Por Leyde E. Rodríguez Hernández *
El
secretario de Defensa de los Estados Unidos, Charles Hagel, anunció, el 15 de
marzo de 2013, que el Pentágono reforzará el sistema de “defensa” antimisiles
en la costa occidental de su país, con 14 nuevos interceptores antibalísticos
en tierra. Una parte de estos medios se ubicarán en la base militar de Fort
Greely, en el estado de Alaska; y otros en Vandenberg, California, en un plazo
de hasta dos años y a un costo total de más de 200 millones de dólares.
Según esas declaraciones, el objetivo es incrementar las capacidades
para derribar en vuelo cohetes de largo alcance enemigos antes de que estos
lleguen al territorio continental estadounidense. Esta concepción, típica de la
“guerra fría”, está respaldada por unos 30 interceptores en Alaska y
Vandenberg, pero la administración de Barack Obama había demorado desde 2009 la
instalación de los nuevos medios. La declaración estadounidense tuvo lugar tras
la reciente advertencia de la República Popular Democrática de Corea de lanzar
un ataque preventivo contra los Estados Unidos; después de que a instancias de
la nación norteña y otras potencias, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobara
más sanciones contra Pyongyang por su programa nuclear.
En
estas notas, el lector podrá darse cuenta que este conflicto no es nuevo, y que,
por sus serias implicaciones geoestratégicas, hace peligrar la paz y la
estabilidad mundial, porque la más mínima guerra en la región Asia-Pacífico, podría
convertirse en una catástrofe nuclear de imprevisibles consecuencias para la
humanidad.
Para comenzar, hay que resaltar que la República Popular China, que históricamente rechazó los planes estadounidenses de militarizar el espacio cósmico, fue una de las primeras naciones opuestas al Sistema Nacional de Defensa Antimisil (SNDA), y a los intereses de extenderlo a la región asiática –una especie de “miniguerra de las galaxias”- con el objetivo de proteger a los aliados en esa zona del planeta. La política exterior china fue invariable en los temas relacionados con el desarme y contra la carrera armamentista desde la década de los años 80’ del siglo XX, cuando los Estados Unidos iniciaron la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) o “Guerra de las Galaxias”, en los tiempos de la administración de Ronald Reagan.
Para China el establecimiento de un sistema de armas nucleares en el espacio resultó muy delicado. Su consecuencia principal sería unas relaciones soviético-norteamericanas aun más tensas, lo cual aumentaría el peligro de guerra mundial. La creación de armas espaciales acrecentaría la precisión de las armas nucleares como no nucleares, y las técnicas militares se aplicarían en nuevas direcciones. i
Para comenzar, hay que resaltar que la República Popular China, que históricamente rechazó los planes estadounidenses de militarizar el espacio cósmico, fue una de las primeras naciones opuestas al Sistema Nacional de Defensa Antimisil (SNDA), y a los intereses de extenderlo a la región asiática –una especie de “miniguerra de las galaxias”- con el objetivo de proteger a los aliados en esa zona del planeta. La política exterior china fue invariable en los temas relacionados con el desarme y contra la carrera armamentista desde la década de los años 80’ del siglo XX, cuando los Estados Unidos iniciaron la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) o “Guerra de las Galaxias”, en los tiempos de la administración de Ronald Reagan.
Para China el establecimiento de un sistema de armas nucleares en el espacio resultó muy delicado. Su consecuencia principal sería unas relaciones soviético-norteamericanas aun más tensas, lo cual aumentaría el peligro de guerra mundial. La creación de armas espaciales acrecentaría la precisión de las armas nucleares como no nucleares, y las técnicas militares se aplicarían en nuevas direcciones. i
El gobierno chino de la época percibió que la
expansión hegemónica estadounidense y el proyecto de “defensa” antimisil
constituían una amenaza para la seguridad y para la estabilidad mundial. Estas
acciones del Pentágono representaron las ansias de supremacía absoluta de los
Estados Unidos, lo que en el ámbito militar acabaría con el equilibrio estratégico,
desencadenaría una nueva carrera armamentista y minaría la seguridad
internacional, porque los estados recurrirían al rearme para protegerse de la
superpotencia mundial.
