Por Ernesto Molina Molina. [1]
Es cierto que el
poder implica muchas veces ejercer la violencia. Pero esa violencia puede tener
un carácter positivo cuando se ejerce contra los opresores por los oprimidos.
Uno de los principales objetivos de este pequeño ensayo, provocado por mis
amables alumnos de la maestría de Relaciones Internacionales, es reconocer el
papel que puede desempeñar el Estado socialista por alcanzar toda la diversidad
de derechos legítimos por los cuales debemos luchar.
El hecho de que
Marx haya hecho especial énfasis en la lucha de clases no es una limitación; es
más bien un mérito; pues para ganar toda la justicia de este mundo, es el mejor
punto de partida: sin poder no se puede hacer nada. Y estamos hablando del poder
político que se ejerce a favor del pueblo.
Los fascistas
suelen acusar al poder político que se ejerce a favor del pueblo de abusar de
la violencia en contra de los “derechos democráticos”. Las comillas aquí las
ponemos porque en realidad los fascistas defienden por todos los métodos
(principalmente los métodos violentos, espurios e ilegítimos posibles) los
derechos del capital.
Cabe entonces
preguntarse:
La “naturaleza
humana” pareciera seguir las leyes darwinianas de la naturaleza, en que la violencia
está siempre presente. Llama la atención como Darwin se inspiró en Malthus y no
a la inversa, para concebir el desarrollo de la naturaleza como una lucha
permanente en que prevalece el más fuerte sobre el más débil.[2] De hecho, en la sociedad en que domina el sistema del capital, la
“naturaleza humana” necesariamente ha de ser reflejo de las relaciones
antagónicas entre el capital y el trabajo.
De aceptar las
ideas malthusianas, sería imposible eliminar la “cultura” de la violencia. Y
sin embargo, la violencia puede desempeñar un papel positivo cuando es éticamente
bien ejercida contra la violencia fascista. Contra el poder burgués ha de
enfrentarse el poder proletario. Si la clase obrera no accede al poder
político, la burguesía no va a renunciar “bondadosamente” sus propiedades para
llevar adelante una sociedad más justa. Si la clase obrera, una vez que logra
ejercer cuotas de poder frente al capital, no sabe defender inteligentemente
ese poder alcanzado, la revolución se pierde.
Los pocos
intentos históricos hasta ahora de acceder al poder político a favor de los
trabajadores por vía pacífica han sido aplastados en sangre. Ello no quiere
decir que surja la posibilidad algún día de una revolución socialista por la
vía pacífica, es decir, sin la presencia de la lucha armada. Y aún así, la “violencia
democrática” de arrebatar los medios de producción al gran capital en beneficio
de las grandes mayorías, estará presente.
En todas las
sociedades de clase, por supuesto que el poder y la violencia están presentes.
Quien no acepta los medios idóneos para alcanzar un fin, de hecho, aunque mucho
lo proclame, realmente no ha abrazado ese fin proclamado. Y “métodos idóneos”
no quieren decir que “el fin justifica los medios”. La Revolución Cubana jamás
ha utilizado la tortura contra nadie. Y contra Cuba se han utilizado todos los
métodos terroristas más disímiles.
Intentar
explicar la violencia como una supuesta “tendencia natural del ser humano” a
sentirse superior a los demás; es como intentar explicar la explotación del
hombre por el hombre por razones psicológicas inherentes al ser humano.
“La violencia es
la comadrona de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva. Es
ella misma una potencia económica”[3], expresa acertadamente Carlos Marx en el capítulo 24 del primer
Tomo de “El Capital”.
En las ciencias
sociales, la historia desempeña un papel esencial. Normas y leyes no es lo
mismo. Sin Estado no hay derecho. Las normas surgen en un contexto histórico y
la familia como “célula” de la sociedad también obedece a un contexto histórico
espacial. Pero la legalidad exige la existencia del Estado. Esta distinción
entre normas y leyes es imprescindible tenerla presente. Conviene acudir a las
obras: “El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado”, de Federico
Engels; así como a “El Estado y la Revolución”, de Lenin.
