Escenarios de Política Internacional XVI
Taller (2016-2021). (CIPI-ISRI)
Problemas globales.
La(s)
crisis, la incertidumbre y la aporía siguen tipificando al mundo globalizado –
regionalizado en los inicios del segundo decenio del siglo xxi, lo que se
manifiesta en la evolución frágil y asimétrica de la economía mundial, cada vez más caracterizada por la
financierización[i],
la inestabilidad y las bajas tasas de crecimiento de las principales potencias
capitalistas desarrolladas, especialmente EE.UU., la UE y Japón.
Se
mantienen también relativamente bajas las tasas de crecimiento en los países llamados
emergentes y, principalmente, las del resto de los subdesarrollados por su
dependencia de los mercados externos, el mantenimiento a la baja de los precios
de las exportaciones, incluidas la de productos primarios por el agotamiento de
la demanda global de los mismos, y aun por la volatilidad de los flujos de
capital sobre los que continúan incidiendo, de manera decisiva, los movimientos
especulativos. Las economías emergentes –que venían apuntalando a la economía
global con sus altas tasas de crecimiento– ralentizan sus ritmos por su muy
alta dependencia del comportamiento de los países industrializados.
La
financierización continúa generando burbujas y crisis cada vez más recurrentes;
la economía ficticia supera ampliamente la economía real y son pocos los
dispuestos a tratar, o siquiera hablar, de poner algún tipo de control a los
flujos de capitales: la “economía de casino” ha suplantado definitivamente a la
economía real.
Se
consolida la tendencia a la concentración y centralización del capital y aumenta el poder de las transnacionales, que
imponen sus condiciones mediante los tratados transoceánicos impulsados por
EE.UU. Se consolidan redes financieras, que también incluye a sectores al
interior de los países emergentes –incluyendo a
los BRICS –y subdesarrollados; en la economía real se afianza el orden
basado en cadenas globales de valor controladas por las ETNs.
Continúa
acelerándose la transición hacia la región asiática del eje económico global.
Asia - Pacífico lidera en el aporte al Producto global y a su menguado
crecimiento con una mayor cuota en el comercio mundial, las inversiones y las
reservas de divisas; sin embargo, países del área continúan siendo parte de la
semiperiferia del capitalismo global.
En
respuesta a la crisis sistémica del capitalismo, al escaso crecimiento económico y al crecimiento
del comercio intrafirma, entre otros factores, se desató en el período una
inusitada activación de los procesos de apertura de las economías bajo el manto
de la firma de “mega acuerdos”, denominados de libre comercio, que
fortalecieron, aún más, el poder del capital privado, sobre todo transnacional,
sobre los Estados nacionales. En los llamados “mega acuerdos”
que supuestamente debían pautar el libre comercio de bienes, en realidad se
“liberalizaron” las inversiones, los servicios, la contratación pública, las
compras gubernamentales, el flujo de personas y de capitales… y quedaron
regulados el derecho de propiedad intelectual, las garantías a inversionistas
extranjeros, la fijación de demandas, la compensación adecuada y oportuna en
caso de expropiación y la libertad para repatriar capital y
utilidades entre otras muchas exigencias del capital transnacional. En
la mayoría de los “mega acuerdos”, el papel de EE.UU. fue decisivo ya que Washington
los empleó como instrumentos
geopolíticos y para garantizar el apoyo y subordinación de sus aliados en la
competencia con China y Rusia.
En
estos acuerdos –llamados también de última generación –no fueron incluidas disposiciones
sobre trato especial y diferenciado a países con menor desarrollo, lo que
genera aún mayores desafíos a la inserción internacional de estas economías.
Tan perjudiciales resultaron estos acuerdos para los países de menor desarrollo
y tanto garantizaron mejores condiciones al capital transnacional, que las
normas acordadas pasaron a formar parte de los lineamientos y acuerdos de la
Organización Mundial de Comercio (OMC) la que redujo aun más su relevancia, pues
las nuevas normas de comercio se adoptan soslayándola.
Continúan
desarrollándose procesos de integración, cooperación y otras formas de
asociación a nivel subregional en Asia, América Latina, África y el espacio
postsoviético. En determinados estados se aplican políticas de desarrollo
dirigidas a la potenciación de los mercados internos, aunque no necesariamente
desconectados de la lógica global. Tales son los casos de China y de algunos
países de América Latina, Asia y África lo que abre posibilidades y
alternativas al desarrollo de los países del tercer mundo.
En
casi todos los países, incluyendo los
centrales, se mantiene la desigual
puja de poderes entre los sectores vinculados al capital financiero
transnacionalizado y otros sectores, más
vinculados con el mercado interno y
también con los representantes de las
medianas y pequeñas empresas y las clases populares.
El G-20 sigue sin cumplir
las expectativas y es incapaz de modificar los mecanismos internacionales de
gobernanza económica. Siguen sin producirse modificaciones sustanciales en el
FMI y el BM, que pierden su posición
hegemónica y única. Los países BRICS continúan creando instituciones
multilaterales en función de sus intereses; no obstante, la institucionalidad
global continúa dominada por los llamados países occidentales, bajo el
liderazgo de los EE.UU.
El
grupo BRICS avanza en el proceso de institucionalización flexible, fortalece
los mecanismos ya existentes y activa nuevos para la promoción de un nuevo
orden y el fortalecimiento de foros de gobernanza global. Lo anterior permite
que gane mayor influencia mundial y en
regiones específicas; al propio tiempo, se agudizan las contradicciones con “occidente”,
en particular con los EE.UU.
El
dólar estadounidense se mantiene como
principal moneda de reserva y de referencia en los mercados internacionales. El
euro, debilitado, continúa ocupando el segundo lugar, les siguen la libra y el
yen y aumenta el uso del yuan, que se consolida y gana espacios de manera
irreversible al igual que otras monedas cada vez más utilizadas en
transacciones a escala regional e internacional. Los metales preciosos, en
particular el oro y la plata, se mantienen como valor de refugio ante la
incertidumbre económica; la energía, las materias primas y los alimentos siguen
siendo utilizados con fines especulativos.
Las
inversiones extranjeras directas, con bajos ritmos de crecimiento, se
concentran en un reducido número de países y sectores estratégicos,
fundamentalmente en energía, telecomunicaciones
y servicios financieros.
Las
remesas mundiales hacia los países subdesarrollados crecen moderadamente y
continúan dependiendo de la evolución de las variables económicas en los países emisores.
La
Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) se contrae por el mantenimiento de las
políticas de austeridad aplicadas por la crisis en los países donantes.
Se
incrementan las vulnerabilidades financieras de los países en desarrollo por el
incremento de las deudas soberanas, los aumentos de las tasas de interés en los
países centrales y la acción de los capitales especulativos, incluyendo los
denominados fondos buitres. Se mantiene el papel nocivo de las agencias de
calificación crediticia occidentales en
el sistema financiero; aparecen y se consolidan agencias calificadoras de
riesgo en los países BRICS.
Adquiere
mayor importancia la innovación científica y tecnológica como criterio para
medir la correlación de fuerzas entre los estados y economías, además de su
desarrollo perspectivo. Se afianza la
mercantilización de la ciencia. Como consecuencia de las crecientes tensiones
bélicas se produce un incremento de las investigaciones científicas con fines
militares.
EE.UU.
mantiene su posición como el principal inversor mundial en ciencia y
tecnología; en segundo lugar se encuentra China, la cual mantiene su
vertiginoso ascenso; le siguen Japón, Alemania y Corea del Sur. Se mantiene
como problema estratégico de los países subdesarrollados su incapacidad
sistémica para incorporar los resultados del conocimiento científico a la
producción. Es creciente la transnacionalización de las actividades de
investigación y desarrollo.
Se
incrementan los conflictos por el acceso a los recursos minerales, alimentos,
agua y energía. Los precios del petróleo
se mantienen alrededor de los 50 dólares en un mercado altamente
inestable y volátil, muy influido por la geopolítica, la especulación, la
crisis global, los conflictos regionales, los factores técnicos y los eventos
climáticos. Se incrementa el aporte del gas de esquisto al balance energético,
sobre todo en EE.UU. que continúa exportándolo. Se mantiene la resistencia al fracking
en algunos países de la UE por
consideraciones ambientales. Avanza la
extracción de este gas también en China.
