sábado, 22 de noviembre de 2014

Unión Europea: múltiples crisis y estrategia global en el siglo XXI




En la segunda década del siglo XXI, el escenario político y económico internacional se muestra bien complejo, y más aún si se trata de comprenderlo y explicarlo desde el punto de vista de las relaciones internacionales. 

La crisis económica que de 2008 a 2013 atravesó la Unión Europea puso de manifiesto sus defectos como una entidad todavía en construcción, con carencias fundamentales a la hora de diseñar una estrategia para afrontar los retos impuestos por el elevado desempleo, la deuda, la inmigración o el auge de partidos políticos populistas y de extrema derecha. Cada una de estas problemáticas, en su interrelación, demuestra —contrariamente a lo que difunde la prensa internacional en el Viejo continente—, que Europa, en el año 2014, aún no ha salido de la crisis sistémica capitalista que se expresa no solo en lo económico y lo político; también, en lo social, moral e institucional.

Los líderes europeos no han logrado un objetivo común o una meta que evite el euroescepticismo de vastos sectores sociales,[1] alimentado por la destrucción, cada año, de casi un millón de empleos. En los meses de octubre y noviembre de 2013, las tasas de crecimiento económico fueron tan débiles que no consiguieron ocultar la cifra de 26 872 000 desempleados, en el conjunto de los países miembros de la Unión Europea, y de 19 447 000 en la eurozona; en ambos casos, unos 60 000 más que en septiembre del mismo año.[2]

Pero si comparamos el desempleo actual con el que existía en 2012, encontramos que la Unión Europea sumó 978 000 desocupados, mientras que la eurozona añadió 996 000. Solo en la población joven hay 5 584 000 menores de veinticinco años desempleados, lo que constituye una tasa de 23,5%, siendo los casos más graves España y Grecia, con 56,5% y 57,3% respectivamente. Muchos analistas coinciden en que esos guarismos podrían seguir subiendo durante los años 2014 y 2015.[3]

Estas altas estadísticas cuestionan los vaticinios optimistas sobre la terminación de la crisis económica o el comienzo de la recuperación. Tales pronósticos surgieron porque, en el segundo trimestre de 2013, el Producto Interno Bruto (PIB) de la zona euro experimentó un crecimiento de 0,3% respecto a los tres meses anteriores, lo que supuso el fin de seis trimestres consecutivos de contracción. Este mínimo cambio —como resultado de un auge de las exportaciones y de los apenas perceptibles ajustes aplicados al modelo de austeridad neoliberal, a partir de la reducción de los costos de producción y el incremento de las exportaciones en varios países de la Unión— evidencia que un crecimiento sólido y sostenible sigue siendo una ilusión de la clase política, y que lo predominante es la incertidumbre sobre la evolución de las economías europeas, pues los países de la periferia pobre más afectados siguen sufriendo la pérdida de sus derechos laborales, la abolición de facto de los convenios colectivos, el despido o traslado forzoso de funcionarios, la privatización de empresas públicas y el aumento de los impuestos.

Cualquiera que sea el signo político del análisis de la coyuntura económica de la Unión Europea y de la eurozona, la salida de esta crisis requerirá de un cierto grado de intervención regulatoria estatal sobre los procesos económicos, y un sostenido crecimiento de las economías que facilite resolver la problemática de la deuda y la progresión de las antagónicas contradicciones sociales.

Por consiguiente, un escenario de recuperación de las economías europeas hacia 2015 implicaría reestructurar la deuda y reconsiderar los estrictos criterios de déficit público blandidos por el Banco Central Europeo (BCE) —institución que ha contribuido a quebrantar la confianza de los ciudadanos en los organismos de la Unión. Los europeos siguen sin entender por qué hay que salvar a los bancos con dinero público, en vez de proteger a las personas; de ahí, la necesidad inaplazable del bloque integracionista de avanzar en la dimensión social de la Unión Monetaria y Económica.

