jueves, 1 de noviembre de 2012

Obama v/s Romney y los intríngulis de la democracia formal


Por Alejandro L. Perdomo Aguilera

Luego de haber pasado unos días del reality shows de las convenciones republicana y demócrata, valen la pena algunas consideraciones respecto a esta obra de la democracia formal. En los últimos días, la oleada de desgracias que ha invadido el escenario político estadounidense -entre las que se destacan el Huracán Isaac y la reacción exterior a la controvertida película anti-musulmana- parecen facilitar el fortalecimiento de la figura de Obama. 

Incluso antes de que el presidente pronunciara el discurso de clausura de la Convención, se presentaron algunos elementos que señalan la posible estructura de un segundo mandato demócrata. Entre ellos llama la atención el discurso sobre política exterior, encargado a J. Kerry, evidenciándose la posibilidad de esta figura como sustituto de Hillary Clinton en el Departamento de Estado; puesto que la esposa de Bill Clinton, consideró oportuno visitar a China en plena Convención.

El guión del evento fue selecto como una partida de ajedrez. Entre oradores negros y latinos, artistas de Hollywood y otros atractivos televisivos, fueron matizadas las noches demócratas; evidenciando la compleja propaganda en que se empaqueta la Marca Demócrata en las pantallas de los ciudadanos estadounidenses.

Siguiendo esos objetivos, Obama se apoyó en la popularidad del alcalde de San Antonio, Julián Castro, como principal anzuelo al voto latino.

El joven político le preparó el podio al presidente en un encendido discurso donde, entre otros argumentos, se presentaba como el modelo a seguir para lograr el american way of life. El símbolo de Castro continuó durante toda la Convención, en un intento por transferir a través de su imagen, el apoyo latino a los demócratas. 

La Primera Dama, por su parte, supo mostrar superioridad sobre la esposa de Romney, quien había recibido el elogio de los medios por su intervención en el escenario republicano. No obstante, Michelle supo recolocarse como referente para atraer el voto femenino, el de los latinos, los negros –mal llamados afroamericanos-  y los homosexuales; reconociendo en estos sectores  los puntos más débiles del partido opositor. 

Sin embargo, el trabajo en favor del voto de los independientes pareció  insuficiente en ambos partidos, quienes se concentraron más en afianzar los sectores que deben considerarse como el electorado más seguro, y no enfatizaron en aquellos puntos que pueden atraer a los independientes.

Además de la consabida estructura populista, se pretendió consolidar la continuidad demócrata mediante videos de la familia Kennedy y, en particular, un especial sobre Ted Kennedy, donde desarmaba a Mitt Romney en un debate político de antaño. 

Posteriormente,  el ex presidente Clinton argumentó  el pésimo estado en que había dejado al país los dos períodos de mala administración republicana (G.W. Bush), así como aquellos aspectos que hacían de Obama la figura más conocedora de los problemas presentes y, por tanto, la más facultada para dirigir su “solución”. Asimismo, reconoció que el proceso de la revitalización económica debía verse como un fenómeno de varios años y no como obra de unos meses, tema que intentó apuntalarse durante todo el evento, como la gran justificación para que se le confiara a Barack Obama un segundo mandato.

De esta forma quedó el escenario listo para el Presidente, que estuvo favorecido por un equipo de asesores conocedores de los medios y las artes de la comunicación. Quizás por ello no se ocultó en reconocer, que el discurso del cambio y el yes we can no convencen ya, sin ofrecerle al electorado una parte de las realidades que deberán enfrentar en los próximos años. 

En ese sentido, el líder demócrata intentó vender optimismo ante los problemas económicos del país, particularmente del empleo, el descenso del nivel de vida de la clase media y la desilusión de los jóvenes e inmigrantes que le concedieron su voto en 2008; lo cual permanecerá entre  los principales retos a saldar en lo que queda de campaña. 

De manera general, el discurso de Obama estuvo plagado de promesas y alegorías para incentivar a los sectores más desfavorecidos por los republicanos (los latinos, las mujeres, los negros y los gays). Conocedor del valor de los instrumentos políticos, diplomáticos e informacionales, como pilares del desarrollo de una Administración más creíble; realizó un breve balance sobre  el uso de los instrumentos del poderío nacional de los EE.UU., en sus 4 años de mandato. Con ello, definió como renglón básico de trabajo -para un nuevo período- la inversión en el desarrollo científico-tecnológico, como una necesidad para promover la competitividad y mantener el liderazgo global.

