lunes, 6 de mayo de 2013

SOCIALISMO versus FASCISMO

Por Ernesto Molina Molina. [1]

Es cierto que el poder implica muchas veces ejercer la violencia. Pero esa violencia puede tener un carácter positivo cuando se ejerce contra los opresores por los oprimidos. Uno de los principales objetivos de este pequeño ensayo, provocado por mis amables alumnos de la maestría de Relaciones Internacionales, es reconocer el papel que puede desempeñar el Estado socialista por alcanzar toda la diversidad de derechos legítimos por los cuales debemos luchar.

El hecho de que Marx haya hecho especial énfasis en la lucha de clases no es una limitación; es más bien un mérito; pues para ganar toda la justicia de este mundo, es el mejor punto de partida: sin poder no se puede hacer nada. Y estamos hablando del poder político que se ejerce a favor del pueblo.

Los fascistas suelen acusar al poder político que se ejerce a favor del pueblo de abusar de la violencia en contra de los “derechos democráticos”. Las comillas aquí las ponemos porque en realidad los fascistas defienden por todos los métodos (principalmente los métodos violentos, espurios e ilegítimos posibles) los derechos del capital. 

Cabe entonces preguntarse:

La “naturaleza humana” pareciera seguir las leyes darwinianas de la naturaleza, en que la violencia está siempre presente. Llama la atención como Darwin se inspiró en Malthus y no a la inversa, para concebir el desarrollo de la naturaleza como una lucha permanente en que prevalece el más fuerte sobre el más débil.[2] De hecho, en la sociedad en que domina el sistema del capital, la “naturaleza humana” necesariamente ha de ser reflejo de las relaciones antagónicas entre el capital y el trabajo. 

De aceptar las ideas malthusianas, sería imposible eliminar la “cultura” de la violencia. Y sin embargo, la violencia puede desempeñar un papel positivo cuando es éticamente bien ejercida contra la violencia fascista. Contra el poder burgués ha de enfrentarse el poder proletario. Si la clase obrera no accede al poder político, la burguesía no va a renunciar “bondadosamente” sus propiedades para llevar adelante una sociedad más justa. Si la clase obrera, una vez que logra ejercer cuotas de poder frente al capital, no sabe defender inteligentemente ese poder alcanzado, la revolución se pierde.

Los pocos intentos históricos hasta ahora de acceder al poder político a favor de los trabajadores por vía pacífica han sido aplastados en sangre. Ello no quiere decir que surja la posibilidad algún día de una revolución socialista por la vía pacífica, es decir, sin la presencia de la lucha armada. Y aún así, la “violencia democrática” de arrebatar los medios de producción al gran capital en beneficio de las grandes mayorías, estará presente.

En todas las sociedades de clase, por supuesto que el poder y la violencia están presentes. Quien no acepta los medios idóneos para alcanzar un fin, de hecho, aunque mucho lo proclame, realmente no ha abrazado ese fin proclamado. Y “métodos idóneos” no quieren decir que “el fin justifica los medios”. La Revolución Cubana jamás ha utilizado la tortura contra nadie. Y contra Cuba se han utilizado todos los métodos terroristas más disímiles.

Intentar explicar la violencia como una supuesta “tendencia natural del ser humano” a sentirse superior a los demás; es como intentar explicar la explotación del hombre por el hombre por razones psicológicas inherentes al ser humano.

“La violencia es la comadrona de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva. Es ella misma una potencia económica”[3], expresa acertadamente Carlos Marx en el capítulo 24 del primer Tomo de “El Capital”.

En las ciencias sociales, la historia desempeña un papel esencial. Normas y leyes no es lo mismo. Sin Estado no hay derecho. Las normas surgen en un contexto histórico y la familia como “célula” de la sociedad también obedece a un contexto histórico espacial. Pero la legalidad exige la existencia del Estado. Esta distinción entre normas y leyes es imprescindible tenerla presente. Conviene acudir a las obras: “El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado”, de Federico Engels; así como a “El Estado y la Revolución”, de Lenin.

