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Juan Bosch y Andrés Manuel López Obrador |
La historia no es un amasijo inerte de
acontecimientos. Tampoco bola de cristal con la cual predecir el futuro.
Es, eso sí, fuente inagotable de experiencias de las cuales es
necesario aprehender, en tanto se examinan a profundidad, y sin
maniqueísmos de ninguna clase, los procesos y personalidades que
marcaron cada una de las épocas precedentes.
Más allá de la certeza marxista plasmada en El 18 Brumario de Luis
Bonaparte de que los hechos y personajes suelen repetirse como tragedia o
farsa, lo cierto es que existen analogías en las cuales se ponen de
manifiesto no solo las esencias de un período, sino los desafíos a
sortear que se presentan en un tiempo concreto, con independencia de la
geografía en que tienen lugar. Se trata de la confirmación de las
complejas circunstancias que ayer y hoy, debieron vencer hombres y
mujeres de carne y hueso que encarnan en sí mismos la voluntad de
enormes conglomerados humanos. Esos que Martí definió como los que
llevan y, exhiben sin estridencia, añado, todo el decoro que emana de
sus pueblos.
El 20 de diciembre de 1962 y el 1ero de julio del 2018 son, desde
esta perspectiva, ejemplos nítidos de momentos cenitales en el devenir
de dos naciones hermanas, con resonancias que desbordan con creces sus
fronteras. Ambos están unidos por múltiples similitudes (y diferencias
necesarias y lógicas que acentúan la pertinencia de escrutar el presente
nutriéndonos de los aportes en el camino transitado) en medio de
contextos geopolíticos singulares.
En la contienda electoral acontecida hace 56 años Juan Bosch obtuvo
una victoria aplastante. Ese triunfo lanzó a todos los cielos la
esperanza de los tradicionalmente preteridos. De igual manera los
demonios de quienes no se resignan a perder privilegios, conseguidos
esquilmando a las grandes mayorías. Eran las primeras elecciones después
de la satrapía trujillista que se enseñoreó por más de 30 años sobre el
noble pueblo quisqueyano, estableciendo además pactos criminales con
sus congéneres de la región. Con exactitud el profesor Bosch, analista
profundo sobre la historia y sicología social, bautizó a esos regímenes
óen los cuales también se encontraban dictadores de la calaña de
Batista, Somoza y Pérez Jiménezó como “póker de espanto en el Caribe”.
Aquella
jornada comenzó a tomar cuerpo un proyecto de transformación
democrático jamás visto en la República Dominicana. La Constitución
promulgada el 29 de abril de 1963, apenas semanas más tarde de que Bosch
arribara al Palacio Nacional el 27 de febrero, es quizás el ejemplo más
acendrado de la hondura de las acciones y cambios llevados adelante, en
aras de beneficiar a sectores que ni siquiera fueron tratados en el
pasado como seres humanos.
La conjura para apagar la llama encendida (en todo rigor echó andar
de forma previa a que el afamado escritor se colgara la banda
presidencial) cuajó meses después, con la urdimbre golpista del 25 de
septiembre. Esa fecha, pese a que los usurpadores se ufanaban, se hundió
en el lodo la componenda entre la cúpula militar, las élites económicas
y la jerarquía eclesiástica, aupados todos desde la mano tenebrosa de
la embajada yanqui en Santo Domingo. Ahí están los documentos que
prueban la manera en que el embajador John Bartlow Martin, y el resto de
los funcionarios de las agencias estadounidenses instaladas en el
recinto diplomático, tejieron los hilos de la asonada. En realidad,
lejos de consumarse el éxito de esas fuerzas oscuras en aquella ocasión,
se abrió el sendero para la “Revolución Inconclusa” propugnada por
Bosch.
Seis décadas más tarde, justo cuando la derecha hemisférica se
envalentona con el retorno a los gobiernos en distintas países, Andrés
Manuel López Obrador ratifica con su éxito rotundo en las urnas, que no
existe tal fin del ciclo progresista continental. Aceptar la tesis
peregrina de que concluyó el avance popular óeste continuará
manifestándose mediante los más diversas rostros y no siguiendo decálogo
algunoó sería lo mismo que validar, a inicios de los 90, la propuesta
trasnochada de Fukuyama y sus acólitos sobre el fin de la historia.
Ahora, como antes, los corifeos que se pliegan a esos designios solo
tienen reservado irse de bruces hacia el estercolero de la historia.