Persiste
la crisis alimentaria cuya expresión más evidente es la hambruna que sufren
millones de personas, resultado en primer lugar del control de un reducido
número de megaempresas sobre la
producción y el comercio mundial de los alimentos y los insumos para
producirlos. A la crisis contribuyen,
además, la especulación, el uso de los alimentos para la producción de
combustibles, los efectos de las políticas neoliberales aplicadas en la
agricultura y, cada vez más, el cambio climático. Paradójicamente, como
consecuencia de la crisis sistémica, los precios de los productos básicos
agrícolas se mantienen a la baja y continúan las compras de tierras agrícolas
por los países occidentales, China e India, principalmente en África y América
Latina.
El medio ambiente continúa
deteriorándose. Las principales actividades humanas catalizadoras del
calentamiento global siguen sin ser suficientemente reducidas y sobrepasan la
capacidad del planeta para reproducir las condiciones de vida del ser humano.
El acuerdo sobre el cambio climático adoptado en Paris no hizo posible mantener
el aumento de la temperatura por debajo de los 2º C por la incapacidad de
establecer compromisos para la reducción de las emisiones.de gases contaminantes. La ciencia
no es capaz de reducir el calentamiento global ni de eliminar las altas
concentraciones de CO2 en la atmósfera.
Entre
los recursos que más aceleradamente se agota se encuentra el agua dulce. Las
previsiones apuntan que para el 2030 el 60% de la población mundial tendrá
problemas de abastecimiento, lo que dará lugar a la aparición de conflictos
hídricos. Se agudizan los antagonismos entre las principales potencias
mundiales por el acceso y explotación del agua y los conflictos entre países
africanos, de Asia Central, Medio Oriente y otras latitudes por el aprovechamiento de este recurso.
Empeoran
las condiciones sociales. Se mantienen altos niveles de pobreza en países del
tercer mundo, sobre todo en África. Se
incrementan las desigualdades entre países ricos y pobres y al interior de las
sociedades, ricas y pobres.
Se
incrementa la precariedad del trabajo en prácticamente todos los países
centrales como consecuencia de la continuación de la aplicación del agotado
modelo de reproducción ampliada del capital que fuera adoptado luego del
Consenso de Washington. Incide en ello, cada vez más, la robotización de la
producción.
El
dinamismo económico que se produjo en las naciones subdesarrolladas a partir de
finales del pasado milenio determinó un cierto crecimiento de sectores de la
clase media no tradicional, el que determinó cambios sociopolíticos y
electorales en América Latina y también en África, Asia y el Medio Oriente.
En la agenda del desarrollo no se alcanzan
avances sustantivos a partir de los magros compromisos alcanzados en los
denominados Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y la Agenda post 2015.
A
pesar de lo anterior, la población mundial no deja de aumentar aún cuando han
disminuido las tasas de natalidad, en particular en los países desarrollados y
principalmente en Europa. Ello ha sido consecuencia de la disminución de las
tasas de mortalidad infantil en todas
las regiones del mundo y del aumento de la esperanza de vida. El envejecimiento
de la población es generalizado y se ha convertido en un verdadero problema
económico para muchos países como consecuencia de la disminución de la
Población Económicamente Activa (PEA). Cerca del 60% de la población mundial
vive en ciudades.
El
número total de migrantes internacionales
aumenta y los EE.UU. siguen siendo el principal receptor. Le siguen
Rusia, Alemania, Arabia Saudita, Canadá, Francia y el Reino Unido. Se mantiene
la inmigración ilegal. La mayoría del desplazamiento migratorio tiene lugar
entre países de la misma categoría de desarrollo: alrededor del 60% de los
migrantes se traslada o bien entre subdesarrollados o entre países
desarrollados.
La
crisis económica y financiera y las guerras fortalecen las políticas de
“seguridad migratoria” de los países receptores, que aumentaron los controles y
la selectividad de las entradas. Se continúa favoreciendo en el “primer mundo”
el acceso al personal calificado proveniente de los menos desarrollados, así
como a inmigrantes de menor calificación para atender los trabajos rechazados
por los nacionales y para compensar el
envejecimiento poblacional.
Tendencias políticas mundiales.
Continuidad y cambios en el balance de poderes.
Continúa
el proceso de reconfiguración de los poderes mundiales como consecuencia de los
efectos de la crisis sistémica del capitalismo, los efectos de la financierización
y el debilitamiento de los países llamados occidentales. La competencia entre
los grandes actores y bloques se agudiza; el temor al auto exterminio, no
obstante, hace que las relaciones discurran entre la confrontación y la
cooperación.
Las
potencias emergentes relativizan la hegemonía de EE.UU. y sus aliados, los que a
pesar de ello, mantienen el liderazgo global. Paralelamente, el sistema de relaciones políticas
internacionales se hace cada vez más multipolar – multicéntrico lo que
incrementa la inestabilidad y las
situaciones conflictivas al propio tiempo que obliga a la concertación y a la
formación de coaliciones.
En
algunos temas de la agenda internacional se desarrolla el multilateralismo, en
otros se tiende al uso de instrumentos unilaterales, especialmente cuando las grandes potencias, principalmente
EE.UU., no alcanzan el requerido apoyo a sus posiciones. Se incrementa el
empleo de sanciones promovidas por instituciones políticas y jurídicas de los
países occidentales. Aumentan sustancialmente los gastos militares y la
aplicación de la ciencia y la tecnología a la producción de armamentos.
La
carrera armamentista se intensifica como reflejo de la agudización de las
contradicciones entre las principales potencias del sistema internacional –EE.UU.-Rusia-China
–y aún entre otros Estados vinculados a
conflictos regionales. Esta nueva carrera armamentista se desarrolla en las
esferas de los armamentos nucleares y los convencionales y se extiende a los
llamados espacios comunes globales, incluyendo al océano Ártico y también al
espacio y al ciberespacio llegando a erosionar, incluso, acuerdos de desarme
suscritos en períodos anteriores.
Aumentan
los conflictos por la ciberseguridad y se emplean nuevas tecnologías e internet
para socavar la soberanía de los estados y violar la privacidad del individuo.
Se
incrementa la hegemonía de las grandes transnacionales mediáticas que
contribuyen a forjar visiones y pensamientos únicos, para lo cual utilizan de
manera creciente a los tanques pensantes y las universidades occidentales. Las
acciones ideológicas de respuesta de los países y sectores opuestos al poder hegemónico no siempre resultan
suficientes para romper el dominio existente.
Ante
la difusión del poder internacional se
mantiene el activismo de pequeños y
medianos Estados, esquemas de integración y mecanismos de concertación, en
especial de América Latina, Asia y África, lo que ofrece alternativas para el
desarrollo de los países tercermundistas, al igual que el desarrollo de las
potencias emergentes y los BRICS.
Adquieren
un mayor poder en el escenario global actores no gubernamentales, públicos y
privados, en particular las grandes empresas transnacionales.
EE.UU.
continúa desempeñándose como actor clave del sistema –en tanto actúa en defensa
de los intereses del gran capital
transnacionalizado –, por su red de alianzas (OTAN y otros países de Europa,
Japón, Corea del Sur, Australia, Colombia, México); su poderío militar; el
papel de vanguardia que ocupa en la investigación y desarrollo científico; su
peso en la creación y mantenimiento de normas en instituciones internacionales
políticas y económicas; el papel del dólar; y su predominio mediático, cultural
y en las tecnologías de la información y comunicación (TICs).
La
U.E. redujo su relevancia global por su incapacidad de cohesionarse y
resolver los problemas del euro, la dependencia energética y su relativa y
aparente subordinación a EE.UU., en realidad al capital transnacional. No
obstante, se mantiene como un polo de poder importante en la arena
internacional, sobre todo desde el punto de vista económico y como referente cultural. Alemania, Francia y el
Reino Unido muestran un mayor protagonismo.
Tanto
EE.UU. como la UE insisten en compensar la pérdida de posiciones, mediante el
aumento de la presión militar en el mundo, el fortalecimiento de la
OTAN, el aprovechamiento de las
vulnerabilidades estratégicas de Rusia y China; y en el caso estadounidense,
además, mediante la localización de sus fuerzas armadas en el Pacífico aunque
sin detener el fortalecimiento de la OTAN en el flanco occidental de Rusia
aprovechando el paraguas de Ucrania. EE.UU. y la UE firman el Tratado
Trasatlántico como acción geopolítica
para consolidar su peso en la economía mundial y “contener” a Rusia.
La
U.E. incrementa su presencia en el Norte y Sur de África y en el
espacio postsoviético. EE.UU. incrementa su activismo contra los gobiernos
progresistas de América Latina y fomenta e incrementa sus nexos con los
sectores de derecha y con la Alianza del Pacífico como mecanismos de contención
del ALBA y el Mercosur.