Desde el anuncio por la administración
Clinton del SNDA y el Sistema de Defensa Antimisil de Teatro (SDAT), los
líderes políticos y militares chinos no perdieron oportunidades para
denunciarlo y exigir la eliminación completa de las armas nucleares. China
consideró que si negociaba la eliminación completa de las armas nucleares, proceso
que sería largo, no habría necesidad de establecer ningún sistema antimisil. De
no ser así, China no podría quedarse con los brazos cruzados.ii De este modo, China solicitó a la
administración Clinton que tuviese en cuenta a la opinión pública internacional
y desestimara la continuación del despliegue de los sistemas antimisiles.
Con la insistencia de la diplomacia china y
europea en los organismos internacionales y la presión del factor tecnológico,
Clinton se vio compulsado a postergar el despliegue del SNDA, antes de
abandonar sus responsabilidades en la Casa Blanca. Es importante tener en
cuenta que Clinton había otorgado a la potencia asiática la condición de “socio
estratégico”. Sin embargo, el fallo de Clinton a favor de suspender el controvertido
sistema, aunque constituyó una victoria de todos los gobiernos, incluida China,
duró muy poco tiempo. Con la llegada al poder de George W. Bush, la visión
sobre el SNDA cambió sustancialmente y fueron desoídos los argumentos de los estados
opuestos a las “defensas” antimisiles.
Los círculos militaristas estadounidenses
impusieron una política exterior de fuerza en aras de afianzar, por un largo
período, el rango de superpotencia de los Estados Unidos. Se percataron que
ninguna potencia del sistema internacional podría enfrentar o cuestionar de
modo decisivo, en los próximos 25 años, el enorme poderío militar de los
Estados Unidos. El creciente fortalecimiento tecnológico y logístico del
ejército chino, todavía no contaba con capacidades reales que contribuyeran a
frenar, en una posición de igualdad de fuerzas, las agresivas acciones
militaristas estadounidenses.
A pesar de la retórica de los Estados Unidos
de que el programa del SNDA y el SDAT solo proporcionarían una defensa adecuada
a Taiwán, Japón, Corea del Sur y Australia, ante los peligros de ataques de los
llamados “estados villanos”, China consideró que el sistema antimisil estaba
más bien dirigido contra su territorio y fuerzas armadas. Por su vulnerabilidad
tendría que protegerse mediante la expansión de sus fuerzas estratégicas. Se
pensó que podía dotarlas de ojivas nucleares múltiples, si los Estados Unidos
desarrollaban la estrategia antimisil.
Evidentemente, China temió el efecto de estos
sistemas en el balance de poder regional, por la sencilla razón de que su
puesta en funcionamiento constituía una clara desventaja en materia de
confrontación militar con los Estados Unidos en el sensible caso de Taiwán: la
provincia separatista considerada, por razones históricas y culturales, parte
indivisible de su territorio continental, sin renunciar a su reunificación con
la aplicación del principio de “Una sola China” esgrimido, desde el año 1949,
por el histórico líder Mao Zedong.
Un área de indiscutible conflicto en las
relaciones chino-norteamericanas fue la objeción de China al SDAT, con la
participación de Taiwán y Japón. Esta situación, el bombardeo estadounidense
que, “por error”, destruyó la embajada china en Belgrado, en medio de la
agresión de los Estados Unidos y la OTAN contra Yugoslavia, en el año 1999, y
la crisis del avión espía que violó el espacio aéreo chino, exacerbó la
conflictividad de las relaciones chino-estadounidense y paralizó el diálogo que
sobre desarme desarrollaban ambas potencias. Para poder reactivar las
conversaciones bilaterales de desarme, las autoridades chinas expusieron dos
razones relacionadas directamente con la estrategia antimisil: el cese de la
venta de armas a Taiwán y el retiro de la idea de cubrir ese territorio con un
“escudo antibalístico”, que sería una versión reducida del diseñado para el
territorio continental norteamericano. Los chinos valoraron en ese sistema una
amenaza directa contra su integridad nacional.