El Estado existe
como aparato de represión de una clase social sobre otras clases sociales. Esto
es como el ABC de la ciencia política y después de la Comuna de París, Marx
concluyó que una revolución socialista triunfante tenía que destruir al Estado
burgués y construir un nuevo aparato estatal proletario. Vale la pena reiterar
aquí la importancia de la obra “El Estado y la Revolución”, en la cual Lenin
pudo analizar y enriquecer la propia evolución de la teoría revolucionaria de
Marx acerca del Estado.
Aquellos que
invitan a renunciar a los procesos revolucionarios, suelen hacer las siguientes
preguntas: ¿Qué sentido tuvo llevar adelante la Revolución de Octubre comandada
por Lenin, si 70 años después sobrevino la caída de la URSS y el Campo
Socialista? ¿Fue injusta entonces la violencia ejercida por la Revolución de
Lenin? ¿Para qué avanzar si después
se puede sufrir un retroceso? ¿De qué valió la derrota del fascismo y la gran
victoria de la Guerra Patria frente a los nazis, si el estalinismo estuvo
plagado de crímenes y errores?
Si mantenemos
este enfoque en que prevalece una premisa falsa: “la violencia de por sí es
injusta”, o “el poder de por sí corrompe”; entonces sacamos un corolario muy
inmovilizador de las fuerzas del cambio: No vale la pena utilizar métodos
violentos de defensa ante la violencia de los opresores, ni vale la pena luchar
por el poder.
La ciencia tiene
que basarse en hechos, más que en opiniones. No es lo mismo “aspirar” y
“esperar” por un mundo mejor donde no exista la violencia, que luchar,
uniéndome solidaria y organizadamente a
las fuerzas revolucionarias que luchan con una estrategia política bien definida
por derrotar el sistema de opresión vigente. Por tanto, es necesario
identificar a los actores sociales del cambio y contar con un programa de lucha
bien conformado.
En la agenda del
socialismo hay muchos problemas acumulados de las sociedades clasistas que el
socialismo debe resolver. Uno de ellos es el fascismo. ¿Hay solución contra el fascismo?
Mientras más logra el capital dividir a los obreros, logra explotarlos más.
Y el fascismo contribuye a esa división que el capital necesita. Los obreros
quieren tiempo para sí mismos, quieren energía después de trabajar, reducir la
jornada, elevar el salario real, reducir el grado de explotación. Los
capitalistas empujan en dirección contraria.
Para ello introducen nuevas tecnologías: para elevar el grado de
explotación. La tecnología es un instrumento de la lucha de clases. La división
de los obreros por estructura etárea, razas, etnias, nacionalidades, género,
religiones, etcétera, todo ello favorece al capital en la lucha de clases. Sólo
en la lucha contra el capital se avanza contra el fascismo. Y esa lucha debe
continuar incluso después de la conquista del poder político por los
trabajadores.[4]
Porque el fascismo
es inculcado por los defensores del capital en el propio seno de los
trabajadores, acudiendo especialmente al chovinismo, a un nacionalismo espurio,
ya sea revanchista, como sucedió con la Alemania nazi después de la I Guerra
Mundial; o por Pinochet, esgrimiendo ese mismo chovinismo contra el socialismo
defendido por el presidente constitucional Salvador Allende a quien se le
acusaba de servir a supuestos intereses totalitarios y extranjeros. De allí que
la tarea revolucionaria consiste – para empezar – en mover la conciencia del
trabajador confundido por el poder mediático hacia la unidad con sus hermanos
de clase y en liberarlo de la cultura impuesta por el amo.
Ciertamente, Marx nos habló del hombre alienado
por el capital en el tiempo no libre, aquel en que su esencia – el trabajo – le
es enajenado. Hoy podemos añadir que el hombre es enajenado en el llamado
tiempo libre: cuando las industrias del entretenimiento banalizan su
conciencia. Y cuando el poder mediático fascista intenta convertir en verdad
una mentira repetida y repetida hasta subliminalmente.