Como
modelo de intervención, tanto EEUU como
los países de la UE - OTAN, emplean la llamada guerra no convencional,
despliegues rápidos y flexibles y la estrategia de huella ligera. El
terrorismo, la ciberguerra, la piratería
y el tráfico ilícito de estupefacientes, además de amenazas reales,
continúan siendo pretextos para las
acciones punitivas y despliegues militares en las distintas regiones del mundo
y para justificar una presencia militar global. El costo de estas acciones se
hace, desde todos los puntos de vista, cada vez más insostenible.
China,
por su parte, aumenta su poder e influencia mundial. Enfatiza el desarrollo de
su mercado interno; incrementa su progreso científico técnico; aumenta los
gastos militares y despliega una política exterior más activa. Fortalece sus
relaciones estratégicas con Rusia reduciendo su vulnerabilidad energética.
También consolida la Organización de Cooperación de Shanghái junto a Moscú y los
países de Asia Central.
Las
relaciones entre China y EE.UU. se mantienen caracterizadas por la
interdependencia económica y financiera que ha condicionado la relación de
cooperación – conflicto entre ambos actores.
La
dirección china incrementa el accionar hacia los países limítrofes buscando
obtener espacios geopolíticos para contrarrestar la contención de EE.UU. y
Japón y acceder a eventuales recursos naturales. Ello genera contradicciones
con los países vecinos y facilita la política de EE.UU. en el área. China
mantiene una expansión activa con créditos e inversiones en África, en el
espacio postsoviético y en América
Latina, convirtiéndose en actor económico clave para casi todas las zonas
subdesarrolladas lo que le garantiza el acceso a materias primas y mercados al
tiempo que contribuye al crecimiento de
estas áreas. A cuenta de las mismas queda la utilización de los recursos
obtenidos para la diversificación de sus economías evitando la llamada reprimarización
de las mismas.
Rusia,
a pesar de sus problemas estructurales internos, incrementa su activismo
diplomático, los gastos militares y el empleo de los recursos energéticos como
instrumentos para mantener su estatus de gran potencia y a la vez enfrentar los
efectos de las sanciones económicas y la mayor agresividad por parte de EE.UU.
y la OTAN. Moscú instala nuevos sistemas de defensa que garantizan la
destrucción de cualquier presunto atacante desde cualquier lugar del mundo;
estrecha los nexos económicos con China y otros países asiáticos buscando
recursos para su modernización y obtención de mercados para el gas, petróleo y
armamentos. Desarrolla una ofensiva diplomática para consolidar la Unión
Euroasiática y aumenta su activismo en
los BRICS, el G-20 y otros foros multilaterales.
Los
gasoductos permiten garantizar la dependencia energética europea de Rusia,
aunque ésta disminuye. Moscú estrecha sus relaciones con Irán, Siria, Arabia
Saudita y otros países del Medio Oriente, y mantiene abiertas las vías de
negociación de con EE.UU. y la UE. En América Latina Moscú fortalece sus nexos
político-diplomáticos y militares.
Brasil
mantiene su liderazgo en América Latina
y el Caribe y aunque avanza, no logra los niveles de influencia en la esfera
internacional acorde a sus propósitos de política exterior. Participa con bajo
perfil en mecanismos como la CELAC, aunque considera pertinente monitorearlos
con el fin de prevenir el protagonismo de otros aunque disminuyendo su
activismo regional como resultado de la conflictividad interna y de la corporativización
de la política interna. Mantiene los niveles de actividad en el Mercosur, la Unasur
y sus vínculos con el Caribe, Centroamérica y África. Mantiene el diálogo con
EE.UU. en áreas de seguridad, comercio, finanzas, energía, ciencia, tecnología
y asuntos multilaterales.
El
Mercosur firma el Acuerdo de Libre
Comercio con la UE y con Canadá, lo
que ata más sus economías a la lógica transnacional - occidental y
debilita sus proyecciones estratégicas.
India
logra un crecimiento estable y mantiene su protagonismo en el Sur de Asia. Estrecha la cooperación sobre seguridad y la
lucha contra el terrorismo con China y Rusia. Amplía la promoción de los intereses comerciales y financieros
triangulares y de manera bilateral en la cooperación militar y de seguridad con
Rusia. Al mismo tiempo, mantiene sus crecientes lazos estratégicos con
Washington y utiliza la influencia de EE.UU. en la región, para garantizar su
espacio geopolítico. La Asociación para la Cooperación Regional de Asia Sur
(SAARC) profundiza el mecanismo de políticas comunes a pesar de las
contradicciones entre miembros del esquema.
Los EE.UU. en el
rebalanceo de poderes
Se
mantiene la pérdida de protagonismo de EE.UU. y la reducción de su peso en la
economía mundial; no obstante, y a pesar de su relativo declive, mantiene la supremacía
político-diplomática, cultural-informacional y militar como
Estado-Nación-Imperio. El impacto económico, comercial y financiero de la
nación del norte sigue siendo determinante aun en el actual sistema de
relaciones internacionales en transformación, reacomodo y reajuste en el
contexto de la crisis estructural y sistémica mundial. En el mismo los EE.UU. readecuan
–o tratan de readecuar –su proyección imperial y aplican las concepciones de guerras de cuarta generación lo que
determina el fin, en lo fundamental, de acciones bélicas a gran escala en el
exterior. Lo anterior se encuentra al menos parcialmente determinado por la
situación económica de gran vulnerabilidad que le impone reducciones de gastos
en todas las esferas de la vida social. Siguen siendo objetivos a alcanzar, de
primera prioridad, su política exterior y de “seguridad”, revitalizar su fortaleza económica e impulsar
la innovación tecnológica.
Se
mantuvo el peligro de la ralentización de la recuperación, del nuevo descenso
del crecimiento y de una nueva crisis. Prevaleció el escepticismo respecto al vigor y a la extensión de la
recuperación económica y se alcanzó un crecimiento
moderado y desigual entre los estados y regiones del país, lo que demostró el
agotamiento del mecanismo económico basado en la financierización y en el
excesivo consumo interno y, como corolario, la necesidad de la modificación del
patrón de acumulación.
EE.UU.
diversificó su matriz energética y pasó a ser un importante exportador de
energía. Sin embargo, la insuficiente inversión productiva ha condicionado los
sucesivos ritmos de crecimiento; en igual sentido incidieron a la baja del ritmo de crecimiento la política monetaria
restrictiva adoptada luego del fin de la expansión cuantitativa.
EE.UU. continúa resistiendo con relativa efectividad
la
reforma, impulsada por los BRICS y en particular por China, del denominado sistema
monetario y financiero
internacional. A pesar de ello, disminuye el papel del dólar estadounidense como principal moneda de reserva y aumenta el uso de otras monedas,
entre ellas el yuan, en un mundo que parece encaminarse a sustituir el dólar
norteamericano por una canasta de monedas.
Y
a pesar de que los EE.UU. mantienen capacidad para controlar, al menos
parcialmente, buena parte de los procesos productivos y la redistribución de
las ganancias a escala global lo que
eventualmente les
permite redistribuir los costos de los acontecimientos más adversos, la falta
de ahorro interno, el endeudamiento federal y total –acrecentado por el aumento
de la tasa de interés -, la ausencia de inversiones productivas y en
infraestructura produce efectos muy negativos sobre su debilitada economía. El sistema sigue generando desigualdad
social y aumento de la concentración de la riqueza, la quimera del “sueño
americano” se hace cada vez más inalcanzable.
El segundo decenio del siglo xxi encuentra a los EE.UU. marcados por
un altísimo grado de división y polarización, una abismal desigualdad de
ingresos y la iniquidad social, todo lo que se refleja en los aspectos socio-económico
y cultural, en el tejido social y en la crisis de la política y los partidos.
Se mantiene la crisis de ideas respecto al papel supuestamente divino de la
superpotencia imprescindible para el mundo, en una débil sociedad multicultural
y multirracial sumergida en una creciente crisis de desconfianza en las
instituciones de gobierno a todos los niveles. Saben los estadounidenses, al
menos los más lúcidos, que no pude ser excepcional un país con algo más de 300 millones de habitantes de los cuales más
de 50 millones son pobres.
A los efectos de tratar de recuperar la hegemonía perdida y como
parte de su geoestrategia global, los
EE.UU., como ya ha sido antes mencionado, lograron acuerdos formalmente
denominados de libre comercio aunque sus objetivos sobrepasasen los aspectos
comerciales.
