viernes, 25 de noviembre de 2016

La victoria de Trump: una aproximación preliminar (I parte)

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Por Luis René Fernández Tabío y Hassan Pérez Casabona⃰

Acaba de finalizar dramáticamente la contienda política más seguida, por motivos de diversa índole, en todo el orbe. Existe consenso también en que fue el ejercicio electoral más deslucido que se recuerde en Estados Unidos en las últimas décadas. Buena parte de esa opacidad estuvo relacionada con los candidatos que se enrolaron en le etapa decisiva de la lid, concebida de principio a fin como espectáculo en el que se exacerbaron aspectos fatuos, en relación con la trayectoria de cada rival.

De un lado, como representante del Partido Demócrata, Hillary Diane Rodham Clinton, nacida el 26 de octubre de 1946 en Illinois y graduada de abogada en la prestigiosa Universidad de Yale (aunque reside hace años en Nueva York, donde hizo despegar su carrera política) mientras que en el otro, como exponente del Partido Republicano, irrumpió Donald Trump, multimillonario nacido el 14 de junio de 1946 en la Babel de Hierro, que cimentó su fortuna básicamente en los negocios inmobiliarios y en interacciones con el sector de los grandes medios de comunicación.

El resultado, la victoria del controvertido magnate, echó por la borda las predicciones de la mayoría de los analistas, medios de prensa y encuestadoras. Desde ese punto de vista representó una de las mayores sorpresa en el escenario político de ese país, revelando al mismo tiempo factores, contradicciones y estados de ánimo que se minimizaron o ignoraron y que en la práctica tuvieron un peso superior a lo que se vaticinó.

Desde bien entrada la noche de este martes 8 de noviembre, aunque las señales de preocupación sobrevinieron desde las primeras horas de la jornada, comenzaron a sucederse las preguntas, cual cascada de dudas, miedos e intentos de encontrar respuesta a un rompecabezas sui géneris. ¿Cómo podría imponerse un hombre que denigró públicamente a las mujeres, humilló a las personas procedentes de otras latitudes y cuestionó a figuras con la categoría  de héroe en ese país? ¿Ganaría en verdad quien desafió las bases establecidas a lo largo de 150 años, afirmando que aceptaría los resultados solo si le eran favorables?


No fue un acto de magia su triunfo, sino la resolución mediante el voto de una serie de problemas que hace mucho tiempo subyacen en Norteamérica y que tienen como génesis sus propias raíces identitarias. Por si fuera poco, la agrupación republicana mantuvo la mayoría en ambas cámaras del Congreso, creando un escenario que los expertos también desconocían.

El propósito del presente trabajo es analizar preliminarmente, integrando aspectos históricos, económicos y políticos, un acontecimiento cuyo impacto se ha hecho sentir de inmediato en múltiples campos, incluyendo la caída estrepitosa de los principales índices bursátiles en los mercados financieros, así como la proyección incierta que se deriva del mismo.

Cayeron dos mitos en cinco días.

En la madrugada del pasado 3 de noviembre el conjunto de los Cachorros de Chicago, dentro de la Major League Basaball, se impuso espectacularmente a los Indios de Cleveland, en el séptimo juego de la denominada Serie Mundial, choque seguido por casi 50 millones de espectadores, la mayor cifra desde 1991. Los “Cubs” no ganaban en esa instancia desde 1908 y su última incursión databa de 1945, poco antes de que naciera Donald Trump.

Se explicaba el infortunio para el elenco de la Ciudad de los Vientos invocando la llamada “Maldición de la Cabra”.  Desde que arrancó la temporada en abril, sin embargo, muchos pronosticaron un probable triunfo del equipo azul, lo contrario de lo que sucedió con la aspirantura del acaudalado empresario, convertido ahora en el cuadragésimo quinto presidente de Estados Unidos.

La contienda entre Clinton y Trump, por cierto, fue la primera desde 1944 entre dos figuras con tales vínculos con la icónica urbe (obviamente desde la perspectiva de las personas vinculadas a las altas finanzas, los negocios y la fashion, que pululan en Greenwich Village y el alto Manhattan, no desde la óptica de los negros de Harlem o los latinos del Bronx) cuando el gobernador de Nueva York, Thomas E. Dewey, compitió contra Franklin D. Roosevelt, quien finalmente resultó ganador.

La Clinton se inscribió en esta batalla exhibiendo una de las experiencias más sólidas de cualquier período, en cuanto al tránsito por responsabilidades de primer orden antes de optar por la presidencia, acendrada fundamentalmente en sus ocho años como senadora por Nueva York (2000-2008) y el cuatrienio de labor como Secretaria de Estado (2009-2013), en la primera administración de Barack Obama.

A su currículum también se incorporaban las vivencias como primera dama, durante los ocho años en que su esposo William Jefferson Clinton (1992-2000) fungió como el mandatario 42 de ese país, y el desempeño en situación similar, mientras su cónyuge actuaba como gobernador de Arkansas, entre 1979 y 1981, y 1983-1992.

Si ello pareciera insuficiente habría que tomar nota de que compareció ante un jurado en su condición de primera dama –nunca antes ello había sucedido- por las irregularidades destapadas con Whitewater, que involucraron a su esposo en Arkansas, y que recibió, hecho que casi no se recuerda hoy, un premio de la Academia de la Música de EE.UU. En 1996 asombró que obtuviera el Grammy al mejor álbum hablado, por la versión en audio de su libro, It Takes A Village And Other Lessons Children Teach Us, que se tradujo como Es labor de todos: Dejemos que los niños nos enseñen.

Trump, el otro contendiente, concursó con un aval en la materia prácticamente nulo, considerando que toda su vida está relacionada con los negocios y no con la asunción, ni siquiera en la base, de tareas asociadas a la dirección política. En los últimos 60 años nadie sin recorrido en este campo había sido electo como gobernador estadual o senador federal, lo que refleja la osadía del exponente de la esfera de bienes raíces.

Su anuncio de enrolarse en la justa no solo sorprendió sino que fue muy poco tomado en serio en la apertura, dada la presencia dentro del Grand Old Party de figuras con poderío en estos menesteres, como el ex gobernador de Florida Jeb Bush y los senadores Marco Rubio, por ese mismo estado, y Ted Cruz, por Texas.

Sus cartas credenciales eran exclusivamente levantar un emporio inmobiliario, con la construcción de torres y complejos con su nombre en varias ciudades del mundo y participar como patrocinador de concursos de belleza y otros programas televisivos.

En la medida en que el “torneo” avanzó, Trump no solo fue dejando en el camino a los adversarios que encontró dentro de su partido, sino que se erigió en fenómeno pocas veces visto, incrementando su ascendencia en determinados sectores, más allá de barrabasadas, desaguisados, ofensas y desaciertos de todas clase, con el agravante de ser expresadas esas ideas disparatadas en el tono de los programas humorísticos.