El XXIV Encuentro del Foro de Sao Paulo, el cual acaba de celebrarse
hace unas horas en La Habana, con la asistencia de más de 600 delegados
de un número superior al centenar de partidos políticos y movimiento
sociales de 51 países, y de pensadores y artistas de enorme prestigio,
cinceló con letras doradas que existe otra narrativa muy diferente al
happy ending hollywoodense con que se presentan los acontecimientos.
El triunfo de AMLO (aún resuenan los cánticos de “es un honor estar
con López Obrador” que se escucharon en el cierre de campaña en el
monumental Estadio Azteca, símbolo de lo que sucedió desde la arrancada)
no puede ser explicado, como intentan quienes desean descalificarlo,
únicamente como resultado del hartazgo del pueblo mexicano a las
políticas fallidas del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el
Partido Acción Nacional (PAN).
Su triunfo colosal (garante en verdad de que fuera imposible
implementar ahora acciones fraudulentas, de las que fue víctima en el
2006, entonces como candidato del PRD) responde, entre numerosos
factores imposibles de examinar en breves líneas, a la manera en que
construyó un proyecto para la batalla en las urnas ó“Juntos haremos
historia”, producto de la alianza entre su Movimiento de Regeneración
Nacional (MORENA), el Partido del Trabajo (PT) y Encuentro Socialó y
articuló, desde abajo, la comunicación con las bases.
Es muy probable que los entes reaccionarios, y sus poderosas
maquinarias, no entendieran en toda su magnitud el cambio cualitativo
que supuso la creación y métodos de trabajo desplegados, primero en
MORENA, y luego por “Juntos haremos historia”. Es tal el desprecio que
experimentan hacia los que mantenemos la osadía de hablar con voz
propia, que, de un lado, subestiman el alcance de lo que se propone y,
del otro, no dejan de apreciar al pueblo como desvalido e inepto para
decidir su destino. Es una combinación macabra que revela el odio
visceral de los oligarcas, a eso que el Che Guevara llamó el pueblo
pintado de negro, obrero, mulato, blanco, indígena y campesino.
Es cierto que Andrés Manuel no puede por sí solo resolver los males
entronizados que encontrará en una sociedad donde el mercado, y el
neoliberalismo en general, se convirtieron en dioses a adorar. Décadas
de atropellos y saqueos, entregando las riquezas a transnacionales,
hicieron creer a muchos que era inevitable rendirle pleitesía al consumo
y los mall, diseminados por cada punto cardinal, como las imponentes
catedrales góticas de antaño, donde la figura humana solo se concibe
diminuta y frágil.
Lo es también que la energía de un ejemplo sustentado sobre la
honradez, el adecentamiento de las instituciones y el combate frontal
contra las lacras que desangran a su nación (la corrupción, el tráfico
de drogas, el crimen organizado, la migración, por solo mencionar
algunas) lleva implícita potencia superior a un movimiento telúrico.
El 1ero de diciembre próximo López Obrador llegará a Los Pinos por un
clamor popular que se hizo sentir, como nunca, en los predios de la
patria de Morelos, Hidalgo, Juárez, Villa, Lázaro Cárdenas y tantos
otros “imprescindibles”, como los denominó Bertolt Bretch. Esa y, no
otra, es la variable que, desde ningún lugar de la barricada, puede
ignorarse.
No
tengo dudas tampoco que, al igual que ocurrió con Juan Bosch, se
activaron desde hace tiempo los mecanismos internos y foráneos para,
esgrimiendo el más inverosímil de los pretextos y utilizando cuanto
instrumento aparece en el morral sin escrúpulo de la derecha, sacarlo de
la silla presidencial e, incluso, impedir que asuma como tal.
El resguardo para que ello no ocurra brotará, fundamentalmente, de
los vínculos que como dirigente establezca con su pueblo. Contar con
nexos indestructibles entre vanguardia y masa trasciende a cualquier
decisión válida que pueda adoptar.
Por lo pronto hay júbilo bien fundado, por la esperanza que se
levanta más allá de la tierra de los mariachis. Invocando una idea del
escritor cubano José Lezama Lima óuna de las figuras cimeras de las
letras hispánicas, quien fundó junto a otros intelectuales prominentes
el célebre Grupo Orígenesó, la única manera de horadar los muros que se
erigen para doblegarnos, es actuando con el vigor y perseverancia de
quien hace un rasguño sobre la piedra. De alguna manera eso hemos hecho
los que creemos que otro mundo mejor es posible desde Juan Bosch, y
mucho antes, hasta Andrés Manuel López Obrador y todos los que vendrán
después. Más vale que no se olvide.
Máster y Profesor Auxiliar del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana.
https://listindiario.com/la-republica/2018/08/04/527173/de-bosch-a-amlo-el-rasguno-en-la-piedra
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