El Acuerdo Trasatlántico de Comercio e Inversiones pretende
redimensionar la base productiva de EE.UU., a partir de la reconversión
tecnológica basada en la economía del conocimiento al propio tiempo que pretende
aislar a Rusia del resto de Europa.
Por su parte, el Acuerdo Transpacífico de Asociación pretende consolidar la presencia norteamericana en la integración regional de Asia-Pacífico y contrarrestar la influencia de China en la región.
Por su parte, el Acuerdo Transpacífico de Asociación pretende consolidar la presencia norteamericana en la integración regional de Asia-Pacífico y contrarrestar la influencia de China en la región.
Además
de los mega acuerdos señalados, los EE.UU. tratan de fortalecer sus posiciones
en América Latina y el Caribe, región en la cual sigue siendo el mayor socio comercial y la
fuente inversionista extranjera más importante. No obstante, se agudizan los
conflictos con actores extra-continentales, en particular China y Rusia.
En lo que respecta a la política exterior y de seguridad los
EE.UU. reajustan su proyección imperial atendiendo a sus prioridades de orden
económico y político y modera y refrena el despliegue de la fuerza militar de
gran envergadura. Su objetivo principal de política exterior y seguridad:
mantener el liderazgo y afianzarse como el «primero entre iguales» respecto a
sus aliados y socios, así como prevalecer en relación con sus adversarios. En
correspondencia, la [ii]guerra
de cuarta generación es la directriz principal.
En el segundo decenio, también, se hace
cada vez más imprecisa la subordinación plutocracia transnacional – estados
nacionales ya que las grandes empresas transnacionales cada vez más utilizan a los
estados nacionales, no importa cuán grandes y poderosos sean, como instrumentos
para el logro de sus objetivos de control de la economía global. Es así como se
imponen a los estados nacionales (y estos negocian intereses ajenos a los
nacionales) tratativas cuyo objetivo es el dominio del espectro económico
ampliado por la globalización. La imposición de los mega acuerdos
transoceánicos fueron apenas el inicio de los intentos de reconfigurar las
reglas del comercio internacional y las relaciones económicas entre las
naciones hasta alcanzar el dominio global.
Los EE.UU. utilizan los instrumentos político-diplomáticos (particularmente los
procesos de negociación), ideológicos, culturales, informacionales y
económico-comerciales bajo la sombra de su fuerza militar para tratar de
mantener su dominio mundial. Persiste para ello en la aplicación de la doctrina
del “poder inteligente” (smart power), con mayor empleo del llamado poder “blando”, aunque
sin abandonar el empleo y/o la amenaza del uso de la fuerza, de manera
unilateral o concertada con sus aliados estratégicos, supuestamente para proteger
sus intereses.
Paralelamente, los EE.UU. utilizan el
chantaje y mantienen latente el peligro de una hecatombe global como
consecuencia de una guerra nuclear. Ello se hace evidente a partir de la
lectura de sus declarados intereses nacionales reflejados en sus documentos
estratégicos en los que quedan establecido como objetivos: 1) Prevenir las
amenazas y ataques directos a territorio de los EE.UU. y sus fuerzas armadas;
2) Asegurar la libertad de navegación; 3) Garantizar la libertad de comercio;
4) Acreditar la libertad política y 5) Oponerse a cualquier otro poder
emergente o coalición de actores, gubernamentales o no, con intenciones
hegemónicas que intente contrarrestar o limitar sus intereses estratégicos. Quedan
priorizados los Bienes Comunes Globales (Global Commons) en los dominios
terrestre, marítimo, aéreo y espacial, en el ciberespacio y en el Ártico.
Como las capacidades –económicas y de tropas –para el uso directo de la fuerza militar a
gran escala están limitadas, EE.UU.
prioriza la denominada "huella ligera" (light footprint), basada en
un mayor empleo de grupos móviles de Fuerzas de Operaciones Especiales para
misiones operativas, de inteligencia y capacitación, el despliegue de agencias
de inteligencia, el empleo de la alta tecnología y las fuerzas de seguridad de
los aliados. Continúan ejecutando operaciones “quirúrgicas”, las escuchas
electrónicas ilegales, la utilización de medios no tripulados y los asesinatos
extrajudiciales, todo ello con un estilo belicista de bajo perfil, considerado
más eficiente. Al mismo, sin embargo, se oponen las fuerzas neoconservadoras
que siguen considerando mejor recurso para mantener el dominio estadounidense
un mayor uso y despliegue de la fuerza militar.
Las alianzas y asociaciones estratégicas de EE.UU.[iii]
con Europa y Japón continúan siendo el núcleo central de “occidente”[iv]
y medulares sobre todo ante la duda de las capacidades de EE.UU. por su declive
relativo en un mundo multipolar.
Por lo anterior, las relaciones trasatlánticas mantienen su
primordial importancia como piedra angular de la proyección de EE.UU. a nivel
mundial para la coordinación de posiciones con los diferentes actores a escala
global. Al mismo tiempo, tales relaciones les permiten mantener su atención
hacia la región Asia-Pacífico. En otras palabras, el reequilibrio hacia el
Lejano Oriente no se realiza a expensas de Europa, sino con ella y
definitivamente con Japón como actor regional singular (siguiendo la lógica
expuesta en la nota 3, de lo que aquí se trata es de la comunión de intereses
globales de los capitales transnacionalizados y la defensa de los mismos por
los estados nacionales)
La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) continúa
ampliando su desempeño a escala global acorde con el concepto estratégico
anteriormente señalado y la llamada defensa inteligente (smart defense), consistente en una
mayor flexibilidad en el despliegue de las fuerzas armadas, una mayor
racionalización e integración de los recursos, la reducción de la estructura de
mando y una mejoría en la interoperabilidad de sus acciones combinadas. Todo
ello, en medio de las limitaciones financieras impuestas por los ritmos de
crecimiento de las economías de los países miembro.
La crisis en torno a la situación en Ucrania sigue sin solución
pues continúa el reacomodo de fuerzas en Europa como parte de la conformación
del mundo multicéntrico. Situación similar se presenta en el Magreb, en el
Sahel, y en el Cuerno Africano, donde las fuerzas europeas de la OTAN tienen
asignada la misión de mantener “la estabilidad” en estas regiones, con EE.UU.
“liderando desde atrás” (leading from behind)
Como consecuencia del ya referido reacomodo de fuerzas, los EE.UU.
y sus aliados (occidente) presentan a la Federación de Rusia y a su liderazgo
como estado adversario e interlocutores difíciles y provocadores de
inestabilidad. En este contexto se reinicia el diálogo para la revisión del
cumplimiento del “Nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas” y se
mantiene la confrontación bilateral y multilateral sobre el tema de escudo
antimisil, ya en estado operacional. Rusia adopta las medidas necesarias para,
en caso de considerarlo necesario, aniquilarlo
No aumentan los miembros ni de la OTAN ni de la UE; se alcanzan
acuerdos de asociación con la UE por Georgia y la Ucrania post-conflicto; se
mantiene la influencia de Rusia en Asia
Central, aunque los EE.UU. logran acuerdos puntuales de cooperación con
Azerbaiyán y Uzbekistán. Mantiene su
política y estrategia hacia Pakistán, Afganistán y ante la contenciosa
Cachemira. En este último caso considera a la India aliado de primer orden.
EE.UU. mantiene el interés de alcanzar arreglos
bilaterales con Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Turkmenistán con el
objetivo de contrarrestar, al menos parcialmente, a la Organización de Cooperación de Shanghái.
EE.UU. no logra entorpecer la asociación estratégica
Federación de Rusia - República Popular China.
Asia-Pacífico es considerada por los EE.UU. zona vital en su
visión de liderazgo global. Y los actores de mayor interés India, la República
Popular China y Japón.
Las relaciones entre los EE.UU y la República Popular China se
mantienen entre la colaboración e interdependencia y la confrontación y el
conflicto.
EE.UU. mantiene su alianza estratégica con Japón. Las relaciones
político-diplomáticas, económicas y militares con Australia, Nueva Zelanda,
Corea del Sur, Filipinas, Tailandia y Singapur se fortalecen.
Como principal instrumento de las prioridades de Defensa y
Seguridad de EE.UU. en la región se mantiene el Acuerdo Transpacífico de
Asociación.
En su relacionamiento con los BRICS, EE.UU. aplica una política
diferenciada, con tratamiento particular a las potencias nucleares el que va
desde la cooperación y la colaboración en asuntos puntuales, hasta la
confrontación.
