Por Hedelberto López
Blanch
El gobierno estadounidense tras la llegada de Donald Trump a la presidencia se ha desbocado en su ambición de dominar al mundo y para tratar de lograrlo ha lanzado golpes de Estado y guerra contra algunos países y a la par aplica extorsiones económico-financieras contra decenas de naciones.
En el caso de Venezuela, el bloqueo en todas las dimensiones se cierra cada día más para derrocar al sistema democrático elegido por la mayoría del pueblo (establecido desde 2009 por el líder histórico Hugo Chávez y continuado por Nicolás Maduro) que ha representado desde entonces un trago amargo para Washington en su afán de implantar en América Latina la doctrina Monroe.
Ante la inoperancia
de las Naciones Unidas que observa impávida el accionar de Washington, Caracas
decidió elevar a la Corte Penal Internacional (CPI) de La Haya, una demanda
contra Estados Unidos por crímenes de lesa humanidad, como forma de que el
mundo se entere de los desmanes de la administración Trump contra su país. Y digo solo que las
naciones del orbe conozcan sobre esta guerra contra Caracas pues en la práctica
no se tomarán acciones ya que Washington desconoce a la CPI.
Jeffrey Sachs,
profesor de economía y asesor Superior de Naciones Unidas declaró que “las
sanciones quedarían comprendidas en la definición de castigo colectivo de la
población civil, tal y como se describe en los convenios internacionales de
Ginebra y de La Haya”. El 9 de marzo se
cumplieron cinco años de incesantes medidas coercitivas de las administraciones
norteamericanas contra Caracas, cuando el ex presidente Barack Obama declaró a
Venezuela como amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad política y
exterior de Washington.
Primeramente fueron
congelados los activos de funcionarios venezolanos en Estados Unidos y se
extendió después a toda persona que el secretario del Tesoro y el de Estado, acusaran
de responsable o cómplice de acciones que Washington definiera como ilícitas.
Con la llegada de
Donald Trump a la Casa Blanca, se ampliaron las medidas unilaterales que imponen
un bloqueo económico, financiero y comercial total contra el pueblo y gobierno venezolanos.
Ya en agosto de 2017,
Trump promulga el decreto 13808 que prohíbe la compra directa o indirecta de
valores procedentes de Venezuela; recrudece el boicot financiero y la política
de aislamiento de la banca privada y pública; afecta las operaciones de la
estatal petrolera PDVSA. La medida impide que el país tenga acceso a los mercados
financieros de Estados Unidos, lo que da como resultado una fuerte caída en la
capacidad importadora de la nación sudamericana. En marzo de 2018, el
mandatario firma el decreto 13827 que prohíbe toda transacción con el uso de
dinero electrónico y moneda digital del gobierno de Venezuela con el fin de
torpedear la criptomoneda (petro) que el presidente Nicolás Maduro había
lanzado semanas antes.
Dos meses después, el
21 de mayo de 2018 Trump da luz verde al decreto 13835 que recrudece
prohibiciones de transacciones u operaciones de refinanciamiento de la deuda
venezolana aplicada a todos los entes estatales, entre ellos el Banco Central
de Venezuela y nuevamente PDVSA.
El primero de
noviembre de 2018, firma el decreto 13850 que establece un marco para bloquear
los activos y prohibir las transacciones de las personas que operan en el
sector oro o en cualquier otro de la economía.
Amparado en ese
decreto, el 28 de enero de 2019 se cataloga a PDVSA como empresa designada y en
consecuencia todos los bienes y las participaciones de la estatal petrolera que
se encuentran bajo las jurisdicciones de Estados Unidos, incluyendo la filial
Citco, fueron bloqueadas y se prohíbe que ciudadanos y compañías
estadounidenses realicen operaciones con la empresa.
Otra orden ejecutiva,
la 13884 del 5 de agosto de 2019, amplia el programa de sanciones a la
categoría de embargo y procede al bloqueo de todos los activos del Estado
venezolano en territorio estadounidense y autoriza la aplicación de sanciones
secundarias contra empresas y países que tuvieran relaciones comerciales con
Caracas por lo que también se afecta el sector privado.
La presión no
termina, pues en marzo de 2020, Trump envía una carta al Congreso para extender
la orden ejecutiva 13 692 con respecto a la situación en Venezuela.
A las extorsiones se
le suma la cacería desde otros frentes como el sobredimensionado riesgo-país
que multiplica inmensamente el costo de la deuda soberana, una calificación que
no se corresponde a la realidad sino a la campaña de terror que lleva adelante
Estados Unidos.
A la larga lista se
agregan las restricciones financieras sobre operaciones de comercio
internacional que se vinculan a la importación de alimentos, medicamentos y
repuestos estratégicos para empresas y servicios públicos, acciones que han
provocado que Venezuela perdiera más de 40 000 millones de dólares y que ha
frenado el desarrollo de un país que había trazado su hoja de ruta soberana.
Como la Organización
de Naciones Unidas ha permanecido impávida ante las constantes agresiones del
imperio, el gobierno bolivariano ha decidido llevar el caso a la Corte Penal
Internacional de La Haya para que el mundo conozca los grandes desmanes que
provoca a su pueblo las constantes acciones desestabilizadoras de la Casa
Blanca que cada día esta más irritada por la capacidad de resistencia del
gobierno democrático caraqueño.
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