IPS
¿Cómo se puede justificar que en el siglo XXI continuemos
entrenando millones de hombres y mujeres para engrosar los ejércitos y
mandarlos a la guerra?
La mortandad de civiles en las guerras es inmensa y la destrucción de
la vida de militares es altísima. Agréguese el costo económico y ambiental, y
el costo del potencial humano que científicos y expertos, en vez de dedicar al
bienestar y la salud, emplean para la investigación y producción de armas cada
vez más letales.
Por ejemplo, Estados Unidos y Gran Bretaña han cometido un genocidio
entre 1990 y 2012, que mediante guerras y sanciones se estima que costó la vida
a tres millones 300.000 iraquíes, incluidos 750.000 niños.
Y todos hemos visto en nuestras pantallas el horrible espectáculo de
los 50 días de bombardeos de la fuerza militar de Israel en Gaza, entre julio y
agosto de este año, incluyendo blancos civiles.
Pero, podríamos preguntarnos: ¿por qué nos sorprende la crueldad de
los militares, ya que están haciendo lo que les han enseñado, matar, bajo las
órdenes de sus gobiernos?
Es penoso escuchar a políticos y militares jactarse de sus proezas
bélicas. Los medios de comunicación nos martillean con propaganda que glorifica
el militarismo, nos dicen que para nuestra seguridad necesitamos armas
nucleares, armas más modernas, y justifican la guerra para matar a los asesinos
que, según ellos, podrían amenazar nuestras vidas.
Sostengo que nunca debemos ser ambivalentes ante la violencia, sino
afirmar que es siempre un recurso erróneo, no importa quién la ejerza ni las
razones que alegue para justificarla.
Sin embargo, hay mucha gente en condiciones tales que no consiguen
vivir en paz. Son aquellos que viven en lucha con las raíces de la violencia,
que pueden ser la pobreza, el desempleo, el racismo, los conflictos bélicos, o
gobiernos autoritarios o neofascistas que pueden desencadenar fuerzas
incontrolables de tribalismo o nacionalismo. Se trata de peligrosas formas de
identidad que es necesario disuadir.
El punto de partida es el reconocimiento de que la dignidad humana es
más importante que nuestras diferentes tradiciones, que nuestras vidas y las
del prójimo son sagradas, y que podemos resolver nuestros problemas sin acudir
a la violencia, que podemos aceptar la diversidad y la alteridad, que es
posible la reconciliación de antiguas divisiones y perdonar y ser perdonados,
si optamos por escuchar, dialogar, y emplear la diplomacia como vía
privilegiada para el desarme, la desmilitarización, y la instauración de la paz.
En mi país, Irlanda del Norte, pudimos superar un prolongado y
violento conflicto étnico-político cuando la comunidad civil organizada decidió
renunciar a toda forma de violencia y se comprometió a operar para la
reconciliación, la justicia y la paz.
Este tránsito de la violencia a la paz fue posible gracias a un
diálogo sin condiciones y abierto a todos los problemas, y fue así que no solo
cesó la violencia, sino que después de superado el conflicto continuamos
trabajando para consolidar la confianza mutua.
Esperamos que nuestro caso sirva de ejemplo para otros países, como Ucrania,
donde es necesario buscar la solución con base en la Carta de las Naciones
Unidas y los Principios de Helsinki.
También tenemos que responder al desafío de construir estructuras a
través de las cuales se amplíe la cooperación y que reflejen las relaciones de
interconexión y de interdependencia.
Actualicemos la lección de los fundadores de la Unión Europea (UE), de
estrechar e integrar las vinculaciones económicas entre sus miembros a fin de
alejar la posibilidad de conflictos bélicos entre ellos.
Desafortunadamente, estamos viendo la creciente militarización de
Europa y su encaminamiento, bajo el liderazgo de Estados Unidos y la
Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), hacia una nueva forma de
Guerra Fría.
La UE y muchos de sus países que hasta un pasado reciente participaron
en iniciativas de las Naciones Unidas para la resolución pacífica de conflictos
están emprendiendo ahora el camino inverso y, suman sus fuerzas para agresiones
militares bajo el comando de la OTAN contra países como Afganistán, Irak o
Libia.
Por ello sostengo que hay que abolir la OTAN y avanzar hacia el
desarme mediante acciones no violentas y resistencia civil.
Los medios de resistencia son fundamentales. El mensaje de los
pacifistas, que sostenemos que la fuerza militar no soluciona los conflictos,
sino que los exacerba, nos presenta el reto de encontrar y aplicar nuevas
formas de persuasión.
Tenemos que impartir la educación por la paz en todos los estratos sociales
e impulsar la creación de ministerios de la paz en todos los países.
El mundo contemporáneo está ahora enfrentando la expansión de lo que
el presidente estadounidense Dwight Eisenhower (1953-1961) llamó el “complejo
industrial militar” y que, según advirtió, podría destruir la democracia en
Estados Unidos.
Más de medio siglo después de la premonición de Eisenhower, hoy en día
vemos que un selecto grupo de industriales y financieros, políticos, militares,
y propietarios de medios, están en el centro del poder y ejercen fuerte
influencia sobre muchos gobiernos. Basta citar el ejemplo del ascendiente de
los lobbies de los fabricantes de armas y de Israel sobre la política
estadounidense.
Los vemos como protagonistas en las intervenciones militares recientes
o en curso, ocupaciones y guerras por terceros, todas presentadas como
“intervenciones humanitarias o pro democracia” que, en verdad, causan gran
sufrimiento, especialmente a los más pobres; su verdadero objetivo es la
dominación y control de otros países, y en muchos casos de sus recursos
naturales.
La tarea del movimiento pacifista es reemplazar la agenda belicista
del complejo industrial militar por una política de paz, justicia, derechos
humanos y de vigencia del derecho internacional en cada país, y cooperar entre
nosotros para que estos ideales prevalezcan a escala internacional.
*La norirlandesa Mairead
Maguire es militante pacifista y premio Nobel de la Paz 1976.
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