En el Medio Oriente EE.UU. prioriza su alianza con el gobierno de Israel y sigue intentando lograr una solución “aceptable” al conflicto israelí-palestino, que incluye la creación del Estado de Palestina. El reto iraní se mantiene. En función del cambio de régimen, EE.UU. emplea los mecanismos de la guerra de cuarta generación. El Consejo de Cooperación del Golfo es considerado por EE.UU. pieza vital en el mantenimiento de la estabilidad en la región.
En el Medio Oriente EE.UU. prioriza su alianza con el gobierno de Israel y sigue intentando lograr una solución “aceptable” al conflicto israelí-palestino, que incluye la creación del Estado de Palestina. El reto iraní se mantiene. En función del cambio de régimen, EE.UU. emplea los mecanismos de la guerra de cuarta generación. El Consejo de Cooperación del Golfo es considerado por EE.UU. pieza vital en el mantenimiento de la estabilidad en la región.
Egipto,
Siria e Irak continúan en el centro de atención de la política exterior
norteamericana.
Egipto sigue sin recuperar su estabilidad a pesar del apoyo de los EE.UU.; en Siria, los EE.UU., conjuntamente con Turquía e ignorando el Derecho Internacional, continúa sostiendo a los opositores de Al Assad lo que fortalece a los radicales islámicos –e incide no sólo en la guerra civil en Siria, sino también en la inestabilidad de Irak y en el debilitamiento de Hezbollah –y le da a Israel mayor capacidad de acción en su entorno regional. Tal política de los EE.UU. pone en peligro sus propios intereses geopolíticos ya que la inestabilidad e ingobernabilidad en Irak crea condiciones para crear un efecto derrame en toda la región del Medio Oriente y la fragmentación de las actuales fronteras nacionales con resultados imprevisibles.
Egipto sigue sin recuperar su estabilidad a pesar del apoyo de los EE.UU.; en Siria, los EE.UU., conjuntamente con Turquía e ignorando el Derecho Internacional, continúa sostiendo a los opositores de Al Assad lo que fortalece a los radicales islámicos –e incide no sólo en la guerra civil en Siria, sino también en la inestabilidad de Irak y en el debilitamiento de Hezbollah –y le da a Israel mayor capacidad de acción en su entorno regional. Tal política de los EE.UU. pone en peligro sus propios intereses geopolíticos ya que la inestabilidad e ingobernabilidad en Irak crea condiciones para crear un efecto derrame en toda la región del Medio Oriente y la fragmentación de las actuales fronteras nacionales con resultados imprevisibles.
La política de EE.UU. hacia África subsahariana considera de
importancia singular la zona del Sahel, el
Cuerno Africano, Yemen y Yibuti y le presta atención particular a los que
define estados “fallidos o frágiles”. La política exterior estadounidense
prioriza la región del Golfo de Guinea, de los Lagos, a Nigeria y Angola. La
presencia china en el África Subsahariana aumenta los conflictos de intereses
también en esta región.
EE.UU. considera y trata a Sudáfrica como el
país más importante en la región, y como poder continental emergente con fuerte
incidencia y activismo en el G-20 y en los BRICS.
Para los EE.UU. América Latina y el Caribe continúan siendo
actores esenciales para su proyecto de dominación global y, con independencia del curso de las
negociaciones con Cuba en el largo y complejo proceso hacia la normalización de
las relaciones entre ambos países, la maquinaria de la política exterior,
económica, de defensa y seguridad, al igual que los diferentes aparatos
políticos, comunicacionales, mediáticos e ideológico-culturales que actúan en
la potencia imperialista, continuarán desplegando multifacéticas estrategias
contrarrevolucionarias orientadas a preservar o restablecer su sistema de
dominación sobre la región.
Tal política, –ejercida
unilateralmente o concertada con sus aliados gubernamentales o no
gubernamentales de los diversos países de América Latina y el Caribe, de Canadá
y Europa –mantienen como uno de sus principales objetivos desestabilizar y,
allí donde les resulte posible, derrocar a aquellos gobiernos latinoamericanos
y caribeños calificados por ellos como anti-estadounidenses. En particular,
aunque no únicamente, a los miembros plenos del ALBA-TCP.
Los EE.UU. continúan
emprendiendo acciones en todos los campos posibles –con énfasis en la
subversión política-ideológica –para tratar de alcanzar un cambio “en el régimen”
al no poder lograr “el cambio de régimen” en Cuba y derrocar su Revolución para
cercar política, económica y militarmente a la Revolución Democrática y
Cultural de Bolivia; a la Revolución Ciudadana de Ecuador; a la “segunda etapa
de la Revolución Sandinista”; y para lograr la derrota electoral de los
gobiernos más radicales del Caribe Oriental.
Su más inmediato objetivo sigue
siendo la República Bolivariana de Venezuela, con lo que buscan conseguir el
mayor impacto desmovilizador, tanto nacional como regionalmente. En Venezuela
el gobierno estadounidense continúa respaldando política y financieramente y a
través de sus diferentes medios de propaganda, a todas aquellas fuerzas
económicas, sociales, mediáticas y políticas, integrantes de la denominada Mesa de Unidad Democrática (MUD)
que, con tácticas diferentes aunque complementarias, se proponen derrotar a la
Revolución bolivariana.
Lo anterior es así, porque en la percepción
oficial estadounidense, la derrota de la revolución bolivariana –-junto a las
contrarreformas que se han producido y han tenido reflejo en la Constitución
mexicana y en el incremento de la producción y exportación de petróleo y gas—,
facilitaría la transformación del continente americano en el centro energético
del mundo anticipado por el vice-presidente de los Estados Unidos, Joe Biden,
en el discurso que pronunciara en Washington en mayo de 2013. Ese objetivo
estratégico –y la eliminación de “la dependencia del petróleo venezolano” que
tiene la mayor parte de los estados centroamericanos y caribeños integrantes de
PETROCARIBE— guía la Iniciativa para la Seguridad Energética del Caribe, dada a
conocer por el propio Biden en enero de 2015.
La eventual aceptación por la mayor parte
de los gobiernos de los estados centroamericanos y caribeños de la referida
iniciativa estadounidense agudiza la dependencia de la región a las necesidades
geoestratégicas de los EE.UU. Tal circunstancia se agrava por el control
alcanzado por las empresas transnacionales en los principales sectores de la
economía de estas naciones, las que, supuestamente, se beneficiarían con la
entrada en vigor del Tratado de Inversión signado en mayo de 2013 por Joe Biden
y el entonces presidente pro tempore de la CARICOM, Michel Martelly, así
como también por la Ley de Promoción Comercial hasta 2020, aprobada por la
administración de Barack Obama. A cambio de las “preferencias” unilaterales que
esta ley otorga a las exportaciones caribeñas hacia EE. UU., los gobiernos
integrantes de la CARICOM, al igual que el de República Dominicana, mantendrán
con sus contrapartes estadounidenses diversos acuerdos en el campo de “la
seguridad no tradicional”, los que continuarán siendo financiados con los
fondos destinados a la Iniciativa para la Seguridad de la Cuenca del Caribe (CBSI,
por sus siglas en inglés).
Entre los objetivos generales de la
política estadounidense en la región se mantiene el de consolidar la
integración subordinada de México, y en la misma medida fortalecer su dominio
sobre los estados nacionales ubicados en el istmo centroamericano y en el
Caribe insular y continental con vistas a preservar su control sobre los
recursos naturales, energéticos y los bienes comunes, incluidos los diversos
espacios geoestratégicos existentes en el llamado Gran Caribe.
El gobierno de los EE.UU. continúa
desarrollando acciones dirigidas a
subordinar a sus intereses geopolíticos y geoeconómicos a los gobiernos del
Hemisferio occidental ubicados en el llamado “Arco del Pacífico”. En este
empeño, sigue respaldando la ampliación y profundización de la Alianza para el
Pacífico, al igual que su articulación con el acuerdo transpacífico.
Al mismo tiempo, los EE.UU. mantienen su
política dirigida a contrarrestar las amenazas planteadas a su “liderazgo” en
el Hemisferio occidental y, específicamente, en Suramérica. La paulatina,
inconclusa y aún incierta transformación de Brasil en potencia global,
contrasta con los intereses geopolíticos, geoeconómicos y geoestratégicos
estadounidenses en las cuencas de los ríos Amazonas y de la Plata, al igual que
en el Atlántico Sur. Por ello, norteamérica mantiene su apoyo a las acciones de
los principales sectores de la derecha brasileña con vistas a desestabilizar y,
de ser posible, derrocar al lulismo en ese país.