Asociado a lo anterior, se encuentra el auge de la inmigración procedente de África del norte y la subsahariana y del Medio Oriente, que con frecuencia se estigmatiza como «culpable» —especie de «chivo expiatorio»— de una crisis económica que tiene sus causas más profundas en la naturaleza del capitalismo globalizado contemporáneo. Esta situación ha llegado a un punto en el que el Consejo de Europa reconoció la existencia de un populismo y un extremismo en ascenso que afecta a casi toda la geografía europea, con su carga de racismo, intolerancia, violencia contra los extranjeros —en particular los gitanos y musulmanes—, el crecimiento de agrupaciones políticas xenófobas, que no aceptan una identidad europea cada vez más multicultural. La resurrección de esas fuerzas populistas y de extrema derecha ha sido el resultado de la crisis económica, de la descomposición y pérdida de los beneficios sociales que, durante décadas, había garantizado el llamado «Estado de bienestar» impulsado por los socialdemócratas, la indiferencia de la clase política hacia los reclamos de los ciudadanos y la ausencia de una estrategia humanista que enfrente el empuje de la inmigración en el contexto de la crisis económica sistémica y estructural del capitalismo globalizado.

El conjunto de los factores enumerados nos advierte que una construcción europea irreversible constituye una percepción falsa, pues la historia ha demostrado que cualquier proceso social puede ser revertido, y debe reconocerse que los partidos políticos no han sabido ofrecer respuestas creíbles a las problemáticas mencionadas, ni a los temores de los ciudadanos por la pérdida de riqueza material y, como consecuencia, de las libertades individuales relacionadas con el consumo y el nivel de vida, la igualdad de género, laicidad o, al menos, preeminencia del Estado sobre la religión, entre otros temas no menos importantes.

En este panorama, es la socialdemocracia la que más ha perdido en la batalla electoral, al practicar una política casi idéntica a la de sus rivales de derecha o conservadores, los que, a su vez, se han aproximado al populismo y a la demagogia política típica del discurso y la práctica de las fuerzas de extrema derecha o neofascistas. 

Todas estas son condiciones peligrosas y desafiantes para el futuro de la construcción europea, ya que tales fuerzas buscan ascender al poder en cada país y a nivel de las instituciones europeas, con su rechazo al proceso de integración, a la moneda única (euro), a la justicia social y al gran capital —aunque, históricamente, se subordinan a este último y acaban sirviéndolo.

Nos enfrentamos, entonces, a una cultura política europea en franca crisis y amenazada por el apogeo de la extrema derecha, cuyos partidos neofascistas llevan años siendo noticia en países como Hungría, Finlandia, Reino Unido, Holanda, Austria o la propia Francia y han estado empujando a los partidos conservadores hacia posiciones más derechistas, a fin de recuperar electorado o evitar un drenaje mayor en sus formaciones políticas. Todo ello repercutirá en la toma de decisiones de los organismos de la Unión Europea, fundamentalmente en el Parlamento Europeo (PE).

De hecho, las elecciones para el PE, celebradas entre el 22 y el 25 de mayo de 2014, reflejaron esa realidad, sin precedentes, de escepticismo y desconfianza en el proyecto europeo, que manifiesta su descrédito y la pérdida de legitimidad de la institución ante los ciudadanos. Dicho esto, los resultados generales hicieron que el grupo del Partido Popular Europeo (PPE, conservadores) prolongue su predominio en el PE, seguido por los socialdemócratas. El grupo de la Izquierda Unitaria Europea-Izquierda Verde Nórdica (GUE-NGL) aumentó ligeramente su representatividad, pero con niveles de fraccionamiento significativos que restringen su influencia y ascenso político.[4] Pero, sin dudas, ha sido la victoria obtenida por el Frente Nacional, conducido por  Marine Le Pen, en Francia, el corolario que más impacto ha tenido al ser el partido más votado, por lo que ahora es el punto de referencia de toda la extrema derecha en Europa.

Existen justificados temores sobre las posibilidades de que las posiciones xenófobas y ultranacionalistas continúen propagándose. Sobre el papel que pueden desempeñar los partidos euroescépticos, algunos dirigentes del Consejo de Europa han considerado «preocupante» que quieran aprovechar el creciente alejamiento de los ciudadanos respecto a las instituciones europeas, si bien «no es una razón para entrar en pánico [...] Los partidos euroescépticos van a menospreciar el proyecto europeo con sus palabras, pero, quizás en contra de sus propias intenciones, lo desarrollarán mediante sus acciones», pues si los euroescépticos se organizan en torno a Europa fortalecerán, en una gran «paradoja», su esfera pública.[5]

