Por Leyde E. Rodríguez Hernández
La coyuntura política y económica internacional no puede ser más
compleja para la comprensión de los fenómenos y los procesos de las relaciones
internacionales.
A la opinión pública mundial, conmocionada por los recientes sucesos
internos en Siria, Venezuela y Ucrania, le resulta difícil clasificar y
conceptualizar la ola de manifestaciones extremistas y neofascistas que
desestabilizan naciones y regiones enteras, tensando el funcionamiento del sistema
internacional en su conjunto.
Para muchos se trata de una nueva “guerra fría”, que nunca concluyó entre
el Este y el Oeste, aunque la diplomacia rusa se empeñe en considerar –desde hace
más de dos décadas- como socios a los representantes de los Estados Unidos y de
la Unión Europea, quienes enfrascados en una descarnada lucha geopolítica
global, verdadero culto al politólogo germano-estadounidense Hans J. Morgenthau,
fundador del moderno “realismo político”, basada en la concepción de que la
política internacional es una permanente lucha por el poder, sin limitaciones
de carácter moral en el accionar de una potencia en el escenario internacional.
En el pensamiento de Morgenthau, si una nación busca incrementar el
poder, por medio de un cambio de la distribución de fuerzas internacionales,
entonces practica una política imperialista. En esta filosofía se circunscribe
la naturaleza agresiva y militarista de la coalición norte-oeste liderada por
los Estados Unidos, en una época marcada por la crisis económica capitalista,
que se hace sistémica, y de una reverdecida “guerra fría” que, teñida de poder
inteligente, genera subversión, propaganda y desinformación, lo que acentúa el desorden
y la incertidumbre sobre las relaciones internacionales.
En el caso de Ucrania, existen evidentes ejemplos que se corresponden
con la argumentación anterior: la participación activa del gobierno de los
Estados Unidos y de sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico
Norte (OTAN) en el derrocamiento del presidente Viktor Yanukóvich, por fuerzas
extremistas y neofascistas al servicio de los centros de poder norte-oeste. En
este sentido, el secretario de Estado, John Kerry, reconoció la participación
estadounidense en las acciones desestabilizadoras e ilegales al afirmar que su
política está dirigida a obtener que las exrepúblicas soviéticas se integren al
bloque euro-estadounidense abanderado, según él, de las “aspiraciones de libertad”.
La injerencia norte-oeste en la crisis política interna ucraniana
adquirió mayor peligrosidad para la paz y la seguridad internacional tras las
amenazas estadounidenses de que incrementará la presencia militar en Europa
Oriental, con el fortalecimiento de su aviación en Lituania y Polonia, mientras
el destructor coheteril USS Truxtun (DDG-103) fue avistado en un desplazamiento
de intimidación del mar Mediterráneo al Negro, coincidiendo con el portaaviones
George H.W. Bush que, desde los primeros días de marzo, está ubicado en el
puerto turco de Anatolia, con más de 80 aviones de combate a bordo.
Todo
este desplazamiento militarista, hacia el Este y hasta las fronteras mismas de
Rusia, forma parte del malestar euro-estadounidense con la nueva Rusia que
emerge de la restauración capitalista tras la implosión de la Unión Soviética y
la desintegración de su bloque aliado, sin olvidar que estos hechos constituyeron
la más grave catástrofe geopolítica del siglo XX, manteniendo a Rusia
debilitada y aislada del concierto internacional. Por consiguiente,
es insoportable para el eje norte-oeste el regreso de Rusia al centro
de la política mundial con el logro de haber evitado –con el apoyo de China-
los intentos de una agresión militar de los Estados Unidos y la OTAN a Siria, y
el desarrollo de un proyecto petrolero en ese país que no casualmente incluye a
Irán.
Estas
pretensiones de gran potencia por parte de Rusia, ya anticipadas en 2008 cuando
recuperó las provincias de Osetia del sur y Abjasia que se habían declarado
independientes, vuelven a manifestarse ahora cuando su plan de incorporar a
Ucrania en una Unión Aduanera, bajo su liderazgo, chocó con la intención de los
sectores ucranianos favorables a la subordinación euro-estadounidense y promotores
del tratado de libre comercio con la Unión Europea. Ya, en noviembre de 2013,
el gobierno de Ucrania había decidido no adherirse al tratado con la Unión
Europea, pues afectaría a la mayoría de la población ucraniana como mismo ha
sucedido en Grecia, España, Portugal e Italia, víctimas de los ajustes estructurales
del Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión
Europea. Todo esto desató una crisis política y fuertes movilizaciones de masas
que concluyó con el derrocamiento del presidente Yanukóvich. El nuevo gobierno golpista
de derecha y neofascista orientado por los Estados Unidos y las potencias
europeas, aboga por la integridad territorial y la firma de un acuerdo con la Unión
Europea, mientras que el parlamento de Crimea, la mayoría de su población
ruso-hablante, y las regiones orientales promueven fusionarse con Rusia.