Simultáneamente, y para evitar la continuidad
de las políticas que califican como anti-estadounidenses o populistas
radicales, aplicadas por los sucesivos gobiernos del Frente para la Victoria en
Argentina, los grupos dominantes norteamericanos y sus aliados argentinos
continuarán adoptando medidas orientadas a atenuar u obstaculizar las
coincidencias entre los gobiernos de Brasil y Argentina y a agudizar las
contradicciones con el gobierno de Tabaré Vázquez en Uruguay. Entre otras
razones, porque este último continuó su política dirigida a estrechar sus
vínculos con Estados Unidos.
Los EE.UU. mantienen su
respaldo a los gobiernos conservadores en Paraguay y dan continuidad a las
acciones dirigidas a evitar los avances políticos del Frente Guasú; también
continuarán los EE.UU. y sus aliados de las oligarquías nacionales, tratando de
impedir la reforma y ampliación del Mercosur y evitar la profundización de la Unasur.
En línea con este último propósito, se mantendrán y fortalecerán los acuerdos
de “libre comercio” y los relativos a la defensa y la “seguridad
interamericana”, firmados por EE.UU. con los gobiernos de Colombia, Chile y
Perú. En el caso de Colombia, particularmente, dichos acuerdos se mantendrán
cualesquiera sean los resultados de las negociaciones que se efectúan entre
representantes del gobierno y de las organizaciones insurgentes de ese país.
De igual modo, el gobierno
estadounidense continúa aplicando estrategias destinadas a dificultar la
institucionalización y la profundización del acervo político y las prácticas
diplomáticas de la Celac. Del mismo modo, aquellas que dificulten el adecuado
cumplimiento de los diferentes tratados, acuerdos y planes de acción que se
aprueben en las Cumbres de las Américas, las reuniones de sus ministros de
Defensa, de Seguridad Pública y de Justicia, de los Fiscales Generales (MISPA y
REMSA, en el lenguaje de la OEA), al igual que por parte de los principales
órganos político-militares y político-jurídicos del Sistema Interamericano; en
fin, se opondrá a cualquier intento, en cualquier espacio político, que pudiera
representar un cuestionamiento, no necesariamente radical, a su hegemonía en
las Américas.
La Junta Interamericana de
Defensa continuará impulsando las Conferencias de Jefes de Ejército, Marina y
Aviación, así como los diversos ejercicios militares que se han venido
realizando al amparo del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR).
A pesar de que varios gobiernos latinoamericanos han anunciado su renuncia a
este tratado, tanto el Departamento de Estado como el de Defensa de Estados
Unidos continuarán defendiendo su vigencia ante supuestas amenazas “extra
continentales” que tendría que enfrentar el Hemisferio Occidental en el futuro.
Con el anterior y otros fines
similares, el gobierno de los EE.UU. seguirá impulsando la reforma y
“revitalización” de la OEA, plasmada en La
Política de Defensa para el Hemisferio Occidental hasta el 2023 aprobada
por el presidente Barack Obama. Sobre la base de esta Ley, y de sus sesgados
enfoques sobre los derechos humanos y las libertades fundamentales contenidos
en la Carta Democrática Interamericana, el Departamento
de Estado emprende acciones orientadas a la inútil aspiración de revitalizar la
OEA con la aspiración de que siga sirviendo a sus intereses y constituida en el
foro principal para defender “la paz y la seguridad interamericanas”,
fortalecer el cada vez más cuestionado Sistema Interamericano de Derechos
Humanos, promover y consolidar la democracia liberal y burguesa, solucionar las
disputas regionales, fomentar el crecimiento económico, la cooperación para el
desarrollo y la facilitación del comercio, así como para analizar los problemas
que representan para la seguridad interamericana las migraciones incontroladas,
el tráfico ilegal de drogas y el crimen transnacional organizado.
Tomando como pretextos estas y otras
amenazas (el tráfico de armas y de personas, el lavado de dinero) la maquinaria
de política exterior de defensa y seguridad de los Estados Unidos continuará
respaldando la Iniciativa Mérida y la “guerra contra las drogas” promovidos por
México. Sobre la base de los acuerdos adoptados en la Cumbre de América del
Norte, efectuada en Toluca, México, a comienzo de 2014, y en coordinación con
sus correspondientes contrapartes mexicanas y canadienses, el gobierno
estadounidense impulsará la Iniciativa Regional para la Seguridad
Centroamericana (Carsi, por sus siglas en inglés) y el denominado Plan Biden
para el Triángulo Norte Centroamericano.
Asimismo, se fortalecerán todos los
acuerdos vinculados con la Seguridad Regional firmados por EE.UU. con el
gobierno de Colombia. Sobre tales bases y las presuntamente exitosas
experiencias acumuladas en la lucha contra la subversión, el narcotráfico y el
narcoterrorismo, y en coordinación con el Comando Sur de las fuerzas estadounidenses
(Southcom, por sus siglas en inglés), las fuerzas militares y policiales
colombianas seguirán brindando entrenamiento a
oficiales militares y policiales de diferentes países de América Latina
y el Caribe, en particular de México y Centroamérica, República Dominicana,
Ecuador, Perú y Paraguay.
Las estrategias contrarrevolucionarias de
los Estados Unidos y de sus principales aliados en el Hemisferio Occidental encuentran
resistencia en los diversos movimientos sociales y políticos latinoamericanos y
caribeños, incluidos los que luchan por la total descolonización del Caribe
insular. En contraste con la reacciones que se producirán en los territorios
colonizados por Francia, Gran Bretaña y Holanda, en el caso de Puerto Rico la
resistencia será mayor, lo que propiciará el respaldo a la descolonización de
ese archipiélago, el cual, pese a la oposición estadounidense y de sus aliados
internos, continuará expresándose tanto en los marcos de la Celac como en el
Comité de Descolonización de la Onu, al igual que en otros foros no
gubernamentales de la región. Estimulados por la creciente resistencia del
pueblo haitiano, en dichos foros también crecerá la exigencia de que sean
retiradas las fuerzas de la Minustah que, siguiendo un mandato del
antidemocrático Consejo de Seguridad de la ONU, mantienen ocupado a Haití.
En lo específico, el apoyo a la luchas por
la independencia de Puerto Rico y de los demás territorios sometidos a
diferentes formas de dominación colonial en el Caribe, será más consistente por
parte de los gobiernos integrantes del Alba–Tcp. Este proyecto integracionista
continuará consolidándose como mecanismo de concertación política e impulsando
acuerdos de cooperación como Petrocaribe, así como los que se han implementado
en Haití antes y después del terremoto de 2010. Sin embargo, se ralentizarán
los diferentes acuerdos económicos existentes en el Alba-Tcp, tales como las
empresas y los proyectos gran nacionales, el Banco del Alba y el Sucre, así
como otros acuerdos de cooperación en el campo social, como consecuencia de la
contraofensiva plutocrática-imperialista contra los gobiernos de la República
Bolivariana de Venezuela y de otros países integrantes de la alianza. Esa
contraofensiva tendrá un impacto negativo en la Caricom y el Sica; igualmente,
le creará dificultades al proceso de reforma y ampliación del Mercosur y a la
profundización de Unasur.
No obstante, la Celac continuará ampliando
sus potencialidades para desempeñar un papel más importante en la edificación
del sistema multipolar que, contra la voluntad política estadounidense, se ha
venido gestando en los años más recientes, así como para convertirse en un
eficaz mecanismo de diálogo político y de cooperación económica con los
actuales gobiernos de la República Popular China, la Federación de Rusia y de
otras potencias emergentes que integran el Grupo Brics. De similar manera, con
los gobiernos de los 27 estados actualmente integrantes de la UE, y con otras
organizaciones internacionales en las que también participan los gobiernos de
África y Asia, como el Movimiento de Países No Alineados (Noal) y el Grupo de
los 77+China (G-77).
Como consecuencia
de sus debilidades institucionales y de la heterogeneidad política e ideológica
de los gobiernos de los 33 estados que la componen, la Celac no romperá con los
principales órganos político-militares y político-jurídicos que componen el
Sistema Interamericano. Mucho menos porque la mayoría de los gobiernos de los
estados de mayor desarrollo relativo de América Latina (en particular los de
Brasil, Chile, Colombia, México y Perú), al igual que los estados
independientes que integran la Caricom, y República Dominicana, mantendrán sus
correspondientes compromisos con los EE.UU. y Canadá en los campos de la
seguridad y el comercio.
