Por Richard Ruíz Julien*
Es casi
imposible, al analizar el panorama político europeo, no coincidir con analistas
que le adjudican la pérdida del espíritu comunitario, algo perjudicial para el
futuro cercano y lejano de una Unión Europea enfrentada, además, al vertiginoso
desarrollo de nacionalismos.
Donde apenas
unos años atrás predominaba el pensamiento socialdemócrata, hoy domina una
crisis de la ideología y la cultura política en toda la dimensión de su
concepto, con base en la pérdida de credibilidad de los partidos tradicionales.
Por ello,
varios especialistas no dudan en afirmar que la socialdemocracia es una
corriente política en retroceso en Europa, con postulados básicos muy distintos
a los defendidos en una época por el alemán Willy Brandt, el sueco Olof Palme o
François Mitterrand, en Francia.
Existen
formaciones de nombres con los cuales se intenta vender una agenda
socialdemócrata, más de denominación que de contenido, y prácticamente es un
eufemismo llamarse Partido Socialista o Socialdemócrata cuando en realidad las
políticas aplicadas son otras.
De acuerdo
con el profesor de política internacional del Instituto Superior de Relaciones
Internacionales de Cuba, Leyde Rodríguez, las décadas de 1960, 1970 y 1980 son
punto de partida para acercarse a las causas de conflictos internos de la
socialdemocracia.
Pero sobre
todo, considera, es a partir de la década de 1990 cuando los partidos de este
tipo fueron absorbidos por el neoliberalismo.
En la década
de 1980, puntualiza Rodríguez, el sistema económico capitalista entra en una
crisis de acumulación, que se agudiza en el final de la centuria.
Tal paso del
mencionado sistema ocurre al acogerse a las políticas trazadas por el Fondo
Monetario Internacional, el Banco Mundial, la propia Comisión Europea y sus
estructuras, pero seguidas de cerca por Estados Unidos y sus aliados.
Bajo
indicaciones económicas específicas de otras potencias, Bruselas, Bélgica
(principal sede administrativa de la Unión Europea), comienza a ejecutar
programas de ajuste estructural, o de austeridad y de reducción de presupuestos
para cada uno de los países europeos, precisa el catedrático.
Según el
también doctor en ciencias históricas, la esencia de los mismos arremete contra
los programas sociales: menos dinero para salud, educación o seguridad social.
Tales
servicios eran antes asumidos o mantenidos por el Estado y por los partidos
socialistas o de la socialdemocracia en la época del modelo de bienestar, no
sólo en Europa sino en otras partes del mundo.
La propia
sociedad, aclara Rodríguez en entrevista con Prensa Latina, le pasó la cuenta a
los partidos traidores y, al quedar sin el suficiente apoyo electoral, su poder
comenzó a restringirse hasta verse en la obligación de compartirlo con sus
aparentes enemigos históricos, los ultraderechistas.
El programa
de la socialdemocracia plantea originalmente una economía mixta controlada por
vías democráticas.
Hoy esto en
la mayoría de los países europeos no existe, en opinión del investigador, pues
de un lado está la falta de control popular de las clases medias sobre la
política económica y de otro la privatización, con la creación de desempleo y
marginación.
La economía
europea pasó a un control trasnacional, no sólo por parte de las empresas de la
propia región, sino de las estadunidenses o de otros continentes, las cuales
dominan en la actualidad, junto a elites económicas europeas y el poder
financiero de la Unión.
Por otra
parte, como asegura el analista, los programas subvencionados son mínimos y
están en retroceso.
La propia
socialdemocracia desvirtuó el sistema de asistencia social diseñado para
contrarrestar la pobreza y asegurar los ingresos de los ciudadanos, sobre todo
en los casos de enfermedad, desempleo o jubilación.
Ahora es
normal ver fragmentación, polarización, incertidumbre, donde antes había
participación activa y con una gran afinidad en los programas
social-demócratas, agrega.
La
socialdemocracia durante el siglo XX se proponía crear organismos
gubernamentales reguladores de la empresa privada, en defensa del trabajador y
del consumidor.
Pero los
trabajadores, apunta Rodríguez, se quedaron casi sin derechos laborales ante el
avance imparable de la economía de mercado y la pérdida de fuerzas
aglutinadoras, entre ellas los sindicatos.
La
socialdemocracia no supo o no tuvo intención de defender esos derechos
laborales. Se desterró en el olvido la plataforma de la economía de mercado
regulada, donde el Estado garantiza su funcionamiento.
