El debate entre liberales y realistas sobre la seguridad y las
organizaciones internacionales.
Por Leyde E. Rodríguez
Hernández *
Los
resultados prácticos de la pretendida lucha antiterrorista desencadenada por la
administración de George W. Bush, y continuada por el gobierno de Barack Obama,
fueron más que decepcionantes y provocaron serias afectaciones para el Derecho
Internacional, el funcionamiento de la ONU, e incluso para la dinámica del
sistema de relaciones internacionales.
Este
artículo histórico y politológico expone, desde el prisma de las relaciones
internacionales, la compleja y polémica problemática del terrorismo, la
situación actual de la ONU y la crisis del sistema internacional bajo los
efectos del bumerán de la “guerra contra el terrorismo”1
desatada por los Estados Unidos al margen de los más elementales principios de
la legalidad internacional recogidos en la Carta de las Naciones Unidas.
El
antiterrorismo:
“nuevo” intervencionismo de los Estados Unidos
“nuevo” intervencionismo de los Estados Unidos
Aunque
no existe un concepto universalmente reconocido, en un sentido amplio, el
terrorismo puede definirse como la táctica de utilizar un acto o una amenaza de
violencia contra individuos o grupos determinados con el objetivo de modificar
la evolución y los resultados de algún proceso político o socioeconómico. El
terrorismo es cualquier sistema de coacción basado en el miedo, cuyo fin es la
intimidación y la creación de un estado de temor que no se corresponde o adecua
a las normas humanitarias internacionales.
El
terrorismo tiene antecedentes en la historia antigua y moderna de la humanidad.
La táctica criminal y el genocidio han sido practicados durante siglos. El
terrorismo clásico colocaba su blanco en la eliminación de personalidades individuales
atendiendo a sus responsabilidades políticas y la influencia decisiva que
ejercen en el desarrollo de ciertos procesos políticos o históricos. Por su
celebridad, es importante citar solamente algunos ejemplos ilustrativos: el
asesinato del Emperador romano Julio César, el ataque contra el Zar de Rusia,
Alejandro II, en el año 1884. El atentado contra la vida del fundador del Estado
soviético Vladimir Ilich Lenin en el año 1920, y de Karld Liebknecht y Rosa
Luxemburgo, líderes del movimiento comunista alemán e internacional, asesinados
por soldados derechistas, después de la primera guerra mundial, en el mes de enero
del año 1919. Igualmente, la primera ministra de la India, Indira Gandhi, fue
asesinada en el año 1984 y, unos años más tarde su hijo Rajiv Gandhi, quien la
sucedió en el cargo y murió víctima de una acción similar.
En
la época actual sobresale el caso del presidente cubano Fidel Castro Ruz,
sobreviviente a más de 600 planes de asesinatos diseñados y ejecutados por la
Agencia Central de Inteligencia (CIA) norteamericana, en connivencia con
organizaciones terroristas anticubanas radicadas en Miami, con el fracasado
propósito de destruir a la Revolución y el Socialismo en Cuba.2
Ese
mismo proceder terrorista quedó evidenciado en el fallido intento de golpe de Estado,
el 11 de abril del 2002, escenificado por representantes de la oligarquía y
sectores militares de Venezuela, en complicidad con la CIA y otras
instituciones de los Estados Unidos, contra el Presidente Hugo Chávez Frías,
quien ha denunciado públicamente la persistencia de esos preparativos para
eliminarlo físicamente.
Otra
forma de terror es la que ejercen determinadas organizaciones y gobiernos que
luchan contra un poder oficial, afectando a parte de la población o a todo un
pueblo. En la historia de los últimos siglos, se puede encontrar el fenómeno
del terrorismo durante la etapa de gobierno jacobino de la Revolución francesa, entre
los años 1792 y 1794, el primer ejemplo moderno de la aplicación estatal del
terror y, en este caso, por un Estado revolucionario.
A
fines del siglo XIX, Europa occidental fue escenario de las acciones
terroristas organizadas por grupos anarquistas y populistas. Sus líderes
defendían la teoría de que las masas del pueblo ruso ya estaban identificadas
con las ideas revolucionarias y un actor terrorista dramático contribuiría a
acelerar las condiciones de lucha contra el viejo régimen zarista. Esta teoría
del terrorismo concebida como una acción espectacular que atraería la atención
propagandista de los medios de prensa por la magnitud del hecho violento,
también gozó de adeptos en otros países europeos como Italia, España, y en
América Latina. Los anarquistas terroristas tuvieron éxitos en la ejecución de
varios asesinatos, pero nunca obtuvieron el poder en ningún país por el
carácter repulsivo de sus actos en el ámbito social.
Un
caso relevante de asesinato de una personalidad destacada con apoyo del
gobierno sucedió en Sarajevo contra el archiduque austríaco Francisco Fernando,
el 28 de junio de 1914. El crimen fue ejecutado por un estudiante nacionalista,
Gabriel Princip, pero toda la operación fue ordenada por la sección de
inteligencia del Ministerio de Guerra de Serbia. Este hecho provocó el
enfrentamiento entre el Imperio Austro-Húngaro y Serbia; y solo sirvió de
pretexto para el comienzo inmediato de la entonces ya esperada y preparada
Primera Guerra Mundial.
A
lo largo del tiempo, el fenómeno del terrorismo de Estado3
ha estado acompañado de la actividad de diversos grupos subestatales o no
estatales que tienen incidencia real en la política interna de algunos países e
incluso en la política internacional. Las operaciones de estos grupos
alcanzaron niveles relevantes en las décadas de los 70´, los 80´ y hasta la
actualidad, pero disminuyendo notablemente su accionar tras la caída de las
dictaduras militares en América Latina. En este contexto, el caso de Cuba
constituye una excepción, para el análisis de esta problemática, porque durante
más de cuatro décadas ha tenido que enfrentarse a todas las formas de agresión:
económicas, armadas, psicológicas y biológicas, provenientes de los Estados
Unidos, el más fuerte de los actores en las relaciones internacionales. Pese a
que las autoridades de los Estados Unidos se nieguen a reconocerlo, los más
disímiles planes engendrados por las sucesivas administraciones, han sido
desenmascarados y denunciados ante la opinión pública internacional y en foros
diplomáticos por la política exterior cubana.
Este
terrorismo de Estado es un instrumento permanente de la política exterior
estadounidense contra Cuba y, en rigor, sus orígenes se remontan antes del
triunfo de la Revolución
cubana el 1 de enero de 1959, cuando el dictador Fulgencio Batista junto a sus
esbirros y seguidores se refugiaron y fueron protegidos en la ciudad de Miami,
en el Estado de la
Florida. Allí encontraron refugio terroristas como el ex
policía batistiano Luis Posada Carriles, quien desde muy temprano inició sus
actividades criminales al servicio de la contrarrevolución, la CIA y el gobierno
estadounidense. Uno de los actos más monstruosos fue el sabotaje al avión de
cubana de Aviación, el 6 de octubre de 1976, en Barbados, que causó la muerte
de 73 personas entre pasajeros y la tripulación.