El Estado existe como aparato de represión de una clase social sobre otras clases sociales. Esto es como el ABC de la ciencia política y después de la Comuna de París, Marx concluyó que una revolución socialista triunfante tenía que destruir al Estado burgués y construir un nuevo aparato estatal proletario. Vale la pena reiterar aquí la importancia de la obra “El Estado y la Revolución”, en la cual Lenin pudo analizar y enriquecer la propia evolución de la teoría revolucionaria de Marx acerca del Estado.

Aquellos que invitan a renunciar a los procesos revolucionarios, suelen hacer las siguientes preguntas: ¿Qué sentido tuvo llevar adelante la Revolución de Octubre comandada por Lenin, si 70 años después sobrevino la caída de la URSS y el Campo Socialista? ¿Fue injusta entonces la violencia ejercida por la Revolución de Lenin? ¿Para qué avanzar si después se puede sufrir un retroceso? ¿De qué valió la derrota del fascismo y la gran victoria de la Guerra Patria frente a los nazis, si el estalinismo estuvo plagado de crímenes y errores?

Si mantenemos este enfoque en que prevalece una premisa falsa: “la violencia de por sí es injusta”, o “el poder de por sí corrompe”; entonces sacamos un corolario muy inmovilizador de las fuerzas del cambio: No vale la pena utilizar métodos violentos de defensa ante la violencia de los opresores, ni vale la pena luchar por el poder.

La ciencia tiene que basarse en hechos, más que en opiniones. No es lo mismo “aspirar” y “esperar” por un mundo mejor donde no exista la violencia, que luchar, uniéndome solidaria y  organizadamente a las fuerzas revolucionarias que luchan con una estrategia política bien definida por derrotar el sistema de opresión vigente. Por tanto, es necesario identificar a los actores sociales del cambio y contar con un programa de lucha bien conformado.

En la agenda del socialismo hay muchos problemas acumulados de las sociedades clasistas que el socialismo debe resolver. Uno de ellos es el fascismo. ¿Hay solución contra el fascismo? 

Mientras más logra el capital dividir a los obreros, logra explotarlos más. Y el fascismo contribuye a esa división que el capital necesita. Los obreros quieren tiempo para sí mismos, quieren energía después de trabajar, reducir la jornada, elevar el salario real, reducir el grado de explotación. Los capitalistas empujan en dirección contraria.  Para ello introducen nuevas tecnologías: para elevar el grado de explotación. La tecnología es un instrumento de la lucha de clases. La división de los obreros por estructura etárea, razas, etnias, nacionalidades, género, religiones, etcétera, todo ello favorece al capital en la lucha de clases. Sólo en la lucha contra el capital se avanza contra el fascismo. Y esa lucha debe continuar incluso después de la conquista del poder político por los trabajadores.[4]

Porque el fascismo es inculcado por los defensores del capital en el propio seno de los trabajadores, acudiendo especialmente al chovinismo, a un nacionalismo espurio, ya sea revanchista, como sucedió con la Alemania nazi después de la I Guerra Mundial; o por Pinochet, esgrimiendo ese mismo chovinismo contra el socialismo defendido por el presidente constitucional Salvador Allende a quien se le acusaba de servir a supuestos intereses totalitarios y extranjeros. De allí que la tarea revolucionaria consiste – para empezar – en mover la conciencia del trabajador confundido por el poder mediático hacia la unidad con sus hermanos de clase y en liberarlo de la cultura impuesta por el amo.

Ciertamente, Marx nos habló del hombre alienado por el capital en el tiempo no libre, aquel en que su esencia – el trabajo – le es enajenado. Hoy podemos añadir que el hombre es enajenado en el llamado tiempo libre: cuando las industrias del entretenimiento banalizan su conciencia. Y cuando el poder mediático fascista intenta convertir en verdad una mentira repetida y repetida hasta subliminalmente.

