Durante la semana que recién concluyó buena parte del público
siguió en detalles el desarrollo de la 59 Serie del Caribe, celebrada
con éxito y récord de asistencia en la ciudad mexicana de Culiacán. Pese
a no llevarse el máximo trofeo, los Alazanes de Granma complacieron a la conocedora afición de nuestro país, por su juego alegre dentro del estadio de los Tomateros.
Únicamente la soberbia actuación de los serpentineros aztecas en el
choque semifinal impidió que los nuestros pasaran a discutir el cetro
contra los Criollos de Caguas de Puerto Rico, monarcas a la postre del torneo con su victoria sensacional en extra innings ante los anfitriones.
Un grupo de académicos cubanos y mexicanos, sin embargo, no se
concentró en las últimas horas en las andanzas beisboleras, sino que se
dedicaron por entero al análisis de dos de de los acontecimientos más
trascendentes ocurridos a escala continental, durante la centuria
anterior. Convocados por la Asociación de Historiadores Latinoamericanos
y del Caribe (ADHILAC) especialistas de diversas instituciones de ambas
naciones llevaron adelante en tres sesiones de trabajo el Coloquio
Internacional: “La Constitución de Querétaro en su centenario:
significación histórica y lecciones de la Revolución Mexicana para la
América Latina”.
Tomando como sede la Casa del Benemérito de las Américas Benito
Juárez -enclavada en el corazón de la Habana Vieja y centro con larga
tradición como asiento de intercambios de esta naturaleza- el evento
permitió que nos adentrásemos desde diferentes ópticas en el examen del
proceso revolucionario mexicano iniciado en 1910 (que despertó interés
en todo el orbe y cuya ascendencia en acontecimientos posteriores es
innegable), así como en el texto constitucional que emanó del mismo, y
en el cual fueron incluidas varias de las reivindicaciones de mayor
calado planteadas por los campesinos y obreros de entonces.
Desde la apertura quedó claro el propósito central del encuentro: la
necesidad de acercarnos de manera creadora a hechos que tienen aún mucho
que aportar en la comprensión de nuestro pasado, al tiempo que se
erigen en fuentes de inestimable valor en el diseño del futuro a
desandar por los pueblos “nuestro americanos”, como señaló José Martí, y
en la manera de encarar los complejos desafíos que ello presupone.
El Dr. Sergio Guerra Vilaboy, presidente de la ADHILAC y principal inspirador del evento, remarcó en las palabras inaugurales la relevancia de lo que ocurrió en aquella etapa en suelo mexicano y la importancia de profundizar en lo relacionado con la intríngulis de aquel proceso. Dicha encomienda reviste mayor importancia, precisó, con la llegada a la Casa Blanca de una nueva administración, la cual aún antes de instalarse oficialmente en las inmediaciones del Potomac, se cebó en desatar conflictos de toda índole con la región, particularmente con el hermano pueblo de Juárez.
Nadie podrá soslayar nunca que los gringos le usurparon más de la
mitad de su territorio al pueblo mexicano, mediante una de las tantas
guerras de rapiña en las que han incursionado prácticamente desde el
advenimiento fundacional las élites dominantes del poderoso vecino
norteño, las que responden a la visión acendrada hasta los tuétanos en
la clase política de ese país de que ellos poseen un mandato divino
hacia el resto del mundo, traducido como “destino manifiesto” que
supuestamente legitima sus aventuras, por funestas que resulten. [1]
El señor Enrique Martínez y Martínez, embajador mexicano en La
Habana, resaltó de igual manera en la arrancada del encuentro la
notoriedad histórica de lo que sucedió en su país en los albores del
siglo XX, y la pertinencia de reflexionar en torno a ello desde el
ámbito académico.
En esa línea resulta oportuno traer a colación algunas de las
valoraciones escritas por el profesor Guerra Vilaboy, jefe del
Departamento de Historia de la Universidad de La Habana y con una
experiencia de 45 años como docente e investigador en nuestra principal
casa de altos estudios.