Paradójicamente,
aunque W. Bush, el 26 de agosto del 2003, enfatizó que “cualquier persona,
organización o gobierno que apoye, proteja o ampare a terroristas es cómplice
en el asesinato de inocentes e igualmente culpable de delitos terroristas”, la
Casa Blanca no ha querido reconocer o certificar el extenso historial
terrorista de Posada Carriles, y el daño que su liberación ha provocado a las relaciones exteriores de los
Estados Unidos, por eso han preferido tratarlo más como un “luchador por la
libertad y la democracia”, a la vieja usanza de la “guerra fría”4, que como un terrorista internacional.5
Por
otro lado, en el año 1973, la toma del poder en Chile por el General Augusto
Pinochet, mediante un cruento golpe de Estado contra el presidente
constitucional Salvador Allende, inició una etapa de terror contra las fuerzas
políticas revolucionarias y progresistas del continente. El golpe de Estado de
Pinochet costó más de 20 mil vidas al pueblo chileno. Como parte de la política
de terror implantada y con el apoyo de los servicios secretos de los Estados
Unidos, el destacado canciller chileno Orlando Letelier fue vilmente asesinado
durante su exilio en Washington, D.C; con una bomba en su automóvil. A pesar de
no ser una personalidad de la política, en la década de los 80´, el Arzobispo
Oscar Arnulfo Romero, de El Salvador, murió acribillado a balazos mientras
ofrecía una misa en el altar de su iglesia por agentes paramilitares al
servicio de la dictadura militar en ese país.6
En
el transcurso de la segunda mitad del siglo XX, por parte de los Estados
imperialistas, ocurrieron considerables acciones terroristas con maquiavélicos
fines de dominación y exterminio de pueblos enteros. Entre los más
trascendentes por su impacto mundial se encuentran las masacres de grupos
étnicos, desde los Balcanes hasta el Holocausto judío, los bombardeos de terror
contra ciudades durante la
Segunda Guerra Mundial: Guernica, Coventry, Rotterdam,
Dresden, que culminaron en el genocidio nuclear de Hiroshima y Nagasaki.
Desde
entonces, la política de “chantaje nuclear” estadounidense dio comienzo a una
desmedida carrera con ese tipo de armamento entre las principales potencias del
sistema internacional, y a la proliferación nuclear, por otros Estados de poder
medio o regional, que amenaza con el desencadenamiento de una hecatombe nuclear
dada la acentuada naturaleza imperialista de la política exterior
estadounidense, su marcado carácter intervencionista y aventurero, que no
excluye ahora el uso de armas nucleares tácticas en teatros de operaciones
militares ubicados en el Tercer Mundo.
En
este sentido, la guerra del Golfo Arábigo Pérsico (1991), la “intervención
humanitaria” en Somalia (1992), los indiscriminados bombardeos contra
Yugoslavia (1999) y las guerras injustas contra Iraq (2001), Afganistán (2003)
y Libia (2011), constituyeron un claro ejemplo del “nuevo” intervencionismo
imperialista y de la puesta en práctica de un sangriento terrorismo de Estado
bajo la dirección del Complejo Militar-Industrial de los Estados Unidos, por el
control geopolítico de vastos territorios en otros continentes y el
apoderamiento de los principales recursos energéticos y minerales para
beneficio de las transnacionales norteamericanas y de otros potencias
capitalistas aliadas al proyecto de dominación global de los Estados Unidos.7
Las dos primeras guerras
del siglo XXI
Las
dos primeras guerras del siglo XXI, contra Afganistán8
e Iraq9, fueron el resultado de una
desproporcionada reacción de la extrema derecha del partido republicano -con George
W. Bush en la presidencia-, ante los acontecimientos del 11 de septiembre del
2001, y del consenso logrado en una opinión pública estadounidense traumatizada
por la envergadura del ataque ejecutado por aviones de líneas comerciales que
se estrellaron contra dos rascacielos emblemáticos de Nueva York, provocando su
derrumbe y el de otros siete edificios ubicados en sus alrededores. Con este
atentado, todavía por esclarecer, se rompió, por primera vez en la historia imperial
de los Estados Unidos, el mito de la invulnerabilidad. Ese efecto psicológico
dejó una marca inevitable y aciaga en las percepciones de los estrategas
político-militares del establishment estadounidense. De ahí la amenaza que
todavía se cierne sobre Irán, Siria, la República Democrática
de Corea y muchos otros países que para George W. Bush, y sus continuadores, solo
representan “sesenta rincones oscuros del planeta”.
Las
invasiones contra Afganistán e Iraq constituyeron un fracaso político y un
probado desastre militar para la estrategia expansionista norteamericana. Un
fracaso político porque los “neoconservadores” creyeron que podían usar la
guerra para consolidar un sistema internacional de dominación unipolar. O sea,
un típico imperio o gobierno mundial que impediría el ascenso de cualquier
potencia actual, en particular China y Rusia, al rango de superpotencia en las
relaciones internacionales. El contenido geopolítico de dicha estrategia ha
estado centrado en la conquista de las rutas del petróleo y el gas, en la
penetración de Washington en Asia Central para el establecimiento de bases
militares en el espacio postsoviético y cerca de las fronteras territoriales de
China, en la región Asia-Pacífico.
Contrariamente
a lo deseado, el actuar unilateral de la administración de W. Bush, a través de
ataques preventivos y otras acciones ilegales, se convirtió en la verdadera
fuente inseguridad e inestabilidad internacional. La desventaja política futura
para los Estados Unidos de tan desafortunados resultados radicó en que la
“guerra contra el terror” ha siso observada en su justa dimensión después de la
desaparición del “imperio del mal”, en diáfana alusión al fin del “peligro” que
representaba para los intereses hegemónicos occidentales un sistema mundo
equilibrado por la influencia del poderío de la Unión Soviética y
el sistema socialista mundial.
En
sus pretensiones de liderazgo mundial, el terrorismo ha sido el artilugio
utilizado por la elite del poder norteamericana para justificar su política
intervencionista en los países del sur, aumentar los gastos militares y
sostener un paranoico militarismo. Sin embargo, ante la opinión pública interna
y mundial, los argumentos doctrinarios de la política exterior estadounidense
están muy cuestionados y criticados ya que los hipotéticos vínculos entre el
régimen de Saddam Hussein Talibán y los Talibanes con los autores de los
atentados del 11 de septiembre, de ninguna manera pudieron ser corroborados por
los estrategas del Imperio.