Esta
confrontación, entre los centros de poder Norte-Oeste y Rusia, está incentivada
por masivas manifestaciones de neofascistas y pro-rusos, respaldados por los Estados
Unidos y la Unión Europea, por un lado, y Rusia, por el otro, exacerba las rivalidades
entre las potencias capitalistas y las posibilidades de una nueva guerra en el
viejo Continente, que solo parece disuadir los enormes arsenales de armas
nucleares en posesión de los principales actores involucrados en el conflicto.
Como posición de fuerza, el presidente Putin, a través de Gazprom pudiera cortar
el suministro de gas a los europeos occidentales, pues Rusia provee alrededor
del 30% del gas que Europa consume. Además, Ucrania es el eje distribuidor para
los distintos gasoductos que transportan casi el 100% del gas que consumen
Estonia, Lituania, Letonia, Bulgaria, Suecia y Finlandia, algo más del 60% de
la república Checa, mientras que Bélgica, Alemania, Polonia, Eslovaquia,
Austria, Hungría, Croacia, Eslovenia, Grecia y Rumania reciben entre el 45% y
el 60% de su consumo y Holanda, Francia e Italia entre 15% y 25%.
Por su parte, el presidente
Obama ha declarado que entregará gas para suplir el faltante, aunque no se sabe
cómo se financiaría la ayuda. Todo esto sucede en un contexto de profunda
crisis económica y social en Europa, y de deuda bajo la presión del Fondo Monetario
Internacional. Dada la inseguridad en Ucrania, para los ciudadanos e intereses
de Rusia, las tropas rusas ingresaron en Crimea, mientras que el gobierno
provisional desplegaba una fuerza armada de 50000 soldados. El referéndum en
Crimea, el domingo 16 de marzo, determinó por un 95% su incorporación, como una
república más, a la Federación de Rusia. Para la coalición euro-estadounidense este
referendo es un acto “ilegal” e inaceptable que llevó, en ese sentido, a los
Estados Unidos a la promoción de una iniciativa en el Consejo de Seguridad de
la ONU vetada por Rusia, porque estima que los derechos de la igualdad soberana
y la autodeterminación de los pueblos no pueden ser ignorados.
Está claro que los intereses
en juego no son únicamente de política interna en Ucrania, entre neofascistas y
pro-rusos, sino que poseen un calado y una repercusión geoestratégica mayor,
pues constituye un conflicto político-diplomático directo entre los Estados
Unidos y Rusia, que determinará la naturaleza de la relación futura entre Rusia
y el conjunto de los aliados norte-oeste. Los Estados Unidos al atizar el
conflicto y legitimar a las fuerzas neofascistas contra Rusia, intenta compensar
la necesidad rusa de proteger y dar seguridad a sus intereses en territorio ucraniano,
para impulsar así el cerco de la otrora superpotencia -ahora en recuperación-,
mediante la expansión de la OTAN, ya lo ha hecho con la estrategia de “defensa”
antimisil europea, que tanto incomoda a Rusia. Pero, al mismo tiempo, el
alcance real de esta maniobra norte-oeste parecería estar limitada por una
serie de factores que hacen errática la gran estrategia estadounidense: la
persistencia de la crisis económica y social en la Unión Europea, que no la
convierte en un paradigma a seguir por las naciones y pueblos todavía fuera de
la zona Euro y de la propia integración, la actitud de Alemania y otros países
fuertemente dependientes del gas, el petróleo y otros recursos naturales en
manos de Rusia y Crimea.
Así las cosas, cuando Ucrania
es visualizada como la primera víctima de una rediviva “guerra fría”, valdría
la pena preguntarnos: ¿Cuál será su evolución futura? ¿Instalará los Estados
Unidos bases militares contra Rusia en la región occidental de Ucrania? Sin
ánimos de dar respuestas acertadas: la división del territorio ucraniano entre potencias,
la integración inevitable de la zona occidental al eje norte-oeste o el incremento de sus relaciones con la Unión
Europea, al tiempo que mantiene sus vínculos con Rusia, en un difícil ejercicio
de equilibrismo político, pudieran ser algunos de los escenarios en relación
con esas interrogantes; pero, como en casi todos los procesos de la política internacional
en el que participan múltiples actores de significativo peso e influencia
política, diplomática y militar, este conflicto, en torno a Crimea, pudiera ser
de larga duración, como lo fue, para la Alemania dividida, la histórica
confrontación simbolizada en el “Muro de Berlín”, aquel icono de la “guerra
fría” clásica entre los Estados Unidos y la Unión Soviética.
Solo que ahora las ansias de
poder y expansión global de los Estados Unidos chocan con la problemática de la
relativa decadencia de sus capacidades tradicionales de dominación mundial, lo
que convierte más imprevisible y peligrosa su actuación internacional frente al
objetivo inequívoco de Rusia y China de equipararse a los Estados Unidos como
superpotencias mundiales en el horizonte de la multipolaridad del sistema
internacional del siglo XXI.
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