viernes, 16 de septiembre de 2016

El mundo en que vivimos



Revista Política Internacional ISRI. No. XXIII. Enero-Diciembre 2015.

Escenarios de Política Internacional XVI Taller (2016-2021). (CIPI-ISRI)

Problemas globales.

La(s) crisis, la incertidumbre y la aporía siguen tipificando al mundo globalizado – regionalizado en los inicios del segundo decenio del siglo xxi, lo que se manifiesta en la evolución frágil y asimétrica de la  economía mundial,  cada vez más caracterizada por la financierización[i], la inestabilidad y las bajas tasas de crecimiento de las principales potencias capitalistas desarrolladas, especialmente EE.UU., la UE y Japón.

Se mantienen también relativamente bajas las tasas de crecimiento en los países llamados emergentes y, principalmente, las del resto de los subdesarrollados por su dependencia de los mercados externos, el mantenimiento a la baja de los precios de las exportaciones, incluidas la de productos primarios por el agotamiento de la demanda global de los mismos, y aun por la volatilidad de los flujos de capital sobre los que continúan incidiendo, de manera decisiva, los movimientos especulativos. Las economías emergentes –que venían apuntalando a la economía global con sus altas tasas de crecimiento– ralentizan sus ritmos por su muy alta dependencia del comportamiento de los países industrializados.

La financierización continúa generando burbujas y crisis cada vez más recurrentes; la economía ficticia supera ampliamente la economía real y son pocos los dispuestos a tratar, o siquiera hablar, de poner algún tipo de control a los flujos de capitales: la “economía de casino” ha suplantado definitivamente a la economía real.
                         
Se consolida la tendencia a la concentración y centralización del capital y  aumenta el poder de las transnacionales, que imponen sus condiciones mediante los tratados transoceánicos impulsados por EE.UU. Se consolidan redes financieras, que también incluye a sectores al interior de los países emergentes –incluyendo a  los BRICS –y subdesarrollados; en la economía real se afianza el orden basado en cadenas globales de valor controladas por las ETNs.

Continúa acelerándose la transición hacia la región asiática del eje económico global. Asia - Pacífico lidera en el aporte al Producto global y a su menguado crecimiento con una mayor cuota en el comercio mundial, las inversiones y las reservas de divisas; sin embargo, países del área continúan siendo parte de la semiperiferia del capitalismo global.

En respuesta a la crisis sistémica del capitalismo,  al escaso crecimiento económico y al crecimiento del comercio intrafirma, entre otros factores, se desató en el período una inusitada activación de los procesos de apertura de las economías bajo el manto de la firma de “mega acuerdos”, denominados de libre comercio, que fortalecieron, aún más, el poder del capital privado, sobre todo transnacional, sobre  los  Estados nacionales. En los llamados “mega acuerdos” que supuestamente debían pautar el libre comercio de bienes, en realidad se “liberalizaron” las inversiones, los servicios, la contratación pública, las compras gubernamentales, el flujo de personas y de capitales… y quedaron regulados el derecho de propiedad intelectual, las garantías a inversionistas extranjeros, la fijación de demandas, la compensación adecuada y oportuna en caso de expropiación y la libertad para repatriar  capital y  utilidades entre otras muchas exigencias del capital transnacional. En la mayoría de los “mega acuerdos”, el papel de EE.UU. fue decisivo ya que Washington los empleó  como instrumentos geopolíticos y para garantizar el apoyo y subordinación de sus aliados en la competencia con China y Rusia.

En estos acuerdos –llamados también de última generación –no fueron incluidas disposiciones sobre trato especial y diferenciado a países con menor desarrollo, lo que genera aún mayores desafíos a la inserción internacional de estas economías. Tan perjudiciales resultaron estos acuerdos para los países de menor desarrollo y tanto garantizaron mejores condiciones al capital transnacional, que las normas acordadas pasaron a formar parte de los lineamientos y acuerdos de la Organización Mundial de Comercio (OMC) la que redujo aun más su relevancia, pues las nuevas normas de comercio se adoptan soslayándola.

Continúan desarrollándose procesos de integración, cooperación y otras formas de asociación a nivel subregional en Asia, América Latina, África y el espacio postsoviético. En determinados estados se aplican políticas de desarrollo dirigidas a la potenciación de los mercados internos, aunque no necesariamente desconectados de la lógica global. Tales son los casos de China y de algunos países de América Latina, Asia y África lo que abre posibilidades y alternativas al desarrollo de los países del tercer mundo.

En casi todos los países, incluyendo los  centrales, se mantiene  la desigual puja de poderes entre los sectores vinculados al capital financiero transnacionalizado y otros sectores,  más vinculados con el mercado  interno y también con los representantes de las  medianas y pequeñas empresas y las clases populares.

El G-20 sigue sin cumplir las expectativas y es incapaz de modificar los mecanismos internacionales de gobernanza económica. Siguen sin producirse modificaciones sustanciales en el FMI y el  BM, que pierden su posición hegemónica y única. Los países BRICS continúan creando instituciones multilaterales en función de sus intereses; no obstante, la institucionalidad global continúa dominada por los llamados países occidentales, bajo el liderazgo de los EE.UU.
El grupo BRICS avanza en el proceso de institucionalización flexible, fortalece los mecanismos ya existentes y activa nuevos para la promoción de un nuevo orden y el fortalecimiento de foros de gobernanza global. Lo anterior permite que gane mayor influencia mundial  y en regiones específicas; al propio tiempo, se agudizan las contradicciones con “occidente”, en particular con los EE.UU.

El dólar estadounidense se mantiene  como principal moneda de reserva y de referencia en los mercados internacionales. El euro, debilitado, continúa ocupando el segundo lugar, les siguen la libra y el yen y aumenta el uso del yuan, que se consolida y gana espacios de manera irreversible al igual que otras monedas cada vez más utilizadas en transacciones a escala regional e internacional. Los metales preciosos, en particular el oro y la plata, se mantienen como valor de refugio ante la incertidumbre económica; la energía, las materias primas y los alimentos siguen siendo utilizados con fines especulativos.

Las inversiones extranjeras directas, con bajos ritmos de crecimiento, se concentran en un reducido número de países y sectores estratégicos, fundamentalmente  en energía, telecomunicaciones y servicios financieros.

Las remesas mundiales hacia los países subdesarrollados crecen moderadamente y continúan dependiendo de la evolución de las variables económicas en los  países emisores.

La Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) se contrae por el mantenimiento de las políticas de austeridad aplicadas por la crisis en los países donantes.

Se incrementan las vulnerabilidades financieras de los países en desarrollo por el incremento de las deudas soberanas, los aumentos de las tasas de interés en los países centrales y la acción de los capitales especulativos, incluyendo los denominados fondos buitres. Se mantiene el papel nocivo de las agencias de calificación crediticia occidentales  en el sistema financiero; aparecen y se consolidan agencias calificadoras de riesgo en los países BRICS.

Adquiere mayor importancia la innovación científica y tecnológica como criterio para medir la correlación de fuerzas entre los estados y economías, además de su desarrollo perspectivo. Se afianza  la mercantilización de la ciencia. Como consecuencia de las crecientes tensiones bélicas se produce un incremento de las investigaciones científicas con fines militares.

EE.UU. mantiene su posición como el principal inversor mundial en ciencia y tecnología; en segundo lugar se encuentra China, la cual mantiene su vertiginoso ascenso; le siguen Japón, Alemania y Corea del Sur. Se mantiene como problema estratégico de los países subdesarrollados su incapacidad sistémica para incorporar los resultados del conocimiento científico a la producción. Es creciente la transnacionalización de las actividades de investigación y desarrollo.

Se incrementan los conflictos por el acceso a los recursos minerales, alimentos, agua y energía. Los precios del petróleo  se mantienen alrededor de los 50 dólares en un mercado altamente inestable y volátil, muy influido por la geopolítica, la especulación, la crisis global, los conflictos regionales, los factores técnicos y los eventos climáticos. Se incrementa el aporte del gas de esquisto al balance energético, sobre todo en EE.UU. que continúa exportándolo. Se mantiene la resistencia al fracking en algunos  países de la UE por consideraciones ambientales.  Avanza la extracción de este gas también en China.