Las
instituciones y órganos de prensa de los Estados Unidos reconocieron el
laberinto de mentiras de la
Casa Blanca sobre los alegados nexos entre Iraq y la
organización de Osama Bin Laden, los cuales sirvieron, junto con las
inexistentes armas de destrucción masiva, de excusas para desencadenar la
guerra de agresión contra el país árabe. Por ejemplo, en abril del año 2007, el
diario The Washington Post se encargó de confirmarlo cuando reveló que en
realidad no existió cooperación entre la red “Al-Qaeda” y el desaparecido líder
iraquí, según afirmaba categóricamente el gobierno estadounidense en los días
previos al estallido del conflicto, pues los testimonios de Hussein y sus
asesores encausados, así como los archivos confiscados por las tropas del
Pentágono no arrojaron evidencias concretas sobre las falsas imputaciones de George
W. Bush.10
Es
una realidad que la “lucha antiterrorista” no ha despertado simpatías en los amplios
sectores sociales estadounidense. En los Estados Unidos y otros países se
aprobaron leyes que violan flagrantemente los más elementales derechos humanos.
La lista de violaciones es extensa, pero entre ellas prevalecen la llamada Acta
Patriótica, que reduce las libertades fundamentales de los ciudadanos, el campo
de concentración en la Base
Naval de Guantánamo, el establecimiento de cárceles secretas
en Europa y el secuestro de sospechosos.
Para
James Carter “de mayor preocupación es el hecho de que los Estados Unidos
repudiaron los acuerdos de Ginebra y abrazaron el uso de la tortura en Iraq,
Afganistán y la Bahía de Guantánamo. Resulta molesto ver cómo el presidente y
el vicepresidente insisten en que la CIA debería tener libertad para perpetrar
un “trato o castigo cruel, inhumano o degradante” contra personas que se
encuentran bajo custodia de los Estados Unidos”.11
Reconocidos académicos norteamericanos afirman que “los años en que los Estados
Unidos aparecía como la esperanza del mundo parecen ahora muy distantes. Hoy,
Washington se ve impotente a causa de su reputación de recurrir a la fuerza de
manera irreflexiva, y pasará mucho tiempo para que eso se olvide. La opinión
pública mundial ve ahora a los Estados Unidos, cada vez más, como un país
ajeno, que invoca el Derecho Internacional cuando le conviene y lo desprecia
cuando no le conviene, que utiliza las instituciones internacionales cuando
obran en su ventaja y las desdeña cuando ponen obstáculos a sus designios”.12
La
política de George W. Bush emuló con la represión de la Alemania fascista por su
carga racista, antiárabe y represiva al interior de la sociedad norteamericana.
Por todas esas razones, para la mayoría de los estadounidenses, la invasión y
ocupación de Iraq y Afganistán fue un error que llevará al fracaso de la nación
en política exterior. La guerra no logró dominar a “Al-Qaeda”, ni mucho menos
destruir, en un primer momento, a Osama Bin Laden, sorprendido y asesinado,
varios años después, en Paquistán, por un comando de las tropas especiales
estadounidenses bajo las órdenes de la administración de Barack Obama, en su
continuación de la lucha contra el terror.
La
“política antiterrorista” de George W. Bush multiplicó el terrorismo, lejos de
erradicarlo, de un fenómeno residual y disminuido en los últimos años del siglo
XX, es hoy un problema objetivo en los países en Afganistán e Iraq. A juzgar
por un informe publicado anualmente por el Departamento de Estado de los
Estados Unidos sobre el terrorismo mundial, en el año 2005 se produjeron unos
11 000 ataques terroristas en todo el planeta. Si se considera que en el 2004
fueron registrados 651 atentados terroristas “significativos”, con resultados
de 1 907 víctimas mortales, el informe del año 2006 multiplicó por veintitrés el
número de ataques terroristas y por ocho el número de víctimas, cifras que por
sí solas reflejan la efectividad de dicha política.13
Los
hechos y datos corroboran que, en los comienzos del siglo XXI, el terrorismo ha
devenido un fenómeno de naturaleza transnacional por su incidencia en los
procesos y la dinámica de las relaciones internacionales. En el complejo
escenario internacional podemos identificar, además del terrorismo de Estado,
mencionado en párrafos anteriores, cuatro formas fundamentales de terrorismo:
el terrorismo ideológico-político practicado por organizaciones no estatales,
con una ideología política definida, de derecha. Por ejemplo, grupos
neofascistas, o de izquierda, que incluye a radicales socialistas o nacionalistas
extremos. El terrorismo etno-político en el que los intereses políticos se
entrelazan con las rivalidades y los odios etno-nacionales, causando terror y
el exterminio a determinados grupos humanos. Algunos países de África
Subsahariana y los Balcanes vivieron el drama humano de este tipo de
terrorismo, también denominado “limpieza étnica” para encubrir sus reales
esencias.
El
terrorismo religioso-fundamentalista14persigue
imponer, mediante la violencia y el pánico, una religión o someter a toda la sociedad
a determinados postulados religiosos. El fundamentalismo es un fenómeno
religioso que se opone a los cambios sociales y culturales. En el Islam, se
diferencia del conservadurismo o tradicionalismo en su enfoque radical de
restauración de un antiguo orden supuestamente abandonado. El fundamentalismo
es combativo, pero se diferencia de los movimientos revolucionarios porque no
plantea la instauración de una futura sociedad ideal, sino al regreso a la
antigua sociedad religiosa del tiempo de Mahoma para el Islam15. En los últimos años, ha sido muy
publicitado, dentro de esta peculiaridad de terrorismo, el movimiento talibán
en Afganistán.
Las
manifestaciones del fundamentalismo son también visibles en otras religiones y
en el movimiento evangélico de la derecha cristiana de los Estados Unidos. En
ese país, según Aurelio Alonso Tejeda, especialista cubano de reconocido
prestigio en el tema, “el fundamentalismo, en configuraciones religiosas más
difusas y a veces de cuestionable legitimidad, ha conducido también al terror.
La modalidad conocida como “sectas de destrucción” se dio a conocer en el año 1977,
cuando una congregación del Templo Solar, liderada por su pastor, protagonizó
un suicidio colectivo de casi mil miembros en un campamento de la selva guyanesa”.16
Algo
similar ocurrió el 19 de abril de 1993 en Waco, Texas, inducido por David
Koresh, quien se consideraba así mismo y se presentaba ante sus seguidores como
el Mesías, y había construido un sistema totalitario con un vasto control sobre
la conducta y sicología de sus seguidores.17
“Suicidio ritual, homicidio ritual, sexo ritual, drogadicción ritual y
terrorismo ritual, son rasgos de algunas denominaciones que van dejando una
estela de sangre y devastación paralela a la de otros fundamentalismos en el
mundo de hoy”.18
En
la India, por ejemplo, es conocido el terrorismo hinduista contra los
musulmanes, y en otras regiones, de igual forma, se produce la confrontación
etno-nacional combinada con los extremismos religiosos, para generar acciones
terroristas de diversas características.