En ese mismo camino, prometió reformas en el sector de la educación, para el mejoramiento de la calidad y el acceso al estudio, en aras de calificar y hacer más competente a la fuerza laboral. Como otro paso para la prosperidad económica, anunció un recorte de los gastos militares, lo que permitiría aumentar los fondos en la revitalización de la economía y así proveer mayores fuentes de empleo.

Conociendo los puntos débiles de su campaña, explicó las posibilidades que otorgarían estas medidas a  los inmigrantes, los jóvenes y la clase media, en una extendida arenga hacia el rescate del llamado american dream. Siguiendo los objetivos claves para a atracción del electorado, se refirió a la recuperación de los sectores de la energía; recalcando las inversiones en la educación, la ciencia y la tecnología, como aspectos medulares de un proyecto político que apuesta por la economía del conocimiento.

En el orden cultural, se hizo apoyar de varias figuras de Hollywood como Eva Longoria, Scarlet Johanson, Kerry Washington y Terry White. Confirmando su éxito en cuanto a imagen pública y uso atinado de los medios, desplegó un gran activismo en las redes sociales.

En este ámbito Obama ha salido airoso, pues sus asesores se ocuparon –tempranamente- de boicotear el discurso de Romney de la convención republicana desde la red de redes. Por otra parte, la falta de carisma político de la fórmula Romney-Ryan, el discurso ultraconservador y la pobreza estética que presentaron en esa actividad, le hicieron el camino más fácil a los demócratas. 

Obama y Biden, por el contrario, se mostraron sólidos en sus discursos, que aunque sin ahondar tampoco en las formas de llegar a los fines, parecieron más convincentes. 

Por otra parte, los shows divisionistas en torno a Ron Paul y Romney, unido a las desmesuradas declaraciones de varios políticos republicanos, hicieron ver más unido al partido demócrata. Estas diferencias provocaron cambios en la percepción de los ciudadanos, lo cual ha sido relejado en el favoritismo demócrata de las últimas encuestas.

En política exterior, Obama se refirió a sus “logros” contra la Libia de Gadafi y el asesinato a Osama Bin Laden, para felicitarse por haber dirigido una de las administraciones demócratas más militaristas de las últimas décadas. 

En este aspecto, aprovechó las fallas del partido republicano, para hacer un tributo a los veteranos de guerra y de paso ridiculizar a Romney, al desconocer las declaraciones de este respecto a Rusia, precisando: “(…) no se le considera a Rusia nuestro enemigo número uno, en lugar de Al Qaeda, a menos que uno esté atrapado en los tiempos de la Guerra Fría".

También se refirió a Afganistán, asegurando sin muchas pruebas: "Frenamos en seco el avance del Talibán en Afganistán y, en 2014, nuestra guerra más larga habrá terminado. Una nueva torre se erige sobre el horizonte de Nueva York, Al Qaeda va camino de la derrota y Osama Bin Laden está muerto".

Continuando el sendero de las debilidades del oponente, abordó el tema de los dreamers [1] marcando diferencias con la actuación xenófoba de los republicanos respecto a los inmigrantes. Asimismo se refirió al seguro médico, exponiendo las mejoras a la seguridad social y la salud que brindarían sus reformas, como un gancho para la clase trabajadora. Siguiendo la lógica de estropear el prestigio empresarial de Romney, se invitó a trabajadores de las empresas del candidato republicano, para desmitificar sus éxitos de empresariales y poner en duda la procedencia de sus millones.

Obama precisó que en estas elecciones existen dos “visiones fundamentalmente distintas” para EE.UU., cosa que en formas puede ser cierto pero en esencia resulta una falacia.

La realidad, por más avasalladora que parezca es que la élite del poder es la que gobierna ese país y el poder político del ejecutivo resulta nominal, ante el poderío económico transnacional de la clase dominante. Por estas razones, sean republicanos o demócratas, sistémicamente,  las élites definen sus intereses y los expresan como estratégicos, mediante los instrumentos del poderío nacional de los EE.UU. 