La manera en que dicho discurso fue asimilado por millones de votantes es algo que merece estudios de la mayor profundidad, si bien ello pone al descubierto la involución experimentada por la sociedad estadounidense, la cual probablemente habría descartado a Trump en los primeros pasos años atrás, si este se hubiera aparecido con esas posiciones misóginas, xenófobas y de ataques furibundos a los inmigrantes.
[1]

Ahora, por el contrario, este personaje recibió una patente de corso a sus propuestas, en la misma medida que ello supone un castigo de la mayor relevancia al establishmet tradicional y sus figuras paradigmáticas. El hastío por el funcionamiento del sistema político, y esencialmente por las personas que han hecho carrera en este frente a lo largo de décadas (como Jeb Bush y Hillary Clinton) marca pautas no solo en esa nación, sino dentro de la sociedad capitalista en general.

Sin que todos los casos sean exactos ni mucho menos, ahí están los ejemplos de Silvio Berlusconi en Italia, Roberto Martinelli en Panamá, Sebastián Piñera en Chile o Mauricio Maccri en Argentina. Cada uno de ellos mostró como punta de  lanza sus fortunas exorbitantes. Dicha solvencia la presentaron, en el momento de inscribirse en la carrilera de las competencias políticas, como símbolo de efectividad, eficiencia, capacidad organizativa y liderazgo, en un contexto de crisis estructural del sistema.

Rivales o… amigos para siempre.


En el pasado, Trump compartió de manera distendida con los Clinton
En el pasado, Trump compartió de manera distendida con los Clinton
Con independencia de la hostilidad que caracterizó desde la arrancada el duelo entre estos adversarios, incluyendo de manera especial los tres intercambios face to face que tuvieron lugar en los debates televisivos efectuados entre el 26 de septiembre y el 19 de octubre, Clinton y Trump no siempre fueron enemigos.

Como es legítimo suponer, dada la condición de exponentes de la élite de una sociedad –ese 1% que detenta el poder y contra el que se reveló el movimiento Ocuppy Wall Street– llegaron a compartir en múltiples momentos, tanto en lo público como en lo privado, clara evidencia de que los nexos sobre los que construyeron sus historias de vida son mucho más robustos que las divergencias que la contienda exasperó.


Dicha conexión fue resaltada en un extenso artículo publicado el pasado martes 2 de noviembre por The New York Times.  “La amistad, desde ambos lados, fue una transacción. No es algo personal, como se diría en El Padrino, son solo negocios. La vida de Trump en Nueva York estuvo siempre encaminada a promover la manera de hacer dinero para los negocios de su familia. Fue exactamente igual en el caso de los Clinton”.

En el texto  se recoge la valoración de Bernard Kerik, comisionado de policía en esa urbe que fue invitado a la tercera boda de Trump y que luego cumplió un tiempo en prisión por fraude en el pago de impuestos y otras felonías. “Ellos jugaron el mismo juego, en la misma ciudad, con las mismas cosas en mente”, declaró. [2]

La victoria de Trump evitó que Clinton se  consagrara como la primera mujer presidenta de Estados Unidos, lo que habría sido sin dudas un acontecimiento histórico. Ello tampoco implicaría que  se solucionasen los complejos problemas por los que atraviesa esa sociedad. De hecho, esta batalla electoral resultó sustancialmente diferente a la que en el 2008 lanzó a ese puesto al primer mandatario de ascendencia afroamericana. Si en aquella hubo entusiasmo entre múltiples sectores, especialmente los jóvenes, en esta ocasión no ocurrió así, marcando la contienda una apatía impresionante. [3]

Antes de ella, lo más lejos que llegaron las féminas en ese país fue en 1984, cuando el demócrata Walter Mondale escogió como compañera de ticket en la vicepresidencia a  Geraldine Ferraro y en el 2008, oportunidad en que el republicano John McCain, intentando paliar el efecto generado por el joven Barack Hussein Obama, apostó a la controvertida Sarah Pailin, opción que a todas luces se volvió en su contra. En ambos casos estas propuestas fueron derrotadas, en el primero de ellos por el tándem Ronald Reagan- George H. Bush y, más cercano en el tiempo por la dupla Obama-Joe Bidem.

Ese éxito de Reagan (quien en dos ocasiones se desempeñó como gobernador de California,  y antes jugó un papel nefasto en su condición de líder del sindicato de actores de Hollywood, en época de las persecuciones durante el macartismo) es el más aplastante de la historia, con 525 votos electorales a su favor por solo 13 el contrincante.

En 1980, el propio Reagan -quien con su llegada a la Casa Blanca representó una ruptura con la tradición liberal impuesta por el New Deal– alcanzó 489 por 49 James Carter, la tercera mayor diferencia en estas lides. En segundo lugar aparece su correligionario Richard Nixon, quien en 1972, derrotó a Magovern 520 por 17. La alegría de “Dirty Dicky”, pese a ello, fue efímera pues poco tiempo después se vio forzado a dimitir tras el escándalo de Watergate.

Los triunfos más cerrados, antes del conseguido por Trump, tuvieron asimismo como protagonistas a los republicanos. En el 2000 George W. Bush le usurpó el máximo escaño gubernamental al vicepresidente Al Gore –valiéndose del fraude en Florida 271 por 266. Cuatro años más tarde repitió la dosis, apoyándose esta vez en engañifas en Ohio, para desbancar al otrora senador por Massachuttses John Kerry, quien culminará próximamente su actuación como Secretario de Estado, 286 por 251.

En otro orden de resultados George H. Bush derrotó a Micahel Dukakis 426 por 111, sin embargo cayó en 1992 ante Bill Clinton 168 por 378. El esposo de Hillary superó en 1996 a Dole 379 por 159. Barack Obama, por su parte, desbancó a John McCain 365 a 173 y, en el 2012, 332 a 206 a Mitt Rommey.

El representante del Partido Republicano, obtuvo esta vez el éxito con 279 por 228 votos electorales, sobreponiéndose al hecho de que en sus últimos actos de campaña debió concurrir a ellos solo, producto de las discrepancias con la cúpula de su partido y otras importantes personalidades que se demarcaron de sus propuestas.

Acudir a celebridades como el campeón de la NBA, Lebron James, no les bastó para llegar a la Casa Blanca
Acudir a celebridades como el campeón de la NBA, Lebron James, no 
le bastó a Hillary Clinton para llegar a la Casa Blanca
Hillary, en el sentido opuesto, desplegó en los finales un ritmo trepidante, en el que involucró en actos simultáneos al presidente Obama, su esposa Michelle, Bill Clinton, Bernie Sanders y otras muchas figuras del arte, el deporte y el mundo del espectáculo en general, sector que la respaldó casi de manera unánime.

Fue común en las horas conclusivas verla acompañada lo mismo del sensacional basquetbolista Lebron James, que de la afamada guionista de series televisivas Shonda Rimes, del  matrimonio líder  en el mundo del entretenimiento que conforman Beyoncé y Jay Z y por figuras del glamur de Madonna, Jennifer López, Marc Anthony, Leonardo Di Caprio y otros.

Una de las pocas excepciones fue la de Susan Sarandon, quien declaró que no iría a las urnas “guiada por el sentido de su vagina”. “Si respaldara a Clinton, añadió, estaría votando por el mal menor y ese es un error que llevamos mucho tiempo cometiendo”.

