Por Pascale
TROUILLAUD
AFP
El
presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, en un funeral de una víctima del
golpe fallido, el 17 de julio de 2016 en Estambul
Más presente que nunca, legitimado
y loado como el garante de la democracia en Turquía tras la intentona golpista
del pasado viernes, el presidente, Recep Tayyip Erdogan, ha visto fortalecido
su poder y su imagen, sobre todo a nivel simbólico.
Desde su regreso precipitado de
vacaciones vitoreado por los habitantes de su bastión en Estambul, Erdogan se
ha convertido en una figura omnipresente.
De la mañana a la noche, el
presidente aparece en los canales de televisión, en peregrinaje de mezquita en
mezquita para honrar a los "mártires" del golpe, declarando la guerra
al "virus" de la rebelión en medio de una marea de banderas rojas
turcas, arengando a los fieles que le besan las manos.
Tras llamar al pueblo a las calles
para apoyar la democracia y lograr el retroceso de los sublevados, Erdogan ha
prometido restablecer la pena capital a una multitud que pedía enfervorecida la
pena de muerte para los golpistas.
En una rara muestra de unidad,
todos los partidos políticos, los empresarios y los sindicatos se cuadraron para
defender al presidente. Poco importa que las grandes capitales expresaran su
apoyo al Gobierno legítimo solo al ver flaquear el levantamiento: el 'sultán'
Erdogan ha mostrado ser intocable, invulnerable.
Su nueva posición de poder
inquieta a analistas como Dorothée Schmid, especialista en Turquía del
Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI).
"Tendrá poderes plenos, con
una psicología de venganza y de control totalitario del país", afirma.
En realidad, Erdogan se encuentra
"al frente de un Estado cada vez más desorganizado", lo que implica
un "país difícil de controlar".
El mandatario no puede permitirse
purgar completamente un ejército que necesita frente a la rebelión kurda en el
sudeste y la guerra siria a las puertas, subrayan los especialistas.
Faruk Logoglu, exembajador turco
en Washington, teme que "este intento de golpe de Estado refuerce los
poderes de Erdogan y le permita reducir las libertades que aún quedan".
Y critica la ambición de Erdogan
de crear un régimen presidencialista, en un momento en que ya tiene un poder
político, económico y mediático desconocido en la Turquía moderna.
- 'Los mismos obstáculos' -
Bayram Balci, del Centro de
Investigaciones Internacionales de París, no duda en calificar el golpe de
"regalo del cielo" en términos de imagen para Erdogan.
"Se presenta como el salvador
de la democracia, lava su imagen y esto incrementará su poder", afirma el
investigador.
Pese a ello, pide que no se saquen
conclusiones precipitadas: en lo que concierne a la 'presidencialización' del
régimen deseada por Erdogan, "por mucho que se presente como un héroe,
necesitará un cierto número de diputados" para la necesaria revisión de la
Constitución, y "a menos que negocie, no los logrará". Por ello,
tiene frente a sí "los mismos obstáculos" que antes.
El partido de la Justicia y el
Desarrollo (AKP) de Erdogan no tiene la mayoría de dos tercios necesaria para
aprobar una reforma de la carta magna de ese calado.
Y "por el momento, tampoco
puede organizar un referéndum", recuerda el especialista. "Lo único
que puede hacer es convencer a ciertos diputados para que voten por él".
Por ello, el mayor efecto que ha
tenido el golpe de Estado, en opinión de Balci, es "puramente simbólico y
psicológico".
Erdogan será visto como una figura
"muy fuerte. Tiene mucho carisma, autoridad y autoritarismo",
recalca.
Pero la realidad es que, más allá del golpe fallido, el presidente turco ha desenterrado el hacha de guerra con los kurdos, los ataques yihadistas se suceden en su territorio y el conflicto sirio llama a su puerta.
La escenificación de los medios
tras la intentona golpista al final responde a "una falta de confianza de
Turquía en el proceso político", considera Schmid.
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