lunes, 6 de febrero de 2017

El brexit y la extrema derecha agrietan a la Unión Europea en el 2017

Por Dr. C. Leyde E. Rodríguez Hernández

En el 2016 uno de los acontecimientos que estremeció a Europa, y a las relaciones internacionales en su conjunto, fue el referendo sobre la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, denominado brexit (combinación de las palabras en inglés Britain, Gran Bretaña y exit, salida), el que seguirá suscitando la atención de los observadores internacionales durante todo el año 2017 y durante mucho tiempo en adelante. 

Es necesario resaltar que varios meses antes de la celebración del referendo, las encuestas anunciaban una ajustada votación sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. Y, en efecto, los resultados del 23 de junio de 2016 confirmaron esos pronósticos con un 51,9 % a favor de abandonar al bloque regional contra un 48,1 % en defensa de la permanencia, a pesar de que prácticamente la mayoría de las fuerzas políticas del Reino Unido lucharon contra el brexit

Los medios de comunicación y los expertos políticos han tratado de explicar el daño de distancia con el argumento de que la juventud británica prefiere permanecer en la Unión Europea. La realidad es mucho más compleja, porque solo el 36% de los votantes entre 18 y 24 años emitió su voto. La participación juvenil fue la más baja en todos los tiempos, y lo cierto es que los jóvenes británicos siempre han tenido poco interés en la Unión Europea. Los sectores populares de menores ingresos y las clases medias empobrecidas estuvieron a favor del brexit, mientras los votantes con carreras universitarias y altos ingresos lo rechazaron. 

La polarización o división del país es un hecho indudable. Existen riesgos de crisis constitucional. La mayoría de los ciudadanos en Escocia, que ya fue protagonista de un plebiscito de independencia, Londres e Irlanda del Norte votaron a favor de la permanencia. También ocurrió una fractura generacional, porque la mayoría de los jóvenes votaron por permanecer en el bloque y la mayor parte de las personas de mayor edad votaron en sentido contrario. 

En ese extraordinario voto, cada persona que decidió salir de la Unión Europea tuvo diferentes motivos y perspectivas políticas. Es muy difícil enmarcar las razones en un único argumento, pero lo cierto es que la mayoría que optó por el brexit piensa que se obtendrán mayores beneficios con esta opción. Todo transcurrió a despecho de las intensas campañas mediáticas a las que fueron sometidos para evitar una ruptura del statu quo. 

Entre los criterios para el voto estuvo el tema de los inmigrantes que resulta de mucho interés para amplios sectores sociales, mientras que otros aprovecharon la ocasión para castigar al gobierno, en un contexto de crisis económica y social que ha provocado el aumento de las desigualdades, el desempleo, la violencia y criminalidad en la sociedad británica. 

Las diversas causas del brexit también pueden encontrarse en la necesidad que tuvo el primer ministro británico David Cameron de convocar el referendo en un contexto de crecientes presiones de sectores de su propio partido conservador y al crecimiento electoral del Partido de la Independencia (UKIP). Este partido con sus posiciones de extrema derecha y nacionalistas, conocidas como antisistema, defiende la salida del Reino Unido de la Unión Europea. 

Otra razón se encuentra en que el establishment británico se siente “controlado” por la Unión Europea, lo cual aumentó las discrepancias y los recelos ante la burocracia de Bruselas; además de las contradicciones sobre la revisión de los flujos migratorios. 

De esta forma, se ha producido un choque de los tradicionales principios soberanistas británicos con las reglas de juego establecidas por la sacrosanta Troika de la Unión Europea (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional). No caben dudas de que el orgullo por la condición insular británica se ha proyectado como un factor diferenciador del resto de Europa, connotando una problemática de seguridad nacional frente a los intereses del bloque europeo. 

En el plano de la política británica, el referendo técnicamente no es vinculante, pero el gobierno prometió que si los partidarios del brexit alcanzaban la mayoría el procedimiento de salida de la Unión Europea se pondrá en funcionamiento de manera ordenada y sin apuros. 