Todo ello no fue suficiente para imponerse, poniendo el dedo sobre la llaga además en las extraordinarias diferencias existentes entre los sectores intelectuales y el “mundo  profundo” dentro de ese país, si bien en ello poseen un marcado peso determinados estamentos.

Es una paradoja, en toda la línea, que la nación con mayor número de universidades, centros científicos e instituciones de la más variada gama escoja a una figura como Trump que encarna precisamente lo contrario. Ello es testimonio de cuán pragmática y carente de cultura política está esa sociedad, movida en última instancia por resortes utilitarios, sin medir las consecuencias de dichos mecanismos en la mayoría de los ámbitos, tanto domésticos como internacionales.

La contienda colocó sobre el tapete el desgaste de la clase dominante en general y las debilidades de la coalición demócrata encabezada por Obama, desalentada y frustrada por los reducidos y contradictorios resultados de su gestión. Hillary Clinton tuvo en contra problemas de imagen, credibilidad, y falta de firmeza en su discurso, además de verse envuelta en escándalos como el relacionado con el uso de los correos electrónicos.

A ello se sumó el ascenso de Bernie Sanders (autoproclamado socialista) figura con una postura más cercana a las bases demócratas insatisfechas, en cierto modo reformista y progresista, quien fue excluido de la nominación de su partido y la mayoría de sus simpatizantes se decantaron hacia la opción de la candidata de los verdes. El endoso político de Sanders, evidentemente, no logró favorecer a Clinton.

En síntesis fue una elección de ruptura, definida por la propuesta del cambio a favor de Trump, en lugar de la continuidad representada por Clinton, si bien ambas posturas son complementarias con independencia de quien ganara en las urnas. En los dos casos, eso sí, girando hacia la derecha y con enfoques sustancialmente más agresivos y conservadores que los observados durante la administración que concluye.

Debe recordarse que Obama, más allá de sus ancestros africanos, no representaba a ese grupo, sino a la clase gobernante del país, y pese a falsas percepciones, nunca fue, ni pretendió ser, un reflejo de figuras emblemáticas como Martin Luther King o Malcon X.

Hay que reconocer, en el caso de Trump, el beneficio que representó a su candidatura ser un individuo externo a la clase política de Estados Unidos (outsider) tan desprestigiada por la parálisis y falta de resultados tangibles sobre todo en temas cruciales.

Estados Unidos es una nación distinguida por la concentración de la riqueza y el poder económico y financiero; el estrechamiento de las capas medias y el aumento de la pobreza y calidad del empleo.  Trump supo interpretar básicamente desde los valores identitarios de los hombres blancos, anglosajones y protestantes (el denominado WASP, por sus siglas en inglés) la frustración que se apoderó particularmente de ese sector en los últimos años y articular al mismo tiempo una propuesta funcional a dicha perspectiva, que demostró ser mucho más potente que lo pronosticado.

Su tendencia política, la cual intentaremos examinar en alguna medida, sin duda debe orientarse al conservadurismo y la reacción, pero con rasgos diferentes a los conservadores tradicionales. Se trata de un nacionalismo de derecha, en defensa del sueño americano –America First es su basamento- lo que también representa, al menos en el plano discursivo, una ruptura con la tendencia al libre comercio.

Fernández Tabío es Dr. en Ciencias Económicas y Profesor Titular del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana y Pérez Casabona es Lic. En Historia; Especialista en Seguridad y Defensa Nacional y Profesor Auxiliar de la propia institución. 

Notas, citas y referencias bibliográficas.

[1] Así como ocurrió en el pasado reciente con el presidente George W. Bush, que trascendió además de por sus incursiones guerreristas en Afganistán e Irak por las incongruencias en buena parte de sus intervenciones públicas, Trump obtuvo lugar privilegiado en el acápite de las figuras que pronuncian frases que destilan desprecio por lo diferente. Sus ataques a los que proceden de otras regiones, especialmente los mexicanos, fue una constante en las apariciones públicas. Estos son algunos ejemplos:”México tuvo una gran noche en los Oscar. Y cómo no, si está acostumbrados a arrebatarnos lo nuestro más que ninguna otra nación”, 24 de febrero de 2015, luego de que Birdman, de Alejandro G. Iñárritu arrasara en la premiación. “No quiero nada con México más que construir un muro impenetrable y que dejen de estafar a EE.UU.”, 6 de marzo de 2015, vía Twitter. “México no se aprovechará más de nosotros. No tendrán más la frontera abierta. El más grande constructor del mundo soy yo y les voy a construir el muro más grande que jamás hayan visto. Y adivinen quién lo va a pagar: México”,11 de mayo de 2015, South Carolina Freedom Summit. “México no es nuestro amigo. Nos está ahogando económicamente”,16 de junio de 2015, discurso de lanzamiento de su candidatura para las primarias del Partido Republicano. “Cuando México nos manda gente, no nos mandan a los mejores. Nos mandan gente con un montón de problemas, que nos traen drogas, crimen, violadores…”, 16 de junio de 2015, discurso de lanzamiento de su candidatura para las primarias del Partido Republicano. “Los mayores proveedores de heroína, cocaína y otras drogas ilícitas son los carteles mexicanos, que contratan inmigrantes mexicanos para que crucen la frontera traficando droga”, 6 de julio de 2015. “Si miran los lugares como México, están matando nuestra frontera… Esto tiene que acabarse, amigos”, 2 de marzo de 2016, discurso tras el Supermartes electoral. “Es una decisión fácil para México: hagan un pago único de 5-10 mil millones de dólares para asegurar que continúe el flujo de 24 mil millones de dólares (de remesas) al país al año”, 31 de marzo 2016, en una carta al Washington Post explicando sus planes para financiar la construcción del muro fronterizo. “Los mejores tacos son los que se hacen en el restaurant de la Torre Trump. ¡Me encantan los hispanos!”, 5 de mayo de 2016 vía Twitter. “Espero que tengan seguro antisecuestros”, 2 de junio de 2016, sobre los participantes de un importante campeonato de golf que se trasladó a Ciudad de México para no ser disputado en una de sus propiedades en Doral, Miami. Ver: “10 frases de Donald Trump sobre México y los mexicanos que “le ponen picante” a su reunión con Enrique Peña Nieto”, en: http://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-37231890
[2] Maureen Dodd: “When Hillary and Donald Were Friends. The story of their transactional relationship offers a window on rarefied New York”, en: http://www.nytimes.com/2016/11/06/magazine/when-hillary-and-donald-were-friends.html
 [3] Sobre las diferencias entre ambos momentos, además de otros tópicos, amplía  Stephen M. Walt, en: “Will America’s Good Name Survive the 2016 Election?”, http://foreignpolicy.com/2016/11/04/will-americas-image-survive-the-2016-election-trump-clinton/

 http://www.trabajadores.cu/20161109/la-victoria-de-trump-una-aproximacion-preliminar-i-parte/

La victoria de Trump: una aproximación preliminar (II parte)

Por Luis René Fernández Tabío y Hassan Pérez Casabona *



Donald Trump festeja su victoria en las primeras horas.
Donald Trump festeja su victoria en las primeras horas.