Cuando leemos, al menos tenemos que imaginar lo que leemos, entrenamos el cerebro en ese esfuerzo. Ante la pantalla, todo es más fácil, somos simples receptores. A menos que desarrollemos nuestra capacidad de ver la televisión con ojos críticos.

Por tanto, no  debemos renunciar a crear nuestras propias industrias culturales, generadoras de empleo y beneficios económicos para nuestros pueblos, pero también defensoras de nuestra identidad cultural y, por tanto, de nuestra conciencia de emancipación. Frente a CNN y tantas televisoras al servicio del capital, desarrollemos TELESUR y otras alternativas y seamos cada vez mejores promotores críticos de nuestra cultura emancipadora de lucha. Hoy se habla del “poder blando”, aquel que se logra sobre las conciencias mediante los medios masivos. Quitarle cuotas de poder al capital mediante los medios alternativos tiene que estar en nuestra agenda de lucha.

Las personas pueden llegar a desarrollar todo su potencial cuando también pueden tomar decisiones en sus comunidades. Si se les impide a las personas utilizar su mente en el centro de trabajo y sólo se cuenta con sus manos y hombros, para seguir órdenes que llegan desde arriba, sin protagonismo alguno de los trabajadores, el resultado es la anulación tanto física como intelectual, la fragmentación de los productores, la degradación y enajenación de sus potencialidades intelectuales en el proceso laboral. 
    
Cuanto más exploramos estas ideas, más reconocemos que esto es lo que debe ser el socialismo para el siglo XXI – una democracia profunda  en la práctica, un proceso en el cual cambiamos simultáneamente las sociedades y a nosotros mismos.

Tanto Marx como Lenin (y muy especialmente Chávez)  tuvieron muy en cuenta al pueblo, a la sociedad civil, al conjunto de clases y capas sociales, muy diverso, pero que hace patente que los procesos de cambio social no son posibles sin esa participación cada vez más consciente de todos los miembros de la sociedad en todos los niveles. No es casual que hoy comience a hablarse de un nuevo sujeto histórico.

Cada persona es irrepetible y tiene derecho a serlo. La individualidad exige protagonismo, participación en las decisiones. Ello supone capacidades y necesidades diferentes. Los actos dirigidos a la producción deben contemplar con flexibilidad las consecuencias más remotas de esas diferencias.

Para Marx y para Lenin, la liberación real del trabajo al capital sólo será efectiva y por tanto real, cuando se alcance una disciplina laboral, no resultado del palo, ni del hambre, sino resultado de un acto consciente, no sólo de dominio sobre las fuerzas de la naturaleza, sino también sobre la sociedad, esto es, los productores libres y asociados actuarán como propietarios, la propiedad se personificará no como un acto formal o solamente jurídico, sino de manera efectiva, real.

Ello supone un gran desarrollo, no sólo de las ciencias naturales, sino sobre todo, de las ciencias sociales. La nueva moral socialista no podrá abrirse paso, si sólo nos apoyamos en la “vieja” moral capitalista, pero que no por vieja, deja de ser la que todavía persiste cuando se inicia el tránsito a la nueva sociedad.
  
Ernesto Che Guevara estaba dispuesto a incorporar todo lo más avanzado de la técnica capitalista que estuviera al alcance de un país subdesarrollado como Cuba, contando para ello con la herencia dejada por los monopolios imperialistas. No estaba dispuesto a utilizar en la misma forma las categorías económicas del capitalismo. Y no era que negara la presencia objetiva del valor en el período de transición del capitalismo al socialismo. Se trataba de la forma en que debía actuarse ante la existencia objetiva de esta ley.