Al mismo tiempo, fuera de los marcos de la política británica, el brexit puede interpretarse como una amenaza al proceso de la integración europea, porque la Unión Europea, sin Gran Bretaña, podría convertirse en un socio comercial menos atractivo a nivel mundial, atendiendo a que se trata de la segunda economía europea y uno de los principales centros de las finanzas globales. En cuanto a los flujos de personas muchos se preguntan cuál será el futuro de casi tres millones de ciudadanos comunitarios que residen en el norte del Canal de la Mancha. 

Para enfrentar todos esos impactos se avecina un proceso negociador largo y complejo entre los representantes de la Unión Europea y el gobierno británico. No se producirá un rompimiento abrupto con Bruselas. En el 2016 no se observó prisa para invocar el artículo 50 del Tratado de Lisboa, que abre el proceso de dos años para negociar los términos del divorcio con las estructuras centrales de la Unión Europea. Solo para el líder del Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), Nigel Farage, la salida rápida de la Unión Europea es muy necesaria en el objetivo de contribuir a la destrucción de una integración que considera fallida y en el interés de regresar a una Europa conformada por Estados nacionales independientes. 

Para la extrema derecha el 23 de junio de 2016 simboliza, en la historia británica, el “día de la independencia”, lo cual también ha sido motivo de festejo para los principales representantes de los partidos nacionalistas y de extrema derecha en todo el Viejo Continente, quienes llamaron a celebrar referendos similares en sus respectivos países: Francia, Holanda, Austria, Dinamarca, entre los más significativos. A la vez, partidos progresistas, comunistas y de extrema izquierda acogieron el referendo británico como una muestra de que las clases populares y los trabajadores desean reformar o suprimir una Unión Europea de las élites burguesas y de las transnacionales. 

Por ejemplo, el diputado comunista del norte de Francia, Jean-Jacques Candelier, en su página de Facebook, propuso salir por la izquierda de la Unión Europea, y llamó a un gran debate popular en Europa con el objetivo de frustrar todos los pronósticos y las presiones de la oligarquía, la que ha desarrollado un referendo caracterizado por un falso dilema impuesto por los partidarios de la austeridad: permanecer en la Unión Europea neoliberal o salir por la derecha para una política neoliberal en Gran Bretaña. 

Para Candelier, si el rechazo a las políticas de la Unión Europea es legítimo, no hay gran cosa a mantener de esa Europa de la austeridad y los trabajadores británicos pueden temer que los poderosos utilizan el brexit para acentuar las políticas thatcherianas en el país. Sin embargo, la Unión Europea no es un bastión contra el ultraliberalismo, sino todo lo contrario. La prioridad de la Europa actual es favorecer el mundo de los negocios, la austeridad y las privatizaciones en todo el continente. 

El diputado francés también exigió no más engaño, pues la economía de mercado y la competencia libre y sin distorsiones prescritas por la Unión Europea son pretextos formidables para permitir que los capitalistas reduzcan los salarios y destruyan los servicios públicos; así como la protección social. 

También dijo que está firmemente comprometido con el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos y a ejercer su soberanía. Y que la Unión Europea puede, por lo tanto, en muchos sentidos, representar una "cárcel de los pueblos". Y es esto lo que dejó de interesarles a los británicos. 

Contra la trampa de una "salida de derecha" de la Unión Europea, Candelier propone una "salida de izquierda" de la Unión Europea, para volver a nacionalizar los sectores estratégicos de las economías quebradas; para volver a poner el mundo del trabajo en el centro de la vida nacional; para cooperar con todos los países de todos los continentes y reabrir la vía de la cooperación internacional. 

En su declaración, Candelier explicó que la reconquista de la soberanía británica puede ser una oxigenación para todos los pueblos de Europa ahogados por los tratados supranacionales y neoliberales de la Unión Europea, y obligados por su pertenencia a la OTAN. Así anunció que, en Francia, la campaña presidencial y legislativa para 2017 debe ser la ocasión de un gran debate popular, pues no hay nada que esperar de los artesanos de la Europa neoliberal en los partidos socialdemócratas y de la derecha europea. 