A solo unas horas del casi nulo vaticinado triunfo del candidato republicano Donald Trump, continúan los análisis en múltiples direcciones.[1] Lo trascendente, en nuestra apreciación, es ir más allá de la cuestión fáctica para aproximarnos a las razones sustantivas que, de una u otra manera, determinaron el curso de los acontecimientos.

Resulta importante desentrañar el lugar que ocupa el proceso electoral dentro del sistema político de Estados Unidos. Las elecciones son un momento singular, donde se ponen de manifiesto las tendencias latentes en los distintos niveles de la sociedad, y emergen las contradicciones esenciales dentro de las diferentes coaliciones que son cortejadas por los dos partidos dominantes de la clase política en el país: Republicanos y Demócratas. A lo que se suma la concepción de reality show a lo largo de todo el proceso, tendencia que se acentuó en el 2016.

Ellas no están concebidas para representar las aspiraciones de las grandes mayorías. El sufragio indirecto es un mecanismo en ese sentido que hace posible, como sucedió en esta oportunidad, que el llamado voto popular no determine la elección, la cual se dirime a través de los relacionados con el colegio electoral. [2]

En realidad ese sistema tangencial de escoger al mandatario facilita preservar el status quo, garantizando que el gobierno se mantenga en manos de la clase dominante que rige los destinos de esa nación, específicamente la élite financiera que la encabeza.

Recordemos que, dentro de la democracia liberal capitalista, las personas adquieren determinado relieve apenas durante el período electoral, reduciéndose la labor ciudadana a los  comicios y no a la participación consciente y sistemática en el diseño y ejecución de acciones, encaminadas a satisfacer las demandas de las grandes mayorías.  Las contradicciones políticas, económicas y sociales que se aprecian, en un país multiétnico, multirracial, multireligioso, y profundamente dividido, no encuentran solución en ese sistema creado por los Padres Fundadores. [3]

Dicho entramado no fue diseñado con ese propósito, sino para la defensa del capitalismo liberal. El llamado “Credo americano” se nutre de los sentimientos de superioridad estadounidense a escala global, permeado además por una visión mesiánica dentro del imaginario colectivo, que entronca con la percepción que tienen de sí mismos desde la etapa primigenia de esa nación. [4]

El soporte del mismo descansa sobre dos partidos fundamentales, si bien ello es cada vez más cuestionado. La contienda que recién concluyó se presentó como una “elección crítica” -lo que implicó un realineamiento de esos conglomerados- sin que ella decretara la defunción de ese sistema. [5]

A dichas formaciones se añadieron otras menores como el Partido Libertario, con el candidato Gary Johnson, y los ecologistas, con Jill Stein, que en alguna medida lograron atraer  a sectores desencantados con el sistema bipartidista.

En una rápida mirada a estas dos agrupaciones complementarias, observamos con relación a la primera de ellas, que los libertarios cuentan con poco más de 400 000 afiliados en toda la Unión. Surgieron en 1971 y tienen como inspiración las ideas de la filósofa y novelista estadounidense de origen ruso Ayn Rand. Sus miembros reclaman permitir a los individuos ser lo más libres e independientes posible. Su lema central es: “mínimo gobierno, máxima libertad”.

Sus simpatizantes consideran que cada persona tiene el derecho a controlar su propio cuerpo, su comportamiento, discurso y su propiedad; y que el papel del gobierno debe ser ayudarles a defenderse por sí mismos del uso de la fuerza y del fraude. Como muestra del peso que le atribuyen a la salvaguarda de las libertades individuales, James Weeks, uno de los candidatos que aspiraba llegar a la dirección del partido durante la convención de Orlando -en la que se escogió a Gary Johnson como el representante definitivo- subió al estrado con traje y corbata y en lugar de dar un discurso realizó un striptease.

En un ejemplo claro del reciclaje político estadounidense, Johnson fue antes miembro del Partido Republicano y actuó como gobernador de Nuevo México por esa formación entre 1995 y 2003. Fue una de las primeras figuras que abogó por la legalización de la marihuana. El mejor resultado de los libertarios ocurrió en 1980, con el 1,07 % de los votos, aunque en el 2012 alcanzaron 1, 2 millones de boletas. Encuestas realizadas previas al 8 de noviembre, estimaban en esta ocasión alrededor del 10 % de los sufragios favorable a ellos.

Sobre la segunda, vale la pena traer a colación las valoraciones del politólogo canadiense Arnold August, concedidas  hace unas jornadas a Punto Final. “Me refiero a la candidatura del Partido Verde -que ha logrado despegar después de que Bernie Sanders apoyó el nombramiento de Clinton-, compuesta por la candidata presidencial Jill Stein, y como vicepresidente, Ajamu Baraka, corresponsal del Black Agenda Report y Counter Punch -uno de los sitios alternativos más importantes de Estados Unidos-. Baraka declaró que su intención es perpetuar el legado de W.E.B. Du Bois y Malcolm X, dos de los revolucionarios más importantes de la historia de los afroamericanos progresistas. Esta coalición creciente también incluye al movimiento Black Lives Matter, que algunos describen como cada vez más socialista.” [6]

El presidente como figura central del sistema.

Donald Trump y Barack Obama, en el primer encuentro en la Casa Blanca.
Donald Trump y Barack Obama, en el primer encuentro en la Casa Blanca.
Es preciso subrayar la significación de la presidencia de Estados Unidos. No se puede ignorar que el poder Ejecutivo, encabezado por quien ocupa el Despacho Oval, es crucial; con independencia del equilibrio y balance entre las diferentes ramas y las funciones que le otorga la Constitución a cada una de ellas. Máxime desde la doble condición que este ostenta de figura cumbre en política exterior y Comandante en Jefe del mayor aparato militar de la historia.

Es necesario reiterar que tanto demócratas como republicanos son desgajamientos de un mismo tronco y que comparten la mitología del Destino Manifiesto, cuya finalidad es preservar un sistema de dominación mundial, en defensa de sus intereses económicos, políticos y de “seguridad nacional”.

Ello explica por qué, más allá de las divergencias en diversos asuntos, sea cual fuere el presidente, o la composición del Congreso, ambos partidos comprenden que deben tener concertación en los asuntos cardinales, so pena de socavar las bases del sistema, hacerlo disfuncional y realzar sus crisis.

Un claro ejemplo fue en el mencionado caso de la querella que sobrevino a la “ilegal” victoria de George W. Bush frente a Al Gore, la cual fue resuelta sin sobresaltos dentro de las reglas establecidas por ese ordenamiento. El vicepresidente Gore, mucho más preparado que el millonario tejano, comprendió que si iba contra la determinación de la Corte Suprema pondría en entredicho las bases estructurales del sistema político y ello no era viable.

Prevaleció una aspiración supra, de carácter nacional, sobre la filiación partidaria. La manera en que él y sus correligionarios aceptaron el revés evidencia la compatibilidad entre ambas agrupaciones, en cuanto a ciertos valores y principios fundacionales, así como a los temas estratégicos que le otorgan estabilidad. [7]

En el contexto actual, apenas finalizada la contienda, tanto Hillary como Trump, e incluso el propio Obama, hicieron llamados a respaldar los resultados y tejer un apoyo en torno al presidente electo que permitiese hacer avanzar al país.