Las motivaciones para el despliegue del SDAT
trataron de justificarse en un estudio de los estrategas del Pentágono sobre la
capacidad de China para cruzar, en caso de un ataque militar, en solo cinco
minutos las 95 millas del estrecho de Taiwán. Con este escenario, el gobierno
de los Estados Unidos proveyó a la isla separatista de novedosos armamentos. Por ejemplo, de un sistema de
radares llamado “Strong Net” que proporciona la advertencia a los 90 segundos
del comienzo de la ofensiva y de radares de alto rango que incrementaron la
efectividad de los misiles Patriot taiwaneses, lo que demostró la preparación
de la ínsula para una guerra.
Sin embargo, China hizo
pocas pruebas de su fortaleza militar en la región. Solo recurrió a ellas
durante las crisis provocadas por los dirigentes separatistas isleños o debido
a la agresiva intromisión de los Estados Unidos en el conflicto. En los años de
la “guerra fría”, y tras el deshielo en las relaciones Este-Oeste, China
confirmó sus capacidades de potencia en las acciones diplomáticas emprendidas y
en el manejo del poder destructivo de sus fuerzas armadas. Por otro lado,
instigada por los Estados Unidos, la isla separatista, en su inferioridad
territorial y demográfica, buscó dotarse de un sistema antimisil para reforzar
su condición de punto clave en el balance de poder imperialista en el
Asia-Pacífico, región que, por su importancia económica en la era de la globalización,
activó los intereses geoestratégicos de los Estados Unidos.
No puede
perderse de vista que, en la retórica y el pensamiento estratégico
estadounidense, China representa una “amenaza” latente a la estabilidad de la
región del Pacífico asiático, porque es una potencia con intereses vitales aún
por resolver en lo relacionado con Taiwán y el mar meridional, además le
molesta el papel hegemónico de los Estados Unidos en la zona. En las
percepciones norteamericanas, a China le agradaría cambiar a su favor el
equilibrio de poder en Asia. De ahí que, con la implantación del SDAT, las
relaciones de China con los Estados Unidos, y su enclave Taiwán, entraron en
una crisis de graves consecuencias, porque la potencia asiática tuvo legítimo
derecho a desplegar misiles en su territorio para evitar la separación de la
isla. La entrada de Taiwán en el SDAT representó una alianza militar con los
Estados Unidos, afectando las relaciones entre las dos potencias nucleares.
Este sistema antimisil, que en una primera fase estuvo
conformado por Japón, Corea del Sur, Taiwán y Australia, entraría en
funcionamiento en la primera década del siglo XXI. Los Estados Unidos buscaron
reforzar su presencia política y militar en la prometedora región
Asia-Pacífico, con la presencia de unos 100 000 efectivos en sus bases
militares, en Japón 50 000iii. y en Corea del Sur 37 000, los cuales en una
situación de conflicto bélico encontrarían “protección asegurada” en el SDAT.
El temor de las
naciones asiáticas a este proyecto militarista partió de la histórica alianza
de los Estados Unidos con Japón, una suerte de apéndice de la OTAN en el lejano
oriente. En el año 1999, el parlamento nipón votó una ley dirigida a reforzar la
participación militar de Japón en el seno de la alianza. Esta iniciativa fue
mal acogida por China y rechazada por otras naciones del área. Con esta
decisión del órgano legislativo nipón quedó claro que “el
futuro de las relaciones de los Estados
Unidos con Japón constituye la piedra angular de la seguridad asiática”.iv
La
idea del presidente William Clinton de transferir a Asia un SDAT, para
enfrentar la supuesta amenaza de un grupo de países que desean romper el
equilibrio de poder regional, tuvo receptividad en Japón, y sugirió solidificar
la estrategia estadounidense hacia el Este asiático, a través del mantenimiento
de sus posiciones militaristas en el área. De este modo, los Estados Unidos se
mostraron proclives a proporcionar mayor apoyo a sus operaciones militares con
el fin de que Tokio contribuyese con el peso financiero de esas misiones,
expandiendo sus fuerzas militares, a despecho del artículo 9 de la constitución
pacifista y de las preocupaciones de los países vecinos víctimas del pasado colonialista
nipón.