El Che era un hombre de ideas: no es justo  reducir su imagen ejemplar a ser un militar, un hombre que ejerce la violencia, heroico, abnegado, valiente, todos atributos respetables, pero que no dan la idea completa del “hombre nuevo” que en grado muy diverso está muy  presente en muchos hombres y mujeres del pueblo cubano, sin llegar quizás a la altura del Che. En el pueblo “hay muchos Camilos”, había dicho Fidel en 1959. La condición humana y revolucionaria no puede desaparecer en un pueblo cuando deja de existir físicamente una persona como el Che.

Ése es el sentido de la frase “Seremos como el Che”, tal y como hoy decimos “Todos somos Chávez”. Si el Che como persona física desapareció ¿Por qué una y otra vez lo tenemos tan presente? ¿Cometemos un sacrilegio con ello?

Las ideas revolucionarias anteceden a las revoluciones. El socialismo del siglo XXI tendrá que contar con Marx, con el Che y con Chávez.

La propiedad socialista no debe conducir a que algunas personas puedan desarrollar sus capacidades y otras no lo puedan hacer. Esto es lo que quería decir Marx cuando declaró claramente que la meta es "una asociación donde el libre desarrollo de cada cual  dependa del libre desarrollo de todos".

Para crear una sociedad con pleno desarrollo de su potencial humano es imprescindible destinar amplios recursos materiales y humanos a ese fin, brindando las mismas oportunidades a todos sus miembros.

El acceso a los valores de uso es una cuestión de vida o muerte para el sujeto. Pero la disponibilidad del valor de uso de la mercancía depende, precisamente, del valor de cambio en el capitalismo. Al capital solo le interesa el valor de uso como soporte material del valor de cambio. Ello puede explicar por qué hablamos hoy de “capitalismo del desperdicio”, porque mientras más rápido se consume y destruye lo producido, más amplio se hace el mercado y mayores son las ganancias del capital.

El diseño socialista del valor de uso debe conducir a proteger las dos fuentes de toda riqueza: la naturaleza y la sociedad.

Mientras el socialismo tenga que coexistir y relacionarse con el capitalismo a escala global, la optimización de los gastos de trabajo social tendrá que asumir la forma de valor; e incluso, adaptar los mecanismos de decisión de la empresa socialista a la competencia que genera el capitalismo en su fase imperialista y  en contraposición a la economía global polarizada en países desarrollados y subdesarrollados.

El desarrollo de la propiedad social es un proceso que parte de bases desiguales; y avanza de forma desigual. Su realización se expresa en un cierto nivel de organización de la gestión económica a escala global (el plan); y un nivel de organización empresarial. Suelen existir también otros niveles intermedios de gestión (ramal, ministerial, regional, comunal, etcétera)

La propiedad social ha de tener entonces distintas formas de manifestación; lo cual implica establecer su regulación más adecuada; de lo contrario, el nivel de auto reconocimiento del propietario socialista puede quedar muy restringido o muy desigual; sobre todo a escala comunal e individual.

¿Hasta qué punto el Estado es un campo de batalla o un territorio de negociación donde se continúa la lucha o coordinación entre los grupos sociales representados en los diversos tipos de propiedad que conviven con la propiedad socialista?

Esclarecer todos estos problemas cardinales es esencial para comprender el papel que debe desempeñar el Estado socialista frente a los mecanismos de dominación del capitalismo global en su relación con el subdesarrollo. Para ello es necesario ir paso a paso reconociendo las mediaciones que permiten identificar los aspectos objetivos (económicos) y subjetivos (políticos) de las categorías de la economía política.

La práctica demuestra que una excesiva centralización de la formación de precios genera deformaciones y  efectos adversos. Pero también una liberalización de precios que traspase ciertos límites lleva a una acción regresiva de las relaciones monetario mercantiles. Porque la ley del valor conduce de forma espontánea y objetiva a la polarización social. Por tanto, un Estado socialista no puede ser indiferente a la libre acción de la ley del valor; de alguna forma ha de contrarrestar sus efectos perversos.