En estas circunstancias, también se observa una crisis de alternativa desde la izquierda. Las elecciones al Parlamento Europeo tuvieron un irrisorio significado para ella; solo mejoraron el escenario Grecia, por el éxito de Syriza (Coalición de Izquierda), y España, dado el progreso de Izquierda Unida (IU) y la irrupción de Podemos, como partido representante del movimiento 15-M —todavía llamado «Movimiento de los Indignados».[6]

Posibles estrategias nacionales, regionales   e internacionales

Con tantos retos y escepticismos que enfrentar, los dirigentes de los países europeos podrían terminar replegándose hacia sus prioridades nacionales, y precipitar el choque o contradicción entre dos tendencias principales: integración europea versus nacionalismo, en donde sobresale la preocupación por una Europa germana. Al parecer, sus líderes asisten a la última oportunidad de reformar la Unión Europea,[7] si se quiere que el bloque tenga un futuro en las relaciones internacionales, caracterizadas por la innovación, la competitividad y la creación de empleo, en los sectores en los cuales los europeos se destacan: aeronáutica, biotecnología y nanotecnología —las que determinarán el poderío y lugar de cada actor en el juego de la política internacional del siglo xxi.

Una UE sin una estrategia de futuro será un factor de inestabilidad para el sistema de relaciones internacionales, pues, en rigor, la construcción del bloque constituyó una ambición extraordinaria, tanto desde el punto de vista histórico como geopolítico: en el contexto de la Guerra fría fue un componente esencial de la estrategia estadounidense de contención  del comunismo y, al mismo tiempo, sus promotores se propusieron construir una potencia económica comparable o superior a los Estados Unidos y China.

Para lograr esto, la Unión Europea deberá superar todas las crisis que la frenan y paralizan. Habrá de valerse de una estrategia —y calendario preciso hacia el año 2050—, que plantee armonizar los factores económicos, políticos y sociales, para dejar atrás el neoliberalismo que obstaculiza la reconstrucción —tal vez con un nuevo tratado sería posible— de las capacidades de cohesión interna de la Unión y de los paradigmas económicos y políticos, ahora extraviados, que un día hicieron de la región un conglomerado de países con gran influencia y prestigio en la política internacional.

Es precisamente el factor económico el que ha causado la acentuación de las divisiones políticas en el seno de la UE y, también, una disminución de su capacidad para responder a nuevos desafíos en el ámbito regional y global. Asimismo, están cambiando los contornos de la seguridad europea actual y del propio concepto de multilateralismo. Ante este contexto, se necesita una nueva estrategia continental, con alcance global, que integre su acción en los terrenos  diplomático, económico, de la seguridad y la defensa.[8]

En ese sentido, desde hace una década, los líderes europeos aprobaron la primera Estrategia de Seguridad Europea, bajo la premisa de que «Europa nunca ha sido tan próspera, tan segura, tan libre». Pero, desde 2003, año en que se aprobó, Europa y el sistema internacional en su conjunto han cambiado sustancialmente. Si bien Europa continúa siendo uno de los centros principales de poder global, hoy ya no es vista como un paradigma que seguir o copiar y, por lo tanto, suscita menos esperanzas y optimismo para el resto de las naciones —como sucedió después de las dos guerras mundiales, en la primera mitad del siglo xx.

Resulta prácticamente indiscutible que los Estados Unidos han tenido y seguirán desempeñando un papel esencial en el proceso de la integración y la seguridad europeas, en particular por medio de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Como se conoce, el fin de la confrontación soviético-norteamericana dejó a los Estados Unidos en una posición dominante, como única superpotencia mundial en el orden militar, pero que ha necesitado, en lo político y diplomático, de una estrecha alianza con la Unión Europea para materializar los intereses y objetivos estratégicos del bloque Norte-Oeste en las relaciones internacionales.

En este polo, la UE, como entidad supranacional de veintiocho Estados miembros y con una población superior a quinientos millones de personas, se erige inevitablemente en uno de los protagonistas de la agenda política mundial. Su gran reto está relacionado con las responsabilidades que deberá asumir en materia de seguridad mundial y en la evolución de un sistema internacional que se torna más complejo por su configuración multipolar, donde se vislumbra un grado mayor de tensión, desavenencias y confrontación en el ámbito de las relaciones ruso-estadounidenses —a partir de la recuperación de Rusia como gran potencia mundial—, y el ascenso económico, financiero y tecnológico de China e India.

