Publicado por El Confidencial/Daniel Iriarte
“Desde mi oficina
puedo ver el Pentágono ardiendo. Nos esperan días negros; tanto odio…”. La
analista Ana Belén Montes, la máxima especialista en Cuba del Departamento de Inteligencia
de la Defensa de EEUU (DIA), escribía así a un viejo amigo a los pocos días del
11-S. Una semana después, miembros del FBI se personaban en su lugar de trabajo
para arrestarla por espiar para el régimen de Fidel Castro. Se la considera la
espía de mayor nivel que el régimen cubano ha logrado reclutar jamás. Pero
usted probablemente jamás ha oído hablar de ella, y por buenas razones.
“He venido a enterrar
los últimos vestigios de la Guerra Fría en las Américas”, proclamó el
Presidente estadounidense Barack Obama durante su visita a Cuba el pasado
marzo. A esta actitud aparentemente amistosa respondió Fidel Castro, pocos días
después, con un gélido mensaje: “No necesitamos que el imperio nos regale
nada”. Algunas inquinas son difíciles de superar.
Tal vez no le
faltasen razones al veterano revolucionario para desconfiar de la súbita
cordialidad estadounidense: al fin y al cabo, no habían pasado ni dos años
desde que había salido a la luz el escándalo de ZunZuneo, una iniciativa
estadounidense para establecer un sistema de mensajería gratuita en Cuba que,
en una segunda fase, hiciese posible la organización de un movimiento masivo de
protestas contra los Castro, tal y como reveló una investigación de la agencia
Associated Press. El proyecto también preveía la captación de músicos
contestatarios cubanos, y el reclutamiento de estudiantes latinoamericanos que
pudiesen actuar como agentes estadounidenses.
La iniciativa no fue
cancelada hasta 2012, cuando ZunZuneo tenía ya 40.000 usuarios, ante la constatación
de que jamás iba a ser económicamente autosuficiente. Y no ayuda que la
institución responsable no fuese ni la CIA ni el Pentágono, sino USAID, la -a
priori- más inofensiva agencia de cooperación estadounidense.
Y sin embargo, en
otros aspectos sí se han saldado algunas cuentas pendientes entre ambos países.
Es el caso, por ejemplo, del intercambio de espías que tuvo lugar en diciembre
de 2014: mientras La Habana entregaba al contratista estadounidense Alan Gross,
Washington hacía lo propio con los tres miembros de la llamada “Red Avispa” de
espías cubanos que todavía permanecían en prisiones estadounidenses. Gross
había sido enviado por la USAID en 2009 a entregar material de
telecomunicaciones a la comunidad judía de Cuba, por lo que fue considerado un
agente de inteligencia por las autoridades cubanas y fue tratado como tal (él
siempre lo negó, y su familia a la agencia de cooperación estadounidense,
alegando que la misión a la que le habían enviado entrañaba importantes riesgos
de los que había sido advertido. La demanda se resolvió mediante un acuerdo
extrajudicial).
Los cubanos, por su
parte -Gerardo Hernández, Ramón Labañino y Antonio Guerrero-, tres de los
llamados “cinco héroes” por el Gobierno cubano, formaban parte de una red de
agentes cuya misión era infiltrarse en las organizaciones de exiliados
anticastristas, con el objetivo, según La Habana, de “prevenir atentados en la
isla”. Uno de ellos, René González, había sido puesto en libertad condicional
en 2011 y se le había permitido regresar a Cuba, mientras que otro, Fernando
González, fue excarcelado tras cumplir quince años de condena en 2014.
Lo que las
autoridades cubanas no dicen, y muchos en la propia isla ignoran, es que la
“Red Avispa” estaba formada no por cinco agentes, sino por más de una veintena.
Seis de ellos lograron huir a Cuba, mientras otros cinco optaron por cooperar
con el FBI (a estos, obviamente, el régimen cubano no los considera “héroes”).
Algunos más tenían cobertura diplomática y fueron expulsados, mientras que el
resto quedaron en libertad por falta de pruebas. Y luego estaba Ana Belén
Montes.
Hija de un psicólogo
militar portorriqueño y nacida en una base estadounidense en Nüremberg,
Alemania. Su bilingüismo le permitió acceder a la DIA en 1985, y pronto pasó a
ocuparse de asuntos latinoamericanos: primero Nicaragua, en aquella época en
plena guerra civil entre la “Contra” y el Gobierno sandinista, y desde 1992,
también Cuba. Considerada una persona fiable y patriota, la pregunta que surge
es: ¿cómo acaba una persona así trabajando para un régimen enemigo?
Al parecer, Montes ya
era una agente cubana cuando empezó a trabajar para el Pentágono, o le faltaba
muy poco para serlo. La había reclutado una portorriqueña, Marta Rita
Velázquez, a la que conoció mientras estudiaba en la Universidad John Hopkins.