Resumiendo sobre estas cuestiones, la división política contenida y expresada durante el ciclo electoral que se cierra en 2016 tuvo como dilema central poner a prueba la capacidad del sistema de ajustarse y sobrepasar sus contradicciones, o seguir manifestando estancamiento y falta de funcionalidad, para regir los destinos de la nación en la etapa contemporánea. Este riesgo actuará como sombra y desafío para la administración que se instalará en la Casa Blanca el próximo 20 de enero.

* Fernández Tabío es Dr. En Ciencias Económicas y Profesor Titular del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana y Pérez Casabona es Lic. En Historia; Especialista en Seguridad y Defensa Nacional de la misma institución.

Notas, citas y referencias bibliográficas.

[1] Por estos días adquirió gran notoriedad el artículo divulgado por Michael Moore el 29 de julio en que, mediante una evaluación integral de numerosos factores, aseguró que el próximo presidente sería Donald Trump. Con la sagacidad que le caracteriza, el destacado cineasta, uno de los pocos que puso el dedo en la yaga sobre la posibilidad real del triunfo del candidato republicano, señaló en un trabajo que muchos catalogaron entonces como demasiado pesimista, que: “Queridos amigos, esto no es un accidente. Es la realidad. (…) Así que en la mayoría de las elecciones es difícil que el porcentaje de participación llegue siquiera al 50%. Y ahí yace el problema de noviembre: ¿quién va a conseguir que los votantes más motivados acudan a las urnas? Saben la respuesta a esa pregunta. ¿Quién es el candidato con los simpatizantes más furibundos? ¿Quién tiene unos fans capaces de levantarse a las cinco de la mañana el día de las elecciones y de ir molestando todo el día hasta que cierren las urnas para asegurarse de que todo hijo de vecino vote? Efectivamente. Ese es el nivel de peligro en el que nos encontramos. Y no se engañen: ni los persuasivos anuncios de televisión de Hillary ni el hecho de que se le desenmascare en los debates ni que los libertarios le quiten votos van a servir para detener a Trump”. Doce años antes el propio autor de Bowling for Columbine  reflexionó en uno de sus libros, sobre varias confusiones que operan en la mente del ciudadano común estadounidense. “Mira, soy consciente de que en un determinada época ser republicano y votar a los republicanos parecía la única garantía de hacerse ricos Pero en la actualidad no funciona así. (…) Ahora mismo, las 13 000 familias  que forman el 0,01 % mejor situado controlan  el equivalente a las riquezas de los veinte millones más pobres. Además, mientras quienes viven en el 1 % mejor situado han disfrutado de un aumento en sus ingresos del 157 % durante los últimos veinte años, la clase media solo ha conseguido un aumento del 10 %. (…) Ese grupo de republicanos al que dices pertenecer no tiene nada que ver contigo”. Ver: Michael Moore: “El próximo presidente de EEUU será Donald Trump”, en: http://www.cubadebate.cu/noticias/2016/07/29/michael-moore-el-proximo-presidente-de-eeuu-sera-donald-trump/#.WCOyd9UrPcc y Michael More: ¿Qué han hecho con mi país?, Ediciones B, Barcelona, 2004, p. 207.
[2] Sobre este aspecto, y sus implicaciones en lo concerniente al diseño de la política exterior estadounidense,  se pueden consultar diferentes textos. Uno de los que con mayor frecuencia se emplea en varias universidades norteamericanas es American Foreign Policy, de la autoría de Charles W. Kegley Jr., y Eugene R. Wittkopf. Específicamente debe examinarse (en la quinta edición preparada por St. Martin ´s Press, New York, 1996) la parte V, capítulo 10,  “Govermental Sources of American Foreign Policy”, pp. 338-377.
[3] En un artículo donde examinó cuestiones de fondo sobre este tema, aparecido el propio día de las elecciones en The New York Times, Paul Krugman apuntó: “Resulta que hay un gran número de personas —blancas, que viven principalmente en áreas rurales— que no comparten para nada nuestra idea de lo que es Estados Unidos. Para esas personas, se trata de una cuestión de sangre y tierra, del patriarcado tradicional y la jerarquía étnica. Y resulta que hubo muchas otras personas que podrían no compartir esos valores antidemocráticos que, sin embargo, estaban dispuestas a votar por cualquiera que representara al Partido Republicano. No sé qué nos espera. ¿Estados Unidos ha fallado como Estado y sociedad? Todo parece posible. Creo que tendremos que levantarnos y tratar de encontrar la forma de continuar, pero esta ha sido una noche de revelaciones terribles y no considero que sea un exceso sentir tanto desconsuelo”. Ver: “Estados Unidos, nuestro país desconocido”, en: http://www.nytimes.com/es/2016/11/08/nuestro-pais-desconocido/
[4] Elementos iniciales de la identidad se definieron en términos de raza, etnia, cultura y sobre todo religión.  El grupo fundacional de colonos era integrado mayoritariamente por blancos, anglosajones y protestantes.  A ello se agregaba el llamado, “Credo americano, con sus principios de libertad, igualdad, derechos humanos, gobierno representativo y propiedad privada”: Samuel P. Huntington: ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense.  PAIDÓS.  México, 2004, p. 62 – 65.
[5] Esta idea la refrenda también Ramón Sánchez-Parodi Montoto. “La conclusión más importante… a pesar de la crisis del sistema electoral bipartidista, es que tanto el Partido Demócrata como el Republicano mantienen en el ámbito de los estados el control y el predominio sobre la maquinaria y el mecanismo electoral”. Ver “Elecciones en Estados Unidos. Una mirada a los números”, en Granma, viernes 11 de noviembre de 2016, p. 8.
[7] En un interesante análisis sobre el escenario después del 8 de noviembre el presidente del  Council of Foreign Affairs, destacó la necesidad de ambos partidos de trabajar juntos, en un país dividido, con independencia de quien fuera el ganador. Richard Haass: “America After the Election”, en: https://www.project-syndicate.org/commentary/america-after-presidential-election-by-richard-n–haass-2016-10

Fuente: Trabajadores

La victoria de Trump: una aproximación preliminar (III parte)

Protestas contra la elección de Donald Trump como presidente de EE.UU.


Protestas contra la elección de Donald Trump como presidente de EE.UU.





Por Luis René Fernández Tabío y Hassan Pérez Casabona⃰

Como explicamos en los trabajos previos, los partidos dominantes dentro del sistema político en Estados Unidos despliegan sus mayores potencialidades durante el proceso electoral.  Ellos se comportan como maquinarias bien engrasadas, que persiguen captar la atención de un público cada vez más escéptico de los políticos profesionales, por la desconexión entre los discursos y el acontecer cotidiano. Sin ignorar matices y especificidades, no son los objetivos perseguidos ni el aspecto doctrinal lo que separa una agrupación de la otra, sino la capacidad de articular estrategias que se reviertan en la suma de votos, mediante los cuales se accede a determinada responsabilidad. [1]

No en balde algunos analistas afirman que las variaciones “sustanciales” entre los dos principales conglomerados, estriban en que uno tiene como símbolo un burro y el otro un elefante.  El compañero Fidel, en ese sentido, fue igualmente perspicaz cuando señaló que entre demócratas y republicanos hay las mismas diferencias que entre la Coca Cola y la Pepsi Cola.   Es decir, montadas en el marco político, ideológico liberal –conservador capitalista, ambas fuerzas representan distintas formas, variantes, combinaciones de instrumentos, discursos, para lograr objetivos e intereses comunes de su clase política, y no constituyen alternativas.