Algunos
aspectos más positivos o progresistas, los cuales permitieron se catalogara esa
fuerza política como la vasta izquierda europea, quedaron en el camino.
Así ocurrió
con temas como el ecologismo, la protección ambiental con sus leyes y financiamiento,
la búsqueda de energía alternativa y el combate al calentamiento global.
Hablaban de
distribuir las riquezas y financiar los gastos de gobierno sobre la base de
impuestos a las clases de mayores ingresos, destaca el profesor.
Sin embargo,
aclara, ya es inútil ocultar paraísos fiscales, multimillonarios que tratan de
evadir impuestos y los efectos de las políticas de austeridad y de la crisis
sobre la mayoría de los sectores, aún más en los jóvenes.
Las
estadísticas precisan que actualmente Grecia tiene el 60 por ciento de
desempleo juvenil y Francia ronda el 20 por ciento, similar a España.
Por otra
parte, los socialdemócratas durante toda una época histórica buscaban
soluciones al problema migratorio, favorecían el multiculturalismo. Al dejar de
lado esas cuestiones también perdieron base social en una Europa cada vez más
diversa.
Muchos
definen la actual situación de inmigración como un conflicto Norte-Sur, resalta
Rodríguez, en el cual las naciones del África subsahariana, del África del
Norte, Oriente Medio, huyen de la pobreza, de los conflictos armados y van a
Europa en busca de refugio, mejor vida y atención humanitaria.
La Unión
Europea, en medio de una crisis financiera, no les brinda las condiciones
mínimas necesarias ni permite acoger tantos indocumentados como en otra época.
Los
políticos buscan, entonces, una respuesta, una justificación a los problemas
europeos en la inmigración, añade.
Así,
partidos socialdemócratas terminan por acogerse a políticas antinmigrantes, con
el consiguiente aumento del racismo y la xenofobia hacia sectores no europeos,
sea de índole étnica o ideológica, en el caso de quienes se oponen a
directrices de la extrema derecha.
El ejemplo
específico del Partido Socialista (PS) francés, dirigido por François Hollande,
es lamentable en ese sentido; de ahí sus índices bajos de popularidad,
alrededor del 40 por ciento, a pesar de la discreta mejoría después de los
ataques terroristas al semanario Charlie Hebdo, apunta Rodríguez.
El
catedrático destaca la existencia en el seno del PS de una minoría
izquierdista; pero funciona ideológicamente como un partido de derecha, con
iguales intereses que los de su predecesor, Nicolas Sarkozy, y con idéntica
subordinación a Estados Unidos.
Tenemos
también a Reino Unido, agrega, donde fuerzas consideradas progresistas, de
izquierda moderada o socialdemócratas, como el Laborismo, asumen programas de
derecha, tratan de llevar a Europa hacia adentro, hacia sus propias fronteras
e, incluso, cuestionan el espacio de libre intercambio.
Otro caso es
el Movimiento Socialista Panhelénico en Grecia que, aunque ya resultó vencido
por Syriza en las últimas elecciones, los analistas ni siquiera le predicen
posibilidades de volver al panorama político, al contar con un currículum de
daños continuos al bienestar social.
De las
llamadas formaciones socialdemócratas en el poder en Europa pocas tienen, para
agravar la situación, una mayoría absoluta, salvo algunos países de menor
influencia en el contexto regional, como Eslovaquia.
Las
coaliciones determinan. Allí está los ejemplos de Albania, Alemania, Austria,
Bulgaria, Dinamarca, Estonia, Finlandia, Lituania, Luxemburgo, Moldavia,
Montenegro, República Checa, Rumania, San Marino, Suecia y Suiza.
El mapa
político europeo es complejo, más cuando se refuerza otra peligrosa moda: el
lenguaje islamofóbico y la instauración de políticas que justifican la
violencia, la acción policial contra sectores minoritarios y amparan la
aparición de formaciones como el Frente Nacional de Marine Le Pen, en Francia.
Las fórmulas
ensayadas en las últimas décadas para mejorar la convivencia en Europa
fracasaron total o parcialmente, sentencia.
La
integración no consiguió, para muchos, los objetivos deseados, y ese fracaso se
refleja en una clientela política incapaz de redefinirse o de contrarrestar las
percepciones alentadas en círculos políticos, intelectuales y mediáticos
neoconservadores.
Para romper
el statu quo, la socialdemocracia europea deberá salir de la zona de
confort, replantear su plataforma y aclarar las confusas identidades que
aprovecha astutamente el discurso de la derecha.
Prensa
Latina
3. abril, 2015
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