miércoles, 21 de enero de 2015

Exige Cuba en la ONU compromiso con la paz y el desarrollo inclusivo.



El embajador de la Isla ante la ONU denunció el uso de la fuerza y la amenaza de emplear la misma contra naciones soberanas, la aplicación de medidas coercitivas unilaterales y los enormes gastos en materia militar

NACIONES UNIDAS.— Cuba demandó este lunes en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas compromiso político con la búsqueda de la paz, el enfrentamiento a las causas raigales de los conflictos y el impulso al desarrollo de la humanidad.

“La paz y la seguridad internacionales son inviables sin un desarrollo sostenible, equitativo e inclusivo que beneficie a todas las personas y a todos los pueblos”, afirmó el embajador de la isla ante la ONU, Rodolfo Reyes.

El diplomático intervino en un debate abierto del Consejo sobre el desarrollo inclusivo y su importancia para el mantenimiento de la paz, foro encabezado por la jefa de Estado de Chile, Michelle Bachelet, al corresponder a ese país sudamericano la presidencia del órgano de 15 miembros en enero.

Reyes lamentó que en pleno siglo XXI continúen en el planeta conductas que amenacen la coexistencia pacífica y la propia supervivencia de la especie humana.

En ese sentido, denunció el uso de la fuerza y la amenaza de emplear la misma contra naciones soberanas, la aplicación de medidas coercitivas unilaterales y los enormes gastos en materia militar, incluyendo los destinados a los arsenales nucleares.

“El mundo cuenta con los recursos necesarios para erradicar la pobreza, la desnutrición, el analfabetismo y muchas de las enfermedades que todavía diezman poblaciones enteras en muchos países”, advirtió.

De acuerdo con el embajador cubano, la carrera armamentista consume recursos que pudieran dedicarse al crecimiento económico y al bienestar social.

Los gastos militares totalizaron 1 756 billones de dólares en el 2012, el 2,5 % del Producto Interior Bruto mundial, dinero que debe reorientarse hacia actividades generadoras de desarrollo, porque con los recursos destinados a las armas podrían cumplirse muchas de las modestas metas del milenio, precisó.

En su discurso, Reyes abogó por enfrentar la pobreza y las desigualdades, en aras de erradicar las causas que motivan y alimentan los conflictos.

Asimismo, aseveró que la paz, la seguridad y el ejercicio de la autodeterminación de los pueblos, potencian las condiciones para la materialización del desarrollo sostenible, con inclusión, equidad y justicia social.

“La mayor contribución que puede realizar el Consejo de Seguridad al desarrollo inclusivo es ejercer su obligación de servir de valladar inexpugnable contra la ocupación extranjera, la agresión y las guerras de conquista; actuar como verdadero adalid del respeto a la soberanía de los estados, grandes y pequeños (...)”, expuso.

Respecto a la postura de Cuba de cara al progreso global, ratificó su decisión de seguir contribuyendo con sus modestos recursos al bienestar de los pueblos, sobre todo de los más necesitados.

La isla está comprometida con el apoyo a la cooperación internacional para el logro de un desarrollo sostenible con inclusión y justicia social, así como con la defensa de la paz y la seguridad internacionales, subrayó. (PL)


Prensa Latina


viernes, 16 de enero de 2015

El estadista sin mesura

Churchill, con uno de sus puros y su perro Rufus, retratado en su finca de Chartwell en 1950


Por Rafael Ramos







Político y estadista, militar, espía, premio Nobel de Literatura, reportero de guerra, pintor... la compleja figura de Winston Churchill, de cuya muerte se cumplen este enero 50 años, se eleva entre las demás como pocas en Gran Bretaña.


De Churchill está todo dicho, y Churchill lo dijo casi todo –sobre la guerra y la paz, el liberalismo y el comunismo, Europa y Estados Unidos, el imperio y las colonias, Hitler y Stalin, la naturaleza humana…– en sus 54 libros (algunos de varios volúmenes) y memorables discursos. Hablar de él sin referirse a su faceta de hombre político es imposible. Hablar de él sin utilizar sus citas no es imposible pero sí dificilísimo. Un desafío, una herausforderung, como dicen los alemanes con su pasión prosopopéyica. Pero por intentarlo que no quede…

El 50.º aniversario de la muerte del estadista –falleció en su casa del barrio londinense de South Kensington el 24 de enero de 1965– es una buena ocasión para surfear por el otro Churchill. Y en este caso, lo de “otro” da mucho juego, porque estamos hablando de un militar, un escritor, un premio Nobel de Literatura, un periodista, un reportero de guerra, un espía, un pintor y un bon vivant que no podía prescindir de tres cosas en su vida: los magnums de champán francés, los puros habanos y una siesta de hora y media. Lo mismo si tenía que atacar con su pincel impresionista un paisaje de la Costa Azul, defender los presupuestos generales del Estado o plantar cara a Hitler.