“Las causas de la revolución mexicana de 1910 se relacionan con los
complejos procesos desatados por la prolongada dictadura de Porfirio
Díaz, iniciada en 1876 tras la muerte de Benito Juárez (1872) y el
derrocamiento por la fuerza del presidente Sebastián Lerdo de Tejada
(1876). Durante el porfirismo, la reforma liberal fue desviada en
provecho exclusivo de la oligarquía terrateniente exportadora y el
capital extranjero. (…) La revolución comenzó cuando Francisco I.
Madero, un terrateniente ligado a la relegada burguesía nacional
–derrotado en la última reelección fraudulenta de Díaz en junio de ese
año- proclamó el Plan San Luis Potosí que llamaba a la insurrección
nacional contra la dictadura. (…) Entre los principales jefes surgidos
en esta fase inicial de la revolución mexicana se encontraban Emiliano
Zapata en Morelos, así como Pascual Orozco y Francisco Villa en
Chihuahua”. [2]
Con respecto a la carta magna adoptada considera el también ganador
del Premio Extraordinario Bicentenario de la Emancipación
Hispanoamericana, convocado por Casa de las Américas en el 2010, que:
“La constitución de 1917, elaborada por una convención constituyente
reunida en Querétaro desde el 21 de noviembre de 1916, fue posible por
la presión ejercida sobre Carranza por amplios sectores de sus propias
fuerzas, que exigían el cumplimiento de las promesas y los programas
revolucionarios. En la flamante ley fundamental, aprobada el 31 de enero
de 1917, fueron incluidos dos célebres artículos (27 y 123) destinados a
asegurar a las nuevas clases dominantes, en un momento de agudas
confrontaciones internas y externas, el indispensable respaldo popular
para consolidarse en el poder”.
“Con la adopción de la constitución de 1917, se considera terminada
la fase armada de la revolución mexicana. Ella recogió un avanzado
articulado -prosigue su explicación el profesor Guerra Vilaboy- de corte
social y antiimperialista, entre ellos la proscripción del latifundio y
la nacionalización del subsuelo, aunque más que un compendio de
conquistas alcanzadas era todo un programa para las luchas futuras”.[3]
Sobre ella, un reconocido intelectual estadounidense plantea que:
“Esta Constitución, documento radical para su época, garantizaba la
propiedad privada, el sufragio efectivo, la separación de la iglesia y
el estado, los derechos a huelgas ´legales´ y reformas agrarias y la
propiedad nacional de los recursos naturales”.[4]
“La Revolución Mexicana de 1910 fue el movimiento
político-social más radical que hasta ese momento se había producido en
el continente americano”. Sergio Guerra Vilaboy
El programa estuvo concebido a través de mesas de trabajo. La primera de ellas: “Dimensión social de la Constitución de Querétaro”
contó con las ponencias de Mario Alberto Nájera (Universidad de
Guadalajara), “El Magonismo, la Revolución Mexicana y la Constitución de
1917”; Jurgen Buchenau (Universidad de Carolina del Norte, Estados
Unidos), “Capitalismo y democracia social: la dinastía sonorense y la
Constitución de 1917”; Francisco Avendaño Sol (Universidad Nacional
Autónoma de México), “El artículo 123 de la Constitución de Querétaro.
La justicia laboral, la globalización y la modernidad” y de Cristóbal
León Campos (Casa de la Historia de la Educación de Yucatán), con:
“Héctor Victoria Aguilar. Precursor del artículo 123 constitucional”.
La segunda se denominó: “La Constitución de 1917: aproximaciones jurídicas”,
y en ella fungió como moderador Jorge Elías Caro, vicepresidente de la
Directiva Internacional de la ADHILAC y profesor de la Universidad del
Magdalena, Colombia. Aquí se presentaron “Los derechos sociales en la
Constitución mexicana de 1917. Un análisis de su impacto a 100 años de
su vigencia”, de Yuri Pérez Martínez (Universidad de La Habana);
“Constitución de Querétaro, Cien años y sus reformas”, de Teodoro Yan
Guzmán Hernández (Universidad de La Habana); “El Amparo mexicano y su
impacto en el constitucionalismo posterior”, de Martha Prieto Valdés
(Universidad de La Habana) y “Propiedad y reforma agraria en el
constitucionalismo cubano. El impacto del constitucionalismo mexicano a
cien años”, de Santiago A. Bahamonde Rodríguez de la Universidad de La
Habana.