Ello ha provocado que la región Asia-Pacífico ocupe un lugar privilegiado en la estrategia de los Estados Unidos. Por consiguiente, su orientación futura respecto a ella podría ser un factor de cambio en la relación transatlántica; lo que quiere decir que, a partir de este momento, la Unión Europea será la responsable de resolver los problemas que la atañen —salvo que la nación norteña vea en ella una mayor disposición de asignar más recursos económicos y militares a la OTAN.

Contrario al contexto internacional que posibilitó la estrategia de 2003, la UE tiene serias dificultades para la promoción de una efectiva política de influencia internacional basada en el Soft Power (Poder Blando) europeo. Tiende a incrementarse la percepción de que amplios sectores sociales en todo el planeta se sienten menos atraídos por el modo de vida del Viejo continente. Es una realidad la pérdida del impacto de la ayuda europea y la asistencia económica cuando se mantienen el derroche y la corrupción en el seno de las principales potencias capitalistas desarrolladas; y cuando el intervencionismo económico europeo resulta más evasivo, en una época de políticas de austeridad y de relativa reducción de los gastos de defensa.

Para darles una mayor efectividad y enfrentarse a los desafíos actuales, la UE trabaja en la reconstrucción de sus capacidades a fin de lograr  un mayor protagonismo en la geopolítica internacional, mediante el reforzamiento del papel de actor global en un sistema que se perfila multipolar. Para ello, las instituciones europeas, que nacieron para evitar la guerra o promover la paz entre sus miembros, tendrán que enfrentar las nuevas situaciones y dar estabilidad al proyecto integracionista, lo que les permitiría remozar sus capacidades y dar una imagen real de cohesión interna.

Desde esta perspectiva, se desea una proyección de la UE más allá de las fronteras nacionales. Millones de personas en el mundo esperan el día en que sea un polo de progreso, humanismo y paz en las relaciones internacionales. Pero, por ahora, participa junto a los Estados Unidos en una dura lucha por el poder global, y lo más probable es que, mientras persistan las múltiples crisis que perturban su construcción, crecientes sectores sociales, procedentes de diversas tradiciones o signos políticos e ideológicos, pero empujados hacia la derecha, seguirán apostando por su caída o destrucción.

Ucrania: centro de la lucha geopolítica global

A la opinión pública mundial le resulta difícil clasificar y conceptualizar la ola de manifestaciones extremistas y neofascistas que desestabilizan naciones y tensan el funcionamiento del sistema internacional en su conjunto.[9] Algunos medios de prensa y publicaciones académicas han planteado que las relaciones entre los Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia evolucionan hacia una nueva Guerra fría  —que, en realidad, nunca concluyó— entre el Este y el Oeste, aunque desde hace más de dos décadas, la diplomacia rusa se haya empeñado  en considerar como socios a sus homólogos representantes de los Estados Unidos y de la Unión Europea, enfrascados en una descarnada contienda geopolítica. En el pensamiento del politólogo germano-estadounidense Hans J. Morgenthau, fundador del moderno «realismo político»,[10] si una nación busca incrementar el poder por medio de un cambio de la distribución de fuerzas internacionales, entonces practica una política imperialista. La naturaleza agresiva y militarista de la coalición Norte-Oeste liderada por los Estados Unidos, se inscribe en esta filosofía en una época marcada por la crisis económica capitalista, que se hace sistémica, y de una reverdecida guerra fría que, teñida de poder inteligente, genera subversión, propaganda y desinformación, lo que acentúa el desorden y la incertidumbre en las relaciones internacionales. En el caso de Ucrania, existen evidentes ejemplos que se corresponden con la argumentación anterior: la participación activa del gobierno de los Estados Unidos y de sus aliados de la OTAN en el derrocamiento del presidente Viktor Yanukóvich, llevado a cabo por fuerzas extremistas y neofascistas. El apoyo de la UE y de los Estados Unidos perseguía obtener que Ucrania se integrara al bloque euro-estadounidense.