Cada nuevo ciclo electoral pone de manifiesto, sobre todo desde el comienzo del siglo XXI, la crisis del bipartidismo, al tiempo que se incrementan las erogaciones asociadas a todas las fases del proceso.  Cada cuatro años en las elecciones presidenciales, o cada dos años en las de medio término, se gasta más en todos los niveles, sin que ello implique se resuelvan los problemas que afectan a la mayoría de los ciudadanos y se fortalezca el sentido de la democracia, aun en su expresión liberal representativa en el país que es el vórtice del imperialismo mundial.

Seguir la ruta del dinero…esa es la cuestión.

Esta vez no fue la excepción.  De acuerdo con estimaciones del Centro para Políticas Responsables (CRP, por sus siglas en inglés), una ONG que hace seguimiento al financiamiento de la política en Estados Unidos, la campaña que recién concluyó costó unos US$2.651 millones. El cálculo tiene como eje la información recopilada por la Comisión Federal Electoral.  Si se desglosa este monto, observamos que equivale a un gasto promedio de US$11,67 por cada uno de los 227 millones de estadounidenses que, según la Oficina del Censo, se encuentran en edad de votar.


Las protestas después del 8 de noviembre no se han detenido en varios estados.
Las protestas después del 8 de noviembre no se han detenido en varios estados.
Confirmando el ascenso del aspecto monetario dentro de la urdimbre política norteamericana (algo que el presidente Barack Obama reconoció en más de una ocasión como sello negativo del sistema) estos comicios tuvieron una proyección ligeramente superior a los US$2.621 millones que generó la carrera presidencial de 2012, en la que Obama logró la reelección ante el candidato republicano Mitt Romney. Según los datos que aporta el CRP, la campaña de Hillary Clinton recibió hasta el 31 de octubre unos US$687 millones, lo que la ubicó alrededor de 34 millones por detrás de los US$721 millones recaudados en 2012 por Obama.

En el caso de Donald Trump, recolectó unos US$307 millones, casi US$150 millones menos que los conseguidos en 2012 por el equipo de Romney, lo que no implicó que haya sido inefectivo en este aspecto, especialmente si consideramos que el acaudalado empresario generó publicidad “gratis”, basada en la difusión de sus controversiales declaraciones por todos los medios. [2]

De igual manera estas cifras no son las únicas a tener en cuenta, pues una parte significativa del financiamiento son aportados por los Comités de Acción Política (PAC, por sus siglas en inglés), organizaciones constituidas para recolectar fondos que son usados para hacer campaña, a favor o en contra de algún candidato o iniciativa.

Mayor relevancia adquieren los llamados SuperPACs, surgidos a partir de una decisión de la Corte Suprema de Justicia del año 2010.  La diferencia con respecto a los PACs radica en que deben ser “independientes” y no pueden donar sus fondos a una campaña o a un partido en concreto, pero a cambio “no tienen límite en la cantidad de fondos que pueden recaudar y utilizar para influenciar en el resultado electoral”.  A ello se suma que el máximo ente judicial estableció que empresas y sindicatos pueden invertir sus propios recursos, de forma directa y a través de otras organizaciones, siempre y cuando el gasto se haga sin coordinarlo con ninguno de los contendientes en específico.  Es decir, una corporación industrial o financiera puede destinar fondos a las elecciones a partir de las decisiones de los directivos, convertidos en agentes electorales mucho más poderoso e influyente que un ciudadano promedio.

Todo ello hace que el conjunto de pasos y etapas vinculadas a las elecciones en Estados Unidos movilicen erogaciones financieras incomparablemente superiores a lo que sucede en el resto de las contiendas a nivel global, tanto por las dimensiones económicas del país como por los variados métodos disponibles para introducirlos en la política. [3]

De igual manera el proceso se alarga más, porque hay que comenzar con anticipación a lidiar en todos los frentes, incluyendo los medios de comunicación y el empleo de instrumentos de un espectáculo mediático, o se corre el riesgo de quedar descolocado.

En el pasado se asociaba principalmente a la etapa de las primarias y luego a la recta final, lo contrario de lo que sucede hoy donde, casi desde la primera etapa en el gobierno luego de ser elegido, comienza las acciones dirigidas a la próxima contienda, permeando la actividad política de un sentido electoralista.  De ese modo, por ejemplo, desde que Hillary renunció a fungir como Secretaria de Estado, cuatro años atrás, prácticamente inició su inclusión en esta batalla.

Las contiendas electorales como expresión de crisis dentro del sistema.


El sistema electoral de los Estados Unidos ha vuelto a ser tema de discusión en estos días tras las elecciones.
El sistema electoral de los Estados Unidos ha vuelto a ser tema de discusión en estos días tras las elecciones.
El andamiaje político estadounidense ha venido reflejando una profunda división no solamente entre la Presidencia y el Congreso, sino entre los dos partidos dominantes: Demócrata y Republicano. De igual manera dentro del tejido social, consecuencia de las crecientes disparidades socioeconómicas, la polarización de la riqueza y la incapacidad del sistema de ofrecer soluciones y en ocasiones ni siquiera alivios sustantivos a los más importantes desafíos y contradicciones.  Dicha fractura obstaculiza la aprobación de programas importantes en función de los intereses del país, al tiempo que se levanta como testimonio de la disfuncionalidad del mismo.  El proceso electoral es también una expresión de la crisis que atraviesa el entramado político, agravado a partir de los comicios del año 2000, en que muchos expertos consideraron se cometió fraude.

El debate que prolifera en estas primeras jornadas después del 8 de noviembre sobre la inviabilidad del Colegio Electoral, como ente encargado de la designación presidencial, confirma esa hendidura.  Nunca antes se desataron críticas tan profundas a ese mecanismo, diseñado por los Padres Fundadores.

Ni antes ocurrió tampoco (independientemente de ser la quinta vez en la historia, y la segunda en este siglo), que el acceso a la Presidencia no es sustentado por contar con la mayoría del voto popular, y menos que existiera una diferencia de votos tan grande, entre el rival que se conformó con la derrota y quien institucionalmente se adjudicó el triunfo. Aun cuando no se han escrutado todas las urnas al momento de escribir estas páginas, se prevé que Hillary supere a Trump en alrededor de 2 millones de votos, casi diez veces más que la ventaja que sacó Al Gore sobre George W. Bush en el 2000.

Todavía más estremecedor, los 60 millones de respaldos recibidos en los comicios por la Clinton constituyen las segunda mayor votación de todos los tiempos, obtenida por candidatos de los dos partidos, únicamente superada por la puntuación lograda por Barack Obama en 2008.  Ello no fue suficiente ahora para decidir quién conduciría los destinos de ese país.  Esa anomalía pone al descubierto las vulnerabilidades y aberraciones de un sistema que se autodefine como paladín de la democracia y los derechos ciudadanos.