Cuando leemos, al menos tenemos que imaginar lo
que leemos, entrenamos el cerebro en ese esfuerzo. Ante la pantalla, todo es
más fácil, somos simples receptores. A menos que desarrollemos nuestra
capacidad de ver la televisión con ojos críticos.
Por tanto,
no debemos renunciar a crear nuestras
propias industrias culturales, generadoras de empleo y beneficios económicos
para nuestros pueblos, pero también defensoras de nuestra identidad cultural y,
por tanto, de nuestra conciencia de emancipación. Frente a CNN y tantas
televisoras al servicio del capital, desarrollemos TELESUR y otras alternativas
y seamos cada vez mejores promotores críticos de nuestra cultura emancipadora
de lucha. Hoy se habla del “poder blando”, aquel que se logra sobre las
conciencias mediante los medios masivos. Quitarle cuotas de poder al capital
mediante los medios alternativos tiene que estar en nuestra agenda de lucha.
Las personas
pueden llegar a desarrollar todo su potencial cuando también pueden tomar
decisiones en sus comunidades. Si se les impide a las personas utilizar su
mente en el centro de trabajo y sólo se cuenta con sus manos y hombros, para
seguir órdenes que llegan desde arriba, sin protagonismo alguno de los
trabajadores, el resultado es la anulación tanto física como intelectual, la
fragmentación de los productores, la degradación y enajenación de sus
potencialidades intelectuales en el proceso laboral.
Cuanto más
exploramos estas ideas, más reconocemos que esto es lo que debe ser el
socialismo para el siglo XXI – una democracia profunda en la práctica, un proceso en el cual cambiamos
simultáneamente las sociedades y a nosotros mismos.
Tanto Marx como Lenin (y muy especialmente
Chávez) tuvieron muy en cuenta al
pueblo, a la sociedad civil, al conjunto de clases y capas sociales, muy
diverso, pero que hace patente que los procesos de cambio social no son
posibles sin esa participación cada vez más consciente de todos los miembros de
la sociedad en todos los niveles. No es casual que hoy comience a hablarse de
un nuevo sujeto histórico.
Cada persona es irrepetible y tiene derecho a
serlo. La individualidad exige protagonismo, participación en las decisiones.
Ello supone capacidades y necesidades diferentes. Los actos dirigidos a la
producción deben contemplar con flexibilidad las consecuencias más remotas de
esas diferencias.
Para Marx y para Lenin, la liberación real
del trabajo al capital sólo será efectiva y por tanto real, cuando se alcance
una disciplina laboral, no resultado del palo, ni del hambre, sino resultado de
un acto consciente, no sólo de dominio sobre las fuerzas de la naturaleza, sino
también sobre la sociedad, esto es, los productores libres y asociados actuarán
como propietarios, la propiedad se personificará no como un acto formal o
solamente jurídico, sino de manera efectiva, real.
Ello supone un gran desarrollo, no sólo de
las ciencias naturales, sino sobre todo, de las ciencias sociales. La nueva
moral socialista no podrá abrirse paso, si sólo nos apoyamos en la “vieja”
moral capitalista, pero que no por vieja, deja de ser la que todavía persiste
cuando se inicia el tránsito a la nueva sociedad.
Ernesto Che Guevara estaba dispuesto a
incorporar todo lo más avanzado de la técnica capitalista que estuviera al
alcance de un país subdesarrollado como Cuba, contando para ello con la
herencia dejada por los monopolios imperialistas. No estaba dispuesto a
utilizar en la misma forma las categorías económicas del capitalismo. Y no era
que negara la presencia objetiva del valor en el período de transición del
capitalismo al socialismo. Se trataba de la forma en que debía actuarse ante la
existencia objetiva de esta ley.