La injerencia Norte-Oeste en la crisis política interna ucraniana adquirió mayor peligrosidad para la paz y la seguridad internacional tras la decisión estadounidense de incrementar su presencia militar en Europa oriental. El desplazamiento militarista hacia el este y hasta las mismas fronteras rusas, forma parte del malestar euro-estadounidense con la «nueva Rusia» que emerge después de la implosión de la Unión Soviética y la desintegración de su bloque aliado, sin olvidar que estos hechos constituyeron la más grave catástrofe geopolítica del siglo xx, y han mantenido a Rusia, en las últimas dos décadas, debilitada y aislada del concierto internacional.

Sin embargo, es una realidad lo insoportable, para el eje Norte-Oeste, del regreso de Rusia al centro de la política mundial, con el logro de haber evitado —apoyada por China— los intentos de una agresión militar de los Estados Unidos y la OTAN a Siria, el desarrollo de un proyecto petrolero en ese país que no casualmente incluye a Irán —victorioso frente a la política norteamericana de «cambio de régimen», ni atacada militarmente por la OTAN e Israel—, así como la renuncia de Armenia a proseguir en la senda que la llevaba a un acuerdo de asociación con la Unión Europea, para mantener la colaboración militar con Moscú.

Las pretensiones de gran potencia de Rusia, ya anticipadas en 2008 cuando recuperó las provincias de Osetia del Sur y Abjasia, que se habían declarado independientes, vuelven a manifestarse ahora cuando su plan de incorporar a Ucrania en una Unión Aduanera, bajo su liderazgo, colisionó con la intención de los sectores ucranianos favorables a la subordinación al bloque euro-estadounidense y promotores del acuerdo de asociación para el libre comercio con la Unión Europea.

Ya en noviembre de 2013 el gobierno de Ucrania había decidido no adherirse al acuerdo con la UE, pues afectaría a la mayoría de la población ucraniana, como mismo ha sucedido en Grecia, España, Portugal e Italia, víctimas de los ajustes estructurales del Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea. Todo esto desató una crisis política y fuertes movilizaciones que concluyeron con la destitución del presidente Yanukóvich. El nuevo gobierno golpista, de derecha y neofascista, orientado por los Estados Unidos y las potencias europeas, abogó por la integridad territorial de un Estado unitario y la firma de un acuerdo de asociación económica con la UE, mientras que el Parlamento de Crimea y las regiones orientales —con mayoría de su población ruso-hablante— defendieron integrarse a Rusia.

Esta confrontación entre los centros de poder Norte-Oeste y Rusia —incentivada por masivas manifestaciones respaldadas, respectivamente, por la Unión Europea y los Estados Unidos, y Rusia—, no ha hecho más que exacerbar las rivalidades entre las potencias capitalistas y las posibilidades de una nueva guerra en el Viejo continente. Como posición de fuerza, el presidente Vladimir Putin, a través de Gazprom, anunció que cortaría el suministro de gas a los europeos occidentales.[11] Por su parte, los Estados Unidos mostraron interés en entregar gas para suplir el faltante, aunque no se sabe cómo se financiaría esa ayuda.

Dada la inseguridad en Ucrania para los ciudadanos e intereses de Rusia, sus tropas ingresaron en Crimea, mientras que el gobierno provisional desplegaba una fuerza armada de cincuenta mil soldados. El referendo en Crimea, celebrado el 16 de marzo de 2014, determinó por más de 96% su incorporación, como una república más, a la Federación Rusa. Para la coalición euro-estadounidense, este referendo es un acto ilegal e inaceptable que motivó, en ese sentido, la promoción de una iniciativa en el Consejo de Seguridad de la ONU.   

Está claro que los intereses en juego no son únicamente de política interna ucraniana, entre neofascistas y pro-rusos, o de lucha por el poder entre oligarcas; sino que poseen un calado y una repercusión geoestratégica mayor, pues se trata de un conflicto político-diplomático directo entre los Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia, que determinará la naturaleza de la relación futura entre ellos.