De hecho, el dinero “socialista” ya no puede comprarlo todo. Hay que valerse de relaciones no monetarias para lograr satisfacer muchas necesidades de primera importancia (salud, educación, etc.) La cuestión entonces consiste en identificar cuáles cosas es imprescindible y conviene seguir comprando con dinero.

Pero además el dinero no sirve solo para comprar; sirve también para medir, como dinero aritmético. La contabilidad socialista tendrá que contar con el dinero aritmético por mucho tiempo aún.

¿Quién decide la estructura de valores de uso a ofertar en el mercado socialista? ¿Cuáles son los valores de uso que se corresponden con el socialismo? ¿Cómo deben corresponderse los gastos de trabajo socialmente necesario con esa estructura de valores de uso? ¿Cómo entra a jugar su papel el plan?

Ninguna de estas preguntas es fácil de responder, sobre todo si no se conoce el contexto y entorno histórico en que se hacen. El ciudadano socialista tiene derecho a decidir cómo gasta su dinero; pero el Estado socialista ha de velar por la supervivencia y desarrollo del sistema social y no puede complacer en toda su amplitud el surtido demandado en cada etapa y circunstancia histórica.

Al plan socialista tiene que interesarle que se logre el mínimo relativo de gastos de trabajo que requiere la sociedad en la elaboración del producto, según la disponibilidad de recursos con que se cuenta. No es un mínimo ramal, sino social; pero por el solo hecho de existir la propiedad social, no se cumple automáticamente este requisito.

Al plan socialista ha de interesarle también proteger a la naturaleza en su  capacidad de reproducción de los valores de uso necesarios a la sociedad y a la naturaleza misma. Las contradicciones latentes en la mercancía socialista no tienen que desarrollarse en la misma dirección de la ley de la plusvalía; de allí la importancia de esclarecer la ley económica fundamental del socialismo.

El socialismo ha de surgir y desarrollarse en lucha con el capitalismo global, no puede ser autárquico. Los países que elijan el camino socialista no pueden renunciar a ser economías abiertas. El camino de la integración de nuestras naciones del Sur es una necesidad imperiosa para nuestro desarrollo. De allí la importancia de crear el Banco del Sur y reactivar la Comisión del Sur, con vistas a caminar hacia la integración de nuestros pueblos. La Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) debe ser el inicio de ese camino hacia la integración que nos salve en el siglo XXI.

Para reunir realmente todos los elementos de la nueva sociedad, se requiere dar un paso esencial, que es común, cualquiera que sea el  camino particular elegido; y este paso es el control y transformación del Estado. Mientras la gobernabilidad neoliberal expresa capacidad de dominación, la gobernabilidad revolucionaria debe expresar capacidad de emancipación, capacidad de servir a los intereses del pueblo, capacidad de convertir al pueblo en gobernante de su propio destino. Un Estado socialista bien diseñado, próspero, puede y debe ser el mejor ejemplo de solidaridad internacionalista.

En cambio, una visión fatalista de la sociedad global futura no puede concebir la posibilidad  del “hombre nuevo” del socialismo. Concebir al hombre del futuro como un consumidor de imágenes sentado ante una pantalla (de televisión, de computadora, de videojuego) digamos, al hombre del “Norte”, aunque viva en el “Sur”; un sujeto pasivo no pensante; por supuesto, que ese hombre no nos puede representar a ese mundo mejor que aspiramos construir. Y si constatamos que una muy buena parte de la población mundial no tiene acceso a energía eléctrica, y muchos menos a las tecnologías informáticas, entonces tendríamos que aceptar que la exclusión es inherente a la naturaleza humana, cuando realmente lo es del capitalismo global. Esa realidad del desempleo y la exclusión pertenece a la agenda que el socialismo tiene que resolver.

