El
recién electo presidente del Imperio estadounidense, Donald Trump, en cuanto a Cuba,
ha mostrado sus garras antes de su llegada a la Casa Blanca, el 20 de enero de
2017, como si todavía estuviera en la campaña electoral que le dio un
triunfo extraño en la mayor plutocracia del planeta, pues obtuvo alrededor de
dos millones de votos electorales menos que su rival Hillary Clinton, también una
prominente representante de los intereses del establishment imperialista.
Y esa alusión desaforada a Cuba estuvo
relacionada con la muerte del líder histórico de la Revolución Cubana Fidel
Castro Ruz, ganándose el rechazo de la mayoría
del pueblo cubano. Según informaron varios medios de prensa como USA y RUSIA
Today, el nuevo emperador yanqui vociferó contra el fallecido líder de la
Revolución Cubana con calificativos y ofensas, lo que demuestra la indecencia y
agresividad política que caracterizará su gobierno de ideología neofascista,
también denominado conservador o de extrema derecha.
Este es un breve resumen de las irrespetuosas
declaraciones del atroz multimillonario que regirá los destinos de la principal
potencia imperialista de nuestro tiempo:
"Hoy, el mundo
marca el fallecimiento de un brutal dictador que oprimió a su propio pueblo por
cerca de seis décadas. El legado de Fidel Castro remite a los pelotones de
fusilamiento, robo, sufrimiento inimaginable, pobreza y la negación de los
derechos humanos fundamentales.
Mientras Cuba sigue siendo una isla totalitaria, es
mi deseo que este día signifique alejarse de los horrores que han durado
demasiado, e ir hacia un futuro en el que el maravilloso pueblo cubano finalmente
viva en la libertad que tanto merece.
Aunque las tragedias, muertes y dolor causados por Fidel
Castro no puedan ser borrados, nuestro gobierno hará todo lo posible porque el
pueblo cubano pueda finalmente iniciar su viaje hacia la prosperidad y la libertad.
Me uno a los cubano-estadounidenses que me respaldaron durante la campaña
presidencial, incluyendo la Asociación de Veteranos Brigada 2506 que me dio su
apoyo, con la esperanza de que un día pronto veamos una Cuba libre".
Esas
inaceptables declaraciones, que ofenden al pueblo cubano, pueden ser fácilmente
respondidas. En lo que a mí respecta, deseo simplemente reaccionar con los siguientes argumentos:
Hoy, el pueblo cubano,
el mundo progresista y antiimperialista recuerda y despide al libertador del
pueblo cubano de la dominación estadounidense sobre Cuba, establecida por una
intervención militar, desde el final del siglo XIX hasta 1959, fecha que marcó
la definitiva soberanía e independencia del pueblo cubano.
¡Gracias, mil gracias Fidel! Nunca borraremos
de nuestra memoria que nos hiciste libre del imperialismo yanqui, y que junto
al pueblo cubano construiste una sociedad diferente: altruista, solidaria y
mucha más justa y democrática que las sociedades capitalistas occidentales. Y que
gracias a ti y al internacionalismo del pueblo cubano, muchos otros pueblos del
Sur fueron más libres del colonialismo y del neocolonialismo impuesto durante
siglos de opresión por las potencias capitalistas occidentales.
Cuba obtuvo bajo el liderazgo de Fidel Castro, a pesar del hostigamiento exterior permanente de los Estados Unidos,
resultados excepcionales en materia de desarrollo humano: abolición del
racismo, emancipación de la mujer, erradicación del analfabetismo, reducción
drástica de la mortalidad infantil, elevación del nivel cultural general… En
cuestión de educación, de salud, de investigación médica y de deporte, Cuba ha
obtenido niveles que la sitúan en el grupo de naciones más eficientes. ¡Gracias, mil gracias Fidel!
Por
sus logros sociales y políticos, Cuba seguirá siendo una isla revolucionaria, antiimperialista,
anticapitalista. El fallecimiento de Fidel y su legado significan un momento de
reafirmación de nuestras justas ideas por un futuro mejor, próspero y
sostenible, para potenciar nuestra libertad, independencia plena y la preservación
del socialismo.