En el área militar y de seguridad se aplica la concepción de la
"huella ligera" (light footprint). Aumenta el empleo de las Fuerzas
de Operaciones Especiales; se expanden las actividades de las agencias de
inteligencia y la aplicación de la alta tecnología para la vigilancia, el
reconocimiento, la lucha contrainsurgente y el tráfico ilícito de drogas y
armas. Destaca el uso de las fuerzas de seguridad de países
"aliados", como es el caso de Colombia, a las cuales se les asigna el
papel de “exportadoras de seguridad”, tanto en acciones de despliegue, como en
misiones de entrenamiento y capacitación en el ámbito regional y
extra-continental, más allá del cuestionamiento a estas tropas en relación a
las violaciones de los derechos humanos durante el largo conflicto que azota a
ese país.
En EE.UU. persiste la incomprensión acerca de los profundos
cambios que han tenido lugar en la región y se mantiene la reticencia a aceptar
su creciente importancia económica, política y diplomática en la escena
internacional. En consecuencia, EE.UU. incrementa las presiones a nivel
político-diplomático y económico-comercial, para reforzar las divisiones de la
región. No obstante, reconoce que la Unasur es protagonista en asuntos
multilaterales y constituye un foro para coordinar posiciones y calmar
tensiones en el área.
Las “prioridades de la seguridad nacional” acorde con los
documentos estratégicos de política exterior y seguridad de EE.UU. en el área
son “el control del tráfico ilícito de drogas y de armamentos, la migración
ilegal, el terrorismo y la violencia social”. Su amplio alcance le permite
justificar su injerencia en los asuntos internos, acceder a recursos naturales
estratégicos y posicionarse en la región mediante un proceso de apoyo
financiero y a la sombra de la fuerza militar.
Se incrementa en el uso del instrumento
informacional-comunicacional, el diplomático y el económico, como expresión de
la aplicación del poder inteligente (Smart Power) y las 3-D (Diplomacia, Ayuda
al Desarrollo y Defensa) en la proyección hacia América Latina y el Caribe.
Los Conflictos
regionales y su impacto en la geopolítica
global.
Predomina
la internacionalización de los problemas internos a partir de los intereses
imperialistas. Los polos de poder occidentales sostienen la
subversión, el financiamiento de mercenarios y la privatización de los
conflictos como estrategias para controlar recursos naturales y rutas de
navegación y, al propio tiempo, mantener y garantizar su presencia militar en
las diferentes latitudes.
África
y Medio Oriente constituyen las regiones en las que la geopolítica de EE.UU.,
la OTAN, la UE e Israel magnifican o propician conflictos religiosos y étnicos
con la expansión de grupos terroristas que, aunque formalmente combate, cada
vez adquieren una mayor proyección transnacional. China y Rusia se mantienen
presentes en todas las áreas de conflictividad en defensa de sus intereses
específicos.
Perseveran
los intereses imperialistas contra Irán. No se alcanzan avances significativos
en la solución del conflicto israelí
-palestino. En Siria la situación se
agrava por el desgaste sufrido resultado de la guerra. En Líbano se exacerban
los antagonismos y la política imperial
hacia el área impide alcanzar la estabilidad.
Occidente
sostiene la subversión y el financiamiento de mercenarios para acelerar el
cambio de regímenes indeseados como parte de su estrategia para controlar los
recursos energéticos, minerales, acuíferos y rutas de navegación, todo lo que
culmina con una mayor presencia militar devenida insostenible.
En
el continente africano se mantiene la conflictividad interna en determinados
países y surgen nuevos escenarios críticos derivados de los índices de pobreza
extrema, hambrunas, desertificación, pandemias, problemas étnico-religiosos y
los impactos del cambio climático.
Con
el pretexto de solucionar las crisis y contener la migración indeseada,
Francia, Reino Unido y Alemania incrementan su presencia mediante fuerzas de
paz de los respectivos países, de la UE y de la OTAN o para apoyar a las
misiones de NNUU. La UE y EE.UU. y se mantienen atentos a las coyunturas que
les permitan controlar el escenario africano, bajo la excusa de contener el
terrorismo islamista, combatir la piratería, evitar el narcotráfico y prevenir
la corrupción e inestabilidad de los Estados. China mantiene un perfil
secundario, con la finalidad de ganar
espacios en el ámbito económico, aunque incursiona en reforzar operaciones
logísticas.
En
Asia–Pacífico se mantienen insolubles varios de los conflictos internos:
étnicos, nacionalistas, separatistas y
los diferendos fronterizos. Exacerban la situación el desarrollo armamentista y
nuclear de la región, con mayor beligerancia de China, Japón y Corea del Sur,
el tráfico ilícito de estupefacientes, la piratería y la prioridad que EE.UU.
otorga a la región, en la que China es
considerada la principal amenaza y objetivo geoestratégico. No disminuyen las
tensiones resultado del programa nuclear norcoreano. En Afganistán y Pakistán,
la reducción o sustitución de tropas foráneas por militares nacionales no
resuelve la tradicional conflictividad interna heredada de problemas étnicos,
religiosos y económicos; persisten los atentados terroristas.
En
el Cáucaso y en el resto del entorno postsoviético los denominados conflictos
congelados de carácter religioso, étnico, económico y social son exacerbados
por EE.UU., la UE y la OTAN, con riesgo mayor para la seguridad de Rusia. La
situación en Ucrania y la respuesta rusa continúan siendo excusa de occidente
para reactivar conflictos; se incrementa la inestabilidad regional.
En
América Latina se avanza en el complejo, largo y difícil camino de la
normalización de las relaciones entre EE.UU. y Cuba; al propio tiempo, se
exacerba la contraofensiva de la derecha y se intensifican los intentos de
desestabilización de los gobiernos progresistas mediante los denominados
“golpes blandos”, todo ello bajo el auspicio de los EE.UU., que emplea sus
órganos de inteligencia, el espectro mediático e informático y el
financiamiento a opositores y mercenarios, con vista a erradicar las políticas
de beneficio social en la región y, sobre todo, procurando la desestabilización
en los países del ALBA, en particular la derrota de la Revolución Bolivariana
en Venezuela y, paralelamente, del Lulismo en Brasil. Se incrementa la injerencia
imperialista, que persigue crear una vulnerabilidad propiciatoria de golpes de
Estado para el “cambio de régimen”. La prolongación del mandato de la ONU en
Haití no resuelve los problemas raigales de esa nación.
Las
disputas por áreas marítimas, insulares y principales estrechos en diferentes regiones del mundo no
experimentan cambios notables, en particular los del Mar Meridional y del Este
de China, el Océano Ártico, el Golfo Pérsico y el Mar Arábigo.
El
tráfico por el Océano Ártico, con un tercio del comercio entre el Este de Asia
y Europa-costa oriental de EE.UU., motiva el reforzamiento naval y aumenta el
peligro de la confrontación militar en el área entre las partes interesadas:
EE.UU., Europa y la OTAN, y Rusia. Prosigue el conflicto, que se agudiza, entre
el Reino Unido y Argentina por las Islas Malvinas; la presencia de un país
miembro de la OTAN en la región, que fortalece su presencia militar, atenta
contra la paz en el subcontinente americano.
Los organismos
intergubernamentales
En
los organismos intergubernamentales se refleja el poder que mantienen las
grandes potencias, fundamentalmente las occidentales, en detrimento de los
intereses de la mayoría de los Estados miembros. Se incrementa el carácter
intrusivo de estos organismos y se busca imponer mecanismos, normas y conceptos al margen del
sistema de NNUU, del derecho internacional vigente y de los propios órganos
existentes.
En
el Consejo de Seguridad sus prerrogativas facilitan la preponderancia de
decisiones hegemónicas de EE.UU. y sus aliados que, lejos de prevenir las
amenazas y mantener la paz, coadyuvan a la creciente manipulación del Derecho
Internacional, especialmente contra países subdesarrollados o emergentes. El
Consejo considera de forma creciente las llamadas nuevas amenazas globales, que
condicionan la adopción de decisiones por otros órganos de la ONU, y relegan y
desplazan las competencias de éstos.
Prevalece
la tendencia en el Consejo al abuso de su mandato y funciones por parte de los
miembros permanentes occidentales que derivan en un involucramiento cada vez
mayor de ese órgano en la problemática de los derechos humanos, que utilizan
como mecanismo de presión contra países que consideran sus enemigos o
potenciales enemigos. Persisten los
intentos de ampliar lo que se entiende como amenazas a la paz y la seguridad
internacional de modo que la mayoría de los cursos de acción para dar solución
a los conflictos internacionales se amparan bajo el capítulo VII de la Carta.