El Che era un hombre de ideas: no es
justo reducir su imagen ejemplar a ser
un militar, un hombre que ejerce la violencia, heroico, abnegado, valiente,
todos atributos respetables, pero que no dan la idea completa del “hombre
nuevo” que en grado muy diverso está muy
presente en muchos hombres y mujeres del pueblo cubano, sin llegar
quizás a la altura del Che. En el pueblo “hay muchos Camilos”, había dicho
Fidel en 1959. La condición humana y revolucionaria no puede desaparecer en un
pueblo cuando deja de existir físicamente una persona como el Che.
Ése es el sentido de la frase “Seremos como el
Che”, tal y como hoy decimos “Todos somos Chávez”. Si el Che como persona
física desapareció ¿Por qué una y otra vez lo tenemos tan presente? ¿Cometemos
un sacrilegio con ello?
Las ideas revolucionarias anteceden a las
revoluciones. El socialismo del siglo XXI tendrá que contar con Marx, con el
Che y con Chávez.
La propiedad socialista no debe conducir a
que algunas personas puedan desarrollar sus capacidades y otras no lo puedan
hacer. Esto es lo que quería decir Marx cuando declaró claramente que la meta
es "una asociación donde el libre desarrollo de cada cual dependa del libre desarrollo de todos".
Para crear una sociedad con pleno desarrollo
de su potencial humano es imprescindible destinar amplios recursos materiales y
humanos a ese fin, brindando las mismas oportunidades a todos sus miembros.
El acceso a los valores de uso es una
cuestión de vida o muerte para el sujeto. Pero la disponibilidad del valor de
uso de la mercancía depende, precisamente, del valor de cambio en el
capitalismo. Al capital solo le interesa el valor de uso como soporte material
del valor de cambio. Ello puede explicar por qué hablamos hoy de “capitalismo
del desperdicio”, porque mientras más rápido se consume y destruye lo
producido, más amplio se hace el mercado y mayores son las ganancias del
capital.
El diseño socialista del valor de uso debe
conducir a proteger las dos fuentes de toda riqueza: la naturaleza y la
sociedad.
Mientras el socialismo tenga que coexistir y
relacionarse con el capitalismo a escala global, la optimización de los gastos
de trabajo social tendrá que asumir la forma de valor; e incluso, adaptar los
mecanismos de decisión de la empresa socialista a la competencia que genera el
capitalismo en su fase imperialista y en
contraposición a la economía global polarizada en países desarrollados y
subdesarrollados.
El desarrollo de la propiedad social es un
proceso que parte de bases desiguales; y avanza de forma desigual. Su
realización se expresa en un cierto nivel de organización de la gestión
económica a escala global (el plan); y un nivel de organización empresarial.
Suelen existir también otros niveles intermedios de gestión (ramal,
ministerial, regional, comunal, etcétera)
La propiedad social ha de tener entonces distintas formas de manifestación;
lo cual implica establecer su regulación más adecuada; de lo contrario, el
nivel de auto reconocimiento del propietario socialista puede quedar muy
restringido o muy desigual; sobre todo a escala comunal e individual.
¿Hasta qué punto
el Estado es un campo de batalla o un territorio de negociación donde se
continúa la lucha o coordinación entre los grupos sociales representados en los
diversos tipos de propiedad que conviven con la propiedad socialista?
Esclarecer todos estos problemas cardinales
es esencial para comprender el papel que debe desempeñar el Estado socialista
frente a los mecanismos de dominación del capitalismo global en su relación con
el subdesarrollo. Para ello es necesario ir paso a paso reconociendo las
mediaciones que permiten identificar los aspectos objetivos (económicos) y
subjetivos (políticos) de las categorías de la economía política.
La práctica demuestra que una excesiva centralización de la formación de
precios genera deformaciones y efectos
adversos. Pero también una liberalización de precios que traspase ciertos
límites lleva a una acción regresiva de las relaciones monetario mercantiles.
Porque la ley del valor conduce de forma espontánea y objetiva a la
polarización social. Por tanto, un Estado socialista no puede ser indiferente a
la libre acción de la ley del valor; de alguna forma ha de contrarrestar sus
efectos perversos.