En
Miami, en la Calle 8 de la Pequeña Habana, el barrio cubano de esa ciudad, cientos de personas salieron
a las calles a celebrar la muerte de Fidel Castro. El próximo inquilino de la
Casa Blanca, Donald Trump, acaba de unirse oportunistamente a ese minoritario sector
indeseable e impresentable de los cubano-estadounidenses
que lo respaldaron durante la campaña presidencial, incluyendo los sobrevivientes
de la bochornosa brigada mercenaria 2506, derrotada por Fidel y los milicianos
cubanos en las arenas de Playa Girón (Bahía de Cochinos), en menos de 72 horas. De esta forma, el detestable
Trump se ha unido a los terroristas miamenses en su lucha contra el
gobierno y el pueblo cubano. Y eso ha sucedido también por su incapacidad moral e intelectual para juzgar con objetividad y mesura el legado de Fidel Castro Ruz; algo que sí pudieron hacer enemigos de la Revolución Cubana como el antiguo secretario de Estado estadounidense Henrry Kissinger, en su obra Diplomacia, para solo mencionar uno de ellos.
Trump, de continuar
en campaña electoral contra Cuba, después de su toma de posesión el 20 de enero,
recibirá adecuadas respuestas y la resistencia enérgica del pueblo cubano,
inspirado en el legado de su Comandante en Jefe. Una nueva administración republicana,
aunque sabemos es neofascista y que ha amenazado con cerrar la embajada de los Estados Unidos en La Habana, debiera considerar que finalmente, en diciembre
de 2014, el gobierno de Barack Obama admitió el fracaso de sus políticas
anticubanas, su derrota diplomática e inició un proceso de normalización que
implica el respeto del sistema político cubano, pero para eso tendría que estar mejor asesorado. El mismo Obama atinadamente
dijo: “la historia
recordará y juzgará el enorme impacto" de Fidel Castro Ruz, según
reportaron medios de prensa internacionales. Así son los contrastes de
visiones políticas entre un Obama protocolar y un Trump brutal e impúdico, sin
experiencia política y diplomática, aunque ambos sabemos que representan los
intereses estadounidenses.
Todavía es una enigma
cuál será el rumbo que tomará las relaciones Estados Unidos-Cuba a partir de enero del 2017,
una vez que Trump asuma la presidencia. Pero, lo cierto es que dicho personaje estrafalario no asustará al pueblo cubano, pues con su avisada
política de poder poco inteligente, sabemos por dónde viene. El pueblo cubano
vencerá, como dijo Fidel en una de sus últimas alocuciones. Sabremos seguir
luchando por el fin del bloqueo económico, comercial y financiero; por la
devolución del territorio ilegalmente ocupado por los yanquis en Guantánamo, donde
mantienen una base militar convertida en oprobiosa prisión; por el fin de las
transmisiones ilegales de “radio y televisión Martí”, que intentan
infructuosamente subvertir el pueblo cubano y restaurar la dominación
estadounidense en Cuba, como en los peores tiempos de la “guerra fría”.
Por lo tanto, nos
asisten poderosas razones para la defensa de nuestra cultura, independencia y soberanía nacional, por nuestro socialismo; conociendo
que Donald Trump es un personaje
impredecible y que su presidencia podría sumir a Estados Unidos y a las relaciones
internacionales, en su conjunto, en un caos mucho más peligroso que el desorden
existente en el funcionamiento del desequilibrado sistema internacional actual.
Por Luis René Fernández Tabío y Hassan Pérez Casabona⃰
Acaba de finalizar dramáticamente la contienda política más seguida,
por motivos de diversa índole, en todo el orbe. Existe consenso también
en que fue el ejercicio electoral más deslucido que se recuerde en
Estados Unidos en las últimas décadas. Buena parte de esa opacidad
estuvo relacionada con los candidatos que se enrolaron en le etapa
decisiva de la lid, concebida de principio a fin como espectáculo en el
que se exacerbaron aspectos fatuos, en relación con la trayectoria de
cada rival.
De un lado, como representante del Partido Demócrata, Hillary Diane
Rodham Clinton, nacida el 26 de octubre de 1946 en Illinois y graduada
de abogada en la prestigiosa Universidad de Yale (aunque reside hace
años en Nueva York, donde hizo despegar su carrera política) mientras
que en el otro, como exponente del Partido Republicano, irrumpió Donald
Trump, multimillonario nacido el 14 de junio de 1946 en la Babel de
Hierro, que cimentó su fortuna básicamente en los negocios inmobiliarios
y en interacciones con el sector de los grandes medios de comunicación.
El resultado, la victoria del controvertido magnate, echó por la
borda las predicciones de la mayoría de los analistas, medios de prensa y
encuestadoras. Desde ese punto de vista representó una de las mayores
sorpresa en el escenario político de ese país, revelando al mismo tiempo
factores, contradicciones y estados de ánimo que se minimizaron o
ignoraron y que en la práctica tuvieron un peso superior a lo que se
vaticinó.