Las protestas que se han sucedido desde el anuncio del éxito de Trump toman como acicate, entre otros factores, la dicotomía planteada, así como el repudio de diversos sectores al nuevo presidente republicano.  Estas se han ido extendiendo de los bastiones demócratas clásicos, como Nueva York, Boston, Chicago o Los Ángeles, a urbes de predominio republicano como Dallas y Atlanta.

Eso sí, es muy probable que de haberse impuesto Hillary dentro de las reglas de juego establecidas, las protestas igualmente se habrían desatado, con el agravante de que varios de los grupos que respaldan a Trump asumen posiciones, intolerantes, agresivas e incluso marcadamente beligerantes.  Tanto el hecho concreto que estamos viviendo, como la suposición descrita, ponen al descubierto las falencias no sólo de las regulaciones electorales, sino del ordenamiento político en general.

Algunos nuevos rasgos en la lucha política.

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Luego de primarias, caucus y las definición de los candidatos, se pusieron de manifiesto no solamente múltiples contradicciones para la selección de los aspirantes por los dos partidos, sino el rechazo bastante generalizado de los electores a la maquinaria política establecida y sus representantes.  La fragmentación y condena al establishment político tuvo mayor gravedad al interior del Partido Republicano, pero también se manifestó en el Partido Demócrata, aunque de otro modo, y acabó siendo un aspecto decisivo en los resultados.

No soslayemos que el liderazgo republicano buscó por todos los medios que fueran elegidos algunas de las figuras preferidas por la élite.  Desde el  inicio, una vez despejados los aspirantes más débiles, un grupo de candidatos se alinearon con las tendencias más recalcitrantes, representadas por  Jeb Bush, Ted Cruz y Marco Rubio.  Ellos no pudieron, pese al apoyo de la jerarquía partidista, alcanzar la nominación.

El hombre considerado externo a las líneas tradicionales de esta agrupación y hasta rechazado por el alto mando republicano, Donald Trump, con posturas erráticas e “incorrectas” y ataques hacia importantes segmentos de votantes como las mujeres, hispanos o latinos, finalmente consiguió, contra toda lógica y pronóstico, la designación para contender por la Casa Blanca.

En verdad otro mito cimentado a lo largo de la porfía fue catalogar a Trump como outsider, cuando en realidad ello supone una interpretación simplista y estrecha de esa denominación.  Su trayectoria sólo puede explicarse a partir de sus conexiones dentro de ese tipo de sociedad.  Así como Hillary es un ejemplo cabal del establishment político, Trump lo es en lo económico y en muchos otros planos.  Un multimillonario es componente de la clase dominante estadounidense, aunque no haya ejercido funciones en el gobierno.  Ello no es ajeno al sistema, como lo demuestra la práctica de la llamada puerta giratoria, mediante la cual los representantes del capital financiero e industrial, se alternan en responsabilidades dentro del ejecutivo y el sector privado.  Sólo trastocando los hechos, e invirtiendo el análisis, se puede siquiera sugerir que el magante está al margen de la armazón que rige ese país.

En un mundo de estereotipos y simplificaciones, con matrices de opinión sembradas en las personas mediante procedimientos muy sutiles, se consiguió dibujar un perfil de ese candidato para alejarlo de todo lo oscuro asociado a la institucionalidad política, y abrir el acceso a la Presidencia a un miembro de la oligarquía financiera.

Ahora bien, cabría preguntarnos ¿con cuáles bases electorales “conectó” el controvertido empresario? ¿Por qué sus mensajes encontraron resonancia entre millones de personas? ¿Qué explica el hecho de que incluso algunas mujeres, latinos e inmigrantes votaran por él pese a su discurso beligerante hacia esos sectores? ¿Qué valores encarna Trump, desde el ángulo de la representación en el imaginario de buena parte de los ciudadanos estadounidenses?

Sus posiciones están identificadas, esencialmente, con un sector poblacional entre los más afectados por la última Gran Crisis financiera y económica 2007 -2009, tanto en el acceso al empleo, como en su calidad.  Se trata de hombres blancos por encima de 50 años (aún más los que superan la barrera de los 60), sin titulación universitaria, con creencias religiosas y resentidos por ser desplazados por inmigrantes ilegales, y ante el traslado de industrias productivas fuera del país, fenómeno reflejado con mucha fuerza en los llamados estados del cinturón del óxido (rust belt), región industrial por excelencia hasta el inicio de su declive durante la década de 1960.

Ellos no fueron, sin embargo, la única fuente del apoyo a Trump.  Contrario a la tendencia previsible por sus declaraciones, y las interpretaciones más esquemáticas de algunos analistas, importantes grupos de mujeres y latinos se adscribieron a su propuesta por diversas razones.  Fue un error suponer que, de golpe y porrazo, cada fémina castigaría con el voto al contendiente que las ofendió, para respaldar sin tapujos a la figura demócrata, mujer por demás, pero cuya imagen fue muy dañada durante la contienda.

Esa analogía entre los criterios anti feministas de Trump y la condena de las damas, impidió apreciar que es un fenómeno social y cultural complejo.  Como se demostró, en la sociedad estadounidense actual existe entre grupos nada despreciables cierta tolerancia a que los hombres se expresen de esa manera, sin que reciban rechazo alguno por afirmaciones públicas en que se relega y menosprecia a las féminas.  Esta posición –que tiene su raíz en la naturaleza patriarcal de la sociedad occidental- prevalece no sólo entre grupos de zonas periféricas, sino incluso entre profesionales de diversas ramas. [4]

Algo similar sucedió con la temática de los inmigrantes.  Las divulgaciones de prensa indujeron a pensar, dentro del gran público, que todas las personas con esa condición repudiarían las expresiones de Trump, de fortalecer lo concerniente al muro en la frontera con México, e incrementar la cantidad de deportados a sus países de origen.  Ello provocó pasar por alto que una parte de los latinos asimilados a Estados Unidos, percibe las afirmaciones de Trump como certeras, pues suponen les garantizan preservar su estatus, el cual se vería lastimado ante nuevas oleadas de su misma procedencia.

Es decir, muchos otrora inmigrantes responsabilizan a los que han llegado recientemente, entre ellos los considerados ilegales, con los problemas en el empleo, seguridad y en otros aspectos de la vida cotidiana.  Desde esa óptica convergen con los razonamientos del sector más retrógrado de los hombres blancos arriba mencionado y también trabajadores, sean estos latinos o afroamericanos.  Recuérdese que en Estados Unidos los índices de desempleo de los hispanos y negros es muy superior al de los considerados blancos; para las mujeres y los jóvenes es aún peor.

La construcción de una imagen como carta de triunfo.

El perfil de Trump, su representación pública por un individuo con dominio escénico, ejerció notable efecto sobre importantes conglomerados de la sociedad.  Hombre que edificó una fortuna en el sector inmobiliario y el poder mediático, que dice lo que le viene en ganas, sin temor a las consecuencias derivadas de esos actos, y que cuestiona lo mismo las regulaciones electorales, la cúpula de su partido que los medios de prensa.  Todo ello acompañado de una bella esposa ex modelo, 25 años más joven, a lo que incorpora la defensa de portar armas, como valor inamovible de ese modelo de nación.  Una especie de cowboy moderno, o personificación contemporánea del espíritu de superioridad, apuntalado por Hollywood a través de símbolos como John Wayne, Rodolfo Valentino o Paul Newman, que viene ahora a salvar de nuevo a Estados Unidos.