El tercer panel se dedicó a: “La Constitución de 1917: génesis y trascendencia”
y tuvo como coordinador a Yoel Cordoví Núñez, vicepresidente del
Instituto de Historia de Cuba y miembro de la Directiva de la ADHILAC en
nuestro país. Los trabajos analizados fueron: “El génesis liberal de la
Constitución de Querétaro. Una aproximación a la carta magna de 1857 y
su época”, de René Villaboy Zaldívar (Directiva de la ADHILAC-Cuba y
Universidad de La Habana); “El artículo 127 constitucional: propiedad y
desarrollo económico a través de sus reformas”, de Ricardo Cuevas Moreno
y Rebeca Rodríguez Minor (Universidad del Anáhuac, México) y “La
Constitución mexicana de 1917: entre la tradición, la modernidad y la
revolución”, del destacado profesor de la Facultad de Filosofía,
Historia y Sociología de la UH, Reinaldo de la Fuente Guerra.
⃰El autor es Profesor Auxiliar del Centro de Estudios
Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La
Habana.
Notas, citas y referencias bibliográficas.
[1]
Sobre la manera en que se consumó el saqueo de territorios mexicanos
por parte de Estados Unidos explicó el profesor Alberto Prieto Rozos,
uno de nuestros más relevantes historiadores. “En el Valle de México,
mientras tanto, la heroica conducta de los defensores –simbolizable en
los Niños Héroes de Chapultepec- no podía compensar el desequilibrio
militar; la superioridad bélica estadounidense impuso a los mexicanos un
acuerdo de paz, firmado en la villa de Guadalupe-Hidalgo el 21 de
febrero de 1848. Éste sancionaba la pérdida por México de la mitad de su
territorio, y jurídicamente separaba a los cien mil habitantes de la
arrebatada parte septentrional –incluidos los de Texas- de sus hermanos
meridionales. Era el inicio de un caso insólito; anexado contra su
voluntad a una sociedad racista y hostil, de cultura, idioma y religión
diferentes, comenzaban a sufrir una azarosa existencia de opresión,
tratados como extraños en tierras que siempre habían sido suyas”.
Alberto Prieto Rozos: “Una visión cubana de la historia de los Estados
Unidos”, en: Los EE.UU. a la luz del siglo XXI, (Jorge Hernández Martínez, Coordinador), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008, pp. 78-79.
[2] Sergio Guerra Vilaboy: Nueva historia mínima de América Latina, Ediciones Boloña, Colección Raíces, La Habana, 2014, pp. 274-275.
[3] “El artículo 27 declaraba el derecho de los campesinos a la tierra y
limitaba las prerrogativas del capital extranjero, al establecer
claramente la potestad de la nación para confiscarla en su beneficio.
Esto creaba el precedente constitucional para anular el derecho de las
grandes compañías foráneas a explotar el hidrocarburo mexicano y abría
la posibilidad de su expropiación legal. Por su parte, el artículo 123
de la constitución de 1917 recogía toda una serie de reivindicaciones de
los trabajadores, como el derecho de sindicalización y huelga, la
jornada de ocho horas en la industria y la seguridad social, que la
hicieron la más avanzada del planeta”. Ibídem, p. 280.
[4] Refiriéndose al impacto de aquellos años en el destino inmediato de
la nación azteca señala el investigador: “México entró trastabillando en
el decenio de 1930, sin un solo grupo o una sola clase que tuviera un
control claro. La economía mexicana todavía dependía mucho del comercio,
los préstamos y las inversiones de Estados Unidos. Las élites rivales y
la clase media poderosa que se estaba creando, así como los elementos
militares, lucharon con denuedo por el control del gobierno. Desde 1926 a
1929 se libró una guerra civil larga y salvaje: la rebelión de los
cristeros. Este conflicto fue desatado por el resentimiento de la
Iglesia y por el empeño del gobierno en hacer cumplir las disposiciones
anticlericales de la Constitución de 1917. Finalmente los obispos
reconocieron su derrota y aceptaron la Constitución”. James. D.
Cockcroft: América Latina y Estados Unidos. Historia y política país por país, siglo xxi editores, s.a. de c.v, Delegación Coyoacán, México, D.F., 2001, p. 130.
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