Desde bien entrada la noche de este martes 8 de noviembre, aunque las
señales de preocupación sobrevinieron desde las primeras horas de la
jornada, comenzaron a sucederse las preguntas, cual cascada de dudas,
miedos e intentos de encontrar respuesta a un rompecabezas sui géneris.
¿Cómo podría imponerse un hombre que denigró públicamente a las mujeres,
humilló a las personas procedentes de otras latitudes y cuestionó a
figuras con la categoría de héroe en ese país? ¿Ganaría en verdad quien
desafió las bases establecidas a lo largo de 150 años, afirmando que
aceptaría los resultados solo si le eran favorables?
No fue un acto de magia su triunfo, sino la resolución mediante el
voto de una serie de problemas que hace mucho tiempo subyacen en
Norteamérica y que tienen como génesis sus propias raíces identitarias.
Por si fuera poco, la agrupación republicana mantuvo la mayoría en ambas
cámaras del Congreso, creando un escenario que los expertos también
desconocían.
El propósito del presente trabajo es analizar preliminarmente,
integrando aspectos históricos, económicos y políticos, un
acontecimiento cuyo impacto se ha hecho sentir de inmediato en múltiples
campos, incluyendo la caída estrepitosa de los principales índices
bursátiles en los mercados financieros, así como la proyección incierta
que se deriva del mismo.
Cayeron dos mitos en cinco días.
En la madrugada del pasado 3 de noviembre el conjunto de los Cachorros de Chicago, dentro de la Major League Basaball,
se impuso espectacularmente a los Indios de Cleveland, en el séptimo
juego de la denominada Serie Mundial, choque seguido por casi 50
millones de espectadores, la mayor cifra desde 1991. Los “Cubs” no
ganaban en esa instancia desde 1908 y su última incursión databa de
1945, poco antes de que naciera Donald Trump.
Se explicaba el infortunio para el elenco de la Ciudad de los Vientos
invocando la llamada “Maldición de la Cabra”. Desde que arrancó la
temporada en abril, sin embargo, muchos pronosticaron un probable
triunfo del equipo azul, lo contrario de lo que sucedió con la
aspirantura del acaudalado empresario, convertido ahora en el
cuadragésimo quinto presidente de Estados Unidos.
La contienda entre Clinton y Trump, por cierto, fue la primera desde
1944 entre dos figuras con tales vínculos con la icónica urbe
(obviamente desde la perspectiva de las personas vinculadas a las altas
finanzas, los negocios y la fashion, que pululan en Greenwich Village
y el alto Manhattan, no desde la óptica de los negros de Harlem o los
latinos del Bronx) cuando el gobernador de Nueva York, Thomas E. Dewey,
compitió contra Franklin D. Roosevelt, quien finalmente resultó ganador.
La Clinton se inscribió en esta batalla exhibiendo una de las
experiencias más sólidas de cualquier período, en cuanto al tránsito por
responsabilidades de primer orden antes de optar por la presidencia,
acendrada fundamentalmente en sus ocho años como senadora por Nueva York
(2000-2008) y el cuatrienio de labor como Secretaria de Estado
(2009-2013), en la primera administración de Barack Obama.
A su currículum también se incorporaban las vivencias como primera
dama, durante los ocho años en que su esposo William Jefferson Clinton
(1992-2000) fungió como el mandatario 42 de ese país, y el desempeño en
situación similar, mientras su cónyuge actuaba como gobernador de
Arkansas, entre 1979 y 1981, y 1983-1992.
Si ello pareciera insuficiente habría que tomar nota de que
compareció ante un jurado en su condición de primera dama –nunca antes
ello había sucedido- por las irregularidades destapadas con Whitewater,
que involucraron a su esposo en Arkansas, y que recibió, hecho que casi
no se recuerda hoy, un premio de la Academia de la Música de EE.UU. En
1996 asombró que obtuviera el Grammy al mejor álbum hablado, por la
versión en audio de su libro, It Takes A Village And Other Lessons Children Teach Us, que se tradujo como Es labor de todos: Dejemos que los niños nos enseñen.
Trump, el otro contendiente, concursó con un aval en la materia
prácticamente nulo, considerando que toda su vida está relacionada con
los negocios y no con la asunción, ni siquiera en la base, de tareas
asociadas a la dirección política. En los últimos 60 años nadie sin
recorrido en este campo había sido electo como gobernador estadual o
senador federal, lo que refleja la osadía del exponente de la esfera de
bienes raíces.