Retomando
las dos primeras guerras del siglo XXI, Iraq fue un desconcierto y muy
sangriento para los efectivos norteamericanos, pero W. Bush, enfrentado a esa
realidad y a la oposición bélica creciente en ambas cámaras del Congreso, en
los medios de prensa y entre la ciudadanía, insistió en su orientación
militarista e incluso amenazó al poder legislativo de vetar cualquier propuesta
de ley que estableciera la retirada de las tropas para el 31 de marzo de 2008.
Esta posición de la administración fue un signo adicional de las serias
dificultadas con el reclutamiento de más efectivos militares y de que el
ejército no estaba listo para salir de Iraq, antes o en la fecha señalada por
la oposición demócrata en el legislativo.
En
Afganistán, la
Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN),
“sustituta” de los Estados Unidos en ese teatro de operaciones militares, no pudo
frenar las acciones de los grupos talibanes que mantuvieron una tenaz
resistencia a la ocupación, mucho más allá de la sitiada y protegida Kabul, por
las tropas de la coalición ocupante. Para infligirle una definitiva derrota a
la resistencia talibán y asumir el control total de la situación afgana, la OTAN hubiera necesitado más
soldados y material militar, lo cual dejó de ser una prioridad para los Estados
Unidos, porque sus tropas se empantanaron en el territorio iraquí y la
preocupación de la clase política norteamericana intentó poner límites a los
altos costos económicos, humanos y militares que estas guerras
sobredimensionadas han causado a la superpotencia.
Aunque
la administración de Barack Obama, poco antes de concluir el año 2011,
formalizó la retirada oficial de las tropas de combate estadounidenses de Iraq,
lo cierto es que los Estados Unidos conservará un papel protagónico en la
región, donde ha dejado instalaciones de avanzada y, como aseguramiento,
multiplica su personal contratado en una práctica de autorelevo con un ejército
mercenario. Así Barack Obama simuló haber cumplido una promesa electoral que
dijo prioritaria al inicio de su mandato, demostrando que su política exterior
es una continuidad de las concepciones de la administración de George W. Bush,
las cuales son dictadas por el gobierno permanente que controla el poder
político a través del Complejo-Militar-Industrial y los grupos de presión que
impiden una real reorientación de la política exterior de los Estados Unidos.
Tanto
en Afganistán como en Iraq, la égida ocupante norteamericana fomentó la
corrupción y las pugnas internas, que dificultan el avance de esos países, y de
una “reconstrucción” que solo ha servido para aumentar las ganancias de los
consorcios que se apoderaron de las riquezas naturales y energéticas de esos
países. Con el asesinato de Osama Bin Laden, los Estados Unidos liquidó uno de
sus pretextos para continuar sus guerras contra Afganistán e Iraq, las cuales
tuvieron como daño colateral el enrarecimiento de las relaciones con Paquistán,
al punto de que la nación asiática se encuentra en un proceso de revisión de
toda su política exterior hacia Washington.
Lo
cierto es que en el curso de su historia, “los Estados Unidos ha tenido como
prioridad de política exterior obtener legitimidad internacional. Sin embargo,
desde el lanzamiento de la guerra contra Iraq han hecho añicos el respeto y la
credibilidad tan arduamente ganados. Al ir a la guerra sin una base legal o el
respaldo de los aliados tradicionales de la nación, el gobierno del presidente
W. Bush socavó de manera importante el apego de tantos años de Washington al
Derecho Internacional, su aceptación de la toma de decisiones consensuada, su
fama de moderación y su identificación con el mantenimiento de la paz. El
camino de regreso será largo y difícil”. 19
Al cierre del año 2011, el presidente Barack Obama, a pesar de sus promesas
electorales del año 2008, no había podido recobrar la credibilidad perdida por
el Imperio norteamericano.
El debate entre el paradigma
liberal y el realista sobre la seguridad colectiva y las organizaciones
internacionales
Para
la teoría política contemporánea las concepciones e ideas básicas del enfoque o
paradigma20 liberal o idealista político de las
relaciones internacionales contribuyeron de manera decisiva a la creación, en
el siglo XX, de las grandes organizaciones de proyección universal, para la
preservación de la paz y la seguridad internacionales.
Esta
visión de las relaciones internacionales, en la segunda década del siglo XX,
abogaba por la primacía del Derecho Internacional y la cooperación entre los Estados,
institucionalizada a través de una organización de alcance universal, y todo
ello sobre el fundamento de la democratización de los Estados. Un énfasis
particular puso el paradigma liberal en el nuevo concepto jurídico-político de
la “seguridad colectiva”, esbozado en la concepción de los documentos
fundacionales de la Liga o Sociedad de las Naciones, al término de la Primera
Guerra Mundial, que postularía la acción mancomunada de todos los Estados para
la preservación de la paz y la seguridad internacionales, en sustitución de los
tradicionales rejuegos del balance de poder basados en la conformación de
alianzas contrapuestas.21
Antagónica
a esta percepción, la escuela del realismo político hizo luego un esfuerzo
académico notable para demostrar, como probarían los acontecimientos
internacionales entre los años 1920 y 1930, que el principio de “seguridad colectiva” sería impracticable en
un escenario internacional dominado por grandes potencias en lucha por mayores
cuotas de poder en el escenario internacional, en el entendido de que cada una
de ellas percibía la seguridad con una óptica diferente y estrechamente
vinculada a sus intereses de expansión global. Obviamente, en detrimento del
principio jurídico internacional de la no agresión a otros Estados soberanos.
Las
experiencias tomadas del fracaso de la
Liga o Sociedad de las Naciones en el cumplimiento de sus
objetivos fundacionales y las trágicas consecuencias de la Segunda Guerra
Mundial, fueron dos factores decisivos en la creación de una nueva organización
internacional en el año 1945, cuyos objetivos serían muchos más amplios en la
conformación del sistema internacional de la postguerra. Con el nacimiento del
Sistema de las Naciones Unidas, inspirado, por supuesto, en el principio
enunciado por la Liga de la “seguridad colectiva”, quedaron refrendados en la
Carta de la ONU los legítimos anhelos de la humanidad por la paz, la seguridad
internacional y el respeto a las normas del Derecho Internacional Público,
entre otros enunciados no menos importantes.22
Sin
embargo, en la conformación de la estructura de la ONU primaron las
concepciones de poder típicas de la concepción realista de las relaciones
internacionales. El funcionamiento del Consejo de Seguridad, su órgano
principal, se estableció sobre la base de la regla de unanimidad de las grandes
potencias (poder o derecho de veto) y la necesidad de la colaboración entre
ellas en esa instancia. Ese es el único órgano en que el principio de la
igualdad de los Estados está supeditado al poder de veto, y en su virtud el
voto negativo de uno solo de los Miembros permanentes basta para bloquear una
decisión que haya contado con el acuerdo de los 14 miembros restantes, salvo en
caso de cuestiones de procedimiento.23
Así, la
ONU padece, desde su origen, el problema del veto y otros
arbitrarios privilegios para uso exclusivo de cinco potencias dominantes que se
concedieron ellas mismas el puesto de miembros permanentes del Consejo de
Seguridad.