Para entender a Winston Leonard Spencer Churchill hay que tener en cuenta, antes que cualquier otra consideración, que se trató de un aristócrata, nacido con una cuchara de plata en la boca y acostumbrado a los privilegios. Y no un aristócrata cualquiera, sino vinculado a los duques de Marlborough (el séptimo fue su abuelo), una de las familias de más noble alcurnia y excelso pedigrí de las islas Británicas. Vamos, que por elemental coherencia jamás podría haber pertenecido al Partido Laborista. Y no lo hizo, pero sí a sus dos rivales de derechas, los conservadores y los liberales.

Siempre le faltaba dinero. Sólo en cajas de vino se gastaba el triple de su sueldo de diputado y pagaba la hipoteca de su casa de campo con los adelantos que le daban las editoriales.

El segundo rasgo definitorio del personaje es su enorme, casi ilimitada ambición y confianza en sí mismo. Lo quiso todo y consiguió casi todo lo que quiso: el reconocimiento, la gloria, la aventura, el éxito… Viajó por el mundo, combatió en la guerra, tuvo un feliz matrimonio del que nacieron cinco hijos y encontró tiempo para su trabajo y para sus hobbies, para combatir el nazismo y pintar óleos. A caballo entre los siglos XIX y XX, fue un auténtico hombre del Renacimiento, una versión inglesa de Miguel Ángel o Rafael, con el cigarro en la boca y el gesto patentado de la V de la victoria.

Primero fue aristócrata. Segundo fue militar, porque lo llevaba en la sangre, estudió en la Academia de Sandhurst y era cosa de familia (dedicada a su antepasado el primer duque de Marlborough compusieron los franceses, durante la guerra de Sucesión española, la canción de Mambrú se fue a la guerra). Y tercero fue periodista, en una época en la que el periodismo de guerra estaba muy bien pagado. Churchill, de hecho –y gracias a sus inmejorables contactos–, combinó las armas con la pluma, el trabajo como corneta en el Cuarto Regimiento de Húsares con las labores como corresponsal del Daily Graphic, el Morning Post o el Daily Telegraph en Cuba, Sudáfrica, Sudán y los confines noroccidentales de India, lo que hoy es Pakistán. Y de paso, enviaba informes a los servicios de inteligencia en un ejemplo pionero de lo que es el multitasking.

Churchill estaba acostumbrado a mucho, y de lo mejor, y costaba dinero. No es que faltara en su familia, pero su padre –que se había dedicado a la política– murió caído en desgracia y sin dejarle herencia alguna, excepto un magnífico techo, una inmejorable agenda de contactos y también algunos enemigos. Mal estudiante (detestaba el latín y las matemáticas) y un poco tartamudo, nada sugirió en sus primeros años que fuera a ser considerado tras su muerte el británico más importante de todos los tiempos. Tampoco cuando, recién cumplidos los 20 años, cruzó el Atlántico en barco y se las ingenió para ir a la guerra de Cuba adosado –el término aún no se había puesto de moda– en el ejército español al mando del general Suárez Valdés.

Aquel viaje del joven soldado Churchill es un magnífico espejo de su personalidad, incluidos los aspectos más polémicos, como el hecho de que se metiera en política en el Partido Conservador, se pasara a los liberales, permaneciera 20 años con ellos y regresara a los tories hasta el final de su carrera. O que –eran otros tiempos y nadie movió tan siquiera una ceja– recurriera a las más sofisticadas técnicas de ingeniería fiscal para no pagar prácticamente impuestos de sus enormes ingresos por la venta de libros.

