El mayor
problema en EEUU no es Trump: el problema es que la mayoría de la clase
trabajadora le vota.
Leyendo la
prensa española se llega a la conclusión de que el mayor problema que existe en
EEUU es Donald Trump, una figura que se ridiculiza constantemente en los
principales medios de información (como ocurre también en EEUU) presentándolo
como un individuo incompetente, y fácilmente ridiculizable por sus
comportamientos atípicos dentro de lo que se considera aceptable en la
sabiduría convencional del país.
Este énfasis
exclusivo en Trump obstaculiza, sin embargo, la comprensión de lo que está
ocurriendo en EEUU. Por extraño que parezca, el mayor problema que tiene EEUU no es Trump, sino el hecho de que la
mayoría de un sector grande de la población muy olvidado en dicho país, la
clase trabajadora blanca, le ha votado y que es probable que le vote de nuevo.
Las
encuestas muestran una impresionante lealtad electoral a tal figura por parte
de aquellos que emitieron su voto a favor suyo. Aunque su popularidad entre la
población en general es muy limitada, no lo es entre la mayoría de la población
que le votó. Y no está claro que en las
próximas elecciones al Congreso de EEUU (este noviembre) el Partido Republicano
vaya a perder el control de la Cámara Baja o incluso del Senado, eliminando con
ello la posibilidad de ser apartado de la Presidencia mediante un impeachment.
Parece, por lo tanto, que va a haber Trump para mucho tiempo. Y su impacto en
la sociedad estadounidense y en las relaciones internacionales está siendo
enorme.
¿Por qué Trump fue elegido Presidente y puede que sea reelegido de
nuevo?
La respuesta
a esta pregunta es, en realidad, muy fácil de entender aun cuando no es fácil
que usted pueda leerla o verla en los mayores medios de información españoles. Para ello, tenemos que observar qué ha estado
pasando no tanto a la derecha sino a la izquierda del abanico electoral.
Hay que ver qué ha pasado en EEUU durante estos años, analizando los cambios
que le han ido ocurriendo a la izquierda estadounidense, es decir, al Partido
Demócrata.
Históricamente,
el binomio izquierda-derecha en EEUU quedaba reflejado en el conflicto entre el
Partido Demócrata –que en su día se auto definía como el Partido del Pueblo (People’s Party)-, que representaba sobre
todo a la clase trabajadora y a otros sectores de las clases populares, y el
Partido Republicano, que representaba a las derechas, muy cercanas al mundo
empresarial. En este escenario, el
mayor debate político se centraba predominantemente en la distribución de las
rentas (y, en menor medida, de propiedad) entre el mundo del trabajo y el mundo
del capital.
El dominio en la vida política estadounidense durante el período de la
postguerra (1945-1978) por parte del Partido Demócrata determinó que las rentas
del trabajo crecieran notablemente a costa del descenso de las rentas del
capital. Las
primeras alcanzaron su máximo nivel al final de tal periodo llegando a
constituir el 70% en el 1979 de todas las rentas. Fue cuando se habló de “la
época dorada del capitalismo”. Una
situación semejante ocurrió en los otros países del mundo capitalista
desarrollado a los dos lados del Atlántico Norte.
La contrareforma neoliberal que comienza en los años 80: el triunfo del
capital
La respuesta de los propietarios y gestores del capital, a los que solía
llamárseles los miembros de la “clase capitalista”, (término que no se utiliza
hoy por considerarse “anticuado”), no tardó en presentarse. Fue la revolución
neoliberal liderada por el presidente Reagan que fue, ni más ni menos, que una
lucha frontal contra la clase trabajadora estadounidense.
Hay que
recordar que la primera intervención pública que hizo tal presidente fue
precisamente la destrucción de un sindicato: el sindicato de los controladores
de vuelos en los aeropuertos. El eje de
estas políticas neoliberales era debilitar a los sindicatos, desregular los
mercados laborales y dar plena libertada a la movilización de capitales,
expandiéndose el proceso de globalización, medidas todas ellas mantenidas más
tarde por los gobiernos republicanos y también por los gobiernos demócratas.
Entre estos últimos, el presidente Clinton, fundador de lo que se llamaría
posteriormente la Tercera Vía (representada en Europa por Tony Blair en el
Reino Unido y Gerhard Schröeder en Alemania) abandonó las políticas
redistributivas, haciendo suyas las políticas neoliberales iniciadas por Reagan
y Bush senior.