De hecho, el dinero “socialista” ya no puede comprarlo todo. Hay que
valerse de relaciones no monetarias para lograr satisfacer muchas necesidades
de primera importancia (salud, educación, etc.) La cuestión entonces consiste
en identificar cuáles cosas es imprescindible y conviene seguir comprando con
dinero.
Pero además el dinero no sirve solo para comprar; sirve también para medir,
como dinero aritmético. La contabilidad socialista tendrá que contar con el
dinero aritmético por mucho tiempo aún.
¿Quién decide la estructura de valores de uso a ofertar en el mercado
socialista? ¿Cuáles son los valores de uso que se corresponden con el
socialismo? ¿Cómo deben corresponderse los gastos de trabajo socialmente
necesario con esa estructura de valores de uso? ¿Cómo entra a jugar su papel el
plan?
Ninguna de estas preguntas es fácil de responder, sobre todo si no se
conoce el contexto y entorno histórico en que se hacen. El ciudadano socialista
tiene derecho a decidir cómo gasta su dinero; pero el Estado socialista ha de
velar por la supervivencia y desarrollo del sistema social y no puede complacer
en toda su amplitud el surtido demandado en cada etapa y circunstancia
histórica.
Al plan socialista tiene que interesarle que se logre el mínimo relativo de
gastos de trabajo que requiere la sociedad en la elaboración del producto,
según la disponibilidad de recursos con que se cuenta. No es un mínimo ramal,
sino social; pero por el solo hecho de existir la propiedad social, no se
cumple automáticamente este requisito.
Al plan socialista ha de interesarle también proteger a la naturaleza en
su capacidad de reproducción de los
valores de uso necesarios a la sociedad y a la naturaleza misma. Las
contradicciones latentes en la mercancía socialista no tienen que desarrollarse
en la misma dirección de la ley de la plusvalía; de allí la importancia de
esclarecer la ley económica fundamental del socialismo.
El socialismo ha de surgir y desarrollarse en
lucha con el capitalismo global, no puede ser autárquico. Los países que elijan
el camino socialista no pueden renunciar a ser economías abiertas. El camino de
la integración de nuestras naciones del Sur es una necesidad imperiosa para
nuestro desarrollo. De allí la importancia de crear el Banco del Sur y
reactivar la Comisión del Sur, con vistas a caminar hacia la integración de
nuestros pueblos. La Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) debe ser
el inicio de ese camino hacia la integración que nos salve en el siglo XXI.
Para reunir realmente todos los elementos de
la nueva sociedad, se requiere dar un paso esencial, que es común, cualquiera
que sea el camino particular elegido; y
este paso es el control y transformación del Estado. Mientras la gobernabilidad
neoliberal expresa capacidad de dominación, la gobernabilidad revolucionaria
debe expresar capacidad de emancipación, capacidad de servir a los intereses
del pueblo, capacidad de convertir al pueblo en gobernante de su propio
destino. Un Estado socialista bien diseñado, próspero,
puede y debe ser el mejor ejemplo de solidaridad internacionalista.
En cambio, una visión fatalista de la sociedad
global futura no puede concebir la posibilidad
del “hombre nuevo” del socialismo. Concebir al hombre del futuro como un
consumidor de imágenes sentado ante una pantalla (de televisión, de
computadora, de videojuego) digamos, al hombre del “Norte”, aunque viva en el
“Sur”; un sujeto pasivo no pensante; por supuesto, que ese hombre no nos puede
representar a ese mundo mejor que aspiramos construir. Y si constatamos que una
muy buena parte de la población mundial no tiene acceso a energía eléctrica, y
muchos menos a las tecnologías informáticas, entonces tendríamos que aceptar
que la exclusión es inherente a la naturaleza humana, cuando realmente lo es
del capitalismo global. Esa realidad del desempleo y la exclusión pertenece a
la agenda que el socialismo tiene que resolver.