Si
a lo anterior sumamos el aspecto geopolítico contenido en la confrontación
política-militar estadounidense con el adversario socialista liderado por la Unión Soviética
durante la etapa de “guerra fría”, entonces hemos identificado dos esenciales
razones de muchas otras que han limitado - trascendiendo hasta hoy- el
cumplimiento eficaz de las funciones de la ONU relativas al mantenimiento de la paz y de la
seguridad internacionales.
Independientemente
de los saldos positivos que algunos académicos24
occidentales observan en el conjunto de operaciones de mantenimiento de la paz
ejecutadas por las Naciones Unidas, como un instrumento o mecanismo de paz, más
allá del idealista principio de la “seguridad colectiva”, está claro que ha
sido una limitante para la paz la existencia durante décadas de un sistema
internacional dominado por un “directorio” de cinco grandes potencias
controladoras del Consejo de Seguridad del organismo mundial y del grupo de
países más industrializados (G-8), que han perseguido instaurar, sin progreso
alguno, el “nuevo orden mundial” proclamado por George Bush, en el año 1991, en
el momento triunfalista de la caída de la Unión Soviética y de la segunda
guerra del Golfo Arábigo Pérsico.25
Con
el fin de la “guerra fría” y la instauración de un cierto consenso entre las
principales potencias del sistema internacional para apuntalar un supuesto “nuevo
orden mundial”, la ONU perdió capacidad de negociación diplomática y autoridad
política, moral para actuar e imponerse en las relaciones internacionales contemporáneas.
El predominio unipolar en el plano político y estratégico-militar de los
Estados Unidos, o sea, la falta de un equilibrio o contrapeso al poderío y el
uso reiterado de la fuerza por la única superpotencia, erosionó y vulneró la función reguladora de
las relaciones internacionales que debe desempeñar el Derecho Internacional
Público y la ONU.
En
las últimas décadas, desde finales del siglo XX, el multilateralismo
representado en la ONU
y las funciones reguladoras del Derecho Internacional Público han constituido una camisa de fuerza para la expansión del
poder global o el “gobierno mundial” diseñado en las estrategias de seguridad
nacional de los Estados Unidos, que con sus prescripciones unilateralistas
abogan por la limitación de la soberanía y la anulación de la independencia de
otras naciones, a partir de la subordinación de la ONU y de la legalidad
internacional a sus intereses hegemónicos de un único modelo de sociedad para
todos los pueblos. La sujeción de la
ONU a las necesidades de la política exterior de los Estados
Unidos quedó expuesta en la urgencia que tuvo este país de legitimar con la Resolución 1483 su
intervención en Iraq, a fin de comercializar su petróleo y otorgarle un viso de
legalidad a sus acciones en ese país.
Con
la Resolución
1483 Francia, China y Rusia aceptaron las posturas norteamericanas, pero a la
vez la diplomacia de los Estados Unidos aparentó conceder a la ONU un papel “relevante” en el
control de Iraq. Lo peligroso es que, en la configuración actual del Derecho
Internacional Público, no se dispone de una fiscalización hacia este tipo de
intervenciones internacionales. La pasividad de muchos Estados frente a lo que
sucedió en Iraq condujo al establecimiento de un precedente de impunidad sin límites
que podría compararse con la guerra de la OTAN contra Libia y la grosera
manipulación por los Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña del contenido de la
resolución 1973 aprobada por el Consejo de Seguridad de la ONU que estipulaba
la creación de una zona de exclusión aérea en ese país, pero no autorizaba a la
OTAN lanzar un criminal bombardeo contra ese país.
En
una etapa histórica de afianzamiento de las ideas “neoconservadoras” y
militaristas, las concepciones liberales en la política norteamericana sufrieron
un franco retroceso, pero sus limitaciones para explicar la realidad internacional no han impedido que los principales
representantes de esta escuela de pensamiento preserven sus creencias y asuman
una actitud crítica. Recordándonos la retórica idealista y moralista del
discurso Wilsoniano, el ex presidente James Carter recomendó que: “en su
condición de única superpotencia del mundo, los Estados Unidos debieran ser
vistos como los campeones inquebrantables de la paz, la libertad y los derechos
humanos. Los Estados Unidos debiera ser el eje alrededor del cual pudieran
reunirse otras naciones para combatir las amenazas a la seguridad internacional
y para enriquecer la calidad de nuestro medio ambiente común. Es hora de curar
las profundas divisiones políticas existentes dentro de este país, y de que los
norteamericanos estén unidos en un compromiso común para revivir y alimentar
los históricos valores morales y políticos que abrazamos los últimos 230 años”.26
La
invasión y ocupación de Iraq marcó la crisis de funcionamiento del sistema
internacional por la imposición unilateral de las posiciones de la política
exterior norteamericana basadas en las concepciones de “guerra preventiva” y
“cambio de régimen”, el abandono del ordenamiento jurídico internacional
–principio de no injerencia y uso de la fuerza- y la desatención de los
criterios de la opinión pública mundial.
La
democratización de la ONU,
en especial de su Consejo de Seguridad, por los más de 190 estados independientes
miembros de su Asamblea General, podría ser un primer paso hacia una reforma
profunda del actual sistema de relaciones internacionales, agonizante en las
terribles condiciones de desigualdad, saqueo, explotación y las amenazas de
nuevas guerras imperiales que hacen más incierto e inseguro su futuro. En esta
encrucijada mundial en marcha hacia el abismo como consecuencia de numerosos
peligros, pero de ellos, la guerra nuclear y el cambio climático están cada vez
más lejos de aproximarse a una solución. 27
Por
eso, se impone la preservación de la ONU y el sistema de organizaciones
internacionales mediante su más profunda reforma y democratización que permita
salvaguardar el derecho a la soberanía e independencia de las naciones.