A partir de
entonces, la dicotomía izquierda-derecha no se basó en políticas
redistributivas centradas en el conflicto entre los intereses de las clases
populares, por un lado, y los intereses de las élites financieras y económicas
que constituirían lo que en EEUU se llama la corporate class (la clase
de los que poseen y/o gestionan las grandes corporaciones del país), por el
otro. En su lugar, el conflicto se
centró en si incluir o no a los grupos discriminados (afroamericanos, predominantemente,
y mujeres) dentro de la estructura del poder de la cual habían sido excluidos,
marginados y discriminados. Las políticas de inclusión e identidad sustituyeron
el conflicto capital-trabajo.
El éxito de
tales políticas se tradujo en un aumento muy notable de afroamericanos y
mujeres en las instituciones públicas (y, en menor grado, privadas) que alcanzó
su zénit con la elección de un afroamericano, Barack Obama, como presidente de
EEUU (en enero del 2009) y se esperaba que se completara con la elección de una
mujer, Hilary Clinton, como presidenta. Esta última, basó su campaña en
movilizar predominantemente a las mujeres y a las minorías. Las políticas públicas federales del Partido
Demócrata enfatizaron la identidad y la antidiscriminación, generando una
considerable expansión de afroamericanos y mujeres en las estructuras de poder
político del país. Pero en políticas económicas el Partido Demócrata
básicamente continuó las políticas neoliberales.
En realidad,
el primer presidente afroamericano de EEUU siguió las mismas políticas
neoliberales que había seguido Clinton, los dos Bush y Reagan. De hecho, una de
las personas más entusiastas de la globalización había sido su Ministra de
Asuntos Exteriores, la Sra. Clinton, proponente de los tratados de libre
comercio.
Las consecuencias de tales políticas neoliberales: el deterioro del
nivel de vida de la clase trabajadora
La aplicación de tales políticas neoliberales tuvo un impacto devastador
en el nivel de vida de la clase trabajadora. Las rentas del trabajo
descendieron pasando de un 70% (en el 1979) a un 63% (en el 2014). Y los grupos
más afectados fueron los miembros de la clase trabajadora en los sectores
industriales, que eran los mejor pagados (y en su gran mayoría personas
blancas), en parte debido a que habían tenido sindicatos fuertes.
Las políticas federales favorables a la globalización provocaron un
desplazamiento muy marcado de las industrias a países subdesarrollados, en
busca de salarios bajos. Barrios blancos, de obreros industriales, han quedado
destruidos por esta movilidad. Baltimore, por ejemplo, una de las ciudades más industriales de aquel
país, quedó enormemente afectada cuando los Altos Hornos del Acero (uno de los
mayores centros de empleo en tal urbe) dejó la ciudad. El barrio obrero
blanco más grande de Baltimore (Dandork) es hoy un barrio deteriorado en
extremo.
Casi el 100% del electorado en este barrio votó a Trump, lo cual es
lógico, pues identificaron la gran pérdida de su nivel de vida con las
políticas federales que estimularon la globalización. Es más, percibían al
gobierno federal como defensor de los afroamericanos y de las mujeres (de clase
alta y media alta), ignorándolos a ellos, los obreros blancos. De ahí que la
gran mayoría de mujeres de clase trabajadora votara a Trump. Y no puede atribuirse este hecho a
un crecimiento del racismo, pues muchos de estos barrios blancos habían votado
a Obama en elecciones anteriores.
En realidad,
los delegados al Colegio Electoral que dieron la mayoría a Trump procedían de
barrios obreros que habían votado a Obama en el 2009. Este enorme descenso del nivel de vida de la clase trabajadora blanca se
ha traducido en el descenso de su esperanza de vida, como consecuencia del
incremento de la mortalidad causado por el crecimiento de las enfermedades
típicas del deterioro social.
¿Quién canalizó este enfado?
Este enfado
se dirigió hacia el establishment político mediático del Este de EEUU,
basado en el gobierno federal, y muy en particular hacia el que había sido el
Partido del Pueblo. La canalización de
este enfado antiestablishment, (que incluyó también un rechazo al establishment
republicano) benefició a la ultraderecha, liderada por Trump, un personaje de
una enorme astucia política, que sabe muy bien cómo comunicarse con los
sectores abandonados por tal establishment, incluyendo a la clase
trabajadora blanca y las zonas rurales, muy conservadoras en el país, que
jugaron un papel clave en la victoria de Trump.