Aún cuando cada
persona es irrepetible y, por tanto, el “hombre nuevo” necesariamente tiene que
ser muy diverso, el socialismo no puede prescindir de él. No basta con hacer
crecer el objeto sobre el cual recae la propiedad, es decir, incrementar la
producción no es suficiente. Ello sólo explicaría en el plano físico y
cuantitativo el crecimiento de la propiedad socialista. Si no se desarrolla
también el sujeto que ejerce la propiedad socialista, el “proceso” queda
incompleto y sobre todo, muy vulnerable.
Esta idea fue muy bien reflejada por el Che
cuando expresó:
“El socialismo económico sin moral comunista no me interesa. Luchamos
contra la miseria, pero al mismo tiempo luchamos contra la alienación. Uno de
los objetivos fundamentales del marxismo es hacer desaparecer el interés, el
factor de interés individual y de lucro como motivación psicológica. Marx se
preocupaba tanto del hecho económico como de su repercusión sobre el espíritu y
del resultado definitivo de esta repercusión: el hecho de conciencia. Por lo
tanto, si el comunismo no se preocupa del hecho de conciencia, se convierte en
un método de distribución, pero no será nunca una moral revolucionaria.”[5]
Quienes no conciben otra “naturaleza humana”
que aquella que surge de las entrañas del capitalismo, no pueden hallar el
camino para enfrentarse
al Fondo Monetario Internacional, a las bombas inteligentes, a los satélites de
espionaje, al fantasma de la desocupación, a los medios de comunicación masivos
de escala planetaria, e incluso, a los métodos fascistas que el imperialismo
introduce en capas sociales confundidas por los cómplices internos del
imperialismo.
Es como no ver la luz al final del túnel. Y ciertamente, el sistema del capital ha
mostrado a lo largo de la historia cierta flexibilidad para adaptar y
perfeccionar sus formas de dominación. También la historia de la resistencia al
capital muestra el camino difícil, pero irrenunciable del aprendizaje de nuevas
formas de lucha por las fuerzas revolucionarias.
¿Valdrá la pena
hacer la revolución? Se nos pudiera preguntar:
¿Para qué
iniciar una revolución en nuestros países del Sur, por ejemplo, confiscar las
empresas industriales, repartir las tierras, promover el bienestar por medio de
iniciativas populares (salud y educación gratuitas y de calidad, créditos
hipotecarios, cultura para todos), si “el poder de por sí corrompe” y más
tarde, más temprano, se repetirán los abusos de poder y la violación de los
derechos legítimos de los ciudadanos?
Los juicios acerca de los motivos que mueven a
los revolucionarios a sacrificar sus vidas personales por una causa, suelen no
ser comprendidos por quienes no están dispuestos a hacer lo mismo. Ello les
hace cuestionar la justeza de las dolorosas decisiones que deben tomar los
revolucionarios, para no seguir rutinariamente aceptando el status quo y buscar
soluciones estratégicas de carácter social, por encima de sus intereses
individuales más inmediatos.
Los valores que cada cual defiende se ponen en
evidencia cuando se juzga a líderes revolucionarios como el Che. Aquellos que
rechazan el camino revolucionario pueden “suponer” que el Che renunció a su
puesto en la Revolución Cubana por más afán del poder que ya tenía como
Ministro de Industria y Comandante de la Revolución, sin importarle dejar abandonada su familia en Cuba. Así, se puede presentar al Che como
un ambicioso de poder, un padre irresponsable y un juez implacable con sus
compañeros de lucha.
Hoy también los fascistas acusan al presidente
legítimo de la República Bolivariana de Venezuela de ambicioso de poder.