Reflexiones
finales
•
El fenómeno del terrorismo tiene antecedentes antiguos. En el siglo XXI
constituye una novedad la dimensión en que la violencia terrorista utiliza los
medios a su alcance: gases tóxicos, los atentados suicidas y, en particular, el
terror generalizado de la propaganda y/o amenaza de guerra convencional,
nuclear y el uso indiscriminado de los bombardeos contra poblaciones civiles y sus
infraestructuras en la “guerra antiterrorista” de los Estados Unidos y sus
aliados.
•
La complejidad del estudio de esta problemática radica en que la historia de las
actividades terroristas tienen diverso signo político: existe el terrorismo de la
ultraderecha, pero también de organizaciones denominadas de izquierda y
nacionalistas. Y también existe el terrorismo de Estado practicado de forma
sistemática por los Estados Unidos, con mayor énfasis en su curso privilegiado
de única superpotencia mundial, y algunos Estados grandes medianos o pequeños
con proyecciones agresivas en su alianza con Washington, siendo en este caso
Israel el más notable en el Medio Oriente. En la última década, esta alianza
incondicional reforzó el convencimiento de que es, en sí misma, una causa
importante del aumento de las acciones terroristas y de la inestabilidad en esa
convulsa región.
•
En un sistema internacional dominado en el orden estratégico-militar por una
superpotencia28, el fenómeno del terrorismo afecta a todas
las sociedades de una manera u otra. Ya ningún Estado puede ignorar la
existencia del terrorismo, sus dimensiones e implicaciones para la paz y la
seguridad de los pueblos y las naciones
del planeta. Dado su alcance global, el terrorismo solo puede ser enfrentado
con la colaboración de todos los Estados miembros de la ONU, en el seno de su Asamblea
General, ya que también es consecuencia de la injusticia, de la falta de
educación y de cultura, de la pobreza y las desigualdades, de la humillación
sufrida por naciones enteras, del desprecio y subestimación de una creencia, de
la prepotencia, del abuso y los crímenes de unos grupos y/o Estados poderosos
contra otros más débiles.
•
Un debate amplio sobre este flagelo, en el ámbito multilateral, debería
propiciar una definición objetiva y justa del terrorismo para todos los Estados
del sistema mundial. Solo así sería posible la proscripción del uso de la
fuerza apoyado en los pretextos imperiales y la unilateral “guerra
antiterrorista”, que tantos daños humanitarios y económicos ha causado, por un
lado, a los países afectados y, por otro, a la sociedad estadounidense.
•
Las guerras contra Afganistán e Iraq resultaron un fracaso militar para los
Estados Unidos, y legaron un escenario internacional más incierto, inseguro e
inestable. El intento de las administraciones de George W. Bush y Barack Obama de
conformar un “nuevo orden mundial”, mediante la “guerra contra el terrorismo”,
quebrantó los principios básicos de la Carta de las Naciones Unidas y erosionó
el orden jurídico internacional con la puesta en práctica de nuevas interpretaciones
y conceptos como: “soberanía limitada”, “intervención humanitaria”,
“responsabilidad de proteger” y la “legítima defensa preventiva”, que
sustentarían las proyecciones de las potencias imperialistas. El
“antiterrorismo” de los Estados Unidos abrió una etapa inédita de
conflictividad internacional e intervencionismo imperialista en el Tercer Mundo,
porque este país es hoy no solo el promotor de esas guerras, sino también el
mayor productor y exportador de armas en el mundo.
La
ruptura del orden jurídico internacional y el desprecio por las más elementales
normas de la ética por parte del imperialismo y sus aliados, están en el
trasfondo de los graves problemas que enfrenta la Humanidad. Un ejemplo
concreto, es la hipocresía y el cinismo de la administración de Barack Obama en
el caso del consumado terrorista Luis Posada Carriles, de una parte, y el trato
cruel y arbitrario jurídicamente que han recibido los Cinco Héroes
antiterroristas, cubanos, por otra.
•
La actuación e influencia de los Estados en los procesos y la dinámica global ha
ido modificando la configuración del sistema internacional. Si bien existe una
sola superpotencia en el escenario mundial con todos los atributos del poder
delineados en lo político, económico y militar, en las dos últimas décadas
disminuyó la capacidad económica de los Estados Unidos y sus posibilidades para
dominar el planeta por mecanismos de coerción económica. La Unión Europea en
crisis económica y financiera, pero con un gran
potencial tecnológico, se mantiene subordinada y acomodada a la estrategia
de unipolaridad estadounidense, respaldando así una correlación de fuerzas
favorable al bloque de países occidentales en las relaciones internacionales.
En
este contexto, la influencia económica mundial y regional de China y la India
es cada vez más creciente. La agresividad y el militarismo de Washington
acercaron las posiciones de Rusia y China en el terreno político-diplomático y
en sus visiones sobre la seguridad internacional. La recuperación económica de Rusia
ha permitido que sus posturas internacionales sean más críticas hacia las
posturas militaristas y agresivas de los Estados Unidos. Las diferencias
ruso-estadounidenses sobre importantes cuestiones de defensa y seguridad
tienden a acrecentarse por el impulso norteamericano a la carrera armamentista
y sus pasos unilaterales hacia el despliegue del sistema de “defensa” antimisil
europeo en República Checa y Polonia. Rusia vuelve a despuntar como un actor
más activo y centro de poder a tener en cuenta en la toma de decisiones
mundiales, pero todavía arrastra las limitaciones que determinaron la caída de
la superpotencia soviética a finales del siglo XX.
En
América Latina se dan nuevos procesos revolucionarios en demostración de la
tendencia al cambio en los países del sur, de su ingobernabilidad por la vía
neoliberal y la hegemonía estadounidense.
En esta región se ha producido un avance en el proceso de
transformaciones progresistas en desafío a la unipolaridad de las potencias
occidentales en las proximidades de las fronteras nacionales de los Estados
Unidos. La influencia regional de la Revolución Bolivariana
en Venezuela y la integración en los marcos de la Comunidad de Estados de
América Latina y el Caribe (CELAC), sin la presencia de los Estados Unidos y
Canadá, aportan elementos cualitativamente diferentes para la construcción de
un sistema internacional pluripolar en alternativa a la conformación por las
principales potencias imperialistas de un equilibrio de poder multipolar que no
modifique la injusta realidad internacional actual.