Lejos de ser
un incompetente, Trump es extremadamente astuto en su discurso iconoclasta,
grosero e insultante (en contra de lo “políticamente correcto”) y que conecta
muy bien con sus bases electorales que le son sumamente leales. Y la constante crítica por parte de los
medios, le beneficia, pues los mayores medios de información son también
altamente impopulares.
Ahora bien,
se está exagerando el rol del personaje Trump. No fue Trump el que creó el
movimiento antiestablisment. Fue al revés. Este último creó a Trump. Solo Bernie Sanders, el candidato socialista,
podría haber representado una alternativa progresista a Trump. En realidad, las
encuestas indicaban que Sanders habría podido ganar las elecciones a Trump.
Pero el aparato del Partido Demócrata destruyó a Sanders. Y la victoria de
Trump era inevitable.
Hoy el
Partido Demócrata está en una crisis enorme y todo parece indicar que no
entienden (o que no quieren entender) las causas de su derrota. Hoy el aparato
de tal Partido continúa controlado por la clase media ilustrada (personas con
educación superior), con conexiones con el mundo empresarial y muy en
particular con el financiero, muy alejado de su base electoral tradicional.
Algo parecido está ocurriendo en Europa (y en España)
El control de los partidos de izquierda por componentes de esta nueva
clase social (la clase media ilustrada), que se han distanciado claramente de
sus bases de clase trabajadora, ha estado creando situaciones semejantes en
Europa y en España. Barrios
obreros que habían votado a las izquierdas, están votando a la ultraderecha en
país tras país en Europa. Y ello es
resultado de la conversión de los partidos de izquierda a las políticas neoliberales
(globalización y políticas de austeridad) que han hecho un daño tremendo a sus
bases populares.
El surgimiento del nacionalismo, del deseo de proteccionismo, de la
recuperación de la soberanía nacional y el rechazo a la austeridad, son los ingredientes
que caracterizan a los movimientos de rechazo y del mal llamado “populismo antiestablishment”.
Las
características de este mal llamado populismo varían. Pero es interesante
resaltar la importancia del nacionalismo soberanista anti-globalización
(antieuropeización) que, instrumentalizado por la ultraderecha en EEUU, juega
un papel clave en las políticas “populistas”. Tal nacionalismo es especialmente
atractivo para la clase trabajadora que atribuye el descenso de su nivel de
vida a estas políticas llevadas a cabo por aquellos que en su día ellos
apoyaron. Y la mayor base social de
estos movimientos son sectores muy precarizados de la clase trabajadora así
como amplios sectores de las clases medias proletarizadas que están
viendo sus rentas disminuir notablemente.
Los
movimientos antiestablishment a lo largo de Europa están tomando también
un cariz antieuropeización que es comprensible pues identifican al establishment
europeo con las políticas de austeridad y las reformas neoliberales que han dañado,
claramente, su calidad de vida y bienestar. Y cada uno de los sectores más perjudicados de las clases populares en
general, y de la clase trabajadora en particular, son las bases más importantes
de estos movimientos.
Una
excepción en esta canalización del enfado por parte de la ultraderecha ha sido
España donde Podemos fue un terremoto
político que barrió el panorama político español convirtiéndose más tarde,
junto con Izquierda Unida, la segunda fuerza de la oposición en un período muy
corto.
Existe, sin embargo, una versión de ultraderecha, Ciudadanos, con claro
compromiso neoliberal, que está utilizando un nacionalismo jacobino muy
agresivo, que intenta apelar a la clase trabajadora utilizando una narrativa de
apelación a tal clase (es uno de
los pocos partidos en España que explícitamente habla y apela a la clase
trabajadora) que está creciendo enormemente, sobre todo en Cataluña donde tal
nacionalismo españolista uninacional se presenta como el único capaz de evitar
lo que definen como “ruptura de España” frente a un establishment gobernante en
Cataluña, también de derechas y también nacionalista pero de sentido contrario.
De ahí el reto de que las izquierdas, además de dirigirse a las clases
populares en general y a la clase trabajadora en particular, deban desarrollar
una visión distinta y opuesta a la visión de las derechas españolas y
catalanas, ambas uninacionales presentando en su lugar una concepción de España
plurinacional. Este es el reto de las fuerzas progresistas en Cataluña y en el
resto de España.
*Médico, sociólogo y politólogo español. Catedrático de Ciencias
Políticas y Sociales en la Universidad Pompeu Fabra, profesor en la Universidad
Johns Hopkins de Baltimore y Doctor Honoris Causa por la Universidad de Lérida
en el ámbito de Economía y Empresa.
Tomado de PUBLICO/15 de junio del 2018
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