Los Estados Unidos, al atizar el conflicto y legitimar a las fuerzas neofascistas contra Rusia, cercan aún más a la otrora superpotencia mediante la expansión de la OTAN —ya lo han hecho con el progresivo despliegue de la estrategia de defensa antimisil europea, que tanto incomoda a Rusia. El alcance real de la maniobra Norte-Oeste parece estar limitada por una serie de factores que hacen errática la gran estrategia estadounidense: la persistencia de las múltiples crisis en la Unión Europea, que no la convierte en un paradigma para las naciones todavía fuera de la zona euro y de la propia integración, y la prudencia de Alemania y otros países europeos fuertemente dependientes del gas, el petróleo y otros recursos naturales en manos de Rusia y Crimea.  

Tras estos acontecimientos, Ucrania se convirtió en la primera víctima de una rediviva guerra fría, que divide su territorio nacional entre potencias, pues el este queda bajo la influencia geopolítica de Rusia, mientras que su zona occidental de la del eje Norte-Oeste. Ante esta cruda realidad, es racional pensar que en el futuro Ucrania incremente sus relaciones con la Unión Europea, al tiempo que mantendrá sus vínculos con Rusia, en un difícil ejercicio de equilibrismo político. Pero, como en casi todos los procesos de la política internacional en el que participan múltiples actores de significativo peso e influencia política, diplomática y militar, el conflicto en torno a Crimea pudiera ser de larga duración, como lo fue, para la Alemania dividida, la histórica confrontación simbolizada en el Muro de Berlín. 

Solo que ahora las ansias de poder y expansión global de los Estados Unidos chocan con la problemática de la relativa decadencia de sus capacidades tradicionales de dominación mundial y las múltiples crisis de la UE, que hacen más imprevisible y peligrosa la actuación internacional de la coalición Norte-Oeste frente al objetivo inequívoco de Rusia y China de equipararse a los Estados Unidos como superpotencias mundiales. 

Mientras tanto, tendríamos que preguntarnos por cuánto tiempo esta Unión Europea será vista como un paradigma por las futuras víctimas de su arrolladora expansión hacia el este.

Unión Europea y China: potencias de la multipolaridad

Como ya se ha esbozado, la Unión Europea y China constituyen dos de los actores principales de la emergente multipolaridad —que es una de las estructuras alternativas del actual sistema de relaciones internacionales.

Desde finales del siglo xx, ambas trabajan en la construcción de una relación estratégica mutuamente ventajosa. Ya en el año 1985 habían suscrito un acuerdo de comercio y cooperación que, con el tiempo, ha ido conformando una amplia agenda bilateral: la creación de oportunidades para los negocios, la seguridad internacional, la protección del medioambiente y los intercambios académicos, por solo mencionar los ámbitos más relevantes.

En el aspecto comercial, la UE concede a China acceso preferencial al mercado comunitario mediante la aplicación del Sistema de Preferencias Generalizadas. En 2002, firmaron un Acuerdo sobre transporte marítimo, dos comunicaciones de la Comisión tituladas «Socios más cercanos. Responsabilidades crecientes» y «Comercio e inversión Unión Europea-China», y el documento de trabajo «Política comercial y de inversión Unión Europea-China», de 2006, los cuales, además de sentar las bases para el futuro de las relaciones comerciales, prepararon el terreno para un nuevo marco institucional bilateral.

En enero de 2007, se dieron pasos para un nuevo Acuerdo de asociación y de cooperación, que fue mucho más amplio que el firmado en 1985, aunque mantuvo el carácter no preferencial y se abstuvo de incluir compromisos concretos de acceso al mercado europeo. No obstante, desde esa fecha, existen más de cincuenta diálogos entre las dos partes, incluido el relativo a los asuntos comerciales y sectoriales, que sirven para mostrar el enfoque reglamentario de la UE, y para tratar potenciales contenciosos en un marco estructurado y constructivo. Los temas comerciales se abordan en las reuniones anuales entre las instituciones respectivas de ambas potencias, cubriendo una serie de áreas que afectan el desequilibrio de la balanza comercial bilateral, el acceso al mercado, los derechos de propiedad intelectual, el medio ambiente, la alta tecnología y la energía.

El documento de la Unión Europea «Estrategia 2007-2013», trató de apoyar la reforma económica china en áreas cubiertas por los diálogos sectoriales, con una asignación presupuestaria de 224 millones de euros. En diciembre de 2010, publicó el informe sobre el Tercer Encuentro del Diálogo Económico y Comercial Unión Europea-China y, posteriormente, el documento «Evaluación del programa indicativo 2011-2013», que confirma la validez de la Estrategia, y afirma la necesidad de sintonizar las actuaciones en concordancia con el Plan Quinquenal 2011-2015 de China.