Por todo lo anterior, el brexit es un desafío para el futuro de la Unión Europea, porque es un hecho político sin parangón, en medio de la crisis económica más grave de Europa en décadas. En estas condiciones, un evento político de esta naturaleza enviará ondas de choque a través del continente durante el 2017. Visto así, el brexit es una grieta en la Unión Europea y una llamada de atención para los burócratas de Bruxelas. 

Sin embargo, también la Unión Europea sin Gran Bretaña podría beneficiarse con una mayor integración política, ya que Reino Unido es uno de los miembros que se opone con más fuerza a una mayor unificación del bloque y a una política exterior más coherente. Sin Londres, el núcleo duro de la Unión Europea, Bélgica, Alemania y Francia, trabajará por una mayor cohesión del pacto comunitario, tratando de convertirlo en una entidad más política, lo que no implica que tendrá en cuenta la opinión pública. La Unión Europea negociará con Gran Bretaña, primando la separación británica, a cambio de no frenar dicha integración política europea en torno a Berlín y entre los estados miembros realmente interesados.

El brexit abre una nueva oportunidad para que la Unión Europea comience un proceso de consultas y negociaciones que conduzcan a su reconfiguración, para la adopción consensuada de otro tratado. Un accionar en esa dirección podría evitar el contagio del brexit entre los países miembros de la Unión, temiendo el llamado efecto dominó que se pudiera producir.


Entre los temas que la Unión Europea deberá negociar sin dilación, con los países miembros, se encuentran los siguientes: el mejoramiento de la colaboración en seguridad y defensa; una nueva política de inversiones; una real armonización fiscal y el fortalecimiento de la eurozona con una gobernanza democrática; la creación de un parlamento de la eurozona; la elaboración de políticas comunes en el terreno digital y el de la transición energética y la denominada Europa de la Defensa, que había tenido la abierta oposición británica. 

Al cierre del 2016 y mientras esperábamos el 2017, el brexit era una realidad y lo más probable es que la Unión Europea seguirá “funcionando” sin el Reino Unido, así como la zona Euro, si en la segunda vuelta de las elecciones francesas previstas para mayo de 2017 no gana la extrema derecha que lidera la populista Marina Le-Pen. De esta variable depende en muchos sentidos el futuro de la Unión Europea, que ha tenido como motores principales el eje Berlín-Paris, ahora más averiado que antes con el surgimiento del brexit

Por otra parte, la victoria del republicano, en extremo conservador, Donald Trump en los Estados Unidos, como representativo de una tendencia global de auge de las fuerzas de derecha, nacionalistas y de extrema derecha o neofascistas, constituye un estimulo a sus similares europeas para los comicios electorales de 2017 en diferentes países de la Unión Europea. 

Las posiciones nacionalistas, antiinmigrantes, antiélites y antiglobalización del discurso de Trump tienen eco en Europa e ilustran un auge de las corrientes populistas de derecha en las llamadas democracias occidentales. Y es que a nivel europeo y global hay un despertar, se despiertan las naciones y llega al paroxismo, al chovinismo. El hecho de que esto ocurra en los Estados Unidos tiene un alcance simbólico muy fuerte por tratarse de la única superpotencia con un verdadero alcance mediático y cultural en todo el sistema internacional. Los líderes de estos movimientos recibieron con júbilo y sensación de victoria propia, a fines del 2016, el triunfo del magnate estadounidense, estimando que es un buen augurio para sus partidos. 

En el caso de Francia esta tendencia se incrementa desde las elecciones regionales celebradas en diciembre de 2015. Ante el claro desgaste de la derecha sarkozista y de los socialistas galos, se visualiza que la extrema derecha francesa es un actor a tener en cuenta por sus capacidades de proyección a la hora de capitalizar las múltiples crisis que afectan a Francia y a toda Europa. También existen notables diferencias entre las fuerzas de extrema derecha estadounidenses y francesas por razones culturales e históricas que merecerían de un estudio sociológico específico. 

