Por Alejandro Teitelbaum
Argenpress / CEPRID
En Francia las elecciones presidenciales dieron la
victoria al candidato del Partido Socialista con diez millones de votos
sobre 46 millones de votantes inscriptos. Se abstuvieron 9,4 millones y
votaron en blanco 900.000. Es decir quienes no votaron o votaron en
blanco igualaron el “score” del candidato triunfante, quien no llegó al
22% del total de los electores inscriptos para votar.
En el segundo turno de las elecciones legislativas se abstuvo o votó en blanco el 48,5% del electorado.
El Partido Socialista , sobre un total de 577 bancas
obtuvo 278 (el 48%) y sus aliados 55 (10%) con lo cual tienen la mayoría
absoluta en el Parlamento.
El sistema de dos vueltas en las elecciones legislativas
permite en Francia una total distorsión de la representación popular en
el Parlamento.
Si se hace una simulación de los resultados electorales
con representación proporcional (que existió en Francia hace 30 años)
comparándolo con el sistema actual, se obtienen estos resultados:
El Partido Socialista tiene 278 diputados, con representación
proporcional hubiera tenido 169. Sus aliados tienen 55 diputados y con
representación proporcional hubieran tenido 33. Es decir que con
representación proporcional, el PS y sus aliados no hubieran alcanzado
la mayoría absoluta de que disponen ahora.
El Frente de Izquierda tiene 10 diputados y con
representación proporcional hubiera tenido 40. El caso extremo es el
Frente Nacional (de extrema derecha) que tienen dos diputados y con
representación proporcional hubiera tenido 80.
En resumen, los diputados representan globalmente la
mitad del electorado francés y dentro de esa mitad, la representación de
las distintas tendencias políticas está totalmente distorsionada.
La explicación que se da para justificar ese sistema totalmente
antidemocrático es que así se puede lograr un Gobierno estable.
No se ve muy bien la diferencia con los regímenes de partido único,
salvo que en cada elección, los electores que entran en el juego (el 50%
-60% aproximadamente) pueden optar entre dos o más variantes que se les
ofrecen, todas destinadas a perpetuar el sistema.
Es cierto que hay opciones marginales que proponen
cambios más o menos de fondo, pero varios factores influyen para que
continúen siendo marginales: la ideología dominante, vehiculizada de
manera sistemática y permanente por los monopolios de la información, un
sistema electoral, como el descripto, que desalienta al elector, el
temor instintivo al cambio y el “ombliguismo” o individualismo de buena
parte de los ciudadanos y por último, aunque no menos importante, los
errores políticos e ideológicos, e incluso tácticos, de los partidos y
tendencias de izquierda.
El Partido Comunista que en 1946 era el primer partido
de Francia con el 28% de los votos, fue desgastándose como consecuencia
del abandono del objetivo estratégico de un cambio radical de la
sociedad y de su oportunismo político que lo puso al servicio de los
partidos de centro izquierda, en particular del Partido Socialista.
Ahora agoniza con un caudal electoral propio de algo más del 2 por
ciento y para seguir sobreviviendo penosamente y conservar algunos
diputados no le queda otro recurso que establecer acuerdos electorales
con el PS. En las últimas elecciones legislativas perdió algunos de los
pocos bastiones que le quedaban desde hace decenios.
Su naufragio político se aceleró cuando, participando en
el Gobierno del “socialista” Lionel Jospin, avaló la más importante ola
de privatizaciones de grandes empresas y servicios en Francia después
de la Segunda Guerra Mundial.
Hace pocos días le Consejo Nacional del PC, casi por
unanimidad, tuvo la lucidez de decidir no participar en el Gobierno de
Hollande.
En las elecciones presidenciales, con el nombre de Frente de Izquierda
(que integraron, además del PC otros pequeños grupos) y la candidatura
extrapartidaria del ex PS Jean-Luc Melenchon, obtuvo el 11% de los
votos, sobre todo gracias a las cualidades como tribuno de este último.
Pero Melenchon cometió dos errores: 1) fue ambiguo en sus críticas al
programa del PS, con propuestas positivas pero manifiestamente
insuficiente para superar la profunda crisis actual y 2) hizo del
combate al populismo de derecha representado por el Frente Nacional de
Marine Le Pen un combate personal contra ésta última, no exento de
diatribas.
El combate contra el populismo, tanto de derecha como de
izquierda, debe ser riguroso e intransigente, ideológico, político y
profundamente pedagógico, denunciando sin reserva alguna la demagogia,
el discurso intrínsecamente contradictorio y la contradicción entre los
dichos y los hechos de ambos populismos. Y no dejarse intimidar ni
paralizar por sus contrataques, consistentes en una especie de
terrorismo ideológico seudo nacionalista y seudo popular.
Esto vale no sólo para Francia sino para cualquier otro
país del mundo.
El Nuevo Partido Anticapitalista (NPA), fundado hace algunos años sobre
la base de la Liga Comunista Revolucionaria, tuvo un periodo de
crecimiento ayudado por la figura carismática de su líder Besancenot,
pero nunca sus miembros (de distintos orígenes) acordaron sobre un
programa claramente de izquierda adaptado a la realidad francesa, (la
prueba es que ni siquiera se pusieron de acuerdo para darle un nombre
positivo al Partido. Debe se el único partido en el mundo que se llama
anti-algo). Así es como osciló entre el sectarismo político y el
oportunismo ideológico y ahora, escindido, ha quedado reducido a la
mínima expresión.
Lucha Obrera nunca ha logrado crecer significativamente y
es, desde siempre, una especie de izquierda sectaria y folklórica.
Hay analistas que se dicen de izquierda que han escrito “Francia votó
socialista”. En primer lugar no votó Francia sino la mitad de Francia y
en segundo lugar, ni esa mitad (ni la mitad de esa mitad) votó
socialista.
La realidad es que Francia tiene ahora un Gobierno con mayoría propia en
ambas cámaras (algo así como la suma del poder) que pese al nombre de
su principal componente, no tiene nada de socialista.
En estos tiempos de crisis profunda, su gestión será catastrófica, pues
apenas logrará maquillar la continuación de una política de austeridad
(para quienes trabajan, no para los ricos y el capital financiero).
Ya hay signos precursores: la participación de Hollande en el chantaje
prelectoral de la Unión Europea y del FMI contra el pueblo griego y el
“descubrimiento” de que el Tesoro del Estado francés está más vacío de
lo que pensaban, lo que los obligará a achicar sus promesas en materia
social (salarios, jubilaciones, etc).
Y a nivel europeo Jean-Marc Ayrault, Primer Ministro de
Hollande, acaba de declarar al semanario alemán Die Zeit que “la
mutualización de las deudas exige obligatoriamente una integración
política más fuerte, lo que tardará varios años”. Dicho de otra manera,
el nuevo Gobierno de Francia abandona su propuesta de las
euro-obligaciones, tan publicitada durante la campaña electoral, y se
inclina ante la canciller alemana Angela Merkel, quien propugna sangrar
implacablemente a los países europeos agobiados por sus deudas y por los
intereses usurarios que deben pagar al capital financiero
internacional.
En Francia no tardarán en comenzar las protestas populares que, si no
son encauzadas por una izquierda ideológicamente rigurosa, inteligente y
políticamente hábil, serán capitalizadas por un nuevo conglomerado –en
formación- de buena parte de la derecha tradicional y de la extrema
derecha.
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