Siempre le faltaba dinero, por mucho que tuviera. Sólo en cajas de vino se gastaba el triple de su sueldo de diputado, la idílica casa de Chartwell (en la campiña de Kent) era un lujo que no se podía permitir y pagaba la hipoteca con los adelantos que le daban las editoriales. “No se puede confiar en Winston –escribió uno de sus maestros del colegio de Harrow en el boletín de notas–. Es muy inteligente, pero de pésimo comportamiento, no para de hacer diabluras y constantemente falta al respeto”. Muchos rivales políticos, años después, suscribirían ese severo juicio.

Hombre de inagotables recursos, se lo montaba bien. Su madre, nacida en Brooklyn, hija de un importante empresario y abogado neoyorquino, fundador del American Jockey Club y dueño de un importante paquete de acciones en The New York Times, estaba conectada con los Roosevelt y los Vanderbildt y le proporcionó los contactos para llegar a Cuba desde Cayo Hueso, incorporarse como observador al ejército español, escribir cinco artículos muy bien pagados para el Daily Graphic y, de paso, informar al MI6 (inteligencia británica) sobre las tácticas y el armamento de los guerrilleros, y las posibilidades que tenían a su juicio de ganar la guerra. De un tiro mató por lo menos cuatro pájaros: hizo de soldado, periodista y espía, y además se sacó un dinerillo.

Fue, puede decirse, su primera gran aventura, hasta el punto de que pudo presumir de haber celebrado su 21 cumpleaños bajo el fuego enemigo en Arroyo Blanco. El lado romántico le hizo simpatizar con los rebeldes, pero la lealtad le llevó a identificarse más con el ejército español, que intentaba conservar los últimos vestigios de un imperio ya muerto.

El futuro primer ministro participó de joven como observador en la guerra de Cuba; viajó a India y Sudán; cubrió como reportero muy bien pagado la guerra de los bóers en Sudáfrica... Luego, decidió iniciar su carrera política.

Como reportero, sus crónicas eran entretenidas y estaban muy bien ambientadas, llenas de color local, pero daban por buena toda la propaganda de Madrid (a Antonio Maceo, por ejemplo, lo llama un “separatista negro”) y llegaban a conclusiones contradictorias. Unas no daban porvenir alguno a los insurgentes por su falta de organización, otras veían una “demanda unánime de independencia” y predecían su ­inminente triunfo. Unas simpatizaban con el “ansia generalizada de independencia”, otras apostaban por la permanencia del statu quo –es decir, el colonialismo– como menor de los males. Al principio se opuso a la intervención de Estados Unidos contra España, más tarde defendió la anexión norteamericana de la perla del Caribe. El hecho de que el joven Churchill utilizara la influencia familiar para conseguir permiso en el ejército y marcharse a Cuba –“no se sabe muy bien si de vacaciones o en qué concepto”, criticó un editorial del Newcastle Leader– provocó una considerable tormenta política en Londres de la que pasó olímpicamente. Podía permitírselo.

El futuro primer ministro (y ministro de Economía, de Interior, de las Colonias, de Defensa, Lord del Almirantazgo, líder de la oposición, etcétera) le cogió gusto al pluriempleo, y aquella excursión cubana no fue más que el aperitivo. Viajó a la India de Kipling, a las misteriosas montañas nevadas del Hindukush y a Sudán, donde participó en la batalla de Omdurman, más con la pluma que con el rifle, todo sea dicho.

De una escaramuza regresó orgulloso con un prisionero, que resultó ser un espía del ejército británico infiltrado en el enemigo, siendo el hazmerreír de sus compañeros y teniendo que presionar al corresponsal de la agencia Reuters para que no contara semejante humillación. De sus experiencias bélicas sacó en cualquier caso un par de libros, The Story of the Malakand Field Force y The River War. Tras escribir este último, decidió que el ejército era demasiado es­tresante y poco remunerado y que prefería el periodismo; fue nombrado corresponsal de guerra por el Morning Post, un diario conservador, y enviado con una fabulosa asignación de 10.000 libras a cubrir el conflicto entre ingleses y afrikáners en Sudáfrica (convirtiéndose así brevemente en el periodista mejor pagado de la historia). Al mismo tiempo era protagonista de los acontecimientos y los comentaba.