No
se produce la reforma del Consejo de Seguridad. En este órgano, China y Rusia
amenazan, y utilizan, su derecho a
ejercer el veto en función de sus intereses estratégicos y coyunturales y no
siempre se utiliza para la protección de las causas emancipadoras o defensoras
de la soberanía y autodeterminación de las naciones. La insuficiente
representatividad de las regiones menos desarrolladas en el Consejo impide que
se alcancen acuerdos más equilibrados; prevalecen los acuerdos promovidos por
los miembros permanentes.
Prosigue
la tendencia a reinterpretar la Carta de la ONU lo que propicia la pérdida de
protagonismo de la Asamblea General sobre temas cruciales para el progreso de
los pueblos. Las decisiones de la Asamblea General tienden al anquilosamiento
en la solución de problemas promovidos por la comunidad internacional.
La
adopción de la Agenda post 2015 para los Objetivos del Desarrollo Sostenible
asimila parte considerable de temas correspondientes a la AGNU y transfiere
mayores potestades al Secretario General.
El
Grupo de los 77 + China y el MNOAL pierden capacidad de influencia en la toma
de decisiones debido a la aproximación de algunos de sus miembros a las
posiciones de los países más industrializados.
No
siempre los resultados que se alcanzan en la AGNU favorecen las posiciones consensuadas a favor
de los países del Sur. Las dificultades de la CELAC y los peligros que acechan
a los estados miembros del ALBA obstaculizan la adopción de las medidas
sustentadas por ambas organizaciones en las negociaciones. En la AGNU se
adoptan resoluciones promovidas originalmente en el Consejo de Seguridad para
legitimar posiciones contra los países contestatarios de las posiciones de los
polos occidentales de poder.
En
el Consejo de Derechos Humanos prosigue la tendencia a retomar las prácticas
agresivas de la desaparecida Comisión, promotora de las acusaciones del grupo
occidental y sus aliados para aprobar sanciones contra países específicos,
principalmente del Sur. Este proceso incide negativamente sobre el ejercicio
equitativo establecido en el Examen Periódico Universal. La adopción de
resoluciones contra países seleccionados viabiliza la actividad injerencista
del Consejo de Seguridad. El activismo de Cuba o y de algunos otros países en
desarrollo o emergentes en el Consejo logra que se aprueben resoluciones sobre
derechos sociales.
La
UNESCO desarrolla su actividad en condiciones adversas como consecuencia de la disminución
del presupuesto y las presiones imperialistas. La Secretaría General de la ONU
persiste en su intromisión en temas medulares para el desarrollo cultural y
científico.
La
Corte Penal Internacional utiliza mecanismos de presión para actuar con total
impunidad contra los países en desarrollo, especialmente los africanos, así como para reforzar las prerrogativas del
Consejo de Seguridad en situaciones de
conflictos con vistas a enjuiciar y sancionar a dirigentes y militares considerados
desafectos acusados de violaciones de derechos humanos, crímenes de lesa
humanidad, de guerra y agresión. Se mantienen los intentos de fortalecer la
jurisdicción internacional de la Corte en detrimento de la jurisdicción
nacional. Cuando se entiende conveniente, se cuestionan los sistemas jurídicos
nacionales pertenecientes a países en desarrollo. Como resultado de los
acuerdos vigentes entre Washington y un centenar aproximado de gobiernos,
continúa la impunidad de las tropas estadounidenses y de algunos de sus aliados
de la OTAN, durante sus agresiones e intervenciones en terceros países.
Nuevas figuras del
Derecho Internacional que intentan refrendar y dar sustento a las políticas
intervencionistas.
El
Derecho Internacional y los principios de la Carta de las Naciones Unidas
continúan siendo revisados y reinterpretados bajo el pretexto de su desarrollo.
El llamado Derecho Internacional de los derechos humanos se consolida con la creciente universalización de
numerosos tratados y los mecanismos de supervisión y control de su cumplimiento
por los órganos de las Naciones Unidas, organizaciones regionales, tribunales internacionales y de las OSC internacional. Otras ramas del
Derecho Internacional continúan siendo objeto de revisión y “desarrollos
progresivos”, como el Derecho Diplomático, del Mar y de los Tratados, con la finalidad de
desmontar principios y pilares básicos en el mantenimiento de la paz y la
cooperación internacional en temas de
gran sensibilidad, directamente asociados a la soberanía de los Estados.
En
el Derecho Internacional Humanitario los polos de poder, mediante la
utilización de imprecisas teorías y conceptos creados para refrendar y
sustentar las políticas intervencionistas y limitar la soberanía tratan de
disminuir las violaciones al Derecho que representan los ataques contra la
población civil con el uso de nuevas tecnologías, la sofisticación armamentista
y métodos especiales de injerencia.
Se
sigue deteriorando el Derecho Internacional. Se amplía la tendencia a la
aplicación del cambio de régimen en violación de la soberanía y el derecho a la
libre determinación de los pueblos. La clasificación de los Estados como
frágiles, débiles, vulnerables, fallidos, precarios, en crisis o colapsados,
anticipa el surgimiento de más países vulnerables a la intervención y
constituye una violación flagrante del principio de la igualdad soberana.
Al
incorporarse la gobernanza global al papel central de la ONU, se incrementan las amenazas intervencionistas
contra países declarados ingobernables.
Las
llamadas “nuevas amenazas” son los pretextos más frecuentes para la
intervención y la injerencia en los asuntos internos de los Estados. La
Responsabilidad de Proteger se mantiene como pretexto intervencionista y se
dificulta su lucha contra el mismo al multiplicarse las crisis humanitarias,
los conflictos civiles internos e internacionalizados, la violencia militar, la
mercenaria, el uso de armas prohibidas, las epidemias y pandemias y los
desastres naturales y humanos.
Aumentan
los desastres naturales, cuyos efectos exceden la capacidad resolutiva de los
Estados subdesarrollados y los obliga a aceptar la ayuda humanitaria internacional,
la cual no siempre es realmente ayuda, ni se brinda de manera desinteresada y
sin condiciones.
Las
previsiones, las medidas y el concepto
de seguridad humana se mantienen como parte de la agenda de varios
organismos internacionales. De sus propósitos, la reducción de la pobreza se
enfoca en la agenda de los Objetivos de Desarrollo Sostenible con preeminencia
en las gestiones del Secretario General, que los prioriza sobre los proyectos
de la Asamblea General.
El tráfico ilícito de estupefacientes y otros delitos conexos, atenta contra la paz
y la seguridad internacionales. Se extiende la legalización del consumo de
drogas a escala mundial, con incidencia sobre América Latina y el Caribe. Se
mantienen los corredores y las zonas de mayor tráfico y producción a escala
global. La lucha antidroga se utiliza como pretexto, además, para criminalizar
la protesta social, mediante una mayor militarización e injerencia contra la
soberanía de los países.
Notas:
[i]No existe una definición por todos aceptada para el
término, pero la financierización hace posible
la supremacía del capital financiero sobre el capital industrial y
deviene en nuevo marco macroeconómico donde
el mercado y los intereses del capital financiero prevalecen sobre las
restantes formas del capital. En este mercado, el proceso de titularización y
de creación de “derivados” financieros,
se hace infinito al no requerir de equivalentes en bienes concretos en la
economía real; no obstante, estos “valores” se incorporan al Producto Interno
Bruto de los diferentes países y al Producto Bruto global, lo que crea la ilusión de aumento de riqueza.
[ii] Su objetivo es el control de las mentes de los
integrantes de una sociedad mediante el apoderamiento
de la conducta social masiva y evitar así el uso directo de la fuerza militar
directa. Se procura que
la sociedad sobre la que se desata una guerra de cuarta generación, responda a
los intereses del agresor, el que de esta manera logra el acceso al territorio,
a los recursos naturales y a los consumidores del país agredido.
[iii]
Aunque desde el inicio de los presentes
Escenarios se hace referencia a países y a las relaciones internacionales, no
puede pasarse por alto para la comprensión de los análisis que en ellos se
realiza que los estados nacionales representan los intereses de sus clases
dominantes. Por ello, en un mundo en el que las clases dominantes son
transnacionales, los diferentes estados nacionales que ellas dominan,
necesariamente, son representantes de sus intereses transnacionales. Toda
lectura de los presentes Escenarios debe realizarse desde esta óptica.
[iv] Occidente es un concepto impreciso aunque ampliamente
utilizado. Es una de esas palabras que “enturbian nuestro lenguaje”. Puede
interpretarse como: “EE.UU. y sus aliados” (se encuentren estos en oriente o en
occidente) o como “el capital transnacionalizado” que domina el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario