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martes, 11 de diciembre de 2012

El panorama latinoamericano para la política exterior de los EE.UU.


Por Alejandro L. Perdomo Aguilera

Resumen:
En este trabajo se presentan algunas reflexiones acerca de las condiciones que presenta la región latinoamericana en la actualidad para la conformación de la política exterior y de seguridad de los Estados Unidos. Para ello se aprecian los elementos de cambio y continuidad en el panorama latinoamericano, contrastándolo con la crisis del sistema-mundo, la emergencia de los BRICS y los efectos de la crisis para EE.UU. y la UE.

Palabras claves: Latinoamérica, Estados Unidos, hegemonía, liderazgo, sistema-mundo.

Los instrumentos claves de la hegemonía y el poderío nacional de los Estados Unidos resultan básicos para el re-acoplamiento del liderazgo mundial de ese país en el sistema-mundo, acorde con los cambios que se producen tanto al interior de esa sociedad como en la arena internacional. Para este objetivo central, se trazan prioridades estratégicas a nivel internacional, que consoliden el carácter hegemónico de su política exterior. En este interés se articulan los instrumentos políticos, diplomáticos, ideológicos, culturales, económicos e informacionales del poderío nacional estadounidense.
La política exterior de ese país, matizada por la diplomacia transformacional, afronta la necesidad de transformar la visión de los EE.UU. ante el mundo. Para el caso latinoamericano, acoge un complejo contexto con una correlación de fuerzas que resulta contestataria a los intereses imperiales en los foros regionales.
En ese panorama, el gobierno estadounidense ha debido perfeccionar la proyección político-diplomática, mediante el poder inteligente (smart power) y la diplomacia y el desarrollo como complemento de la defensa (las tres D). Desde estos presupuestos, se perfeccionan las bases esenciales de la política exterior de los Estados Unidos, para el efectivo cumplimiento de los objetivos estratégicos en la esfera internacional.
La política exterior de los Estados Unidos en el nuevo escenario global, se halla en un proceso de reacomodo y adaptación ante la emergencia de nuevas potencias económicas como China y Rusia en primera escala y en un segundo orden la India, Brasil y Sudáfrica, completando el eje de los BRICS.
El caso brasileño merece una especial atención por el rol que desempeña en el escenario latinoamericano y los espacios de cooperación que se abren con EE.UU. en la lucha contra el narcotráfico, contra el cambio climático y para alcanzar la seguridad en temas energéticos. En esta relación, se destacan zonas de interés geoestratégicos como la Amazonía y la Triple Frontera, donde las dinámicas político-diplomáticas adquieren relevancia.
El instrumento económico, financiero y comercial juega también un rol importante, en la inversión y el ejercicio de influencia a partir de las transnacionales, las ONGs, y otros grupos ad hoc en la región, que han formado bases de trabajo en territorios claves. En esta  proyección el empresariado estadounidense tiene grandes cuotas de poder.
Los intereses geoestratégicos de EE.UU. deben comprenderse desde la formación imperial del Estado-Nación. Por ello el Dr. Néstor García Iturbe considera: “Dentro de los mecanismos de dominación utilizados por Estados Unidos, es importante tomar en cuenta el comercio, fundamentado en el intercambio desigual y preferencial en lo que respecta a la nueva metrópoli.”[1] 
Otro elemento de imprescindible consideración en la proyección de EE.UU. hacia el hemisferio, radica en el impacto de la crisis del sistema-mundo, donde el hegemón ha reconocido la necesidad de realizar cambios a nivel doctrinal, para el ejercicio de una política exterior más efectiva. En este sentido, ya no basta con la recuperación económica y la demostración de la supremacía militar, sino que para la consolidación hegemónica es necesaria también, la preservación de su liderazgo en el orden político, diplomático, ideológico, cultural e informacional.
En este afán se emprenden reformas en la proyección de la política exterior y de seguridad, guiadas por el Smart power y las tres D. Desde estos presupuestos, se desarrolla una diplomacia en correspondencia con la necesidad de recuperar credibilidad y adecuar la agenda internacional a los nuevos tiempos. Para ello, los Departamentos y Agencias del gobierno estadounidense han llevado a cabo varias reformas, de donde se destacan las implementadas por el Departamento de Estado y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID).