No puede
soslayarse que, desde las últimas décadas del siglo XX, para los Estados Unidos
fue prioritario el fortalecimiento del lugar de Japón como garante de los
intereses económicos y políticos occidentales en Asia, y la intención de
tenerlo preparado para compartir las tareas de seguridad vinculadas con su
estrategia en las proximidades de las islas japonesas.v
Corea del Sur
resultó otro coligado incuestionable de los Estados Unidos que integraría el
SDAT. Con el pretexto de que Corea del Norte lanzó, en junio de 1993, el primer
misil balístico No-Dong-1 de un alcance de 1000 km y luego, en 1998, disparó, de
forma sorpresiva, un misil balístico Taepo-Dong-1que sobrepasó el territorio de
Japón, el ejército estadounidense continuó el desarrollo de las maniobras
militares en los límites fronterizos con Corea del Norte, y, desde 1998, cambió
su campo de batalla simulado para incluir un ataque aplastante contra ese país,
debido a las “evidencias” sobre la vulnerabilidad de sus tropas, acantonadas en
el sur, a un sorpresivo ataque de los misiles balísticos de Pyongyang.
Y en
el Océano Pacífico, en la isla de Guam, el ejército norteamericano desplegó, en
agosto del 2000, decenas de misiles cruceros en nítida señal de la capacidad de
sus fuerzas misilisticas para alcanzar en muy pocas horas cualquier punto en la
región Asia-Pacífico. En junio de 2001, el ejército taiwanés efectuó con éxito
una prueba de los misiles Patriot, con el lanzamiento de tres misiles desde la
base de Chiupeng, ubicada al sur de la isla. Estos fueron los primeros misiles
de este tipo desplegados fuera del territorio continental de los Estados
Unidos.
Con
esta escalada, a pesar de los contactos y negociaciones al más alto nivel entre
las dos Coreas, para la reunificación y la desnuclearización de la península,
los Estados Unidos persiguieron perpetuar el clima de tensión en la península y
las amenazas de guerra contra China, lo que certificó la persistente mentalidad
de “guerra fría” contra la única región del sistema internacional que concentró
varios estados socialistas tras el derrumbe de ese sistema social en el Este de
Europa.
La
administración de W. Bush consideró a China un rival estratégico que no sería
“amenazado”, pero sí “controlado y contenido”. Los estrategas militares de los
Estados Unidos se adelantaron a predecir que en el escenario asiático del año
2025, los conflictos, sobre todo con China, representarán, a largo plazo, el
mayor reto para la “seguridad nacional”. Una estrategia eficiente y realista de
los Estados Unidos hacia China propuso combinar el mantenimiento de la
interacción económica a la vez que se contiene su poderío y sus aspiraciones en
materia de seguridad.vi
En
ese contexto, el estado de las relaciones chino-estadounidenses dependieron, en
gran medida, de las acciones que los Estados Unidos proyectaron en respaldo a
la política separatista de Taiwán, y los intentos de desplegar el Sistema de
Defensa Antimisil de Teatro (SDAT), con el cual se pretendió la protección de la
ínsula y los aliados de los Estados Unidos en Asia-Pacífico.
Después de que Corea del Norte aumentó la tensión con el
lanzamiento de una prueba de siete misiles en el Mar de Japón, el 5 de julio de
2006, los Estados Unidos dieron el visto bueno para la instalación de un
sistema de “defensa” antimisil en el sur de Japón, con el objetivo de mantener
el poder militar disuasorio de los Estados Unidos en la región y fortalecer la
seguridad nipona.