Persiste la crisis alimentaria cuya expresión más evidente es la hambruna que sufren millones de personas, resultado en primer lugar del control de un reducido número  de megaempresas sobre la producción y el comercio mundial de los alimentos y los insumos para producirlos. A la crisis contribuyen,  además, la especulación, el uso de los alimentos para la producción de combustibles, los efectos de las políticas neoliberales aplicadas en la agricultura y, cada vez más, el cambio climático. Paradójicamente, como consecuencia de la crisis sistémica, los precios de los productos básicos agrícolas se mantienen a la baja y continúan las compras de tierras agrícolas por los países occidentales, China e India, principalmente en África y América Latina.

El medio ambiente continúa deteriorándose. Las principales actividades humanas catalizadoras del calentamiento global siguen sin ser suficientemente reducidas y sobrepasan la capacidad del planeta para reproducir las condiciones de vida del ser humano. El acuerdo sobre el cambio climático adoptado en Paris no hizo posible mantener el aumento de la temperatura por debajo de los 2º C por la incapacidad de establecer compromisos para la reducción de las  emisiones.de gases contaminantes. La ciencia no es capaz de reducir el calentamiento global ni de eliminar las altas concentraciones de CO2 en la atmósfera.
Entre los recursos que más aceleradamente se agota se encuentra el agua dulce. Las previsiones apuntan que para el 2030 el 60% de la población mundial tendrá problemas de abastecimiento, lo que dará lugar a la aparición de conflictos hídricos. Se agudizan los antagonismos entre las principales potencias mundiales por el acceso y explotación del agua y los conflictos entre países africanos, de Asia Central, Medio Oriente y otras latitudes  por el aprovechamiento de este recurso.

Empeoran las condiciones sociales. Se mantienen altos niveles de pobreza en países del tercer mundo, sobre todo en África. Se incrementan las desigualdades entre países ricos y pobres y al interior de las sociedades, ricas y pobres.

Se incrementa la precariedad del trabajo en prácticamente todos los países centrales como consecuencia de la continuación de la aplicación del agotado modelo de reproducción ampliada del capital que fuera adoptado luego del Consenso de Washington. Incide en ello, cada vez más, la robotización de la producción.

El dinamismo económico que se produjo en las naciones subdesarrolladas a partir de finales del pasado milenio determinó un cierto crecimiento de sectores de la clase media no tradicional, el que determinó cambios sociopolíticos y electorales en América Latina y también en África, Asia y el Medio Oriente.

En la agenda del desarrollo no se alcanzan avances sustantivos a partir de los magros compromisos alcanzados en los denominados Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y la Agenda post 2015.
A pesar de lo anterior, la población mundial no deja de aumentar aún cuando han disminuido las tasas de natalidad, en particular en los países desarrollados y principalmente en Europa. Ello ha sido consecuencia de la disminución de las tasas de mortalidad infantil  en todas las regiones del mundo y del aumento de la esperanza de vida. El envejecimiento de la población es generalizado y se ha convertido en un verdadero problema económico para muchos países como consecuencia de la disminución de la Población Económicamente Activa (PEA). Cerca del 60% de la población mundial vive en ciudades.

El número total de migrantes internacionales  aumenta y los EE.UU. siguen siendo el principal receptor. Le siguen Rusia, Alemania, Arabia Saudita, Canadá, Francia y el Reino Unido. Se mantiene la inmigración ilegal. La mayoría del desplazamiento migratorio tiene lugar entre países de la misma categoría de desarrollo: alrededor del 60% de los migrantes se traslada o bien entre subdesarrollados o entre países desarrollados. 

La crisis económica y financiera y las guerras fortalecen las políticas de “seguridad migratoria” de los países receptores, que aumentaron los controles y la selectividad de las entradas. Se continúa favoreciendo en el “primer mundo” el acceso al personal calificado proveniente de los menos desarrollados, así como a inmigrantes de menor calificación para atender los trabajos rechazados por los nacionales y para  compensar el envejecimiento poblacional.


Tendencias políticas mundiales. Continuidad y cambios en el balance de poderes.

Continúa el proceso de reconfiguración de los poderes mundiales como consecuencia de los efectos de la crisis sistémica del capitalismo, los efectos de la financierización y el debilitamiento de los países llamados occidentales. La competencia entre los grandes actores y bloques se agudiza; el temor al auto exterminio, no obstante, hace que las relaciones discurran entre la confrontación y la cooperación.

Las potencias emergentes relativizan la hegemonía de EE.UU. y sus aliados, los que a pesar de ello, mantienen el liderazgo global. Paralelamente, el  sistema de relaciones políticas internacionales se hace cada vez más multipolar – multicéntrico lo que incrementa la  inestabilidad y las situaciones conflictivas al propio tiempo que obliga a la concertación y a la formación de coaliciones.

En algunos temas de la agenda internacional se desarrolla el multilateralismo, en otros se tiende al uso de instrumentos unilaterales, especialmente  cuando las grandes potencias, principalmente EE.UU., no alcanzan el requerido apoyo a sus posiciones. Se incrementa el empleo de sanciones promovidas por instituciones políticas y jurídicas de los países occidentales. Aumentan sustancialmente los gastos militares y la aplicación de la ciencia y la tecnología a la producción de armamentos.

La carrera armamentista se intensifica como reflejo de la agudización de las contradicciones entre las principales potencias del sistema internacional –EE.UU.-Rusia-China –y aún entre otros Estados vinculados a  conflictos regionales. Esta nueva carrera armamentista se desarrolla en las esferas de los armamentos nucleares y los convencionales y se extiende a los llamados espacios comunes globales, incluyendo al océano Ártico y también al espacio y al ciberespacio llegando a erosionar, incluso, acuerdos de desarme suscritos en períodos anteriores.

Aumentan los conflictos por la ciberseguridad y se emplean nuevas tecnologías e internet para socavar la soberanía de los estados y violar la privacidad del individuo.

Se incrementa la hegemonía de las grandes transnacionales mediáticas que contribuyen a forjar visiones y pensamientos únicos, para lo cual utilizan de manera creciente a los tanques pensantes y las universidades occidentales. Las acciones ideológicas de respuesta de los países y sectores opuestos  al poder hegemónico no siempre resultan suficientes para romper el dominio existente.

Ante la  difusión del poder internacional se mantiene el activismo de   pequeños y medianos Estados, esquemas de integración y mecanismos de concertación, en especial de América Latina, Asia y África, lo que ofrece alternativas para el desarrollo de los países tercermundistas, al igual que el desarrollo de las potencias      emergentes y los BRICS.

Adquieren un mayor poder en el escenario global actores no gubernamentales, públicos y privados, en particular las grandes empresas transnacionales.

EE.UU. continúa desempeñándose como actor clave del sistema –en tanto actúa en defensa de los intereses  del gran capital transnacionalizado –, por su red de alianzas (OTAN y otros países de Europa, Japón, Corea del Sur, Australia, Colombia, México); su poderío militar; el papel de vanguardia que ocupa en la investigación y desarrollo científico; su peso en la creación y mantenimiento de normas en instituciones internacionales políticas y económicas; el papel del dólar; y su predominio mediático, cultural y en las tecnologías de la información y comunicación (TICs).

La U.E.  redujo su relevancia  global por su incapacidad de cohesionarse y resolver los problemas del euro, la dependencia energética y su relativa y aparente subordinación a EE.UU., en realidad al capital transnacional. No obstante, se mantiene como un polo de poder importante en la arena internacional, sobre todo desde el punto de vista económico y como  referente cultural. Alemania, Francia y el Reino Unido muestran un mayor protagonismo.

Tanto EE.UU. como la UE insisten en compensar la pérdida de posiciones, mediante el aumento de la presión militar en el mundo, el fortalecimiento de  la  OTAN, el aprovechamiento de  las vulnerabilidades estratégicas de Rusia y China; y en el caso estadounidense, además, mediante la localización de sus fuerzas armadas en el Pacífico aunque sin detener el fortalecimiento de la OTAN en el flanco occidental de Rusia aprovechando el paraguas de Ucrania. EE.UU. y la UE firman el Tratado Trasatlántico como acción geopolítica  para consolidar su peso en la economía mundial y “contener” a Rusia.