Aunque el llamado voto republicano pueda impedir su victoria en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en mayo de 2017, como ha sucedido en repetidas ocasiones en la historia reciente, ha sido el auge obtenido por el Frente Nacional, conducido por Marine Le Pen, en Francia, el corolario que más impacto tiene para toda la extrema derecha en Europa, siendo también reforzado, como hemos dicho, por la victoria de Donald Trump en los Estados Unidos, lo que demuestra la posibilidad de que estas fuerzas extremas lleguen al poder en distintos países del bloque de países occidentales. 

Por otra parte, en sintonía con los tiempos que corren, la derecha francesa ha endurecido sus posiciones con respecto a la inmigración y en la lucha contra la criminalidad para adoptar un discurso que se acerque más al del Frente Nacional, fortaleciendo así, en la práctica, al partido de los neofascistas galos. Sin embargo, existen pequeñas agrupaciones extremistas y neofascistas que no militan en el Frente Nacional y actúan en la sociedad francesa con autonomía y gestionan sus intereses a través de la violencia en las calles y plazas atemorizando a la sociedad y aprovechando las divisiones que debilitan a la izquierda francesa. 

En Reino Unido, muchos de los votantes que apoyaron la salida de la Unión Europea, en 2017, seguirán escuchando los llamados del partido eurófobo UKIP a “recuperar” el control del país. 

En Alemania, el partido populista de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), que centra su discurso radical en la inmigración, intentará nuevas victorias electorales como logró en 2016 en las regiones alemanas. 

En Austria, Holanda y en los países escandinavos la extrema derecha también está en auge y consideran que la victoria de Trump es histórica para todas las fuerzas en el extremo de la derecha. 

El primer ministro húngaro Viktor Orban y el presidente checo Milos Zeman, a menudo criticados por su discurso de derecha populista, también expresaron su apoyo al presidente electo de los Estados Unidos. 

Todos estos partidos de extrema derecha denigran a las “élites” político-financieras y a la globalización, a la que consideran burocracias fraudulentas inventadas por los ricos. 

A pesar de todos esos criterios de las fuerzas populistas y demagogas en el contexto de la crisis sistémica del capitalismo, no debemos olvidar que una vez la extrema derecha llega al poder sirve a los ricos y a los intereses del gran capital transnacional. 

Todos los extremos al aproximarse se tocan, la extrema izquierda europea ha adoptado también un discurso “antisistema” o contra la construcción de la Unión Europea pero, al ser ella minoritaria en términos de intenciones de votos y contar con pobre influencia política sobre la población, sus posiciones terminan favoreciendo a la extrema derecha europea. 

Asociado a lo anterior, se encuentra el auge de la inmigración procedente de África del norte y la subsahariana y del Medio Oriente, que con frecuencia se estigmatiza como «culpable» —especie de «chivo expiatorio»— de una crisis económica que tiene sus causas más profundas en la naturaleza del capitalismo globalizado contemporáneo. 

Esta situación ha llegado a un punto en el que el Consejo de Europa reconoció la existencia de un populismo y un extremismo en ascenso que afecta a casi toda la geografía europea, con su carga de racismo, intolerancia, violencia contra los extranjeros —en particular los gitanos y musulmanes—, el crecimiento de agrupaciones políticas xenófobas, que no aceptan una identidad europea cada vez más multicultural. 

Las tendencias autoritarias – o potencialmente autoritarias – instaladas en los gobiernos comunitarios y la ineficiente gestión por parte de muchos países en la cuestión de los refugiados solo sirvió para promover el antieuropeismo y la “Fortaleza Europa”. Las acciones emprendidas por Hungría o Eslovenia que blindaron sus fronteras, al tiempo que algunos estados, como Polonia, endurecieron su postura respecto a los valores “humanistas” que se creyeron arraigados en el continente, constituyendo un serio reto para la Comisión Europea y la cohesión comunitaria en general. 

