros
regionales resulta un fracaso. En la
OEA se posicionó el regreso de Cuba y para la Cumbre de las Américas en
Colombia, fue reclamada la participación
de la Isla.
En el plano de la seguridad, la legalización de las drogas ha
aumentado el debate, de lo que fue eco la pasada Cumbre de las Américas. El
auge de este tema dificultaría los intereses de EE.UU. en la región, al
proponerse políticas de debilitarían los fundamentos que justifican sus
efectivos de seguridad en el hemisferio. El impulso de los países
latinoamericanos del Consejo de Defensa Sudamericano y la expulsión de la USAID y la DEA por los gobiernos
latinoamericanos más radicales, ofrece señales de alerta contra la ansiada
conquista de los corazones y las mentes latinas, a través del american dream.
En el área informacional, la utilización de las redes
sociales en Internet y los medios alternativos, por movimientos y gobiernos
contestatarios, ha mostrado otras visiones sobre la proyección de EE.UU. en Nuestra
América. Un ejemplo claro de ello es la extensión de su uso por presidentes
latinoamericanos como Chávez, Correa y Dilma, así como por movimientos sociales
emancipadores.
Los escándalos provocados por la Operación Rápido y
Furioso y la Naufragio,
las cuales permitieron armar a los carteles de la droga, incrementan la visión desfavorable hacia la
política exterior y de seguridad de los EE.UU. hacia la región. Si a esto se
suma el incremento de muertes a causa de la guerra contra el narcotráfico, puede
percibirse el difícil panorama para la consolidación hegemónica en la región.
Estas circunstancias han modificado la matriz de opinión de
los países latinoamericanos y, también, al interior de los Estados Unidos; evidenciándose
la necesidad de una reformulación de los instrumentos claves de la política
exterior y de seguridad de Washington en Latinoamérica, a partir de métodos más
convincentes. Según las últimas encuestas, y a
consideración de Inmanuel Wallertestin: “En la opinión pública el elemento más
importante relacionado con la política exterior estadounidense es la
incertidumbre y la falta de claridad.”[5]
El contexto internacional no ayuda. La crisis económica en la UE, y las relaciones de estos
países con Latinoamérica, aumentan los cuestionamientos sobre el liderazgo
estadounidense, ante la crisis que atraviesa el sistema-mundo. El ascenso de
China y el incremento de sus relaciones económicas, comerciales y financieras
con Latinoamérica, es otro de los elementos donde cede espacios el hegemón, si
bien preserva su predominio en la región.
En esta atmósfera, el gobierno estadounidense rearticula los
instrumentos del poderío nacional para perfeccionar la penetración imperial. En
este sentido, se validan conceptos como la responsabilidad de proteger, para
temas sensibles como la seguridad humana, la gobernabilidad, la convivencia
democrática, el estado de derecho y la violencia y la criminalidad, que
posibilitan el trabajo de influencia con sectores señalados como “vulnerables”
en los documentos rectores de la política exterior y de seguridad
estadounidense.
Ante estas circunstancias, en la percepción de la opinión
pública crece el estado de frustración e incertidumbre, y muchos se preguntan
qué será de la política internacional de los EE.UU. en la aldea global de las
próximas décadas. Al respecto, el politólogo Inmanuel Wallerstein consideró: “Es
probable que para 2020 y para 2030 la política exterior comience a digerir la
realidad de que Estados Unidos no es la única superpotencia todo poderosa, sino
simplemente uno de los cuantos loci de poder geopolítico.”[6]
Alejandro L. Perdomo Aguilera
[1] Néstor García
Iturbe. Los mecanismos de dominación de Estados Unidos. En: “Los Estados Unidos
en la época de Bush”. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2009.
[2] Pedro Pablo Gómez. Estados
Unidos y Latinoamérica: Detrás de la campaña.24 octubre, 2012. En: http://lapupilainsomne.wordpress.com/2012/10/24/estados-unidos-y-latinoamerica-detras-de-la-campana/
[3]
Los retos de Obama en su segundo mandato (2013-2017). En: http://www.cubadebate.cu/opinion/2012/11/16/los-retos-de-obama-en-su-segundo-mandato-2013
[4] Inmanuel Wallerstein. La
política exterior de Estados Unidos y su opinión pública interna. En: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=158332
publicado 28-10-2012
[5] Inmanuel Wallerstein. Ob;cit
[6]
Inmanuel Wallerstein. Ob;cit
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