La U.E.  incrementa su  presencia en el Norte y Sur de África y en el espacio postsoviético. EE.UU. incrementa su activismo contra los gobiernos progresistas de América Latina y fomenta e incrementa sus nexos con los sectores de derecha y con la Alianza del Pacífico como mecanismos de contención del ALBA y el Mercosur.

Como modelo de intervención, tanto  EEUU como los países de la UE - OTAN, emplean la llamada guerra no convencional, despliegues rápidos y flexibles y la estrategia de huella ligera. El terrorismo, la ciberguerra, la piratería  y el tráfico ilícito de estupefacientes, además de amenazas reales, continúan siendo pretextos para  las acciones punitivas y despliegues militares en las distintas regiones del mundo y para justificar una presencia militar global. El costo de estas acciones se hace, desde todos los puntos de vista, cada vez más insostenible.

China, por su parte, aumenta su poder e influencia mundial. Enfatiza el desarrollo de su mercado interno; incrementa su progreso científico técnico; aumenta los gastos militares y despliega una política exterior más activa. Fortalece sus relaciones estratégicas con Rusia reduciendo su vulnerabilidad energética. También consolida la Organización de Cooperación de Shanghái junto a Moscú y los países de Asia  Central.

Las relaciones entre China y EE.UU. se mantienen caracterizadas por la interdependencia económica y financiera que ha condicionado la relación de cooperación – conflicto entre ambos actores.

La dirección china incrementa el accionar hacia los países limítrofes buscando obtener espacios geopolíticos para contrarrestar la contención de EE.UU. y Japón y acceder a eventuales recursos naturales. Ello genera contradicciones con los países vecinos y facilita la política de EE.UU. en el área. China mantiene una expansión activa con créditos e inversiones en África, en el espacio postsoviético  y en América Latina, convirtiéndose en actor económico clave para casi todas las zonas subdesarrolladas lo que le garantiza el acceso a materias primas y mercados al tiempo que  contribuye al crecimiento de estas áreas. A cuenta de las mismas queda la utilización de los recursos obtenidos para la diversificación de sus economías evitando la llamada reprimarización de las mismas.

Rusia, a pesar de sus problemas estructurales internos, incrementa su activismo diplomático, los gastos militares y el empleo de los recursos energéticos como instrumentos para mantener su estatus de gran potencia y a la vez enfrentar los efectos de las sanciones económicas y la mayor agresividad por parte de EE.UU. y la OTAN. Moscú instala nuevos sistemas de defensa que garantizan la destrucción de cualquier presunto atacante desde cualquier lugar del mundo; estrecha los nexos económicos con China y otros países asiáticos buscando recursos para su modernización y obtención de mercados para el gas, petróleo y armamentos. Desarrolla una ofensiva diplomática para consolidar la Unión Euroasiática  y aumenta su activismo en los BRICS, el G-20 y otros foros multilaterales.

Los gasoductos permiten garantizar la dependencia energética europea de Rusia, aunque ésta disminuye. Moscú estrecha sus relaciones con Irán, Siria, Arabia Saudita y otros países del Medio Oriente, y mantiene abiertas las vías de negociación de con EE.UU. y la UE. En América Latina Moscú fortalece sus nexos político-diplomáticos y militares.

Brasil mantiene su liderazgo en  América Latina y el Caribe y aunque avanza, no logra los niveles de influencia en la esfera internacional acorde a sus propósitos de política exterior. Participa con bajo perfil en mecanismos como la CELAC, aunque considera pertinente monitorearlos con el fin de prevenir el protagonismo de otros aunque disminuyendo su activismo regional como resultado de la conflictividad interna y de la corporativización de la política interna. Mantiene los niveles de actividad en el Mercosur, la Unasur y sus vínculos con el Caribe, Centroamérica y África. Mantiene el diálogo con EE.UU. en áreas de seguridad, comercio, finanzas, energía, ciencia, tecnología y asuntos multilaterales.

El Mercosur  firma el Acuerdo de Libre Comercio con  la UE y con  Canadá, lo  que ata más sus economías a la lógica transnacional - occidental y debilita sus proyecciones estratégicas.

India logra un crecimiento estable y mantiene su protagonismo en el Sur de Asia.  Estrecha la cooperación sobre seguridad y la lucha contra el terrorismo con China y Rusia. Amplía la promoción de  los intereses comerciales y financieros triangulares y de manera bilateral en la cooperación militar y de seguridad con Rusia. Al mismo tiempo, mantiene sus crecientes lazos estratégicos con Washington y utiliza la influencia de EE.UU. en la región, para garantizar su espacio geopolítico. La Asociación para la Cooperación Regional de Asia Sur (SAARC) profundiza el mecanismo de políticas comunes a pesar de las contradicciones entre miembros del esquema.

Los EE.UU. en el rebalanceo de poderes

Se mantiene la pérdida de protagonismo de EE.UU. y la reducción de su peso en la economía mundial; no obstante, y a pesar de su relativo declive, mantiene la supremacía político-diplomática, cultural-informacional y militar como Estado-Nación-Imperio. El impacto económico, comercial y financiero de la nación del norte sigue siendo determinante aun en el actual sistema de relaciones internacionales en transformación, reacomodo y reajuste en el contexto de la crisis estructural y sistémica mundial. En el mismo los EE.UU. readecuan –o tratan de readecuar –su proyección imperial y aplican las concepciones de guerras de cuarta generación lo que determina el fin, en lo fundamental, de acciones bélicas a gran escala en el exterior. Lo anterior se encuentra al menos parcialmente determinado por la situación económica de gran vulnerabilidad que le impone reducciones de gastos en todas las esferas de la vida social. Siguen siendo objetivos a alcanzar, de primera prioridad, su política exterior y de “seguridad”, revitalizar su fortaleza económica e impulsar la innovación tecnológica.

Se mantuvo el peligro de la ralentización de la recuperación, del nuevo descenso del crecimiento y de una nueva crisis. Prevaleció el escepticismo respecto al vigor y a la extensión de la recuperación económica y se alcanzó un crecimiento moderado y desigual entre los estados y regiones del país, lo que demostró el agotamiento del mecanismo económico basado en la financierización y en el excesivo consumo interno y, como corolario, la necesidad de la modificación del patrón de acumulación.

EE.UU. diversificó su matriz energética y pasó a ser un importante exportador de energía. Sin embargo, la insuficiente inversión productiva ha condicionado los sucesivos ritmos de crecimiento; en igual sentido incidieron a la baja del  ritmo de crecimiento la política monetaria restrictiva adoptada luego del fin de la expansión cuantitativa.

EE.UU. continúa resistiendo con relativa efectividad la reforma, impulsada por los BRICS y en particular por China, del denominado sistema monetario y financiero internacional. A pesar de ello, disminuye el papel del dólar estadounidense como principal  moneda de reserva y aumenta el uso de otras monedas, entre ellas el yuan, en un mundo que parece encaminarse a sustituir el dólar norteamericano por una canasta de monedas.

Y a pesar de que los EE.UU. mantienen capacidad para controlar, al menos parcialmente, buena parte de los procesos productivos y la redistribución de las ganancias a escala global lo que eventualmente les permite redistribuir los costos de los acontecimientos más adversos, la falta de ahorro interno, el endeudamiento federal y total –acrecentado por el aumento de la tasa de interés -, la ausencia de inversiones productivas y en infraestructura produce efectos muy negativos sobre su debilitada economía. El sistema sigue generando desigualdad social y aumento de la concentración de la riqueza, la quimera del “sueño americano” se hace cada vez más inalcanzable.

El segundo decenio del siglo xxi encuentra a los EE.UU. marcados por un altísimo grado de división y polarización, una abismal desigualdad de ingresos y la iniquidad social, todo lo que se refleja en los aspectos socio-económico y cultural, en el tejido social y en la crisis de la política y los partidos. Se mantiene la crisis de ideas respecto al papel supuestamente divino de la superpotencia imprescindible para el mundo, en una débil sociedad multicultural y multirracial sumergida en una creciente crisis de desconfianza en las instituciones de gobierno a todos los niveles. Saben los estadounidenses, al menos los más lúcidos, que no pude ser excepcional un país con algo más de  300 millones de habitantes de los cuales más de 50 millones son pobres.