Por
primera vez, los Estados Unidos desplegaron en Japón misiles tierra-aire
destinados a defender al país asiático y a sus fuerzas estacionadas en él. El
sistema consistió en la instalación de unas 24 plataformas de lanzamiento de
misiles Patriot Advanced Capability-3 (PAC-3), en la base norteamericana de
Kadena del archipiélago de Okinawa, en el extremo sur del país. Los misiles
PAC-3 fueron diseñados para interceptar en el aire otros proyectiles en la
última fase de su trayectoria, cuando ya han regresado a la atmósfera y
descendido a altitudes de unos 12 kilómetros.
Los
PAC-3 complementaron a los Standard Missile-3 (SM-3), que fueron instalados, en
el año 2008, en barcos estadounidenses y japoneses dotados de un sistema de
seguimiento y captación Aegis, con la misión de interceptar misiles cuando aún
se encuentren fuera de la atmósfera. Con estos dos misiles y el sistema
Aegis, con un radar capaz de registrar hasta cien blancos simultáneos y
detectar misiles nada más ser disparados, se completó el controvertido sistema
antimisil que blindaría los cielos japoneses.
En octubre del 2008, Israel acordó con su aliado de la
OTAN las bases para el emplazamiento de un radar antimisil y la presencia
permanente de militares de los Estados Unidos en el territorio hebreo. Este fue
un nuevo paso de la militarización indirecta de Asia, que apuntó al
acorralamiento de Rusia, China y sus aliados. Washington también contó con sus
sistemas antimisiles en Japón, Alaska, California, Groenlandia y las Islas
Aleutinas, en el mar de Bering. Es decir, desde Europa del Este, a Medio Oriente,
y hasta el Extremo Oriente: todo bajo el control de los famosos sistemas de
“defensa” antimisiles.
Algunas de las provocaciones estadounidenses en la
península coreana fueron las siguiente: en un primer momento, a finales de
julio del 2010, tras el hundimiento de la corbeta antisubmarina surcoreana
"Cheonan"vii, los Estados Unidos y
Corea del Sur pretendieron hacer ejercicios navales en el Mar Amarillo, pero,
como recibieron las fuertes advertencias de China, lo trasladaron al mar del
Japón. Luego Corea del Sur hizo sus propios ejercicios navales en sus costas
occidentales. Y desde el 16 al 26 de agosto de ese año, los Estados Unidos y
Corea del Sur continuaron con sus provocaciones, esta vez en el Mar Meridional
de China. Estos ejercicios navales se denominaron "Ulchi Freedom
Guardian" y contaron con la participación de 30 000 soldados
estadounidenses y 56 000 soldados de Corea del Sur.
Los Estados Unidos pretendieron conformar una especie de
OTAN en Asia con la participación de Corea del Sur, Japón y Australia. Incluso,
en un término propagandístico, hicieron alardes de sus relaciones de
cooperación con Vietnam, sin tener en cuenta que allí persiste el síndrome del
"genocidio yanqui" de los años 70´ del siglo XX.
En ese contexto, China advirtió a los Estados Unidos que
respete su área de influencia. Sus opciones abarcan las 200 millas marítimas
sobre el mar frente a sus costas, pero los estadounidenses reclamaron que son
aguas internacionales y exigieron la libre navegación en la zona. Desde Washington,
se pretendió imponer sus intereses en la región, porque existe cierta
desesperación por contener a China y aislarla
del ámbito de naciones que conforman la Asociación de Naciones del
Sudeste Asiático (ASEAN).
Un "informe
anual" del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, emitido el 16 de
agosto de 2010, criticó los avances de China en materia defensiva. La defensa
de un país es una opción única y exclusiva de esa misma nación sin injerencia
de otras, pero la clase política estadounidense insistió en la emisión de
juicios sobre la seguridad interna del gigante asiático, lo que constituyó una
injerencia externa en sus asuntos internos.
Y fue de esa manera, porque la administración Obama
corroboró la importancia geoestratégica de la región Asia-Pacífico, para los
intereses de los Estados Unidos. Al punto de concebir el intervencionismo
militar en esa región de forma permanente con el despliegue de un contingente
de 2 500 infantes de marina en Darwin, Australia, entre los años 2011 y 2012.