Si bien los demócratas presentan un discurso más “liberal”, la esencia de los problemas que enfrenta ese país y que el presidente pidió tiempo para corregir, no se deben a formas sino a problemas estructurales.  No obstante, la opción demócrata se muestra más racional ante los tiempos que corren y más tolerante para la mayoría de sus ciudadanos. 

Sobre los votantes independiente Obama intentó razonar, detallando por qué elegirlo a él resultaba la mejor opción, aunque los 4 años de desgaste en el gobierno le harán el camino más difícil. No obstante, aprovechó la popularidad que ha tenido la propuesta de aumento de impuestos para los más ricos, intentando demostrar que trabajarían para la clase media y no para la privilegiada. 

Las coberturas televisivas, por su parte, se dedicaron más a explicar lo que pasaba en las Convenciones, a través de entrevistas a asesores y políticos, que a permitirle al pueblo estadounidense ver con sus propios ojos todo lo que allí se desarrollaba. Evidentemente la censura y las influencias resultan imprescindibles en cualquier espacio del reality show de la democracia formal. 

La gran incógnita resulta entonces, sí el ciudadano estadounidense le será suficiente el vago camino que trazó Obama hacia el futuro ó la falsa idolatría al “genio” empresarial republicano.

Conclusiones

Entre los puntos centrales del discurso de Obama pudieran señalarse, la reducción del déficit, el desarrollo de la economía del conocimiento y, como colofón, la ansiada recuperación económica. 

Entre los que llamó objetivos concretos pero concretamente no definió cómo lograrlos están: la creación de un millón de nuevos empleos en el sector manufacturero al cerrar el 2016, así como  la duplicación las exportaciones antes del 2015 y la reducción del déficit federal en cuatro billones de dólares durante la siguiente década. Asimismo prometió para el 2020, la reducción a la mitad de las importaciones de petróleo y la creación de 600 mil trabajos en la industria de gas natural. Para esa misma fecha, vaticinó la reducción en un 50 por ciento de los costos de las matrículas para la educación universitaria y la atracción de 100 mil maestros de matemáticas y ciencias.

Las propuestas de los dreamers y las mejoras en el sector de la educación y la salud, se orientan en línea con la inversión en la economía del conocimiento. Esta inversión para el desarrollo a largo plazo, constituye un puntal de la economía mundial, y Obama conoce la vitalidad de liderar este renglón, a la vez que remarca las diferencias con la posición republicana. 

Quizá en este último aspecto todo ha girado a favor de Obama. El huracán Isaac le permitió marcar diferencia sobre W. Bush durante la catástrofe del Katrina. A Obama no le fue difícil mostrarse más activo y responsable de lo que ocurría, lo que le posibilitó recortarle espacio a la convención republicana, que se vio mediatizada sobre todo el primer día por la entrada del Huracán. 

Otro punto a favor de Obama ha sido la derechización del partido republicano, con el surgimiento de líderes ultra conservadores, que atemorizan a los independientes y crean motivos para hacer el ridículo frente a los demócratas. 

De igual manera, el fanatismo republicano ha conllevado a enfatizar temas donde los demócratas pueden competir con mayor soltura, contra las posiciones republicanas respecto a los inmigrantes, el aborto, la familia y la política exterior. 

En esta lucha, Obama afirmó que la opción no será entre dos candidatos o dos partidos y es allí donde está la gran limitante pues no tiene el poder para un cambio tal, ni debe pretenderlo. Los 4 años de su Administración han denotado cambios formales en elementos que no afectan estructuralmente el sistema y el resto ha sido continuidad. 

Haciendo un balance de ambas convenciones, hubo varios puntos de coincidencias. Entre ellos se destacan el chovinismo, el sentimiento y presunción de EE.UU. como líder e impulsor de la "democracia", la "libertad" y los "valores" a nivel global. 

Finalmente, queda en el imaginario el peligro de que unas elecciones tan importantes para el mundo; por la trascendencia internacional que tienen las decisiones de la clase dominante de ese país, quede a la suerte de las estadísticas económicas de último momento y la manipulación mediática de las grandes transnacionales de la comunicación.