A los efectos de tratar de recuperar la hegemonía perdida y como parte de su geoestrategia global,  los EE.UU., como ya ha sido antes mencionado, lograron acuerdos formalmente denominados de libre comercio aunque sus objetivos sobrepasasen los aspectos comerciales.  

El Acuerdo Trasatlántico de Comercio e Inversiones pretende redimensionar la base productiva de EE.UU., a partir de la reconversión tecnológica basada en la economía del conocimiento al propio tiempo que pretende aislar a Rusia del resto de Europa. 

Por su parte, el Acuerdo Transpacífico de Asociación pretende consolidar la presencia norteamericana en la integración regional de Asia-Pacífico y contrarrestar la influencia de China en la región.

Además de los mega acuerdos señalados, los EE.UU. tratan de fortalecer sus posiciones en América Latina y el Caribe, región en la cual sigue siendo el mayor socio comercial y la fuente inversionista extranjera más importante. No obstante, se agudizan los conflictos con actores extra-continentales, en particular China y Rusia.

En lo que respecta a la política exterior y de seguridad los EE.UU. reajustan su proyección imperial atendiendo a sus prioridades de orden económico y político y modera y refrena el despliegue de la fuerza militar de gran envergadura. Su objetivo principal de política exterior y seguridad: mantener el liderazgo y afianzarse como el «primero entre iguales» respecto a sus aliados y socios, así como prevalecer en relación con sus adversarios. En correspondencia, la [ii]guerra de cuarta generación es la directriz principal.

En el segundo decenio, también, se hace cada vez más imprecisa la subordinación plutocracia transnacional – estados nacionales ya que las grandes empresas transnacionales cada vez más utilizan a los estados nacionales, no importa cuán grandes y poderosos sean, como instrumentos para el logro de sus objetivos de control de la economía global. Es así como se imponen a los estados nacionales (y estos negocian intereses ajenos a los nacionales) tratativas cuyo objetivo es el dominio del espectro económico ampliado por la globalización. La imposición de los mega acuerdos transoceánicos fueron apenas el inicio de los intentos de reconfigurar las reglas del comercio internacional y las relaciones económicas entre las naciones hasta alcanzar el dominio global.

Los EE.UU. utilizan los instrumentos político-diplomáticos (particularmente los procesos de negociación), ideológicos, culturales, informacionales y económico-comerciales bajo la sombra de su fuerza militar para tratar de mantener su dominio mundial. Persiste para ello en la aplicación de la doctrina del “poder inteligente” (smart power),  con mayor empleo del llamado poder “blando”, aunque sin abandonar el empleo y/o la amenaza del uso de la fuerza, de manera unilateral o concertada con sus aliados estratégicos, supuestamente para proteger sus intereses.

Paralelamente, los EE.UU. utilizan el chantaje y mantienen latente el peligro de una hecatombe global como consecuencia de una guerra nuclear. Ello se hace evidente a partir de la lectura de sus declarados intereses nacionales reflejados en sus documentos estratégicos en los que quedan establecido como objetivos: 1) Prevenir las amenazas y ataques directos a territorio de los EE.UU. y sus fuerzas armadas; 2) Asegurar la libertad de navegación; 3) Garantizar la libertad de comercio; 4) Acreditar la libertad política y 5) Oponerse a cualquier otro poder emergente o coalición de actores, gubernamentales o no, con intenciones hegemónicas que intente contrarrestar o limitar sus intereses estratégicos. Quedan priorizados los Bienes Comunes Globales (Global Commons) en los dominios terrestre, marítimo, aéreo y espacial, en el ciberespacio y en el Ártico.

Como las capacidades –económicas y de tropas –para el uso directo de la fuerza militar a gran escala están limitadas,  EE.UU. prioriza la denominada "huella ligera" (light footprint), basada en un mayor empleo de grupos móviles de Fuerzas de Operaciones Especiales para misiones operativas, de inteligencia y capacitación, el despliegue de agencias de inteligencia, el empleo de la alta tecnología y las fuerzas de seguridad de los aliados. Continúan ejecutando operaciones “quirúrgicas”, las escuchas electrónicas ilegales, la utilización de medios no tripulados y los asesinatos extrajudiciales, todo ello con un estilo belicista de bajo perfil, considerado más eficiente. Al mismo, sin embargo, se oponen las fuerzas neoconservadoras que siguen considerando mejor recurso para mantener el dominio estadounidense un mayor uso y despliegue de la fuerza militar.

Las alianzas y asociaciones estratégicas de EE.UU.[iii] con Europa y Japón continúan siendo el núcleo central de “occidente”[iv] y medulares sobre todo ante la duda de las capacidades de EE.UU. por su declive relativo en un mundo multipolar.

Por lo anterior, las relaciones trasatlánticas mantienen su primordial importancia como piedra angular de la proyección de EE.UU. a nivel mundial para la coordinación de posiciones con los diferentes actores a escala global. Al mismo tiempo, tales relaciones les permiten mantener su atención hacia la región Asia-Pacífico. En otras palabras, el reequilibrio hacia el Lejano Oriente no se realiza a expensas de Europa, sino con ella y definitivamente con Japón como actor regional singular (siguiendo la lógica expuesta en la nota 3, de lo que aquí se trata es de la comunión de intereses globales de los capitales transnacionalizados y la defensa de los mismos por los estados nacionales)

La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) continúa ampliando su desempeño a escala global acorde con el concepto estratégico anteriormente señalado y la llamada defensa inteligente (smart defense), consistente en una mayor flexibilidad en el despliegue de las fuerzas armadas, una mayor racionalización e integración de los recursos, la reducción de la estructura de mando y una mejoría en la interoperabilidad de sus acciones combinadas. Todo ello, en medio de las limitaciones financieras impuestas por los ritmos de crecimiento de las economías de los países miembro.

La crisis en torno a la situación en Ucrania sigue sin solución pues continúa el reacomodo de fuerzas en Europa como parte de la conformación del mundo multicéntrico. Situación similar se presenta en el Magreb, en el Sahel, y en el Cuerno Africano, donde las fuerzas europeas de la OTAN tienen asignada la misión de mantener “la estabilidad” en estas regiones, con EE.UU. “liderando desde atrás” (leading from behind)

Como consecuencia del ya referido reacomodo de fuerzas, los EE.UU. y sus aliados (occidente) presentan a la Federación de Rusia y a su liderazgo como estado adversario e interlocutores difíciles y provocadores de inestabilidad. En este contexto se reinicia el diálogo para la revisión del cumplimiento del “Nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas” y se mantiene la confrontación bilateral y multilateral sobre el tema de escudo antimisil, ya en estado operacional. Rusia adopta las medidas necesarias para, en caso de considerarlo necesario, aniquilarlo

No aumentan los miembros ni de la OTAN ni de la UE; se alcanzan acuerdos de asociación con la UE por Georgia y la Ucrania post-conflicto; se mantiene la influencia de Rusia en Asia Central, aunque los EE.UU. logran acuerdos puntuales de cooperación con Azerbaiyán y Uzbekistán. Mantiene su política y estrategia hacia Pakistán, Afganistán y ante la contenciosa Cachemira. En este último caso considera a la India aliado de primer orden.

EE.UU. mantiene el interés de alcanzar arreglos bilaterales con Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Turkmenistán con el objetivo de contrarrestar, al menos parcialmente,  a la Organización de Cooperación de Shanghái.

EE.UU. no logra entorpecer la asociación estratégica Federación de Rusia - República Popular China.

Asia-Pacífico es considerada por los EE.UU. zona vital en su visión de liderazgo global. Y los actores de mayor interés India, la República Popular China y Japón.

Las relaciones entre los EE.UU y la República Popular China se mantienen entre la colaboración e interdependencia y la confrontación y el conflicto.