Al margen de las importantes relaciones económicas y políticas con Australia,
el Pentágono planificó una significativa presencia militar en este país, recibiendo el rechazo de China, porque el
acuerdo militar con Australia vulneró sus intereses pacíficos que son
contrarios a la expansión de alianzas militares en la región. Ese destacamento
militar en Darwin, aumentó la influencia de Washington en el Pacífico Sur, y
estrechó su alianza con Camberra, en medio de una velada estrategia de
contención hacia la República Popular China.
Esto ocurrió mientras los Estados Unidos anunciaba el
cierre de la guerra en Iraq y la transición en Afganistán, lo que le permitiría
concentrarse de forma vigorosa en la zona Asia-Pacífico, un mercado de enormes
posibilidades de bienes y servicios, mientras Europa estaba devorada por la
crisis económica. Las motivaciones estadounidenses en la región Asia-Pacífico,
también se relacionaron con una presencia militar por pretensiones
geoestratégicas, siempre justificadas con el argumento de las “garantías de seguridad”.
Esta tesis quedó ratificada con la firma de un acuerdo
con Filipinas, aún en contra de la voluntad popular, para mantener allí sus marines,
así como en el esfuerzo del Pentágono de perfilar una arquitectura de seguridad
en la región, acorde con las necesidades estratégicas de los Estados Unidos en
el siglo XXI.
Con la misma concepción, los Estados Unidos incrementó su
presencia militar en la base sudcoreana de Kunsan, donde agregó nuevos aviones
cazas de combate y tropas militares. Washington justificó esa acción con el
pretexto de una reafirmación del compromiso de crear una fuerza disuasiva para
defender a Corea del Sur. Se dispuso la construcción de una base naval
estadounidense en la isla sudcoreana de Jeju, la cual permitiría la presencia de
portaaviones nucleares y otras fuerzas similares en territorio sudcoreano,
perturbando la paz y la seguridad en la zona. Lo anterior dio continuidad a las
maniobras militares anuales que desarrollan, desde hace décadas, los ejércitos
de Corea del Sur y los Estados Unidos, en medio de un clima de verdadera
tensión y amenaza contra Corea del Norte.
El expansionismo militar estadounidense provocó que China
tomara sus propias medidas de fortalecimiento militar. Una campaña de ensayos
de misiles en el Mar Amarillo lanzó especulaciones sobre la obtención de un
arma que podría cambiar las reglas del juego estratégico en la región, pues se
trató de un liquidador de portaaviones capaz de enfrentar la hegemonía naval de
los Estados Unidos en el Pacífico occidental. Este misil balístico
antiportaaviones (ASBM, siglas en inglés), denominado Dongfeng 21-D, podría
hacer más complicado el despliegue de un grupo aeronaval estadounidense en el
mar de China, en caso de crisis en torno a Taiwán. China desplegó cinco nuevos
satélites Yaogan, en apoyo a esa nueva arma. Los expertos reconocieron que el
lanzamiento de un misil balístico contra un barco podría tener graves
consecuencias porque, en caso de un error de cálculo, el adversario podría
parecerle un ataque nuclear con ese tipo de arma.viii
El avance de China en el terreno científico y militar le
permitió el lanzamiento al espacio del primer módulo de lo que será su primera
estación científica espacial. La nave, bautizada con el nombre de Tiangong-1 o
Palacio Celestial, despegó con éxito desde una plataforma en Jiuquan, en el
desierto de Gobi. A fines del 2011, China había lanzado al espacio unos 20
cohetes y 25 satélites, cifras que evidencian el creciente desarrollo del país
asiático en esta esfera de competencia entre las principales potencias
mundiales.