Más allá de la mediatización, del carisma de los oradores y las plataformas presentadas, el cierre de las convenciones denotó un estado de crisis política en el sistema norteamericano. Las dificultades económicas que enfrenta el país, y la incertidumbre  sobre la salida a los mismos, refleja un panorama donde ambos contendientes intentan ofrecer el proyecto más seguro para el futuro del Imperio; aunque ninguno explique el camino hacia las metas que prometen.  

Independientemente de los matices y las formas que empleen para lograrlo, existe un elemento común entre ambas figuras y partidos: la pervivencia del liderazgo estadounidense y la consolidación de los intereses de la clase dominante. En este sentido, se continuarán articulando los instrumentos del poderío nacional para mantener el predominio mundial. Por tales razones, el señor Obama no podrá hacer más que lo mismo, si bien un último mandato le otorgaría mayores “libertades”, al no tener la presión de otra reelección, los compromisos concertados y los problemas en un Congreso, presumiblemente sin la mayoría, no serán inferiores. 

Respecto a la seguridad nacional, Obama abogó por re-dirigir los gastos militares hacia una reducción, para la recuperación económica, aunque se sabe que ello no significa que se eliminarán las amenazas de guerras alrededor del mundo. No obstante, el llamado Presidente 2.0 precisó: “ (…) después de dos guerras que nos han costado miles de vidas y más de un billón de dólares (americanos), es tiempo de hacer algo de construcción de nación aquí”. Ojalá, quisiera el mundo, que las palabras del utópico Premio Nobel de la Paz sean sentencia en el Pentágono, al menos, sino para lograr revitalizar la primera economía global, sí para que el mundo tenga algo más de paz.

Y así sigue el paladín de la democracia formal hasta las elecciones presidenciales, claro que se contará con el entretenido combate de los debates vice y presidenciales y las maratónicas entrevistas de Univisión sobre temas latinos, donde Obama y Romney se defenderán, entre los intríngulis mediáticos de la democracia formal


[i] "dreamers" o hijos de inmigrantes indocumentados que llegaron de niños al país.

martes, 30 de octubre de 2012

Estados Unidos, a merced de la corriente


La política exterior de la primera potencia, protagonista del último debate entre Obama y Romney, es la de un país paralizado que no puede tomar decisiones en la nueva centuria porque su Gobierno es del siglo XVIII