De la guerra de los bóers estuvo a punto de no regresar, y ello podría haber cambiado muchas cosas. En el transcurso de una expedición para estudiar el terreno a cargo de un capitán amigo suyo, el tren blindado en el que viajaban las tropas británicas fue objeto de una emboscada, y él, hecho prisionero y encerrado en una cárcel de Pretoria. El hombre que lo detuvo no fue otro que Louis Botha, futuro presidente de Sudáfrica, quien persuadió a sus compatriotas de apostar por el bando aliado y no por Alemania en el conflicto mundial.

Dos futuros estadistas habían cruzado armas, sin darse cuenta, en las praderas del Trans­vaal. Afortunadamente, las medidas de seguridad eran bastante laxas, y Churchill consiguió escapar al cabo de unos días, saltando la verja, y localizar las vías del ferrocarril. Tras recorrer cientos de kilómetros en un vagón lleno de carbón, llamó a la puerta de una casa, con la buena suerte de que era propiedad del único inglés de la región –“eres un tipo con estrella, cualquiera de mis vecinos te habría denunciado”, le dijo su anfitrión–. Consiguió cruzar la frontera de Mozambique y desde Lourenço Marques (hoy Maputo) se desplazó en barco a Durban, donde fue recibido como un auténtico héroe. Tenía 25 años. Y no sólo rentabilizó sus aventuras para sus columnas, sino que además decidió que ya era suficientemente famoso como para hacer carrera en Westminster y se presentó a diputado por Oldham, una ciudad dormitorio de Manchester.

Será recordado por su desafío al nazismo y la victoria en la Segunda Guerra Mundial y, por tanto, como el salvador de la libertad y la democracia. Pero el dibujo es mucho más complejo.

En un recorrido político de seis décadas y media, en el poder y en la oposición, como primer ministro y simple diputado, tiene que haber, por supuesto, de todo. Grandes triunfos y grandes fracasos. Churchill será siempre recordado por su desafío al nazismo y la victoria en la Segunda Guerra Mundial y, por tanto, como el salvador de la libertad y democracia en Europa. Pero el dibujo es mucho más complejo.

A caballo entre los tories y los liberales fue, en líneas generales, un conservador del ala moderada, clasista y de ley y orden, partidario de las reformas sociales, que supervisó de alguna manera el inevitable declive del imperio británico–no dudó en ordenar represiones sangrientas en Kenia y Malasia–. Subió los impuestos a los ricos para pagar el incipiente Estado de bienestar, estableció por primera vez un salario mínimo y modernizó la Marina, pero se opuso a su expansión.

Por otro lado, fue parcialmente responsable de la batalla de Gallipoli y el desastre de los Dardanelos, al insistir en la expedición, y propuso la utilización de gases venenosos contra las tribus rebeldes del Kurdistán. Adoptó una línea dura con los huelguistas –llegando a utilizar al ejército en el conflicto de los mineros galeses– y devolvió e l Reino Unido al patrón oro. Y tuvo la visión de darse cuenta de que con Hitler no era posible negociar, en contra de lo que pensaba su antecesor Neville Chamberlain (y muchos otros).

Abogaba por mantener la “independencia respecto a Europa”, lo cual probablemente le habría hecho muy reticente a la pertenencia a la UE. Apoyó el movimiento sionista en Palestina, a los antibolcheviques en Rusia y a Eduardo VIII en la crisis de la abdicación. Se opuso a la independencia de India. En unos affaires de Estado mostró magnífica visión, en otros, pésima. La revista The Spectator lo denunció en su día como “un demagogo sin escrúpulos, con un ego descomunal, que busca demasiado el protagonismo, la acción y el melodrama”. El líder liberal lord Asquith se refería a él como una “criatura brillante, pero ­carente por completo de convicciones”.

De carácter ligeramente depresivo, los reveses y las críticas le afectaban más de lo que podía parecer a primera vista y también las constantes preocupaciones económicas. Y encontró su refugio en la pintura, por sugerencia de su cuñada Gwendoline. Con la ayuda de maestros de tanto renombre como Walter Sickert, pintó su querida casa de Chartwell, el sur de Francia, la Bretaña, Egipto y las montañas del Atlas en más de 500 cuadros de estilo impresionista respetados por los críticos y que se han vuelto muy cotizados con el tiempo –por uno de ellos, en una subasta en Sothebys’s, acaban de pagarse 2,2 millones de euros–. La pintura fue para él no sólo un hobby sino una terapia, sobre todo en la década de los treinta, cuando la Gran Depresión hundió el valor de las acciones que tenía en Wall Street, y atravesó una época de relativo ostracismo político.