EE.UU. mantiene su alianza estratégica con Japón. Las relaciones político-diplomáticas, económicas y militares con Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur, Filipinas, Tailandia y Singapur se fortalecen.

Como principal instrumento de las prioridades de Defensa y Seguridad de EE.UU. en la región se mantiene el Acuerdo Transpacífico de Asociación.

En su relacionamiento con los BRICS, EE.UU. aplica una política diferenciada, con tratamiento particular a las potencias nucleares el que va desde la cooperación y la colaboración en asuntos puntuales, hasta la confrontación.

En el Medio Oriente EE.UU. prioriza su alianza con el gobierno de Israel y sigue intentando lograr una solución “aceptable” al conflicto israelí-palestino, que incluye la creación del Estado de Palestina. El reto iraní se mantiene. En función del cambio de régimen, EE.UU. emplea los mecanismos de la guerra de cuarta generación. El Consejo de Cooperación del Golfo es considerado por EE.UU. pieza vital en el mantenimiento de la estabilidad en la región.

Egipto, Siria e Irak continúan en el centro de atención de la política exterior norteamericana. 

Egipto sigue sin recuperar su estabilidad a pesar del apoyo de los EE.UU.; en Siria, los EE.UU., conjuntamente con Turquía e ignorando el Derecho Internacional, continúa sostiendo a los opositores de Al Assad lo que fortalece a los radicales islámicos –e incide no sólo en la guerra civil en Siria, sino también en la inestabilidad de Irak y en el debilitamiento de Hezbollah –y le da a Israel mayor capacidad de acción en su entorno regional. Tal política de los EE.UU. pone en peligro sus propios intereses geopolíticos ya que la inestabilidad e ingobernabilidad en Irak crea condiciones para crear un efecto derrame en toda la región del Medio Oriente y la fragmentación de las actuales fronteras nacionales con resultados imprevisibles. 

La política de EE.UU. hacia África subsahariana considera de importancia singular la zona del Sahel, el Cuerno Africano, Yemen y Yibuti y le presta atención particular a los que define estados “fallidos o frágiles”. La política exterior estadounidense prioriza la región del Golfo de Guinea, de los Lagos, a Nigeria y Angola. La presencia china en el África Subsahariana aumenta los conflictos de intereses también en esta región.

EE.UU. considera y trata a Sudáfrica como el país más importante en la región, y como poder continental emergente con fuerte incidencia y activismo en el G-20 y en los BRICS.

Para los EE.UU. América Latina y el Caribe continúan siendo actores esenciales para su proyecto de dominación global y, con independencia del curso de las negociaciones con Cuba en el largo y complejo proceso hacia la normalización de las relaciones entre ambos países, la maquinaria de la política exterior, económica, de defensa y seguridad, al igual que los diferentes aparatos políticos, comunicacionales, mediáticos e ideológico-culturales que actúan en la potencia imperialista, continuarán desplegando multifacéticas estrategias contrarrevolucionarias orientadas a preservar o restablecer su sistema de dominación sobre la región.

Tal política, –ejercida unilateralmente o concertada con sus aliados gubernamentales o no gubernamentales de los diversos países de América Latina y el Caribe, de Canadá y Europa –mantienen como uno de sus principales objetivos desestabilizar y, allí donde les resulte posible, derrocar a aquellos gobiernos latinoamericanos y caribeños calificados por ellos como anti-estadounidenses. En particular, aunque no únicamente, a los miembros plenos del ALBA-TCP.

Los EE.UU. continúan emprendiendo acciones en todos los campos posibles –con énfasis en la subversión política-ideológica –para tratar de alcanzar un cambio “en el régimen” al no poder lograr “el cambio de régimen” en Cuba y derrocar su Revolución para cercar política, económica y militarmente a la Revolución Democrática y Cultural de Bolivia; a la Revolución Ciudadana de Ecuador; a la “segunda etapa de la Revolución Sandinista”; y para lograr la derrota electoral de los gobiernos más radicales del Caribe Oriental.

Su más inmediato objetivo sigue siendo la República Bolivariana de Venezuela, con lo que buscan conseguir el mayor impacto desmovilizador, tanto nacional como regionalmente. En Venezuela el gobierno estadounidense continúa respaldando política y financieramente y a través de sus diferentes medios de propaganda, a todas aquellas fuerzas económicas, sociales, mediáticas y políticas, integrantes de la  denominada Mesa de Unidad Democrática (MUD) que, con tácticas diferentes aunque complementarias, se proponen derrotar a la Revolución bolivariana.

Lo anterior es así, porque en la percepción oficial estadounidense, la derrota de la revolución bolivariana –-junto a las contrarreformas que se han producido y han tenido reflejo en la Constitución mexicana y en el incremento de la producción y exportación de petróleo y gas—, facilitaría la transformación del continente americano en el centro energético del mundo anticipado por el vice-presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, en el discurso que pronunciara en Washington en mayo de 2013. Ese objetivo estratégico –y la eliminación de “la dependencia del petróleo venezolano” que tiene la mayor parte de los estados centroamericanos y caribeños integrantes de PETROCARIBE— guía la Iniciativa para la Seguridad Energética del Caribe, dada a conocer por el propio Biden en enero de 2015.

La eventual aceptación por la mayor parte de los gobiernos de los estados centroamericanos y caribeños de la referida iniciativa estadounidense agudiza la dependencia de la región a las necesidades geoestratégicas de los EE.UU. Tal circunstancia se agrava por el control alcanzado por las empresas transnacionales en los principales sectores de la economía de estas naciones, las que, supuestamente, se beneficiarían con la entrada en vigor del Tratado de Inversión signado en mayo de 2013 por Joe Biden y el entonces presidente pro tempore de la CARICOM, Michel Martelly, así como también por la Ley de Promoción Comercial hasta 2020, aprobada por la administración de Barack Obama. A cambio de las “preferencias” unilaterales que esta ley otorga a las exportaciones caribeñas hacia EE. UU., los gobiernos integrantes de la CARICOM, al igual que el de República Dominicana, mantendrán con sus contrapartes estadounidenses diversos acuerdos en el campo de “la seguridad no tradicional”, los que continuarán siendo financiados con los fondos destinados a la Iniciativa para la Seguridad de la Cuenca del Caribe (CBSI, por sus siglas en inglés).

Entre los objetivos generales de la política estadounidense en la región se mantiene el de consolidar la integración subordinada de México, y en la misma medida fortalecer su dominio sobre los estados nacionales ubicados en el istmo centroamericano y en el Caribe insular y continental con vistas a preservar su control sobre los recursos naturales, energéticos y los bienes comunes, incluidos los diversos espacios geoestratégicos existentes en el llamado Gran Caribe.

El gobierno de los EE.UU. continúa desarrollando acciones  dirigidas a subordinar a sus intereses geopolíticos y geoeconómicos a los gobiernos del Hemisferio occidental ubicados en el llamado “Arco del Pacífico”. En este empeño, sigue respaldando la ampliación y profundización de la Alianza para el Pacífico, al igual que su articulación con el acuerdo transpacífico.

Al mismo tiempo, los EE.UU. mantienen su política dirigida a contrarrestar las amenazas planteadas a su “liderazgo” en el Hemisferio occidental y, específicamente, en Suramérica. La paulatina, inconclusa y aún incierta transformación de Brasil en potencia global, contrasta con los intereses geopolíticos, geoeconómicos y geoestratégicos estadounidenses en las cuencas de los ríos Amazonas y de la Plata, al igual que en el Atlántico Sur. Por ello, norteamérica mantiene su apoyo a las acciones de los principales sectores de la derecha brasileña con vistas a desestabilizar y, de ser posible, derrocar al lulismo en ese país.

Simultáneamente, y para evitar la continuidad de las políticas que califican como anti-estadounidenses o populistas radicales, aplicadas por los sucesivos gobiernos del Frente para la Victoria en Argentina, los grupos dominantes norteamericanos y sus aliados argentinos continuarán adoptando medidas orientadas a atenuar u obstaculizar las coincidencias entre los gobiernos de Brasil y Argentina y a agudizar las contradicciones con el gobierno de Tabaré Vázquez en Uruguay. Entre otras razones, porque este último continuó su política dirigida a estrechar sus vínculos con Estados Unidos.