La resurrección de esas fuerzas populistas y de extrema derecha ha sido el resultado de la crisis económica, de la descomposición y pérdida de los beneficios sociales que, durante décadas, había garantizado el llamado «Estado de bienestar» impulsado por los socialdemócratas, la indiferencia de la clase política hacia los reclamos de los ciudadanos y la ausencia de una estrategia humanista que enfrente el empuje de la inmigración en el contexto de la crisis económica sistémica del capitalismo globalizado. 

En ese contexto también se exacerbó el militarismo y la guerra en las relaciones internacionales, liderado por los Estados Unidos y secundado por las principales potencias de la Unión Europea, provocando la oleada de inmigrantes económicos y refugiados de los conflictos y la inseguridad reinante en Iraq, Siria, Libia, Yemen, entre otros. 

El conjunto de los factores enumerados advierten que una construcción europea irreversible constituye una percepción falsa, pues la historia ha demostrado que cualquier proceso social puede ser revertido, y debe reconocerse que los partidos políticos no han sabido ofrecer respuestas creíbles a las problemáticas mencionadas, ni a los temores de los ciudadanos por la pérdida de riqueza material y, como consecuencia, de las libertades individuales relacionadas con el consumo y el nivel de vida, la igualdad de género, laicidad o, al menos, preeminencia del Estado sobre la religión, entre otros temas no menos importantes. 

En este panorama, es la socialdemocracia la que más ha perdido en la batalla electoral, al practicar una política casi idéntica a la de sus rivales de derecha o conservadores, los que, a su vez, se han aproximado al populismo y a la demagogia política típica del discurso y la práctica de las fuerzas de extrema derecha o neofascistas. 

Todas estas son condiciones peligrosas y desafiantes para el futuro de la construcción europea, ya que tales fuerzas buscan ascender al poder en cada país y a nivel de las instituciones europeas, con su rechazo al proceso de integración y a la moneda única (euro). 

Existen justificados temores sobre las posibilidades de que las posiciones xenófobas y ultranacionalistas continúen propagándose. Sobre el papel que pueden desempeñar los partidos euroescépticos, algunos dirigentes del Consejo de Europa han considerado «preocupante» que quieran aprovechar el creciente alejamiento de los ciudadanos respecto a las instituciones europeas, si bien «no es una razón para entrar en pánico [...] Los partidos euroescépticos van a menospreciar el proyecto europeo con sus palabras, pero, quizás en contra de sus propias intenciones, lo desarrollarán mediante sus acciones», pues si los euroescépticos se organizan en torno a Europa fortalecerán, en una gran «paradoja», su esfera pública,[1] propagándose, principalmente en el norte comunitario y en el este de Europa, donde muchos gobiernos conservadores se han escorado en la derecha para afianzarse en el poder. 

En ese sentido, hay que razonar sobre la evolución de la creciente ola islamofóbica en Alemania, materializada en las llamadas Pegida[2] y en el aumento tras la crisis de los que buscan refugio entrando a Europa a través de los Balcanes. Al mismo tiempo que crecen los partidos racistas y xenófobos, los organismos especializados advierten que Europa necesitará sumar 50 millones de trabajadores hasta el 2050 si quiere mantener su sistema social debido al envejecimiento de la población. La única forma de lograrlo es admitir mano de obra extracomunitaria. 

Es por eso que Alemania, al tener la edad media más alta del mundo, en el 2015, decidió recibir más de un millón de inmigrantes. En realidad, es casi toda Europa la que se debate entre la necesidad de atraer e integrar inmigrantes a su mercado laboral y la prédica derechista que reclama una “nación pura” libre de inmigrantes de otras culturas. 

