Por Arturo Lopez-Levy, doctor en Estudios Internacionales
y profesor de la Universidad Gustavus Adolphus de Minnesota
La primera visita de
presidente cubano Miguel Díaz Canel a Nueva York para la sesión anual de la
Asamblea General generó notables expectativas sobre sus actividades y
proyecciones.
Se trató del bautismo diplomático
del nuevo mandatario en la arena multilateral y las difíciles relaciones de
Cuba con EE.UU. El balance de la visita es positivo para Cuba y preludia una
mayor apertura dentro de los límites del sistema unipartidista.
El presidente cubrió importantes
campos de la diplomacia multilateral, como la relación con América Latina,
Europa y Africa, de cara a la votación de rechazo al bloqueo, aprovechó el
conclave para avanzar la relación con terceros estados, en particular, España,
y tocó públicos y temas neurálgicos de la relación con EE.UU.
Se trata de una siembra para
el año venidero, con factores que potencialmente podrían pujar por un mundo más
amistoso a su agenda de reformas, incluyendo mejores relaciones con España y
con EE.UU, dependiendo de la elección de medio término en noviembre.
Las actividades del
presidente cubano en Nueva York ilustran que la proyección exterior de la Cuba
post-revolucionaria funciona más allá de la generación histórica. La agitada
agenda que cubrió el mandatario en lo público y en lo privado contó con la
preparación metódica y un alto nivel de movilización al interior del sistema
estadounidense que precedió la visita.
El presidente barrió un
espectro amplio y difícil de compaginar con intereses y perspectivas diversas
dentro de la sociedad estadounidense. En un abanico que va desde los grupos más
radicales de las comunidades afro y latinas, con los que se encontró en la
Iglesia Riverside, en Harlem, territorio amistoso a Cuba desde la visita de
Fidel Castro a ese barrio en 1960, hasta los sectores de negocios, celebridades
del arte y la plural comunidad cubana, Diaz-Canel fue capaz de estructurar y
ofrecer a cada sector una agenda de puentes e incentivos para una relación
bilateral menos conflictiva con Washington.
En cuanto a los diálogos con
mandatarios y representantes de otros países, destacó el encuentro del
presidente cubano con el jefe del Gobierno de España, Pedro Sánchez. La
relación de la isla con la Unión Europea vive un buen momento (también hubo
encuentro con Federica Mogherini en la embajada cubana), pero adolece de
atrasos en el relanzamiento de la relación con España, país clave y simbólico
para Cuba en el viejo continente.
En todos los campos, Cuba y
España tienen mucho que ganar con un posible viaje real a la isla el próximo
año. En el ámbito multilateral, Cuba tiene asegurada una victoria en la
resolución contra el embargo, con el respaldo de presidentes de todos los
signos ideológicos de América Latina y Africa, aun en presencia de las más
abiertas amenazas de EE.UU contra los que van a votar en su contra.
Diaz-Canel ha enfatizado los
costos para la gran estrategia estadounidense de su política irracional de
bloqueo.
En las reuniones dentro de
EE.UU. destacaron los encuentros con congresistas estadounidenses que han
jugado o pueden jugar un rol importante en las relaciones bilaterales,
particularmente en proyectos congresionales de flexibilizar los mecanismos para
las ventas de alimentos a Cuba y los viajes.
En la reunión con
empresarios, el presidente dio continuidad a los acercamientos con ese segmento
pero desde una perspectiva de bajo perfil pues las regulaciones del bloqueo
siguen limitando cualquier apertura y las condiciones dictadas por la
administración Trump y la Ley Helms no admiten nada menos que una incondicional
rendición del gobierno cubano que no va a pasar.
De cara al futuro, la
diplomacia pública cubana tendrá que trabajar de modo más amplio la relación
con la gran prensa y la comunicación, con la población estadounidense como un
todo.
Aquí hubo una oportunidad
perdida. La apertura de relaciones diplomáticas entre Cuba y EE.UU desde 2014
cambió la percepción oficial norteamericana sobre la isla de
"amenaza" a "país en transición".
Las expectativas por un
nuevo rostro en el liderazgo cubano permitían circunvalar a la administración
Trump con una proyección más amigable y renovadora hacia EE.UU. Esas
oportunidades no fueron usadas en todo su potencial. El reto era grande pero
también lo eran los posibles réditos.
En un contexto marcado por
la paralización de la mejoría de la relación debido al retiro de personal
diplomático en Washington y La Habana por el presidente Trump, a raíz de
supuestos ataques a diplomáticos en la Habana sin explicación creíble, una
entrevista al presidente cubano con The New York Times, NBC, CBS o CNN, podía
marcar la pauta. Es difícil no ver en ese espacio, una oportunidad perdida.
Un punto de inflexión se
registró en la reunión con la comunidad cubana en EE.UU. En ella, en la que yo
mismo participé, el nuevo presidente presentó a la emigración como parte de la
nación misma, y llamó a aquellos que se oponen a la política de EE.UU a
participar más activamente no solo en contra del embargo/bloqueo sino también
en la política del país y el proceso de discusión de cambios constitucionales.
Al margen de las diferencias
políticas entre la mayoría de los emigrados presentes, el presidente Diaz-Canel
se mostró un cubano de estos tiempos, nacido después de 1959, que sabe que Cuba
es una sociedad transnacional, plural, cada vez más conectada al mundo, y que
hay cambios necesarios, difíciles y urgentes que hacer.
Diaz-Canel recibió una
cálida acogida por la mayoría de los compatriotas con los que dialogó. Lo hizo,
con humildad y astucia. En mi intercambio con el presidente, conversé sobre
nuestros orígenes y relaciones comunes, en Santa Clara.
Nada tuvo que ver con los
que lo presentan como mero instrumento de la generación histórica de la
revolución. Es un presidente con luz y dignidad propia.
NOTA: Este artículo forma
parte del servicio de firmas de la Agencia EFE al que contribuyen diversas
personalidades, cuyos trabajos reflejan exclusivamente las opiniones y puntos
de vista de sus autores.
LA VANGUARDIA
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