Tuvo el don de la palabra, escrita y hablada, y ganó la guerra en buena parte gracias a su capacidad para convertir la política en un argumento y a un lenguaje que conmovió a sus compatriotas.

Pero incluso cuando fue primer ministro, o en plena guerra, siempre encontró tiempo para echarse una buena siesta, fumarse un puro, tomar una copa de champán o de coñac, pintar y escribir. Más que escribir, dictar, porque descubrió que era más rápido y necesitaba producir libros en cantidades ingentes para atender a sus obligaciones con los editores, de quienes era deudor –superado por los plazos, para algunas obras contrató historiadores de Oxford y negros que hicieron el trabajo por él–. Después de cenar, a eso de las diez de la noche, convocaba a su secretaria en el despacho, y allí componía fragmentos de su Historia de los pueblos de habla inglesa en cuatro volúmenes, por ejemplo, hasta que apagaba la luz a las dos de la madrugada. Dos mil palabras, ese era su objetivo.

Churchill fue un hombre de acción, un político que desvió el curso de los acontecimientos, y también un gran escritor, premio Nobel de Literatura de 1954 por su “dominio de la descripción histórica y biográfica, así como por una oratoria brillante en la defensa y exaltación de los valores humanos”. Siempre tuvo el don de la palabra, escrita y hablada, y ganó la guerra en buena parte gracias a su capacidad narrativa para convertir la política en un argumento, a un lenguaje shakespeariano que conmovió a sus compatriotas y los llevó a las trincheras, a los tanques, a las estaciones de metro convertidas en búnkers antiaéreos. Sin esa gracia, no habría sido ni la mitad del primer ministro y el líder que fue.

Y es aquí cuando vendría como anillo al dedo, para redondear el artículo, alguna de las muchas célebres citas de Churchill. Digamos que evitarlas no ha sido imposible, pero ha costado sangre, sudor y lágrimas. Así que acabaremos, como recompensa, con una de Bernard Shaw, que sí está permitido: “El hombre razonable se adapta al mundo, el hombre no razonable intenta que el mundo se adapte a él, por lo tanto todo progreso depende del hombre no razonable”.

Churchill no era un hombre razonable. En un ensayo llamado El sueño, cuenta que una vez se le apareció el fantasma de su padre y le preguntó qué había hecho de provecho en la vida. Y Churchill no mencionó la política ni la guerra, sino que le contestó: “He sido periodista y escritor”. Ante lo cual el fantasma, decepcionado, dio media vuelta y se marchó.


miércoles, 14 de enero de 2015

Tres preguntas básicas sobre el restablecimiento de relaciones entre Cuba y EE.UU.



Por Jesús Arboleya Cervera

¿Qué pasó?

No conozco un solo analista que predijera la envergadura de los acuerdos alcanzados en las negociaciones entre Cuba y Estados Unidos y debemos agradecérselo a ambos gobiernos.

La discreción alcanzada es muestra del interés de los involucrados, incluyendo el Papa Francisco y el gobierno de Canadá, reflejo del deseo mundial por resolver este problema.

Las negociaciones se desarrollaron con un alto grado de profesionalidad y en un clima de igualdad soberana y respeto mutuo, como había exigido la parte cubana, cuidando que todos los detalles reflejaran esta condición.

Ambos gobiernos lograron lo que querían:

- La liberación de personas que constituían un reclamo popular y un problema para la política exterior de los dos países.

-Obama aprovechó el momento para rediseñar su política hacia Cuba, establecer un legado histórico de su administración, fortalecer su imagen doméstica y eliminar un escollo en sus relaciones internacionales, especialmente en América Latina.

-Cuba, por su parte, obtuvo una victoria política de resonancia internacional que contribuyó al estímulo de la moral interna y se liberó, al menos en parte, de trabas que pesaban de manera extraordinaria sobre sus posibilidades de desarrollo económico.

¿Por qué pasó?

El gobierno de Estados Unidos actuó por razones que trascienden el caso de Cuba y responden tanto a sus intereses nacionales, como de manera específica a los del partido demócrata de cara a las elecciones de 2016.

Aunque la versión oficial norteamericana hace énfasis en la necesidad de cambiar los métodos de su política hacia Cuba, factores objetivos demuestran que no solo la inadecuación de los métodos hizo insostenible esa política.