A modo de conclusiones, es precisamente el factor económico el que ha causado la acentuación de las divisiones políticas en el seno de la Unión Europea y, también, una disminución de su capacidad para responder a nuevos desafíos en el ámbito regional y global.
Un desafío importante para el proceso de la integración europea es el asunto de la salida de Gran Bretaña (brexit) de la Unión Europea porque sin Gran Bretaña podría convertirse en un socio comercial menos atractivo a nivel mundial. Hay quienes han ido más lejos con predicciones catastrofistas cuando consideran que el brexit podría conducir “no solo a la destrucción de la Unión Europea sino también a la civilización política occidental”. 

Todavía no se aprecia en Europa una reacción hacia la frustración del electorado que se siente desconectado de los partidos políticos dominantes, amenazados por los mercados mundiales de la globalización neoliberal, por las desigualdades económicas y muy incómodos con los cambios étnicos abruptos aparejados por la inmigración y sus impactos en materia de seguridad, los sistemas de salud y de educación. 

El auge nacionalista y de la extrema derecha será en el 2017, en el contexto electoral de Holanda, Francia y Alemania, un verdadero desafío para la Unión Europea y a las instituciones internacionales en general. El populismo es una señal de alerta para que los políticos europeos presten más atención a las demandas de una parte de la población desconcertada y pesimista acerca de su futuro. ¿No será demasiado tarde? 

Lo cierto es que, desde el 2008, la reticencia a hacer frente a asuntos difíciles, la incapacidad para aceptar los costes del ajuste necesario y la falta de liderazgo ha resultado en un estancamiento. No es probable que esto vaya a cambiar en el 2017. 

La amenaza a la unidad de Gran Bretaña, los imperativos electorales nacionales, los intentos desesperados de la Unión Europea de mantener la unidad si Italia y Francia albergan la idea de una salida y nuevas crisis de seguridad o políticas podrían diluir o incluso anular el resultado del referendo. 

En este sentido, debe recordarse que durante su campaña electoral, Donald Trump se mostró crítico con varias instituciones internacionales, como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) o la Organización Mundial de Comercio (OMC). Sin embargo, dar marcha atrás al libre comercio y recuperar empleos será una tarea lenta, y quizás imposible. Forzar el cambio en cadenas de suministros mundiales y modelos de negocios complejos podría resultar aún más difícil, especialmente si las empresas estadounidenses tienen voz en el asunto. 

Casi con toda probabilidad, poco va a cambiar en el 2017 en Europa. Los que predicen un auge de la ola populista han citado la victoria de Donald Trump en los Estados Unidos, la votación en el Reino Unido a favor de una salida de la Unión Europea y el rechazo de Italia a las reformas constitucionales como acontecimientos precursores o más influyentes en el 2017. Pero, en mi opinión, en buena medida impactada por todo eso, el acontecimiento más influyente en Europa serán las elecciones francesas previstas para abril-mayo de 2017, gane o no gane la extrema derecha que lidera la populista Marina Le-Pen. 

Los políticos harán lo mejor que puedan para arreglárselas y mantener el status quo, pero la ausencia de una respuesta fácil y exenta de costes sugiere que cuando llegue enero del 2018, la Unión Europea seguirá más o menos en el mismo lugar en el que está ahora: sumida en múltiples contradicciones y en la incertidumbre de su laberinto.[3]
 
Notas:

[1] Alto cargo del Consejo Europeo cree que la UE sabrá prevenir otra crisis. (2 de diciembre de 2013) El Diario Montañés. Recuperado de http: //www.eldiariomontanes.es/agencias/20131202/mas-actualidad/nacional/alto-c.... 

[2] Así se denomina al grupo Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (Pegida, por sus siglas en alemán). Pegida, el movimiento antiislámico que divide a Alemania. (5 de enero de 2015). BBC Mundo. Recuperado de http://www.bbc.com/mundo/ultimas_noticias/2015/01/150105_ultnot_alemania_colonia_manifestacion_fp
 
[3] ¿Quiere una predicción atrevida para el 2017? No va a cambiar nada. http://gestion.pe/politica/quiere-prediccion-atrevida-2017-no-va-cambiar-nada-2178709

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