Su anuncio de enrolarse en la justa no solo sorprendió sino que fue
muy poco tomado en serio en la apertura, dada la presencia dentro del Grand Old Party
de figuras con poderío en estos menesteres, como el ex gobernador de
Florida Jeb Bush y los senadores Marco Rubio, por ese mismo estado, y
Ted Cruz, por Texas.
Sus cartas credenciales eran exclusivamente levantar un emporio
inmobiliario, con la construcción de torres y complejos con su nombre en
varias ciudades del mundo y participar como patrocinador de concursos
de belleza y otros programas televisivos.
En la medida en que el “torneo” avanzó, Trump no solo fue dejando en
el camino a los adversarios que encontró dentro de su partido, sino que
se erigió en fenómeno pocas veces visto, incrementando su ascendencia en
determinados sectores, más allá de barrabasadas, desaguisados, ofensas y
desaciertos de todas clase, con el agravante de ser expresadas esas
ideas disparatadas en el tono de los programas humorísticos.
La manera en que dicho discurso fue asimilado por millones de
votantes es algo que merece estudios de la mayor profundidad, si bien
ello pone al descubierto la involución experimentada por la sociedad
estadounidense, la cual probablemente habría descartado a Trump en los
primeros pasos años atrás, si este se hubiera aparecido con esas
posiciones misóginas, xenófobas y de ataques furibundos a los
inmigrantes. [1]
Ahora, por el contrario, este personaje recibió una patente de corso a
sus propuestas, en la misma medida que ello supone un castigo de la
mayor relevancia al establishmet tradicional y sus figuras
paradigmáticas. El hastío por el funcionamiento del sistema político, y
esencialmente por las personas que han hecho carrera en este frente a lo
largo de décadas (como Jeb Bush y Hillary Clinton) marca pautas no solo
en esa nación, sino dentro de la sociedad capitalista en general.
Sin que todos los casos sean exactos ni mucho menos, ahí están los
ejemplos de Silvio Berlusconi en Italia, Roberto Martinelli en Panamá,
Sebastián Piñera en Chile o Mauricio Maccri en Argentina. Cada uno de
ellos mostró como punta de lanza sus fortunas exorbitantes. Dicha
solvencia la presentaron, en el momento de inscribirse en la carrilera
de las competencias políticas, como símbolo de efectividad, eficiencia,
capacidad organizativa y liderazgo, en un contexto de crisis estructural
del sistema.
Rivales o… amigos para siempre.
En el pasado, Trump compartió de manera distendida con los Clinton
Con independencia de la hostilidad que caracterizó desde la arrancada
el duelo entre estos adversarios, incluyendo de manera especial los
tres intercambios face to face que tuvieron lugar en los
debates televisivos efectuados entre el 26 de septiembre y el 19 de
octubre, Clinton y Trump no siempre fueron enemigos.
Como es legítimo suponer, dada la condición de exponentes de la élite
de una sociedad –ese 1% que detenta el poder y contra el que se reveló
el movimiento Ocuppy Wall Street– llegaron a compartir en
múltiples momentos, tanto en lo público como en lo privado, clara
evidencia de que los nexos sobre los que construyeron sus historias de
vida son mucho más robustos que las divergencias que la contienda
exasperó.
Dicha conexión fue resaltada en un extenso artículo publicado el
pasado martes 2 de noviembre por The New York Times. “La amistad, desde
ambos lados, fue una transacción. No es algo personal, como se diría en
El Padrino, son solo negocios. La vida de Trump en Nueva York
estuvo siempre encaminada a promover la manera de hacer dinero para los
negocios de su familia. Fue exactamente igual en el caso de los
Clinton”.
En el texto se recoge la valoración de Bernard Kerik, comisionado de
policía en esa urbe que fue invitado a la tercera boda de Trump y que
luego cumplió un tiempo en prisión por fraude en el pago de impuestos y
otras felonías. “Ellos jugaron el mismo juego, en la misma ciudad, con
las mismas cosas en mente”, declaró. [2]
La victoria de Trump evitó que Clinton se consagrara como la primera
mujer presidenta de Estados Unidos, lo que habría sido sin dudas un
acontecimiento histórico. Ello tampoco implicaría que se solucionasen
los complejos problemas por los que atraviesa esa sociedad. De hecho,
esta batalla electoral resultó sustancialmente diferente a la que en el
2008 lanzó a ese puesto al primer mandatario de ascendencia
afroamericana. Si en aquella hubo entusiasmo entre múltiples sectores,
especialmente los jóvenes, en esta ocasión no ocurrió así, marcando la
contienda una apatía impresionante. [3]
Antes de ella, lo más lejos que llegaron las féminas en ese país fue
en 1984, cuando el demócrata Walter Mondale escogió como compañera de ticket
en la vicepresidencia a Geraldine Ferraro y en el 2008, oportunidad en
que el republicano John McCain, intentando paliar el efecto generado
por el joven Barack Hussein Obama, apostó a la controvertida Sarah
Pailin, opción que a todas luces se volvió en su contra. En ambos casos
estas propuestas fueron derrotadas, en el primero de ellos por el tándem
Ronald Reagan- George H. Bush y, más cercano en el tiempo por la dupla
Obama-Joe Bidem.