En este momento, la relación UE-China tiene su horizonte centrado en el año 2020. Por eso adoptaron la «Agenda de cooperación estratégica Unión Europea 2020» en noviembre de 2013, donde se establece el objetivo común de promover la cooperación en las áreas de paz y seguridad, prosperidad, desarrollo sostenible e intercambios entre naciones.

Resumiendo, en los últimos diez años, China se ha convertido en el segundo mayor socio comercial de la Unión Europea, mientras que esta última es el socio comercial más grande de China.[12] Al mismo tiempo, existen ciertos entendimientos sobre las oportunidades futuras entre ambos polos de poder mundial. China se ha propuesto el reto de establecer una Ruta de la Seda del siglo xxi y una Ruta de la Seda Marítima, mientras el objetivo estratégico de la Unión Europea es establecer una zona de libre comercio desde Lisboa hasta Vladivostok, que podría estar en armonía con las pretensiones de China.
Estos son muy fuertes indicios de que la Unión Europea y China han establecido una sólida base en el diálogo estratégico al más alto nivel. Se considera que, de continuar esos progresos entre estos dos polos esenciales, se abrirán perspectivas para la negociación de una zona de libre comercio entre ellos. Un pacto comercial de esa naturaleza incrementaría la interdependencia de los dos bloques y reduciría el riesgo potencial de nuevas disputas comerciales —como ha ocurrido a lo largo de la historia de las relaciones internacionales.

Las relaciones económicas entre la Unión Europea y China —de cara a 2020— serán cada vez más sólidas y previsibles, pues los flujos monetarios sustituirían al dólar en sus transacciones financieras recíprocas, lo que quizás repercutiría positivamente sobre la economía mundial y la estabilidad del sistema internacional.

Sin embargo, el acercamiento del polo euro-chino pudiera verse perturbado por la permanente injerencia de los Estados Unidos en los asuntos de la UE, que la priva de una política exterior y de seguridad autónomas; en suma, independiente. Por todo eso y siguiendo la retórica y las posturas estadounidenses, la Unión Europea ha asumido una actitud crítica en relación con los derechos humanos en la potencia asiática, y mantiene la vieja política de legitimar el estatus de algunos territorios chinos, el embargo de armas, las restricciones para la venta de alta tecnología y el conflicto en ciertas áreas comerciales, como si se tratara de contener a China —lo que parece, en el siglo xxi, cada vez menos posible. 

Asimismo, existen otros problemas globales (por ejemplo, el cambio climático, la ciberseguridad, las armas nucleares y su proliferación, el terrorismo, la piratería y los conflictos regionales) que rompen los consensos y la armonía entre estas dos grandes potencias, perjudicando así la fluidez de la política internacional. Pero también estimulan que desarrollen el diálogo desde una visión multidimensional de la seguridad internacional. Por eso, es trascendente el discurso chino sobre la idea de que ninguna civilización es superior a otra y la necesidad de asociar lo material con lo espiritual, en referencia a que el pueblo chino ama la paz y se opone a la guerra.

Si tanto el pueblo chino como el europeo aman la paz, entonces la UE y China podrían incentivarse a actuar de forma constructiva en la promoción de mecanismos e iniciativas multilaterales relevantes a favor de la paz y por la eliminación efectiva de los riesgos de la inseguridad y proliferación nuclear —dada la significación que reviste, para la supervivencia de la especie humana, la eliminación de las armas de destrucción masiva.

En fin, las oportunidades estratégicas de las relaciones Unión Europea-China, por su peso específico y perspectivas, signarán la evolución del sistema internacional multipolar del siglo xxi. En la práctica, el indiscutible ascenso económico del gigante asiático ha desplazado a la UE de los primeros planos comerciales en diferentes áreas, y posee hoy gran capacidad para influir en la dinámica de las relaciones internacionales y coadyuvar a la erosión del protagonismo de la Unión Europea, cuyas pretensiones de erigirse en una superpotencia están todavía vigentes.