•
Ningún otro periodo de las relaciones internacionales conoció los actuales
peligros de la difusión del poder internacional caracterizado por la
proliferación y amenaza de guerra nuclear y el fenómeno del terrorismo transnacional. El empleo de apenas un centenar
de esas armas sería suficiente para crear un invierno nuclear que provocaría
una muerte espantosa en breve tiempo a todos los seres humanos que habitan el
planeta. La guerra, incluso con armas nucleares, es un peligroso fantasma que
persigue y amenaza en el tiempo presente y futuro a la especie humana. Una
guerra de los Estados Unidos y la OTAN contra Irán29, agravaría la crisis de funcionamiento
del sistema internacional, tendría terribles consecuencias para la economía
mundial y acercaría las posibilidades del uso del arma nuclear en una región
donde Israel acumula cientos de armas nucleares en plena disposición combativa,
y cuyo carácter de fuerte potencia nuclear ni se admite ni se niega.30
•
Los Estados Unidos atraviesa el revés estratégico de su propia doctrina de
política exterior, porque, con la “guerra preventiva” contra el “terrorismo”,
desplegó ambiciosas metas militaristas y de dominación global que han influido
inevitablemente en su declinación económica y en sus perspectivas futuras como
potencia mundial. El desenlace de estas contradicciones será perjudicial para
el devenir de una nación que invirtió enormes recursos políticos, económicos y
militares en un conjunto de guerras que no pudieron evitar el proceso de
decadencia de una superpotencia que insiste en expandirse por el uso de la
fuerza militar, dejando de manera indeleble la huella de su debilidad. Como
advierten las lecciones de la historia universal, las pretensiones de dominio
global por un Imperio siempre tuvieron un efecto inverso: el ascenso
vertiginoso de las potencias emergentes y la caída segura del principal centro
de poder en el sistema internacional.31
*
Doctor en Ciencias Históricas. Profesor en el Instituto Superior de Relaciones
Internacionales “Raúl Roa García”.
1
Zbigniew Brzezinski, el antiguo Consejero de Seguridad Nacional del gobierno de
James Carter de 1977 a 1981, se presentó, el 1 de febrero del 2007, ante el
Comité de Relaciones Exteriores del Senado, para testificar que la “guerra
contra el terror” es “mítica narrativa histórica” utilizada para justificar una
guerra prolongada y potencialmente expansiva”, véase el artículo de Deniz
Yeter, “Orden del día para la guerra contra Irán”. “Bush pretende provocar un
“conflicto accidental” como pretexto para justificar “ataques limitados”,
fragmentos tomados del periódico digital Rebelión, publicado en Granma, La Habana, 21 de febrero del
2007, p. 7.
2
Fidel Castro Ruz menciona, en las conversaciones con Ignacio Ramonet, la cifra
de más de 600 planes registrados para atentar contra su vida, algunos de los
cuales estuvieron muy cerca de tener éxito, véase en: “Cien Horas con Fidel”,
Segunda Edición, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2006, p. 285.
3
Practicado por determinadas potencias principales u otros Estados a través de sus fuerzas
armadas, hoy el ejemplo preciso está en los bombardeos contra Afganistán, Iraq
y Libia, que aparecen en este artículo; y el que se realiza por medio de
operaciones encubiertas de sus servicios de inteligencia. En el siglo XX y en
lo que va del XXI, no hay duda que los Estados Unidos exhibe el mayor
expediente en el empleo de terrorismo de Estado, para socavar la independencia
y la soberanía de otras naciones.
4 Se
denominó al período en las relaciones internacionales que se extiende desde marzo
del año 1947 y la proclamación de la llamada “doctrina Truman” hasta la
desintegración de la URSS
en el año 1991, caracterizado por grandes tensiones internacionales que generó
la agresiva política de los Estados Unidos, como la potencia líder del capitalismo
mundial. Véase de John Lewis Gaddis, “Estados Unidos y los orígenes de la Guerra Fría, 1941-1947, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos
Aires, 1989, y de Zbigniew Brzezinski, “The Cold War and its Aftermath”, Foreign
Affairs, otoño, n. 4, v. 71, 1992.
5 A
Luis Posada Carriles, detenido por su entrada a los Estados Unidos, le dieron
un tratamiento de “inmigrante ilegal” y no de terrorista. Posada enfrentó
acusaciones por fraude migratorio y falso testimonio lo que evidencia sus nexos
con la CIA y los
servicios que prestó como terrorista a distintas administraciones
estadounidense, véase entrevista publicada en el sitio Cubadebate en Internet por Darío
Benítez al abogado José Pertierra, representante del gobierno de Venezuela para
la extradición del terrorista, “La liberación de Posada la decide la Casa Blanca”, que
reprodujo el periódico Juventud Rebelde, La Habana, 8 de abril de 2007,
p. 06. Además, sobre este asunto y el terrorismo contra Cuba, léase las
reflexiones de Fidel Castro Ruz, “La respuesta brutal, Granma, La Habana, 11 de abril del
2007, p. 1.
6
Sobre ese período de terror implantado por las dictaduras militares
latinoamericanas, sus vínculos y redes entre sus servicios secretos y la
complicidad de los Estados Unidos, véase la obra de la periodista argentina
Stella Calloni, “Operación Cóndor. Pacto Criminal”, Editorial Ciencias
Sociales, La Habana,
2006.
7 Con
esos fines, los Estados Unidos ha colocado un sistema de alrededor 737 bases
militares en más de 130 países. Para más detalle sobre lo que denomino el
“nuevo” intervencionismo imperialista, véase de William Blum, “El imperio
norteamericano desde 1992 hasta el presente”, en su obra: Asesinando la Esperanza, que expone
las intervenciones de la CIA
y del ejército de los Estados Unidos desde la Segunda Guerra
Mundial, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2005, p. 460; y del escritor e
investigador cubano Luis Suárez Salazar, “La ‘nueva’ estrategia de
‘seguridad imperial’ de los Estados Unidos: implicaciones para la paz, para el
Derecho internacional Público y para el ‘Nuevo Orden Panamericano’, ISRI, La Habana, 2002.
8 Comenzó el 7
de octubre del 2001.
9 Se inició
el 20 de marzo del 2003.
10 Un
estudio del inspector interino del ministerio de defensa de los Estados Unidos,
Thomas Gimble, apoyó estas revelaciones difundidas por la comunidad de
inteligencia, tomado de la
Agencia Prensa Latina, 13 de abril de 2007.
Sitio en Internet: www.prensa-latina.mx/pubs/orbe.
11
Cita textual del artículo de James Carter, ex presidente de los Estados Unidos,
“Ya me cuesta reconocer a estos Estados Unidos”, publicado en Granma, La Habana, 2 de diciembre del
2005, p. 5.
12
Véase de Robert W. Tucker, profesor emérito de Política Exterior estadounidense
en la Johns Hopkins
University, y David C. Hendrickson, profesor distinguido de servicio de la
cátedra Robert J. Fox en el Colorado College, “Las fuentes de la legitimidad
estadounidense”, Foreign Affairs, (En Español), Enero-Marzo, 2005.
13
Datos tomados de Augusto Zamora, “11-S, cinco años después: El fracaso de
Bush”, Granma, La Habana,
11 de septiembre del 2006, p. 4.