La actualización de los documentos rectores de la política exterior y de seguridad, arrojan algunas pistas. Tanto la Estrategia de Seguridad Nacional de 2010, la Revisión Cuadrienal de Diplomacia y Desarrollo (QDDR) de 2010, cómo los lineamientos de la USAID, dejan claro la necesidad de implementar modificaciones a las formas de proyección internacional de los EE.UU.
En este interés destaca la relevancia al tema de la seguridad y el poder civil, realzado en la QDDR como un soporte para promover los intereses nacionales y atraer socios. El tema del liderazgo, visto desde la mediación del poder civil significa un trabajo de liderazgo y coordinación sobre los recursos de todos los organismos civiles estadounidenses, puestos en función de “prever” y “solucionar” conflictos. Asimismo, se entiende al poder civil como un elemento básico para la promoción de sus valores e intereses estadounidenses al resto del mundo. Estos se potabilizan por medio de la “cooperación” contra la pobreza, el tráfico ilícito de drogas  y los desastres naturales.
En los últimos meses, donde los medios fueron copados con el show electoral, ha existido un interesante despliegue de funcionarios militares y diplomáticos hacia la región. Entre ellos se destacan las  “(…) visitas de coordinación del representante del Pentágono, Frank Mora, a distintos países suramericanos para organizar seminarios especiales para los funcionarios de los ministerios de defensa y preparar nuevos acuerdos de instalación de bases norteamericanas en estos territorios.”[2]
Por otra parte, la relación de EE.UU. con los latinos se complejiza, incluso al interior de esa sociedad. Los efectos de la crisis económica sobre el empleo y su particular afectación para los inmigrantes latinos, tienen un impacto electoral. La reelección de Obama con el apoyo de la mayoría de este sector deja en claro la importancia del voto latino, como principal minoría de ese país.
Un país con 50,5 millones de personas de origen latino que representan el 16% de la población y casi el 12% del electorado. Se convirtieron en la principal minoría del país y son mayoría en 28 ciudades, con un crecimiento de casi la mitad (43 %) en la última década.[3]
Esta realidad unida al peculiar sistema de votación de ese país, hace que en Estados pendulares como Colorado, Ohio, Nevada, Carolina del Norte y La Florida, resulte estratégica la atracción del voto latino. Estas transformaciones permiten comprender la ascendencia de los latinos en la política estadounidense, con figuras como Joaquín Castro y cubano-americanos como los senadores Marco Rubio, Robert Menéndez y Ted Cruz, así como los congresistas David Rivera y Joe García.
Estas trasformaciones calan en la opinión pública estadounidense, con efectos socioculturales de imprescindible valoración para un diagnóstico lógico. Sobre este elemento el académico Inmanuel Wallerstein consideró:
“El antagonismo hacia México debido a los migrantes indocumentados ha llegado a jugar un papel importante en la política estadunidense y ha estado socavando los supuestos lazos económicos cercanos con México. Y en cuanto al resto de América Latina, el crecimiento de su postura geopolítica independiente es fuente de frustración para el gobierno estadunidense y de impaciencia para el público en ese país.”[4]
Por otra parte, la relación con los gobiernos contestatarios de la región se dificulta, con la desfavorable relación político-diplomática con el núcleo fuerte del ALBA (Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Cuba); los problemas de inseguridad y la violencia, derivados de la guerra contra las drogas en México y Centroamérica, y el ascenso de Brasil como potencia emergente. Esta situación, deja un difícil escenario para la consolidación hegemónica estadounidense.
La continuidad de los golpes de Estado o sus intentos, desde las amenazas desestabilizadoras contra los gobiernos de Venezuela, Bolivia y Ecuador, el golpe de Estado en Honduras y la destitución del presidente Fernando Lugo en Paraguay, muestran el interés del gobierno estadounidense por cambiar la correlación de fuerzas de la región.
El golpe en Paraguay refleja un nuevo periodo de las relaciones entre EE.UU. Latinoamérica, donde Brasil juega un papel más importante en el ajedrez regional. Desde la acción de ese país en el MERCOSUR, desfavorable para Paraguay y favorable para la entrada de Venezuela, parece haber ocurrido un efecto boomerang para los intereses estadounidenses en Sudamérica. Por si fuera poco, la reelección del presidente Chávez y el mejoramiento de las relaciones con Colombia dificulta el trabajo de divide y vencerás de la política exterior estadounidense.