Por Paul Kennedy
El País digital, 24 de octubre de 2012

La comunidad mundial tiene derecho a preguntarse qué pasa si su primera potencia no tiene realmente una política exterior coherente. ¿Qué pasa si, a pesar de que la retórica estadounidense que habla de una “gran estrategia”, en realidad no hay siquiera una estrategia? ¿Qué pasa, y esto es mucho más atrevido, si el hecho de no tener una agenda global evidente, de no proclamar que EE UU tiene un interés vital aquí, allá y acullá, es realmente una forma razonable de conducirse, sobre todo en la agitada e impredecible situación del mundo? ¿Es que ninguna otra potencia se ha enfrentado al mismo dilema que los EE UU de hoy?
En una ocasión, en la Cámara de los Lores británica, al tercer marqués de Salisbury, uno de los mejores ministros de Asuntos Exteriores del siglo XIX, le pidieron que resumiera la estrategia fundamental que seguía el Gobierno para enfrentarse a las complicaciones mundiales. Con la aguda ironía que le caracterizaba, contestó que su política se basaba fundamentalmente en “dejarse llevar con indolencia por la corriente, sirviéndose aquí y allá de cloques para evitar una colisión”. Reconocer esto le valió que sus detractores le acusaran de ser un ministro perezoso, desconectado de los problemas y carente de lo que hoy en día podríamos llamar una “visión”. Muchos de los políticos actuales de Estados Unidos sabrán bien de qué estamos hablando.
Sin embargo, teniendo en cuenta la posición en que se encontraba, yo siempre he sentido bastante simpatía por Salisbury. En su país, el clima político no era halagüeño, inquietaba la creciente competencia comercial extranjera y las tradicionales lealtades partidarias se estaban resquebrajando. Pocas acciones del Gobierno suscitaban aplausos. Por otra parte, el panorama mundial era impredecible, complejo y cambiante: en Extremo Oriente, el golfo Pérsico, Europa y África, todas las potencias se vigilaban mutuamente, incómodas, sin saber qué futuro les esperaba. ¿Acaso no era lógico observar cierta cautela e ir reaccionando ante los acontecimientos hasta que el panorama internacional se aclarara un poco?
El presidente parece menos el comandante en jefe que un nuevo Gulliver amarrado por liliputienses
He pensado mucho en esta anécdota al ponderar la política exterior que ha seguido la Administración de Obama en los últimos años, y sobre todo las múltiples críticas que le han lanzado sus detractores. ¿Acaso no se ha visto sorprendida con frecuencia, por la primavera árabe y los levantamientos posteriores, por el baño de sangre en Siria, el empeoramiento de la seguridad en Afganistán e Irak o el ataque contra la Embajada en Bengasi? ¿Qué política sigue respecto a Irán e Israel? ¿Cuál va a ser su actitud ante las acciones chinas en Extremo Oriente? ¿Va a limitarse a permitir el derrumbe del euro, que dañará enormemente los ya de por sí débiles índices de crecimiento mundial? El lector podrá añadir cualquier otra cuestión a mi lista, que solo redundará en la sensación de que la política exterior de la primera potencia consiste en dejarse llevar poco a poco por la corriente, sin apenas conciencia de cuál es su destino.
Entonces, ¿qué podemos decir de la opinión contraria, que de forma tan razonable apunta que, en la actualidad, esa es la única posición viable de cualquier presidente estadounidense? Creo que en este debate hay que hilar tres cuestiones, aunque lamentablemente nadie parece estar realizando esa labor estratégica.
La primera es la enorme suerte que tiene Estados Unidos con su propia situación geopolítica. Como vecinos, solo tiene al norte a Canadá, extremadamente amigable, y al sur a México, que aunque agitado, es débil (¡basta comprobar con cuántos países tiene frontera China!). EE UU está a unos 10.000 kilómetros de distancia de las zonas candentes de Extremo Oriente y a casi 6.500 de un Oriente Próximo cada vez más enloquecido. Cuenta con unas Fuerzas Armadas enormes, aunque resulte difícil determinar qué propósito estratégico tienen. Sus recursos agrícolas son ingentes, también (a pesar de las últimas sequías) sus reservas de agua potable seguras, así como otros activos nacionales, que van desde sus centros de investigación superior hasta sus recursos minerales. Además, en términos relativos, su futuro demográfico es halagüeño. Entonces, ¿qué necesidad tiene EE UU de correr de un lado para otro? ¿Por qué no quedarse quieto un momento, como hizo Roosevelt entre 1936 y 1941?