En otro sentido, la alternativa demócrata se levantó sobre una mujer que, si bien acumuló una de las trayectorias políticas previas más sólidas de cualquier época, en verdad se presentó con un mensaje insulso, incapaz de movilizar a los votantes, particularmente a los jóvenes.  La Clinton nunca convenció -era un secreto a voces esa debilidad que reconocían sus partidarios- y no pudo trascender más allá de lo “políticamente correcto”, justo cuando ese concepto, que en el pasado era la principal carta hacia la victoria, está hoy en lo más bajo de la mente de las personas.  Ni siquiera aprovechó en toda su magnitud lo que implicaba su candidatura, como primera mujer en pos de la Casa Blanca, pues se dedicó a transitar por caminos trillados, incluyendo contradecir o retractarse de opiniones dadas en el pasado.

Esas posiciones “camaleónicas” afianzaron el criterio de que no decía la verdad, sino que se acomodaba a un interés particular. Hizo además concesiones en otros asuntos, mostrando un programa “descafeinado”, que no impactó suficientemente entre algunos de aquellos sectores y estados dubitativos, o pendulares; el meollo de la evolución conclusiva de estas contiendas.

Hillary personificó la continuidad y los males de un sistema carcomido por la incongruencia entre el discurso y la acción práctica. Cargó a la vez con las desventuras y frustraciones heredadas de la presidencia de Obama sobre una parte de los electores demócratas.  Trump, al contrario,  se convirtió en el aspirante del cambio, que desafió, retó y lució con la soltura que exigen estos torneos electorales.  Asimismo, el multimillonario neoyorquino y su equipo supieron enhebrar una campaña –sazonada con su irreverencia oratoria- en la que concentraron esfuerzos en los espacios que identificaron como claves, y no se dejaron desmovilizar ante la apabullante consideración de los medios de que su rival marchaba delante en la lid.

Fue un tanto a su favor el uso de las redes sociales, — instrumento utilizado durante la primera victoria de Obama– ámbito que inobjetablemente confirma su valía en el plano político, ideológico y cultural.  Basta recordar la función desempeñada por el ciberespacio y la blogosfera, lo mismo en las llamadas Revoluciones de Colores, que en el resultado electoral más reciente en Argentina.  Al parecer no todos los actores políticos –como se sugiere ocurrió con Hillary- tienen claro esto en su real dimensión, ni demuestran ser exitosos en su empleo.

Al final los antecedentes históricos podrían haber servido para predecir lo ocurrido, pues los demócratas no habían hilvanado tres gobiernos al hilo en una oportunidad en las últimas siete décadas.  La última vez con esa prolongación en la Presidencia aconteció con la combinación de Franklin Delano Roosevelt y Harry Truman, entre 1933 y 1953.  Los republicanos si lo hicieron entre 1980 y 1992, con la doble administración de Ronald Reagan primero, y luego con George H. Bush, quien fue vicepresidente del ex actor en sus ocho años de gobierno. No debe olvidarse la coincidencia con un momento de mutación fundamental en la política, la economía y la sociedad estadounidense conocido como la contrarrevolución conservadora, desatada desde principios de la década de 1980.

Ahora los demócratas prescindieron de emplear al vicepresidente de Obama, Joe Biden (algo que muchos lamentan) en aras de apostarle todo a Hillary. Al parecer ese partido quizo trascender como la formación que llevó a la Presidencia por vez primera a un afrodescendiente y una mujer.  No pudieron consumar esto último y por el contrario abrieron el camino a la Casa Blanca al presidente electo más longevo de su historia (Trump cumplió 70 años en junio) superando el récord anterior establecido por  Reagan con 69, al iniciar su primer mandato.

Fernández Tabío es Dr. en Ciencias Económicas y Profesor Titular del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana y Pérez Casabona es Lic. En Historia; Especialista en Seguridad y Defensa Nacional y Profesor Auxiliar de la propia institución.

Notas, citas y referencias bibliográficas.
[1]. El expresidente y lúcido intelectual dominicano Juan Bosch escribe sobre ello.  “Los Estados Unidos  son políticamente un país de burócratas y funcionarios, no de líderes.  (…) En los Estados Unidos la categoría de líder la da el cargo, no está en el hombre. (…) La clave de la diferencia entre la tradición política de Inglaterra y la de los Estados Unidos está en que los partidos norteamericanos no son permanentes, no están organizados sobre la base de un programa; son esquemas de partidos que solo funcionan para fines electorales, cuando llega la hora de acumular votos; y al acercarse las elecciones los políticos de profesión se agrupan alrededor del candidato que a su juicio puede ganar”. Juan Bosch: El pentagonismo sustituto del imperialismo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007, pp. 79 y 80.
[3] Un estudio de la BBC publicado el 4 de noviembre, además de profundizar en estos aspectos,  revela que el presidente Francois Hollande arribó al Palacio del Elíseo en el 2012 en una contienda en la que se invirtieron 97 millones, mientras Vladimir Putin lo hizo en Rusia luego de que se gastaron 49 millones de dólares.  Ángel Bermúdez: “Cuánto cuestan las elecciones de Estados Unidos y cómo se comparan con otros países”, en: http://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-37856444
[4] Ese propio día se publicó un artículo en The New York Times que refleja esa percepción, en una parte de las féminas. “Soy una mujer blanca, con estudios universitarios y más cercana en edad a Hillary que a Chelsea Clinton. Soy madre, una chica católica de Jersey, que creció en un hogar amigo de los sindicatos. Y voté por Donald Trump. Mi madre de 89 años está horrorizada, al igual que muchas de mis amigas, que también son blancas y con estudios universitarios. No me importa, para mí fue una decisión sencilla. Me ha tocado explicarle a mi hija adolescente cómo es que los hombres —Donald Trump o el equipo masculino de fútbol de Harvard— dicen cosas espantosas de las mujeres en los vestidores o los autobuses de las celebridades. Eso ya es bastante malo. Pero también tuve que explicarle que Hillary llevará de vuelta a Bill Clinton a la Casa Blanca. Todo el mundo debería estar consciente de que el expresidente, quien fue sometido a un proceso de destitución, mintió acerca de por lo menos un abuso sexual y usó a otra mujer, una pasante, como juguete sexual en la Oficina Oval. (…) Ella es bien conocida por rodearse de gente que le ayuda a ocultar sus mentiras y mal juicio: Benghazi, los correos electrónicos ultrasecretos, el servidor privado, la Fundación Clinton. Él asumiría la presidencia menos agobiado por las lealtades partidistas, con la posibilidad de elegir a miembros del gabinete y asesores sin ataduras de pensamiento. ¿Será él un buen presidente? Todavía no estoy segura. ¿Y ella? Es más probable que no”. Maureen Sullivan: “Por qué voté por Trump”, en: http://www.nytimes.com/es/2016/11/08/por-que-vote-por-trump/