Los EE.UU. mantienen su respaldo a los gobiernos conservadores en Paraguay y dan continuidad a las acciones dirigidas a evitar los avances políticos del Frente Guasú; también continuarán los EE.UU. y sus aliados de las oligarquías nacionales, tratando de impedir la reforma y ampliación del Mercosur y evitar la profundización de la Unasur. En línea con este último propósito, se mantendrán y fortalecerán los acuerdos de “libre comercio” y los relativos a la defensa y la “seguridad interamericana”, firmados por EE.UU. con los gobiernos de Colombia, Chile y Perú. En el caso de Colombia, particularmente, dichos acuerdos se mantendrán cualesquiera sean los resultados de las negociaciones que se efectúan entre representantes del gobierno y de las organizaciones insurgentes de ese país.

De igual modo, el gobierno estadounidense continúa aplicando estrategias destinadas a dificultar la institucionalización y la profundización del acervo político y las prácticas diplomáticas de la Celac. Del mismo modo, aquellas que dificulten el adecuado cumplimiento de los diferentes tratados, acuerdos y planes de acción que se aprueben en las Cumbres de las Américas, las reuniones de sus ministros de Defensa, de Seguridad Pública y de Justicia, de los Fiscales Generales (MISPA y REMSA, en el lenguaje de la OEA), al igual que por parte de los principales órganos político-militares y político-jurídicos del Sistema Interamericano; en fin, se opondrá a cualquier intento, en cualquier espacio político, que pudiera representar un cuestionamiento, no necesariamente radical, a su hegemonía en las Américas.

La Junta Interamericana de Defensa continuará impulsando las Conferencias de Jefes de Ejército, Marina y Aviación, así como los diversos ejercicios militares que se han venido realizando al amparo del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). A pesar de que varios gobiernos latinoamericanos han anunciado su renuncia a este tratado, tanto el Departamento de Estado como el de Defensa de Estados Unidos continuarán defendiendo su vigencia ante supuestas amenazas “extra continentales” que tendría que enfrentar el Hemisferio Occidental en el futuro.

Con el anterior y otros fines similares, el gobierno de los EE.UU. seguirá impulsando la reforma y “revitalización” de la OEA, plasmada en La Política de Defensa para el Hemisferio Occidental hasta el 2023 aprobada por el presidente Barack Obama. Sobre la base de esta Ley, y de sus sesgados enfoques sobre los derechos humanos y las libertades fundamentales contenidos en la Carta Democrática Interamericana, el Departamento de Estado emprende acciones orientadas a la inútil aspiración de revitalizar la OEA con la aspiración de que siga sirviendo a sus intereses y constituida en el foro principal para defender “la paz y la seguridad interamericanas”, fortalecer el cada vez más cuestionado Sistema Interamericano de Derechos Humanos, promover y consolidar la democracia liberal y burguesa, solucionar las disputas regionales, fomentar el crecimiento económico, la cooperación para el desarrollo y la facilitación del comercio, así como para analizar los problemas que representan para la seguridad interamericana las migraciones incontroladas, el tráfico ilegal de drogas y el crimen transnacional organizado.

Tomando como pretextos estas y otras amenazas (el tráfico de armas y de personas, el lavado de dinero) la maquinaria de política exterior de defensa y seguridad de los Estados Unidos continuará respaldando la Iniciativa Mérida y la “guerra contra las drogas” promovidos por México. Sobre la base de los acuerdos adoptados en la Cumbre de América del Norte, efectuada en Toluca, México, a comienzo de 2014, y en coordinación con sus correspondientes contrapartes mexicanas y canadienses, el gobierno estadounidense impulsará la Iniciativa Regional para la Seguridad Centroamericana (Carsi, por sus siglas en inglés) y el denominado Plan Biden para el Triángulo Norte Centroamericano.

Asimismo, se fortalecerán todos los acuerdos vinculados con la Seguridad Regional firmados por EE.UU. con el gobierno de Colombia. Sobre tales bases y las presuntamente exitosas experiencias acumuladas en la lucha contra la subversión, el narcotráfico y el narcoterrorismo, y en coordinación con el Comando Sur de las fuerzas estadounidenses (Southcom, por sus siglas en inglés), las fuerzas militares y policiales colombianas seguirán brindando entrenamiento a  oficiales militares y policiales de diferentes países de América Latina y el Caribe, en particular de México y Centroamérica, República Dominicana, Ecuador, Perú y Paraguay.

Las estrategias contrarrevolucionarias de los Estados Unidos y de sus principales aliados en el Hemisferio Occidental encuentran resistencia en los diversos movimientos sociales y políticos latinoamericanos y caribeños, incluidos los que luchan por la total descolonización del Caribe insular. En contraste con la reacciones que se producirán en los territorios colonizados por Francia, Gran Bretaña y Holanda, en el caso de Puerto Rico la resistencia será mayor, lo que propiciará el respaldo a la descolonización de ese archipiélago, el cual, pese a la oposición estadounidense y de sus aliados internos, continuará expresándose tanto en los marcos de la Celac como en el Comité de Descolonización de la Onu, al igual que en otros foros no gubernamentales de la región. Estimulados por la creciente resistencia del pueblo haitiano, en dichos foros también crecerá la exigencia de que sean retiradas las fuerzas de la Minustah que, siguiendo un mandato del antidemocrático Consejo de Seguridad de la ONU, mantienen ocupado a Haití.

En lo específico, el apoyo a la luchas por la independencia de Puerto Rico y de los demás territorios sometidos a diferentes formas de dominación colonial en el Caribe, será más consistente por parte de los gobiernos integrantes del Alba–Tcp. Este proyecto integracionista continuará consolidándose como mecanismo de concertación política e impulsando acuerdos de cooperación como Petrocaribe, así como los que se han implementado en Haití antes y después del terremoto de 2010. Sin embargo, se ralentizarán los diferentes acuerdos económicos existentes en el Alba-Tcp, tales como las empresas y los proyectos gran nacionales, el Banco del Alba y el Sucre, así como otros acuerdos de cooperación en el campo social, como consecuencia de la contraofensiva plutocrática-imperialista contra los gobiernos de la República Bolivariana de Venezuela y de otros países integrantes de la alianza. Esa contraofensiva tendrá un impacto negativo en la Caricom y el Sica; igualmente, le creará dificultades al proceso de reforma y ampliación del Mercosur y a la profundización de Unasur.

No obstante, la Celac continuará ampliando sus potencialidades para desempeñar un papel más importante en la edificación del sistema multipolar que, contra la voluntad política estadounidense, se ha venido gestando en los años más recientes, así como para convertirse en un eficaz mecanismo de diálogo político y de cooperación económica con los actuales gobiernos de la República Popular China, la Federación de Rusia y de otras potencias emergentes que integran el Grupo Brics. De similar manera, con los gobiernos de los 27 estados actualmente integrantes de la UE, y con otras organizaciones internacionales en las que también participan los gobiernos de África y Asia, como el Movimiento de Países No Alineados (Noal) y el Grupo de los 77+China (G-77).

Como consecuencia de sus debilidades institucionales y de la heterogeneidad política e ideológica de los gobiernos de los 33 estados que la componen, la Celac no romperá con los principales órganos político-militares y político-jurídicos que componen el Sistema Interamericano. Mucho menos porque la mayoría de los gobiernos de los estados de mayor desarrollo relativo de América Latina (en particular los de Brasil, Chile, Colombia, México y Perú), al igual que los estados independientes que integran la Caricom, y República Dominicana, mantendrán sus correspondientes compromisos con los EE.UU. y Canadá en los campos de la seguridad y el comercio.

En el área militar y de seguridad se aplica la concepción de la "huella ligera" (light footprint). Aumenta el empleo de las Fuerzas de Operaciones Especiales; se expanden las actividades de las agencias de inteligencia y la aplicación de la alta tecnología para la vigilancia, el reconocimiento, la lucha contrainsurgente y el tráfico ilícito de drogas y armas. Destaca el uso de las fuerzas de seguridad de países "aliados", como es el caso de Colombia, a las cuales se les asigna el papel de “exportadoras de seguridad”, tanto en acciones de despliegue, como en misiones de entrenamiento y capacitación en el ámbito regional y extra-continental, más allá del cuestionamiento a estas tropas en relación a las violaciones de los derechos humanos durante el largo conflicto que azota a ese país.