En segundo lugar, ¿por qué no admitir que la primera potencia mundial adolece de deficiencias constitucionales que la incapacitan para enfrentarse adecuadamente a cuestiones de política exterior? Lo que ahora estamos contemplando es un país paralizado que no puede tomar decisiones difíciles en el siglo XXI porque tiene una estructura de Gobierno del XVIII. Quizá lo que en la década de 1780 fuera un buen contrato, suscrito por 13 recelosos Estados, no sea tan ventajoso en un mundo como el nuestro, caracterizado por un cambiante contexto internacional (no es extraño que gran parte de las democracias de la Tierra hayan adoptado regímenes parlamentarios, no presidenciales). Al pertenecer el presidente estadounidense a un partido y estar con frecuencia el Congreso en manos del contrario, ¿cómo vamos a esperar que se tomen decisiones firmes en cuestiones delicadas como la política respecto a los palestinos o las formas de reducir el presupuesto de defensa? Frecuentemente, el presidente parece menos el comandante en jefe que un nuevo Gulliver amarrado por los liliputienses.
Para terminar, tenemos las dificultades que siempre encuentra el país para establecer prioridades en materia de política exterior. A falta de un gran ataque como el de Pearl Harbor, que llevaría a Estados Unidos a decretar una movilización bélica total, el Gobierno se ve sometido a las tensiones contrapuestas de grupos de presión o de intereses especiales, subgrupos étnico-religiosos y demás. Cuando HalfordMackinder escribió en 1919 en su obra clásica Ideales democráticos y realidad que “la democracia se niega a pensar estratégicamente a menos que las cuestiones de defensa la obliguen absolutamente a hacerlo”, seguro que estaba pensando en las batallas internas que tuvo que librar Woodrow Wilson en cuanto se firmó el armisticio de 1918. Es probable que la Administración actual, ante un Congreso hostil, sienta una sensación bastante similar.
Geopolíticamente, el país está tan seguro que en realidad no tiene que demostrar su “liderazgo”
Resumamos de nuevo los tres puntos: (1) geopolíticamente, Estados Unidos está tan seguro que en realidad no tiene que demostrar su “liderazgo” en ningún sitio (algo que, bien pensado, es una exigencia de lo más curiosa); (2) en la mayoría de los casos, la rigidez y la lentitud de movimientos que impone la Constitución estadounidense dificultan de manera determinante las acciones decididas, a no ser que el país se vea directamente atacado; y (3) cualquier posibilidad de elaborar una lista de prioridades en materia de política exterior se ve obstaculizada por todos los intereses que intentan impulsar la diplomacia y la estrategia de EE UU en una u otra dirección.
Así que, cualquiera que sea el ganador de las elecciones de noviembre, probablemente las políticas de Estados Unidos hacia el exterior sigan careciendo del convencimiento y de la decisión que tendría una gran estrategia y den una impresión, admitámoslo, de bastante indolencia. El consuelo es que, en vista de las ventajas reales del país y de las intrínsecas debilidades de China, Rusia, Irán, los ulemas musulmanes y todos los demás, quizá eso no sea tan malo.
Lamentablemente para todos los entregados grupos de presión y para nuestra caterva de estrategas de salón, este país puede seguir todavía un tiempo dejándose llevar por la corriente, hasta que se tope con un acontecimiento transformador. Pero, ¿qué acontecimiento podría ser ese? En la actualidad, ninguna opinión, ningún escenario posible me ofrece una respuesta convincente.
Paul Kennedy es DilworthProfessor de Historia, director de International Security Studies de la Universidad de Yale y autor o editor de 19 libros, entre ellos, Auge y caída de las grandes potencias.