[1]. Véase Manuel Ruiz Rico, «¿Qué está en juego en las elecciones europeas?», esglobal, Madrid, 12 de marzo de 2014, disponible en www.esglobal.org/que-esta-en-juego-en-las-elecciones-europeas.
[2]. Ídem.
[3]. Esta situación es el resultado de las medidas de austeridad ejecutadas por la mayoría de gobiernos europeos «socavan los derechos humanos de los más vulnerables, principalmente los sociales y económicos», según un informe del Consejo de Europa titulado «Salvaguardando los derechos humanos en tiempo de crisis», disponible en https://wcd.coe.int/com.instranet.InstraServlet?command=com.instranet.Cm.... Véase «Medidas de austeridad en Europa “dinamitan” los derechos humanos», euroXpress, 4 de diciembre de 2013, disponible en www.euroxpress.es/index.php/noticias/2013/12/4/medidas-de-austeridad-en-....
[4]. En los comicios de mayo de 2014 se ratificó la tendencia, expresada en las elecciones europeas de 2009 y en otras de tipo nacional en los últimos cinco años, del establecimiento y expansión de partidos xenófobos y ultraderechistas por toda Europa, hasta alcanzar cerca de 25%, y abarcando tanto a países especialmente afectados por la crisis multidimensional y las medidas de austeridad, como Grecia, donde el partido Amanecer Dorado es ahora una fuerza que moviliza electores, y como Gran Bretaña, Dinamarca y Austria, que han atravesado la crisis en mejores condiciones económicas, pero sin conseguir esquivar el auge electoral de las fuerzas populistas y de extrema derecha, las que, de cara al futuro inmediato, podrían obtener relativos niveles de influencia en distintos ámbitos del Parlamento Europeo
[5]. Véase «Alto cargo del Consejo Europeo cree que la UE sabrá prevenir otra crisis», El Diario Montañés, Santander, 2 de diciembre de 2013, disponible en www.eldiariomontanes.es/agencias/20131202/mas-actualidad/nacional/alto-c....
[6]. Véase Claudia Morgade Donato, «Los indignados: ¿revolución o reforma?», Visiones de Política Internacional, 15 de febrero de 2012, disponible en http://leyderodriguez.blogspot.com/2012/02/los-indignados-revolucion-o-r... (consultado el 4/6/2014).
[7]. Véase Martin Schulz, Europa: la última oportunidad, Editorial RBA, Barcelona, 2013.
[8]. Con motivo de la publicación del informe del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores «Why Europe Needs a New Global Strategy?» y la aprobación de una revisión estratégica global para el 2015, la Oficina en Madrid de dicho consejo y la representación en España de la Comisión Europea, organizaron un nuevo debate que contiene las prioridades estratégicas principales de la Unión Europea. Véase www.dontknow.net/debate/hacia-estrategia-global-europea (consultado el 7 de julio de 2014)..
[9]. Así se evidencia en los casos de Siria, Venezuela y Ucrania.
[10]. Véase Hans Joachim Morgenthau, Política entre las naciones: la lucha por el poder y la paz, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1986.
[11]. Rusia provee alrededor de 30% del gas que Europa consume. Además, Ucrania es el eje distribuidor para los distintos gasoductos que transportan casi 100% del gas que consumen Estonia, Lituania, Letonia, Bulgaria, Suecia y Finlandia; algo más de 60% de la República Checa, mientras que Bélgica, Alemania, Polonia, Eslovaquia, Austria, Hungría, Croacia, Eslovenia, Grecia y Rumania reciben entre 45% y 60% de su consumo, y Holanda, Francia e Italia, entre 15% y 25%. Véase Eduardo Lucita, «Europa y sus fantasmas», disponible en www.rebelion.org/noticias/2014/3/181958.pdf (consultado el 15 de marzo de 2014).
[12]. En 2012, la inversión de China en los países europeos superó la inversión de la Unión Europea en China, y en 2013, los bancos centrales de Europa y China firmaron un acuerdo de intercambio monetario de 350 000 millones de yuanes (45 000 millones de euros). Véase Wang Yiwei, «Tres oportunidades estratégicas en las relaciones UE-China», El Pueblo en Línea, Beijing, 31 de marzo de 2014, disponible en http://spanish.peopledaily.com.cn/31619/8584258.html.

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