La Jornada
Desde el derrumbe de la
ex Unión Soviética los gobiernos de EU han buscado redimensionar el
poderío ruso y acorralar a Moscú con una red de bases agresivas en sus
fronteras y extendiendo la Organización del Tratado del Atlántico Norte
(OTAN) cada vez más hacia oriente. Rusia, se recordará, ya reaccionó
cuando EU y la OTAN intentaron instalarse en Georgia, en el Cáucaso, en
la bisagra con las ricas repúblicas petroleras y gasíferas que giran en
la órbita de Moscú, y ahora volvió a reaccionar cuando, mediante el
intento de ingreso de Ucrania a la Unión Europea, la Casa Blanca trató
de correr el radio de acción de la OTAN hacia el este y de cerrarle el
acceso al Mediterráneo a la flota rusa del mar Negro, basada en
Sebastopol, en la península de Crimea.
Esta reacción, totalmente previsible, tiene que haber sido calculada por Washington y ese papel provocador de la diplomacia estadunidense choca con los intentos anteriores de cooptar a Rusia, con su participación en el G-8, separándola de China y de las llamadas
Esta reacción, totalmente previsible, tiene que haber sido calculada por Washington y ese papel provocador de la diplomacia estadunidense choca con los intentos anteriores de cooptar a Rusia, con su participación en el G-8, separándola de China y de las llamadas
potencias emergentes, como India. Dicho sea de paso, estos dos últimos países rechazan las medidas antirrusas y llaman a actuar con cautela y a resolver todo por la vía diplomática.
Los capitalistas mafiosos de Moscú sostuvieron al
régimen impopular, corrupto y servil del presidente ucraniano Víktor
Yanukóvich, depuesto por un golpe parlamentario que se montó sobre
grandes manifestaciones populares a las que se sumaron los fascistas y
neonazis ucranianos (que no las dirigieron, pero las utilizaron). Esa
movilización popular fue alentada efectivamente por la UE, que
capitalizó el repudio a la corrupción e incapacidad de la oligarquía
ucraniana subordinada a Moscú y el recuerdo de los crímenes de Stalin y
sus seguidores en Ucrania (el stalinismo deportó a todos los tártaros de
Crimea y pisoteó los derechos nacionales ucranianos) y canalizó esos
sentimientos detrás de la ilusión sobre mejores condiciones de vida si
Ucrania entraba en la Europa unida del gran capital. A esas masas
democráticas se unieron las minoritarias bandas fascistas,
ultranacionalistas y antirrusas, de Svoboda y otros grupos de extrema
derecha que tratan de llevar agua a su molino pero que, contrariamente a
lo que afirma Moscú, ni fueron ni son la base de la caída de Yanukóvich
y del actual gobierno heterogéneo, fragilísimo, de la oligarquía
prooccidental ucraniana. No estamos pues ante la alternativa fascismo o
Putin, éste no es ni anticapitalista, ni antiimperialista ni
democrático, y medidas como la incorporación de Crimea a Rusia
(independientemente de los lazos históricos pluricentenarios entre la
península y Moscú) sólo sirven para unir a los demócratas ucranianos
contrarios al régimen títere de Yanukóvich con los fascistas de todo
tipo manipulados por los servicios de inteligencia occidentales cuando,
por el contrario, es indispensable separar la protesta legítima y de
izquierda de las maniobras belicistas antirrusas de la OTAN.
La
UE y Estados Unidos podrían verse más afectados que Rusia por sus
sanciones contra el gobierno de Putin. Europa, en efecto, depende 30 por
ciento del gas y del petróleo ruso, Francia construye dos
portahelicópteros para Moscú y Ucrania no podría vivir sin Rusia. Moscú
reforzará inevitablemente sus lazos políticos, económicos y militares
con China, a la que EU quiere también cercar en el mismo mar de China y
provoca desde hace años utilizando sus marionetas de Taiwán y de Japón.
Los países petroleros también miran con preocupación las amenazas a
Rusia, que pesa mucho en el mercado energético. El apoyo, en este caso
de Ucrania como en Siria o Libia, de países como Argentina a la
diplomacia de Estados Unidos, la UE e Israel muestra la evolución hacia
la derecha de sus gobiernos, pero la mayoría de los llamados
emergentesve con preocupación el reinicio, por iniciativa de Estados Unidos, de la guerra fría, que podría tener efectos multiplicadores de la crisis económica mundial tanto en la Unión Europea como en Estados Unidos mismo, o sea, en los principales mercados.
El nacionalismo gran ruso o el auge del
chauvinismo ucraniano como reacción a la política de Moscú causan un
daño enorme a la defensa de Rusia y de la paz mundial. La realpolitik
tiene siempre efectos contrarios: Napoleón, con la invasión a decenas
de estados de Alemania, creó el nacionalismo alemán, fortaleció el
nacionalismo ruso y austriaco y forjó la Santa Alianza de todas las
monarquías reaccionarias hasta que la lucha de clases irrumpió en las
barricadas obreras de 1848. Rusia sólo podrá defenderse del imperialismo
si los pueblos se diferencian de los gobernantes capitalistas,
incluyendo entre éstos al propio Putin, quien quiere que los ucranianos
opten entre su autocracia y el capitalismo mafioso ruso o el capitalismo
dependiente y servil de la UE y sus servidores ucranianos. Sólo una
movilización democrática y por la reorganización de Ucrania puede
impedir la maniobra de la Unión Europea y de las bandas fascistas a su
servicio y de los aprendices de brujo del Departamento de Estado. Los
pueblos de Europa (y el pueblo de Estados Unidos) rechazarán la
preparación de la guerra y la escalada político-militar si ven en
Ucrania y en Europa oriental una movilización masiva por una política
anticapitalista y antiimperialista en vez de la lucha entre diversos
sectores oligárquicos que se disputan el poder para hacer que los
trabajadores paguen los costos de la crisis. No hay sólo dos opciones
–Putin o los imperialismos occidentales– sino tres, porque es posible
organizar una respuesta mundial de los trabajadores a los fabricantes de
guerras.
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