Durante más de medio siglo, Cuba ha demostrado su capacidad para resistir una política subversiva integral, donde solo ha faltado la invasión militar directa. Una posibilidad siempre presente en la política exterior de Estados Unidos, que por diversas razones no se atrevió a aplicar en Cuba.

Como han reconocido el propio Obama y su secretario de Estado, John Kerry, la política contra Cuba terminó por aislar a los Estados Unidos a escala internacional y particularmente en América Latina, poniendo en peligro la propia existencia del sistema panamericano, a través del cual se ha articulado la hegemonía norteamericana en la región.

Devino, además, una política impopular en los Estados Unidos, contraria a grupos económicos interesados en el mercado cubano e incluso perdió mayoría en la base social que le servía de sustento dentro de la comunidad cubanoamericana, planteando oportunidades para el partido demócrata con vista a las elecciones de 2016, de manera especial en el estado de la Florida.

¿Qué podemos esperar?

La interrogante principal es la posible reversibilidad de las medidas tomadas por el gobierno de Obama, ya sea por la actuación de la mayoría republicana en el congreso o por un cambio en el escenario político, si triunfa el candidato de ese partido en las próximas elecciones.

El presidente Obama actuó dentro de las potestades ejecutivas que le otorga la ley Helms-Burton. Aunque ciertos congresistas, especialmente la extrema derecha cubanoamericana, tratarán de poner cuantos obstáculos sean posibles a la implementación de su política, para el congreso resultará muy difícil impedir que el presidente actúe hasta donde crea conveniente dentro del marco que le permite la ley.

De hecho, los republicanos no estarán en condiciones de presentar un bloque cohesionado contra estas decisiones, dado que importantes sectores republicanos también apoyan el cambio de la política hacia Cuba. No parece entonces que el tema de Cuba será el escogido por ese partido para articular un frente contra el presidente, como ocurrirá en otros asuntos de la política doméstica y exterior del país.

Sin embargo, Obama tampoco puede avanzar más allá si no es revocada la ley Helms-Burton y aquí los sectores republicanos que se oponen a los cambios tienen la posibilidad de impedir que el tema sea incluido en la agenda del congreso. La lógica indica que los líderes republicanos en ambas cámaras actuarán de esa manera, para impedir un cisma dentro del partido y así ya lo expresaron públicamente.

De resultas, el escenario más probable de la política hacia Cuba en los próximos dos años es que transcurrirá dentro de los límites que impone la ley Helms-Burton y sus avances dependerán de la voluntad del presidente.

Aunque es cierto que esta política puede ser modificada de un plumazo por cualquiera que asuma la presidencia en 2016, no resulta nada extraño en la conducción de la política exterior norteamericana, donde el presidente generalmente disfruta de estas facultades.

El sostenimiento de lo alcanzado dependerá entonces de los avances que se logren en los próximos dos años y los intereses económicos y políticos que, como resultado de esto, se desarrollen en Estados Unidos respecto a Cuba, influyendo en la actuación de quienquiera sea el futuro presidente de esa nación.

El reto de la política cubana será facilitar estos progresos, sin menoscabo de su soberanía y sus propios intereses nacionales. Un problema serán los conflictos resultantes del mantenimiento del bloqueo en muchos aspectos, problemas pendientes entre los dos países y la insistencia de Estados Unidos en mantener una política de “promoción de la democracia”, que implica una injerencia en los asuntos internos de Cuba.

Otros temas de confrontación surgirán de manera inevitable de las diferencias resultantes de la política exterior de ambos países. Prácticamente será un hecho en casi todos los escenarios internacionales, pero de manera especial en América Latina, donde la política norteamericana continúa siendo muy agresiva contra los gobiernos y los movimientos progresistas de la región.

El significado de la “normalización” de las relaciones recientemente alcanzado, será entonces lograr establecer un clima de convivencia entre dos contrarios, que en el proceso negociador tampoco ocultaron sus diferencias.

Con todo los inconvenientes que esto implica, ha sido un paso civilizador que ojalá sirva de ejemplo al resto del mundo y logre imponerse en el futuro que nos espera.

Jesús Arboleya Cervera, doctor en ciencias históricas, autor de numesos libros sobre las relaciones entre Los EEUU y Cuba, así como la Comunidad cubano-americana. 

Fuente: Progreso Semanal