14
Los criterios académicos sobre el término son muy diversos. Coincido con Jorge
Ramírez Calzadilla en que por lógica, fundamentalismo se deriva de fundamento,
es decir, de aquello que está al interior de un fenómeno, conforma su base y en
cierta medida lo caracteriza y acompaña en su comportamiento y evolución. El
término fundamentalismo ha quedado asociado a intolerancia, rigidez,
formalismo. Véase de Jorge Ramírez Calzadilla, “Los fundamentalismos: variadas
formas de endemia con riesgos de pandemia”, en: “Fundamentalismo religioso
hoy”, compilador Silvio Platero Irola, Colección Reflexiones/ Nro.
2, Centro de Estudios sobre América, La Habana, 2004, p. 10.
15
Véase “La esencia fundamentalista” en la excelente obra: Islam y Política
del politólogo de origen argelino radicado en México, Zidane Zeraoui, Editorial
Trillas, México, D.F, 2001, p. 188.
16
Véase de Aurelio Alonso Tejada, “Apuntes para un debate sobre fundamentalismo y
religión”, en: “Fundamentalismo religioso hoy”, ob.cit; p.19.
17 Sobre las sectas
suicidas contemporáneas, véase de Silvio Platero Irola, el ilustrativo ensayo:
“Entre fundamentalismos y fanatismos religiosos”, Ibídem, p. 67.
18 Aurelio Alonso
Tejada, artículo citado.
19 Véase de Robert W.
Tucker y David C. Hendrickson, artículo citado.
20 Se
entiende por paradigma un determinado enfoque teórico básico que intenta
explicar los fenómenos de la dinámica internacional. Un paradigma también es
una determinada concepción del mundo, que centra la atención del estudio sobre
ciertas problemáticas, determinando su interpretación. Véase de James E.
Dougherty y R. Pfaltzgraff, “Teorías en pugna en las relaciones
internacionales”, GEL, Buenos Aires, 1993; y de Celestino del Arenal, “Introducción
a las Relaciones Internacionales”, Editorial Tecnos, S. A, Madrid, 1990.
21 El
presidente estadounidense Woodrow Wilson propuso la creación de la Liga o Sociedad de Naciones
en sus famosos Catorce Puntos, además consideraba que el sistema internacional
no debía basarse en el equilibrio del poder, sino en una comunidad de poder,
concepto novedoso en ese momento, que finalmente fue acuñado como seguridad
colectiva. Sin embargo, Wilson quería utilizar el poderío de su país dentro y
fuera de la Liga,
simplemente para ordenar el mundo de tal modo que la competencia clásica
pudiera proseguir en paz para garantizar el poderío económico y global de su
país, véase de Williams William Appleman. “Tragedia de la Diplomacia
Norteamericana”, Editorial Edilusa, 1961, p. 74; y de Eugeniov Tarle,
Historia de Europa 1871-1919, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1974.
22
Sobre los propósitos y principios de las Naciones Unidas, véase en la “Carta
de las Naciones Unidas y Estatuto de la Corte Internacional
de Justicia”, el Capítulo I, los artículos 1 y 2. Biblioteca del Instituto
Superior de Relaciones Internacionales (ISRI), La Habana, Cuba.
23 La
abstención de unos o varios miembros permanentes en la adopción de una decisión
no impide que la misma sea adoptada. Véase el Consejo de Seguridad en el
Capítulo V, Votación y Procedimiento, en artículos 27 y 28 respectivamente. P.
19, en la “Carta de las Naciones Unidas y Estatuto de la Corte Internacional
de Justicia”, documento citado.
24 Me
refiero a la documentada investigación de Stephen Baranyi del Instituto
Norte-Sur de Ottawa, Canadá, titulada: “What kind of peace is possible in
the post-9/11 era? National agency, transnational coalitions and the
challenges of sustainable peace”. Working
paper, The North-South Institute, Canada, October 2005.
25
Véase las flexiones críticas de Sami Nair, “Le nouvel ordre mondial et le monde
selon Washington” en Le Monde Diplomatique, Mars 2003, París, p. 14 y
15; en Cuba las valoraciones y conceptos sobre este período, consúltese de
Roberto González Gómez, “Postguerra fría” y “orden mundial”: La recomposición
de las relaciones internacionales, Temas,
La Habana, No
9. Enero-marzo, 1997.
26 Véase de James
Carter artículo citado.
27 Véase de
Fidel Castro Ruz, “Reflexiones del
compañero Fidel La marcha hacia el abismo”, Granma, 6 de enero
2012, p. 2.
28 La
unipolaridad estratégica-militar de los Estados Unidos significa una supremacía
coyuntural en los asuntos mundiales, pero no la hegemonía en todos los órdenes.
También existen otros centros de poder que paralelamente desarrollan la multipolaridad
en el siglo XXI. Existe una configuración tripolar en lo económico compuesta
por los bloques de la
Unión Europea, América del Norte y el Este de Asia. Por otra
parte, los procesos en América Latina perfilan otro polo de poder sobre la base
de un nuevo ordenamiento de las relaciones políticas, económicas y financieras,
entre los países miembros de la Comunidad de Estados de América Latina y el
Caribe (CELAC), impulsando la integración latinoamericana y caribeña sin la
presencia de los Estados Unidos y Canadá.
29
Para el estratega estadounidense Zbigneiw Brzezinski, “un ataque contra Irán
sería un acto de locura política, que pondría en marcha una conmoción
progresiva de los asuntos mundiales. Con los Estados Unidos como blanco
creciente de la hostilidad generalizada, la era del predominio norteamericano
podría tener un fin prematuro”, véase en: “un ataque preventivo contra Irán
sería una locura”, artículo tomado del periódico digital Clarín y
reproducido en Granma, La
Habana, 5 de mayo del 2006, p. 5. Para Yuri Baluevski, Jefe
de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas rusas, “un ataque de Washington contra
Irán constituiría un “gravísimo error político” (…) pueden dañar los
potenciales militares e industriales de Irán, pero la experiencia de Afganistán
e Iraq indica que no es posible derrotar a Irán”. Declaraciones de alto jefe
militar ruso difundidas por las agencias de prensa Itar-Tass e Interfax,
Moscú, 3 de abril de 2006.
30 Véase de
Fidel Castro Ruz, artículo citado
31 El
destacado académico estadounidense Immanuel Wallerstein, defiende, al menos
desde 1980, la tesis sobre el declive de los Estados Unidos sustentado en el
fracaso de este país en Vietnam en 1973, a partir de ese momento la
superpotencia comenzó a perder guerras, véase su interesante artículo “El
irresistible declive de Estados Unidos”, reproducido en Juventud Rebelde,
La Habana, p.
4. Véase
también la argumentación de Paul Kennedy en su obra: “The Rise and Fall of
Great Powers”, Vintage Books, Random House, New York, 1987.