lunes, 29 de octubre de 2012

Cómo poner fin al exilio fiscal


 
 Por Salim Lamrani
Opera Mundi


            El deseo del magnate francés Bernard Arnaud de adquirir la nacionalidad belga reaviva el debate sobre el exilio fiscal y el rechazo de los grandes patrimonios a cumplir sus obligaciones tributarias. No obstante, existe una solución simple y eficaz para poner fin a la evasión fiscal legal.

            Bernard Arnaud, primera fortuna europea y cuarta fortuna mundial con 40.000 millones de euros, cuyo salario anual se eleva a 10 millones de euros y cuyas inversiones generan cada año 200 millones de euros de ganancias, pidió su naturalización con el fin de conseguir la nacionalidad belga.[1] Algunos sospechan que el hombre más rico de Francia quiere escapar de su deber de ciudadano, igual que varias decenas de miles de exilados fiscales que eligieron instalarse en otros países como Suiza, Bélgica, Reino Unido u otros que ofrecen sustanciales ventajas a los más adinerados.[2]
            Entre 1988 y 2006, el 0,01% de los franceses más ricos, alrededor de 3.500 familias, vieron sus ingresos reales aumentar un 42%. A guisa de comparación, en el mismo periodo, el 90% menos pudiente sólo se benefició de un alza de 4,6%.[3] Así, la evasión fiscal legal e ilegal cuesta cada año 50.000 millones de euros al Estado francés. Con semejante suma, se podrían construir 500.000 viviendas sociales a 100.000 euros, o se podrían crear más de 1,5 millones de puestos en educación, salud, servicios sociales o cultura.
            En Suiza, en algunos cantones, los residentes extranjeros no pagan impuestos sobre sus ingresos o su patrimonio sino únicamente sobre sus gastos, lo que vuelve muy atractivos esos territorios para los más acaudalados. En este país, donde residen cerca de 2.000 exilados fiscales franceses, las 43 familias más adineradas acumulan una fortuna de 36.500 millones de euros.[4]
            Para responder a la problemática del exilio fiscal, el argumento dominante en Francia, que defienden el mundo económico, la derecha y una parte del centro-izquierda, consiste en promover una disminución de la tasa tributaria para las categorías más acaudaladas. Así, tras su elección en 2007, el antiguo presidente Nicolas Sarkozy adoptó el escudo fiscal, un dispositivo tributario según el cual no se pueden gravar los ingresos de un contribuyente más de un 50%.[5]
            No obstante, existe un mecanismo aplicable y eficaz para poner término a la evasión fiscal legal. Actualmente, la imposición está vinculada al lugar de residencia. Así, un exilado fiscal francés que elige vivir más de seis meses al año en Suiza se convierte automáticamente en contribuyente suizo y se beneficia de su legislación ventajosa. Sucede lo mismo para el francés que se instalase en Luxemburgo, Reino Unido o Bélgica.
            Para poner fin a este abuso que priva de importantes recursos al Estado francés, y por consiguiente a los ciudadanos, bastaría simplemente con vincular la imposición a la nacionalidad, y no al lugar de residencia, y aplicar una tasación diferencial. Este dispositivo acabaría automáticamente con esta plaga. Así, un contribuyente francés refugiado en Suiza que sólo pagara un 35% de impuestos en su nuevo lugar de residencia, en vez de un 41% en Francia por ejemplo, se vería obligado legalmente a pagar la diferencia al Estado francés, es decir un 6%, lo que haría inútil toda expatriación por razones de orden  fiscal.
            Esta práctica existe en países como Estados Unidos. Los ciudadanos estadounidenses instalados en el exterior pagan exactamente los mismos impuestos, conseguidos en cualquier parte del mundo, que sus compatriotas que viven en el territorio nacional. Desde un punto de vista técnico, todos los países del mundo entregan cada año al Departamento del Tesoro una lista de los estadounidenses que viven dentro de sus fronteras. Así, el exilio fiscal ya no resultaría posible y la única alternativa para escapar de los impuestos sería la evasión fiscal ilegal.
            Para contrarrestar este tipo de delito, el Congreso estadounidense adoptó una ley que permite a toda persona –en particular los empleados de los grandes bancos– que ofrezca información sobre los casos de fraude fiscal conseguir hasta el 30% de las sumas que recupera el Estado. Así, Bradley Birkenfeld, antiguo empleado del banco suizo UBS, obtuvo la suma de 104 millones de dólares por suministrar información, “excepcional a la vez por su tamaño y su alcance”, sobre los delitos de evasión fiscal que cometieron los clientes estadounidenses del Banco. Esta información permitió a los servicios tributarios estadounidenses recuperar la suma de 5.0000 millones de dólares y conseguir la lista de todos los delincuentes que tenían una cuenta en UBS.[6]
            Francia y las demás naciones, europeas y del mundo, deberían adoptar un modelo tributario que permitiera aplicar la tasación diferencial, vinculando la imposición a la nacionalidad y no al lugar de residencia. Del mismo modo, para luchar contra la evasión fiscal ilegal, que constituye una expoliación caracterizada de la riqueza nacional, los delincuentes de cuello blanco deberían recibir sanciones más severas, a la altura del daño causado. Entonces, los más adinerados tendrán que elegir entre su nacionalidad o su dinero.



*Doctor en Estudios Ibéricos y Latinoamericanos de la Universidad Paris Sorbonne-Paris IV, Salim Lamrani es profesor titular de la Universidad de la Reunión y periodista, especialista de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Su último libro se titula Etat de siège. Les sanctions économiques des Etats-Unis contre Cuba, París, Ediciones Estrella, 2011, con un prólogo de Wayne S. Smith y un prefacio de Paul Estrade.





[1] Ivan Letessier, «Bernard Arnault, première fortune de France», Le Figaro, 9 de septiembre de 2012.
[2] France Info «Exilés fiscaux: de quoi parle-t-on?», 13 de marzo de 2012.
[3] L’Humanité, «C’est la loi qui autorise l’évasion fiscale, elle peut donc aussi l’empêcher», 9 de marzo de 2012.
[4] Bilan, «Les Français, réfugiés politiques en Suisse?», 14 de diciembre de 2011.
[5] Le Figaro, «Bouclier fiscal: 750 millions d’euros en 2012», 4 de julio de 2012.
[6] 20 minutes, «Récompense record de 104 millions de dollars pour le dénonciateur d’UBS», 11 de septiembre de 2012.