Velázquez (cuyo nombre en clave era “Bárbara”) le presentó a oficiales cubanos
de la Misión de la ONU, que le organizaron un curso de entrenamiento en Cuba, a
donde viajó en 1985, vía Madrid y Praga. El proceso duró algún tiempo, pero
está constatado que Montes comenzó a pasar información a la Dirección General
de Inteligencia cubana (DGI) al menos desde 1991. Otro agente de la DIA que se
convertiría en su némesis, Scott Carmichael, asegura que en 1987 Montes
proporcionó los datos necesarios para que el Frente Farabundo Martí (una
guerrilla salvadoreña apoyada por Cuba) pudiese atacar con éxito un campo de
entrenamiento organizado por la CIA en El Salvador.
Su golpe maestro
llegó a finales de 1998: Montes colaboró en un informe en el que se concluía
que, tras el desplome de la URSS, Cuba ya no suponía un peligro para los EEUU,
una línea de pensamiento que acabó por imponerse en amplios sectores de
Washington. Tras el desmantelamiento de la “Red Avispa”, esta interpretación parecía
correcta. Mientras tanto, Montes se comunicaba con sus controladores mediante
mensajes codificados enviados por una radio de onda corta, el mismo sistema que
utilizaban todos los espías cubanos. Según admitiría ella misma posteriormente,
desveló los nombres de al menos cuatro agentes de la CIA que operaban en Cuba.
Pero poco después,
Scott Carmichael empezó a sospechar la existencia de un ‘topo’. Tardó dos años
en reunir las evidencias suficientes para forzar una investigación contra
Montes. En aquellos días, la ansiedad de la mujer era compartida por las
autoridades cubanas, que durante un tiempo tras el 11-S temieron que George W.
Bush les incluyese también en el “eje del mal” y aprovechase la coyuntura para
tratar de resolver militarmente la “cuestión cubana”. Además, en esta ocasión
no podrían contar con la inestimable ayuda de Montes a la hora de prepararse
para una invasión: la espía fue detenida el 20 de septiembre de 2001.
Montes acabó
declarándose culpable de los cargos de conspiración para cometer actos de
espionaje, y fue sentenciada a 25 años de cárcel, de los cuales ha cumplido ya
más de la mitad. Velázquez también sería posteriormente detenida y juzgada.
“Yo considero que la
política de nuestro Gobierno hacia Cuba es cruel e injusta, profundamente
inamistosa”, explicó Montes en su juicio. “Me consideré moralmente obligada de
ayudar a la isla a defenderse de nuestros esfuerzos de imponer en ella nuestros
valores y nuestro sistema político”. En una entrevista afirmó: “Es importante
que en la isla sepan que hay muchos norteamericanos honestos, aunque el sistema
crea una forma de pensar que nos hace creernos superiores, dueños del mundo.
Por eso para que las cosas cambien realmente, tiene que venir un cataclismo
político en la vida norteamericana que haga evolucionar el pensamiento, la
psicología y la cultura del país, preservando lo mejor que tengamos y
modificando lo perjudicial”, aseguró. “No está a la vista ese cambio. Pero
llegará. Me siento una contribuyente a ese cambio. Hay otras personas que
también lo han hecho. No pretendo darme exclusividad”.
Ahora que “los cinco”
están libres, Montes es el objeto de una campaña que comienza a cobrar fuerza.
Según Fernando Ravsberg, ex corresponsal de la BBC en Cuba, el diplomático
cubano Néstor García Iturbe está gestionando bajo mano su libertad, tal vez
promoviendo un intercambio con algún otro preso por espionaje en la isla (que
podría ser Ernesto Borges Pérez, según especula la página anticastrista
Cubanet.org).
En Cuba ya existe un
“Comité por Ana” que promueve su liberación, liderado por el profesor del
Seminario Evangélico de Matanzas, Douglas Calvo. La iniciativa no cuenta con
respaldo oficial, que durante mucho tiempo ha preferido no incidir en el asunto
para no debilitar la defensa de sus “tres héroes”: su principal argumento era
que estos no pretendían obtener secretos militares estadounidenses, sino
prevenir acciones terroristas en la propia Cuba. Y a diferencia de ellos, Ana
Belén Montes sí era una espía declarada.
Para Calvo, esto no debería impedir su puesta
en libertad. “Las personas que hoy puedan estar infiltradas en Al Qaeda o en
otros grupos extremistas, ellos son también espías. No podemos demonizar a toda
persona que realice un trabajo encubierto ni privarla de sus derechos, como ha ocurrido
con Ana Belén, la cual está en aislamiento desde hace 14 años”, le dijo a
Ravsberg. Al fin y al cabo, asegura, “el gran delito de Ana Belén fue decir la
verdad en sus informes al Pentágono, que Cuba no constituye un peligro para la
seguridad de EEUU”. En un momento de deshielo, la causa de Montes cobra fuerza
en la propia Cuba. Hoy, cada vez son más cubanos los que conocen su historia, y
los que apoyan su causa.
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