En EE.UU. persiste la incomprensión acerca de los profundos cambios que han tenido lugar en la región y se mantiene la reticencia a aceptar su creciente importancia económica, política y diplomática en la escena internacional. En consecuencia, EE.UU. incrementa las presiones a nivel político-diplomático y económico-comercial, para reforzar las divisiones de la región. No obstante, reconoce que la Unasur es protagonista en asuntos multilaterales y constituye un foro para coordinar posiciones y calmar tensiones en el área.

Las “prioridades de la seguridad nacional” acorde con los documentos estratégicos de política exterior y seguridad de EE.UU. en el área son “el control del tráfico ilícito de drogas y de armamentos, la migración ilegal, el terrorismo y la violencia social”. Su amplio alcance le permite justificar su injerencia en los asuntos internos, acceder a recursos naturales estratégicos y posicionarse en la región mediante un proceso de apoyo financiero y a la sombra de la fuerza militar.

Se incrementa en el uso del instrumento informacional-comunicacional, el diplomático y el económico, como expresión de la aplicación del poder inteligente (Smart Power) y las 3-D (Diplomacia, Ayuda al Desarrollo y Defensa) en la proyección hacia América Latina y el Caribe.



Los Conflictos regionales y su impacto en la geopolítica  global.

Predomina la internacionalización de los problemas internos a partir de los intereses imperialistas. Los polos de poder occidentales sostienen la subversión, el financiamiento de mercenarios y la privatización de los conflictos como estrategias para controlar recursos naturales y rutas de navegación y, al propio tiempo, mantener y garantizar su presencia militar en las diferentes latitudes.

África y Medio Oriente constituyen las regiones en las que la geopolítica de EE.UU., la OTAN, la UE e Israel magnifican o propician conflictos religiosos y étnicos con la expansión de grupos terroristas que, aunque formalmente combate, cada vez adquieren una mayor proyección transnacional. China y Rusia se mantienen presentes en todas las áreas de conflictividad en defensa de sus intereses específicos.

Perseveran los intereses imperialistas contra Irán. No se alcanzan avances significativos en la  solución del conflicto israelí -palestino.  En Siria la situación se agrava por el desgaste sufrido resultado de la guerra. En Líbano se exacerban los antagonismos y la política  imperial hacia el área impide alcanzar la estabilidad.

Occidente sostiene la subversión y el financiamiento de mercenarios para acelerar el cambio de regímenes indeseados como parte de su estrategia para controlar los recursos energéticos, minerales, acuíferos y rutas de navegación, todo lo que culmina con una mayor presencia militar devenida insostenible.

En el continente africano se mantiene la conflictividad interna en determinados países y surgen nuevos escenarios críticos derivados de los índices de pobreza extrema, hambrunas, desertificación, pandemias, problemas étnico-religiosos y los impactos del cambio climático.

Con el pretexto de solucionar las crisis y contener la migración indeseada, Francia, Reino Unido y Alemania incrementan su presencia mediante fuerzas de paz de los respectivos países, de la UE y de la OTAN o para apoyar a las misiones de NNUU. La UE y EE.UU. y se mantienen atentos a las coyunturas que les permitan controlar el escenario africano, bajo la excusa de contener el terrorismo islamista, combatir la piratería, evitar el narcotráfico y prevenir la corrupción e inestabilidad de los Estados. China mantiene un perfil secundario, con la finalidad de  ganar espacios en el ámbito económico, aunque incursiona en reforzar operaciones logísticas.

En Asia–Pacífico se mantienen insolubles varios de los conflictos internos: étnicos,  nacionalistas, separatistas y los diferendos fronterizos. Exacerban la situación el desarrollo armamentista y nuclear de la región, con mayor beligerancia de China, Japón y Corea del Sur, el tráfico ilícito de estupefacientes, la piratería y la prioridad que EE.UU. otorga a la región, en la que China  es considerada la principal amenaza y objetivo geoestratégico. No disminuyen las tensiones resultado del programa nuclear norcoreano. En Afganistán y Pakistán, la reducción o sustitución de tropas foráneas por militares nacionales no resuelve la tradicional conflictividad interna heredada de problemas étnicos, religiosos y económicos; persisten los atentados terroristas.

En el Cáucaso y en el resto del entorno postsoviético los denominados conflictos congelados de carácter religioso, étnico, económico y social son exacerbados por EE.UU., la UE y la OTAN, con riesgo mayor para la seguridad de Rusia. La situación en Ucrania y la respuesta rusa continúan siendo excusa de occidente para reactivar conflictos; se incrementa la inestabilidad regional.

En América Latina se avanza en el complejo, largo y difícil camino de la normalización de las relaciones entre EE.UU. y Cuba; al propio tiempo, se exacerba la contraofensiva de la derecha y se intensifican los intentos de desestabilización de los gobiernos progresistas mediante los denominados “golpes blandos”, todo ello bajo el auspicio de los EE.UU., que emplea sus órganos de inteligencia, el espectro mediático e informático y el financiamiento a opositores y mercenarios, con vista a erradicar las políticas de beneficio social en la región y, sobre todo, procurando la desestabilización en los países del ALBA, en particular la derrota de la Revolución Bolivariana en Venezuela y, paralelamente, del Lulismo en Brasil. Se incrementa la injerencia imperialista, que persigue crear una vulnerabilidad propiciatoria de golpes de Estado para el “cambio de régimen”. La prolongación del mandato de la ONU en Haití no resuelve los problemas raigales de esa nación.

Las disputas por áreas marítimas, insulares y principales estrechos  en diferentes regiones del mundo no experimentan cambios notables, en particular los del Mar Meridional y del Este de China, el Océano Ártico, el Golfo Pérsico y el Mar Arábigo.

El tráfico por el Océano Ártico, con un tercio del comercio entre el Este de Asia y Europa-costa oriental de EE.UU., motiva el reforzamiento naval y aumenta el peligro de la confrontación militar en el área entre las partes interesadas: EE.UU., Europa y la OTAN, y Rusia. Prosigue el conflicto, que se agudiza, entre el Reino Unido y Argentina por las Islas Malvinas; la presencia de un país miembro de la OTAN en la región, que fortalece su presencia militar, atenta contra la paz en el subcontinente americano.


Los organismos intergubernamentales

En los organismos intergubernamentales se refleja el poder que mantienen las grandes potencias, fundamentalmente las occidentales, en detrimento de los intereses de la mayoría de los Estados miembros. Se incrementa el carácter intrusivo de estos organismos y se busca imponer  mecanismos, normas y conceptos al margen del sistema de NNUU, del derecho internacional vigente y de los propios órganos existentes.

En el Consejo de Seguridad sus prerrogativas facilitan la preponderancia de decisiones hegemónicas de EE.UU. y sus aliados que, lejos de prevenir las amenazas y mantener la paz, coadyuvan a la creciente manipulación del Derecho Internacional, especialmente contra países subdesarrollados o emergentes. El Consejo considera de forma creciente las llamadas nuevas amenazas globales, que condicionan la adopción de decisiones por otros órganos de la ONU, y relegan y desplazan las competencias de éstos.

Prevalece la tendencia en el Consejo al abuso de su mandato y funciones por parte de los miembros permanentes occidentales que derivan en un involucramiento cada vez mayor de ese órgano en la problemática de los derechos humanos, que utilizan como mecanismo de presión contra países que consideran sus enemigos o potenciales enemigos.  Persisten los intentos de ampliar lo que se entiende como amenazas a la paz y la seguridad internacional de modo que la mayoría de los cursos de acción para dar solución a los conflictos internacionales se amparan bajo el capítulo VII de la Carta.

No se produce la reforma del Consejo de Seguridad. En este órgano, China y Rusia amenazan, y utilizan, su  derecho a ejercer el veto en función de sus intereses estratégicos y coyunturales y no siempre se utiliza para la protección de las causas emancipadoras o defensoras de la soberanía y autodeterminación de las naciones. La insuficiente representatividad de las regiones menos desarrolladas en el Consejo impide que se alcancen acuerdos más equilibrados; prevalecen los acuerdos promovidos por los miembros permanentes.