El avance del proceso de paz entre el gobierno colombiano y la guerrilla, actuando Cuba como mediador junto a Noruega, denota un nuevo contexto. En tales circunstancias, el aislamiento de Cuba en los foros regionales resulta un fracaso. En la OEA se posicionó el regreso de Cuba y para la Cumbre de las Américas en Colombia,  fue reclamada la participación de la Isla.
En el plano de la seguridad, la legalización de las drogas ha aumentado el debate, de lo que fue eco la pasada Cumbre de las Américas. El auge de este tema dificultaría los intereses de EE.UU. en la región, al proponerse políticas de debilitarían los fundamentos que justifican sus efectivos de seguridad en el hemisferio. El impulso de los países latinoamericanos del Consejo de Defensa Sudamericano y la expulsión de la USAID y la DEA por los gobiernos latinoamericanos más radicales, ofrece señales de alerta contra la ansiada conquista de los corazones y las mentes latinas, a través del american dream.
En el área informacional, la utilización de las redes sociales en Internet y los medios alternativos, por movimientos y gobiernos contestatarios, ha mostrado otras visiones sobre la proyección de EE.UU. en Nuestra América. Un ejemplo claro de ello es la extensión de su uso por presidentes latinoamericanos como Chávez, Correa y Dilma, así como por movimientos sociales emancipadores.
Los escándalos provocados por la Operación Rápido y Furioso y la Naufragio, las cuales permitieron armar a los carteles de la droga,  incrementan la visión desfavorable hacia la política exterior y de seguridad de los EE.UU. hacia la región. Si a esto se suma el incremento de muertes a causa de la guerra contra el narcotráfico, puede percibirse el difícil panorama para la consolidación hegemónica en la región.
Estas circunstancias han modificado la matriz de opinión de los países latinoamericanos y, también, al interior de los Estados Unidos; evidenciándose la necesidad de una reformulación de los instrumentos claves de la política exterior y de seguridad de Washington en Latinoamérica, a partir de métodos más convincentes. Según las últimas encuestas, y a consideración de Inmanuel Wallertestin: “En la opinión pública el elemento más importante relacionado con la política exterior estadounidense es la incertidumbre y la falta de claridad.”[5]
El contexto internacional no ayuda. La crisis económica en la UE, y las relaciones de estos países con Latinoamérica, aumentan los cuestionamientos sobre el liderazgo estadounidense, ante la crisis que atraviesa el sistema-mundo. El ascenso de China y el incremento de sus relaciones económicas, comerciales y financieras con Latinoamérica, es otro de los elementos donde cede espacios el hegemón, si bien preserva su predominio en la región. 
En esta atmósfera, el gobierno estadounidense rearticula los instrumentos del poderío nacional para perfeccionar la penetración imperial. En este sentido, se validan conceptos como la responsabilidad de proteger, para temas sensibles como la seguridad humana, la gobernabilidad, la convivencia democrática, el estado de derecho y la violencia y la criminalidad, que posibilitan el trabajo de influencia con sectores señalados como “vulnerables” en los documentos rectores de la política exterior y de seguridad estadounidense.
Ante estas circunstancias, en la percepción de la opinión pública crece el estado de frustración e incertidumbre, y muchos se preguntan qué será de la política internacional de los EE.UU. en la aldea global de las próximas décadas. Al respecto, el politólogo Inmanuel Wallerstein consideró: “Es probable que para 2020 y para 2030 la política exterior comience a digerir la realidad de que Estados Unidos no es la única superpotencia todo poderosa, sino simplemente uno de los cuantos loci de poder geopolítico.”[6]
Alejandro L. Perdomo Aguilera


[1]   Néstor García Iturbe. Los mecanismos de dominación de Estados Unidos. En: “Los Estados Unidos en la época de Bush”. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2009.                                         
[2] Pedro Pablo Gómez. Estados Unidos y Latinoamérica: Detrás de la campaña.24 octubre, 2012. En:  http://lapupilainsomne.wordpress.com/2012/10/24/estados-unidos-y-latinoamerica-detras-de-la-campana/
[4] Inmanuel Wallerstein. La política exterior de Estados Unidos y su opinión pública interna. En: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=158332 publicado 28-10-2012
[5] Inmanuel Wallerstein. Ob;cit
[6] Inmanuel Wallerstein. Ob;cit