Aún cuando cada persona es irrepetible y, por tanto, el “hombre nuevo” necesariamente tiene que ser muy diverso, el socialismo no puede prescindir de él. No basta con hacer crecer el objeto sobre el cual recae la propiedad, es decir, incrementar la producción no es suficiente. Ello sólo explicaría en el plano físico y cuantitativo el crecimiento de la propiedad socialista. Si no se desarrolla también el sujeto que ejerce la propiedad socialista, el “proceso” queda incompleto y sobre todo, muy vulnerable.

Esta idea fue muy bien reflejada por el Che cuando expresó:

“El socialismo económico sin moral comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria, pero al mismo tiempo luchamos contra la alienación. Uno de los objetivos fundamentales del marxismo es hacer desaparecer el interés, el factor de interés individual y de lucro como motivación psicológica. Marx se preocupaba tanto del hecho económico como de su repercusión sobre el espíritu y del resultado definitivo de esta repercusión: el hecho de conciencia. Por lo tanto, si el comunismo no se preocupa del hecho de conciencia, se convierte en un método de distribución, pero no será nunca una moral revolucionaria.”[5]

Quienes no conciben otra “naturaleza humana” que aquella que surge de las entrañas del capitalismo, no pueden hallar el camino para enfrentarse al Fondo Monetario Internacional, a las bombas inteligentes, a los satélites de espionaje, al fantasma de la desocupación, a los medios de comunicación masivos de escala planetaria, e incluso, a los métodos fascistas que el imperialismo introduce en capas sociales confundidas por los cómplices internos del imperialismo.

Es como no ver la luz al final del túnel.  Y ciertamente, el sistema del capital ha mostrado a lo largo de la historia cierta flexibilidad para adaptar y perfeccionar sus formas de dominación. También la historia de la resistencia al capital muestra el camino difícil, pero irrenunciable del aprendizaje de nuevas formas de lucha por las fuerzas revolucionarias.

¿Valdrá la pena hacer la revolución? Se nos pudiera preguntar:

¿Para qué iniciar una revolución en nuestros países del Sur, por ejemplo, confiscar las empresas industriales, repartir las tierras, promover el bienestar por medio de iniciativas populares (salud y educación gratuitas y de calidad, créditos hipotecarios, cultura para todos), si “el poder de por sí corrompe” y más tarde, más temprano, se repetirán los abusos de poder y la violación de los derechos legítimos de los ciudadanos?

Los juicios acerca de los motivos que mueven a los revolucionarios a sacrificar sus vidas personales por una causa, suelen no ser comprendidos por quienes no están dispuestos a hacer lo mismo. Ello les hace cuestionar la justeza de las dolorosas decisiones que deben tomar los revolucionarios, para no seguir rutinariamente aceptando el status quo y buscar soluciones estratégicas de carácter social, por encima de sus intereses individuales más inmediatos.

Los valores que cada cual defiende se ponen en evidencia cuando se juzga a líderes revolucionarios como el Che. Aquellos que rechazan el camino revolucionario pueden “suponer” que el Che renunció a su puesto en la Revolución Cubana por más afán del poder que ya tenía como Ministro de Industria y Comandante de la Revolución, sin importarle dejar abandonada su familia en Cuba. Así, se puede presentar al Che como un ambicioso de poder, un padre irresponsable y un juez implacable con sus compañeros de lucha.

Hoy también los fascistas acusan al presidente legítimo de la República Bolivariana de Venezuela de ambicioso de poder.