China es la segunda potencia económica mundial, será
también un influyente protagonista de la política internacional para el 2030-2050,
y deberá comenzar a remodelar el sistema internacional junto a otras potencias:
Brasil, Rusia, India, Sudáfrica, entre otras que, posiblemente, irían sumándose
al grupo BRICS, que ya contiene en su seno la configuración multipolar de las
relaciones internacionales del siglo XXI. Eso no implicaría, en las próximas
décadas, una salida de los Estados Unidos del juego de la política mundial,
sino que el sistema internacional será más equilibrado, como no lo ha sido
desde hace 250 años, y que occidente está perdiendo su lugar central. Desde el
punto de vista histórico, estas evoluciones representan el regreso a la
configuración de relativa igualdad internacional que prevaleció antes de la
revolución industrial europea.
Pero, aunque China juegue a un efectivo equilibrio del
poder en la región, el plan de Obama se puso en marcha. Y fue mucho más amplio
y militarista que el de su predecesor, con el fin de inclinar a los países
asiáticos hacia la órbita de influencia de los Estados Unidos. Con Obama, al
margen de la retórica del cambio, se ejerció sutiles presiones sobre China por
la cuestión de Taiwán. Los portaaviones de propulsión nuclear dotados de
decenas de aviones de combate, con bases permanentes en Japón, estuvieron
activos para controlar la zona.
Aunque Washington asistió con impotencia a la
consolidación de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), todo pareció
indicar que seguiría aumentando su rol injerencista en la región Asia-Pacífico,
en su tentativa de recrear una unipolaridad estratégico-militar -ya casi
inexistente-, y restablecer los vínculos de dominación sobre otros estados
soberanos en esa parte del sistema-mundo, al riesgo, incluso, de llevar el
conflicto con Corea del Norte al borde de una guerra de carácter nuclear, en
las condiciones del rearme actual de los principales actores políticos en la
región Asia-Pacífico.
Notas:
* Es autor
del libro: De Truman a Obama: Poder, Militarismo y Estrategia Antimisil de los
EEUU. http://www.amazon.com/dp/B00BUGDRXU
http://www.editorialetraviva.com
http://www.editorialetraviva.com
i Referencias
a las declaraciones chinas tomadas de “China propone desarme nuclear”. EFE,
Beijing, serie 246, 13, julio, 2000.
ii China
desarrolla un programa espacial que estará en condiciones de dotarse de una
estación capaz de efectuar investigaciones civiles y militares. El ambicioso
proyecto incluye la posibilidad de situar a un hombre en la Luna. China destina
mayores partidas de su presupuesto para gastos militares y la construcción de
modernos equipos de defensa, lo cual inquieta a los Estados Unidos. A fines del
2011, China lanzaría unos 20 cohetes y 25 satélites. Véase de Paul Bracken,
“¿Llegará China a ser la superpotencia mundial número 1?” Time,
Washington, 17, mayo, 2000.
iii La
prefectura de Okinawa ocupa el 0,6 % de las bases militares de los Estados
Unidos en Japón. Sobre las bases militares de los Estados Unidos en el área,
Véase de Robert Harkavy. Bases
Abroad: The global foreign military presence, Stockholm, Oxford University
Press, 1989.
iv Teng-Hui,
Lee. “Garantías de seguridad en Asia y las relaciones Taipei-Pekin”. Noticias
de la República de China, Beijing, 26, junio, 1999.
v Véase de
Amos A. Jordan y William J. Taylor. American Security and Process. Johns Hopkins University Press, 1981,
Pp.358-359.
vi Véase de
Condoleezza Rice, “La promoción del interés nacional”. Foreign Affairs. (En
español), enero-febrero, 2000.
vii El
hundimiento de la corbeta antisubmarina surcoreana "Cheonan", el 26
de marzo de 2010, fue obra de los servicios secretos estadounidenses. A través
de Global Research se conocieron los detalles de lo ocurrido, publicado en un
artículo de Wayne Madsen, periodista investigador que trabaja en Washington DC,
que divulgó informaciones de fuentes de inteligencia en el sitio web: Wayne
Madsen Report.
viii Véase de Arnaud de la Grange, “Les États-Unis et
la Chine se mesurent en haute mer”, Le Figaro, Paris, 25 de julio de 2010, p.
7.