Sin exagerar,
quiero citar a Antonio Gramsci cuando nos habla de política y ambición:
“¿Puede existir
la política, o sea la historia en acción, sin ambición? “La ambición” ha
adquirido un significado peyorativo y despreciable por dos razones principales:
1) porque se ha confundido la ambición (grande) con las pequeñas ambiciones; 2)
porque la ambición ha conducido demasiado a menudo al más bajo oportunismo, a
la traición de los viejos principios y de las viejas formaciones sociales que
habían dado al ambicioso las condiciones para pasar a un servicio más lucrativo
y de más pronto rendimiento.”[6]
“Algo que existe en el carácter de todo jefe es
el ser ambicioso, o sea aspirante con todas sus fuerzas al ejercicio del poder
estatal. Un jefe no ambicioso no es un jefe, y es un elemento peligroso para
sus seguidores: es un inepto o un cobarde.” [7]
Por supuesto, la coherencia entre pensamiento y
acción en el Che lo califican en el espíritu de Gramsci como un legítimo jefe.
Ángel Arcos Bergnes en “Evocando al Che”[8], libro excelente de cerca de 500
páginas, nos presenta al Che jefe cotidiano, jefe exigente, Ministro de
Industrias, pero también, como diría nuestro poeta nacional, “Che comandante
amigo”.
También Marx sacrificó su felicidad como hombre
de familia a su ideal revolucionario, no fue un hombre “práctico” y sí lo fue – a su manera de entender – como afirmó en bellísima carta a S. Meyer:
“... Entonces, ¿por qué no le he contestado? Es
que, durante todo este período tenía ya un pie en la tumba. Por consiguiente,
me era preciso aprovechar CADA instante que me era posible trabajar para
terminar mi obra, a la cual he sacrificado salud, felicidad y familia. Espero
no tener que añadir nada a esta explicación. Me río de la gente que se dice
“práctica” y de su sabiduría. Si quisiera uno comportarse como una bestia,
podría uno evidentemente volver la espalda a los tormentos de la humanidad y no
ocuparse sino de su propio pellejo. Pero me habría considerado realmente como
NO PRÁCTICO si hubiera muerto sin haber terminado mi libro, o por lo menos el
manuscrito”.[9]
Aliento a los compañeros que asisten a esta
maestría a leer la dramática carta de Jenny Marx a Weydemeyer que amablemente
me facilitó una compañera de este curso aquí presente.
[1] Profesor Titular del Instituto Superior de
Relaciones Internacionales “Raúl Roa García”, MINREX, Cuba.
[2] Según
Malthus, la miseria en la sociedad era inevitable dada la propia naturaleza
humana: el hombre tiende a multiplicarse en forma ilimitada, mientras que la
producción de alimentos está sometida a la ley de la fertilidad decreciente de
la tierra, de allí la necesidad de la lucha de unos contra otros por la
supervivencia.
[3] C. Marx, F. Engels. Obras
Escogidas, Tomo II, p. 139, Editorial Progreso, Moscú, 1966.
[4] Michael Lebowitz hace una excelente
fundamentación de la fuerza que asume el sistema del capital con el fomento de
la división de los trabajadores. Consúltese su obra “Más allá de El Capital”,
Ediciones Akal, S.A., 2005.
[5] Un reportaje al Che en Argelia.
Entrevista con Jean Daniel titulada “La profecía del Che”, citado en Ernesto
Che Guevara: La Economía Socialista: debate .Editorial Nova Terra, Tamarit
191, Barcelona 11, pp. 46 – 47.
[6]
Gramsci y la Filosofía de la Praxis, Selección hecha por los profesores
Gerardo Ramos y Jorge Luis Acanda, p.111, Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 1997.
[7] Idem.
[8] Angel Arcos Bergnes, Evocando al
Che, Ciencias Sociales, 2007.
[9] Carlos Marx, Federico Engels,
Cartas sobre El Capital, p. 158, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,
1976.
Felicitaciones por tu blog!!
ResponderEliminarHe escrito un artículo sobre los sellos postales de Cuba en el mío, si te interesa puedes leerlo: http://www.albumdeestampillas.blogspot.com.ar/2010/07/antillas-espanolas.html
Saludos,
Pablo de Argentina
Gracias Pablo!!
ResponderEliminarTambién he leído su artículo sobre los sellos postales de Cuba, que me parece muy interesante e instructivo. Reciba mis felicitaciones por la utilidad de su blog.
Saludos,
Leyde, desde Cuba.