Sin exagerar, quiero citar a Antonio Gramsci cuando nos habla de política y ambición:

“¿Puede existir la política, o sea la historia en acción, sin ambición? “La ambición” ha adquirido un significado peyorativo y despreciable por dos razones principales: 1) porque se ha confundido la ambición (grande) con las pequeñas ambiciones; 2) porque la ambición ha conducido demasiado a menudo al más bajo oportunismo, a la traición de los viejos principios y de las viejas formaciones sociales que habían dado al ambicioso las condiciones para pasar a un servicio más lucrativo y de  más pronto rendimiento.”[6]

“Algo que existe en el carácter de todo jefe es el ser ambicioso, o sea aspirante con todas sus fuerzas al ejercicio del poder estatal. Un jefe no ambicioso no es un jefe, y es un elemento peligroso para sus seguidores: es un inepto o un cobarde.” [7]

Por supuesto, la coherencia entre pensamiento y acción en el Che lo califican en el espíritu de Gramsci como un legítimo jefe. Ángel Arcos Bergnes en “Evocando al Che”[8], libro excelente de cerca de 500 páginas, nos presenta al Che jefe cotidiano, jefe exigente, Ministro de Industrias, pero también, como diría nuestro poeta nacional, “Che comandante amigo”. 

También Marx sacrificó su felicidad como hombre de familia a su ideal revolucionario, no fue un hombre “práctico” y sí lo fue a su manera de entender como afirmó en bellísima carta a S. Meyer:

“... Entonces, ¿por qué no le he contestado? Es que, durante todo este período tenía ya un pie en la tumba. Por consiguiente, me era preciso aprovechar CADA instante que me era posible trabajar para terminar mi obra, a la cual he sacrificado salud, felicidad y familia. Espero no tener que añadir nada a esta explicación. Me río de la gente que se dice “práctica” y de su sabiduría. Si quisiera uno comportarse como una bestia, podría uno evidentemente volver la espalda a los tormentos de la humanidad y no ocuparse sino de su propio pellejo. Pero me habría considerado realmente como NO PRÁCTICO si hubiera muerto sin haber terminado mi libro, o por lo menos el manuscrito”.[9]

Aliento a los compañeros que asisten a esta maestría a leer la dramática carta de Jenny Marx a Weydemeyer que amablemente me facilitó una compañera de este curso aquí presente.  




[1] Profesor Titular del Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García”, MINREX, Cuba.

[2] Según Malthus, la miseria en la sociedad era inevitable dada la propia naturaleza humana: el hombre tiende a multiplicarse en forma ilimitada, mientras que la producción de alimentos está sometida a la ley de la fertilidad decreciente de la tierra, de allí la necesidad de la lucha de unos contra otros por la supervivencia.

[3] C. Marx, F. Engels. Obras Escogidas, Tomo II, p. 139, Editorial Progreso, Moscú, 1966.

[4] Michael Lebowitz hace una excelente fundamentación de la fuerza que asume el sistema del capital con el fomento de la división de los trabajadores. Consúltese su obra “Más allá de El Capital”, Ediciones Akal, S.A., 2005.

[5] Un reportaje al Che en Argelia. Entrevista con Jean Daniel titulada “La profecía del Che”, citado en Ernesto Che Guevara: La Economía Socialista: debate .Editorial Nova Terra, Tamarit 191, Barcelona 11, pp. 46 – 47.

[6]   Gramsci y la Filosofía de la Praxis, Selección hecha por los profesores Gerardo Ramos y Jorge Luis Acanda, p.111, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1997.

[7] Idem.

[8] Angel Arcos Bergnes, Evocando al Che, Ciencias Sociales, 2007.

[9] Carlos Marx, Federico Engels, Cartas sobre El Capital, p. 158, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1976.  

2 comentarios:

  1. Felicitaciones por tu blog!!
    He escrito un artículo sobre los sellos postales de Cuba en el mío, si te interesa puedes leerlo: http://www.albumdeestampillas.blogspot.com.ar/2010/07/antillas-espanolas.html
    Saludos,
    Pablo de Argentina

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  2. Gracias Pablo!!
    También he leído su artículo sobre los sellos postales de Cuba, que me parece muy interesante e instructivo. Reciba mis felicitaciones por la utilidad de su blog.
    Saludos,
    Leyde, desde Cuba.

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