Prosigue la tendencia a reinterpretar la Carta de la ONU lo que propicia la pérdida de protagonismo de la Asamblea General sobre temas cruciales para el progreso de los pueblos. Las decisiones de la Asamblea General tienden al anquilosamiento en la solución de problemas promovidos por la comunidad internacional.

La adopción de la Agenda post 2015 para los Objetivos del Desarrollo Sostenible asimila parte considerable de temas correspondientes a la AGNU y transfiere mayores potestades al Secretario General.

El Grupo de los 77 + China y el MNOAL pierden capacidad de influencia en la toma de decisiones debido a la aproximación de algunos de sus miembros a las posiciones de los países más industrializados.

No siempre los resultados que se alcanzan en la AGNU  favorecen las posiciones consensuadas a favor de los países del Sur. Las dificultades de la CELAC y los peligros que acechan a los estados miembros del ALBA obstaculizan la adopción de las medidas sustentadas por ambas organizaciones en las negociaciones. En la AGNU se adoptan resoluciones promovidas originalmente en el Consejo de Seguridad para legitimar posiciones contra los países contestatarios de las posiciones de los polos occidentales de poder.

En el Consejo de Derechos Humanos prosigue la tendencia a retomar las prácticas agresivas de la desaparecida Comisión, promotora de las acusaciones del grupo occidental y sus aliados para aprobar sanciones contra países específicos, principalmente del Sur. Este proceso incide negativamente sobre el ejercicio equitativo establecido en el Examen Periódico Universal. La adopción de resoluciones contra países seleccionados viabiliza la actividad injerencista del Consejo de Seguridad. El activismo de Cuba o y de algunos otros países en desarrollo o emergentes en el Consejo logra que se aprueben resoluciones sobre derechos sociales.

La UNESCO desarrolla su actividad en condiciones adversas como consecuencia de la disminución del presupuesto y las presiones imperialistas. La Secretaría General de la ONU persiste en su intromisión en temas medulares para el desarrollo cultural y científico.

La Corte Penal Internacional utiliza mecanismos de presión para actuar con total impunidad contra los países en desarrollo, especialmente los africanos,  así como para reforzar las prerrogativas del Consejo de Seguridad en situaciones  de conflictos con vistas a enjuiciar y sancionar a dirigentes y militares considerados desafectos acusados de violaciones de derechos humanos, crímenes de lesa humanidad, de guerra y agresión. Se mantienen los intentos de fortalecer la jurisdicción internacional de la Corte en detrimento de la jurisdicción nacional. Cuando se entiende conveniente, se cuestionan los sistemas jurídicos nacionales pertenecientes a países en desarrollo. Como resultado de los acuerdos vigentes entre Washington y un centenar aproximado de gobiernos, continúa la impunidad de las tropas estadounidenses y de algunos de sus aliados de la OTAN, durante sus agresiones e intervenciones en terceros países.

Nuevas figuras del Derecho Internacional que intentan refrendar y dar sustento a las políticas intervencionistas.

El Derecho Internacional y los principios de la Carta de las Naciones Unidas continúan siendo revisados y reinterpretados bajo el pretexto de su desarrollo. El llamado Derecho Internacional de los derechos humanos se consolida  con la creciente universalización de numerosos tratados y los mecanismos de supervisión y control de su cumplimiento por los órganos de las Naciones Unidas, organizaciones regionales,  tribunales internacionales  y de las OSC internacional. Otras ramas del Derecho Internacional continúan siendo objeto de revisión y “desarrollos progresivos”, como el Derecho Diplomático, del Mar y  de los Tratados, con la finalidad de desmontar principios y pilares básicos en el mantenimiento de la paz y la cooperación internacional en temas  de gran sensibilidad, directamente asociados a la soberanía de los Estados.

En el Derecho Internacional Humanitario los polos de poder, mediante la utilización de imprecisas teorías y conceptos creados para refrendar y sustentar las políticas intervencionistas y limitar la soberanía tratan de disminuir las violaciones al Derecho que representan los ataques contra la población civil con el uso de nuevas tecnologías, la sofisticación armamentista y métodos especiales de injerencia.

Se sigue deteriorando el Derecho Internacional. Se amplía la tendencia a la aplicación del cambio de régimen en violación de la soberanía y el derecho a la libre determinación de los pueblos. La clasificación de los Estados como frágiles, débiles, vulnerables, fallidos, precarios, en crisis o colapsados, anticipa el surgimiento de más países vulnerables a la intervención y constituye una violación flagrante del principio de la igualdad soberana.

Al incorporarse la gobernanza global al papel central de la ONU,  se incrementan las amenazas intervencionistas contra países declarados ingobernables.

Las llamadas “nuevas amenazas” son los pretextos más frecuentes para la intervención y la injerencia en los asuntos internos de los Estados. La Responsabilidad de Proteger se mantiene como pretexto intervencionista y se dificulta su lucha contra el mismo al multiplicarse las crisis humanitarias, los conflictos civiles internos e internacionalizados, la violencia militar, la mercenaria, el uso de armas prohibidas, las epidemias y pandemias y los desastres naturales y humanos.

Aumentan los desastres naturales, cuyos efectos exceden la capacidad resolutiva de los Estados subdesarrollados y los obliga a aceptar la ayuda humanitaria internacional, la cual no siempre es realmente ayuda, ni se brinda de manera desinteresada y sin condiciones.

Las previsiones, las medidas y el concepto  de seguridad humana se mantienen como parte de la agenda de varios organismos internacionales. De sus propósitos, la reducción de la pobreza se enfoca en la agenda de los Objetivos de Desarrollo Sostenible con preeminencia en las gestiones del Secretario General, que los prioriza sobre los proyectos de la Asamblea General.

El  tráfico ilícito de estupefacientes  y otros delitos conexos, atenta contra la paz y la seguridad internacionales. Se extiende la legalización del consumo de drogas a escala mundial, con incidencia sobre América Latina y el Caribe. Se mantienen los corredores y las zonas de mayor tráfico y producción a escala global. La lucha antidroga se utiliza como pretexto, además, para criminalizar la protesta social, mediante una mayor militarización e injerencia contra la soberanía de los países.

Notas:


[i]No existe una definición por todos aceptada para el término,  pero  la financierización  hace posible  la supremacía del capital financiero sobre el capital industrial y deviene en  nuevo marco macroeconómico donde el mercado y los intereses del capital financiero prevalecen sobre las restantes formas del capital. En este mercado, el proceso de titularización y de creación de “derivados”  financieros, se hace infinito al no requerir de equivalentes en bienes concretos en la economía real; no obstante, estos “valores” se incorporan al Producto Interno Bruto de los diferentes países y al Producto Bruto global,  lo que crea la ilusión de aumento de riqueza. 

[ii] Su objetivo es el control de las mentes de los integrantes de una sociedad mediante el apoderamiento de la conducta social masiva y evitar así el uso directo de la fuerza militar directa. Se procura que la sociedad sobre la que se desata una guerra de cuarta generación, responda a los intereses del agresor, el que de esta manera logra el acceso al territorio, a los recursos naturales y a los consumidores del país agredido.

[iii] Aunque desde el inicio de los presentes Escenarios se hace referencia a países y a las relaciones internacionales, no puede pasarse por alto para la comprensión de los análisis que en ellos se realiza que los estados nacionales representan los intereses de sus clases dominantes. Por ello, en un mundo en el que las clases dominantes son transnacionales, los diferentes estados nacionales que ellas dominan, necesariamente, son representantes de sus intereses transnacionales. Toda lectura de los presentes Escenarios debe realizarse desde esta óptica.

[iv] Occidente es un concepto impreciso aunque ampliamente utilizado. Es una de esas palabras que “enturbian nuestro lenguaje”. Puede interpretarse como: “EE.UU. y sus aliados” (se encuentren estos en oriente o en occidente) o como “el capital transnacionalizado” que domina el mundo.

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