Ese éxito de Reagan (quien en dos ocasiones se desempeñó como
gobernador de California, y antes jugó un papel nefasto en su condición
de líder del sindicato de actores de Hollywood, en época de las
persecuciones durante el macartismo) es el más aplastante de la
historia, con 525 votos electorales a su favor por solo 13 el
contrincante.
En 1980, el propio Reagan -quien con su llegada a la Casa Blanca
representó una ruptura con la tradición liberal impuesta por el New Deal–
alcanzó 489 por 49 James Carter, la tercera mayor diferencia en estas
lides. En segundo lugar aparece su correligionario Richard Nixon, quien
en 1972, derrotó a Magovern 520 por 17. La alegría de “Dirty Dicky”,
pese a ello, fue efímera pues poco tiempo después se vio forzado a
dimitir tras el escándalo de Watergate.
Los triunfos más cerrados, antes del conseguido por Trump, tuvieron
asimismo como protagonistas a los republicanos. En el 2000 George W.
Bush le usurpó el máximo escaño gubernamental al vicepresidente Al Gore
–valiéndose del fraude en Florida 271 por 266. Cuatro años más tarde
repitió la dosis, apoyándose esta vez en engañifas en Ohio, para
desbancar al otrora senador por Massachuttses John Kerry, quien
culminará próximamente su actuación como Secretario de Estado, 286 por
251.
En otro orden de resultados George H. Bush derrotó a Micahel Dukakis
426 por 111, sin embargo cayó en 1992 ante Bill Clinton 168 por 378. El
esposo de Hillary superó en 1996 a Dole 379 por 159. Barack Obama, por
su parte, desbancó a John McCain 365 a 173 y, en el 2012, 332 a 206 a
Mitt Rommey.
El representante del Partido Republicano, obtuvo esta vez el éxito
con 279 por 228 votos electorales, sobreponiéndose al hecho de que en
sus últimos actos de campaña debió concurrir a ellos solo, producto de
las discrepancias con la cúpula de su partido y otras importantes
personalidades que se demarcaron de sus propuestas.
Acudir a celebridades como el campeón de la NBA, Lebron James, no le bastó a Hillary Clinton para llegar a la Casa Blanca
Hillary, en el sentido opuesto, desplegó en los finales un ritmo
trepidante, en el que involucró en actos simultáneos al presidente
Obama, su esposa Michelle, Bill Clinton, Bernie Sanders y otras muchas
figuras del arte, el deporte y el mundo del espectáculo en general,
sector que la respaldó casi de manera unánime.
Fue común en las horas conclusivas verla acompañada lo mismo del
sensacional basquetbolista Lebron James, que de la afamada guionista de
series televisivas Shonda Rimes, del matrimonio líder en el mundo del
entretenimiento que conforman Beyoncé y Jay Z y por figuras del glamur
de Madonna, Jennifer López, Marc Anthony, Leonardo Di Caprio y otros.
Una de las pocas excepciones fue la de Susan Sarandon, quien declaró
que no iría a las urnas “guiada por el sentido de su vagina”. “Si
respaldara a Clinton, añadió, estaría votando por el mal menor y ese es
un error que llevamos mucho tiempo cometiendo”.
Todo ello no fue suficiente para imponerse, poniendo el dedo sobre la
llaga además en las extraordinarias diferencias existentes entre los
sectores intelectuales y el “mundo profundo” dentro de ese país, si
bien en ello poseen un marcado peso determinados estamentos.
Es una paradoja, en toda la línea, que la nación con mayor número de
universidades, centros científicos e instituciones de la más variada
gama escoja a una figura como Trump que encarna precisamente lo
contrario. Ello es testimonio de cuán pragmática y carente de cultura
política está esa sociedad, movida en última instancia por resortes
utilitarios, sin medir las consecuencias de dichos mecanismos en la
mayoría de los ámbitos, tanto domésticos como internacionales.
La contienda colocó sobre el tapete el desgaste de la clase dominante
en general y las debilidades de la coalición demócrata encabezada por
Obama, desalentada y frustrada por los reducidos y contradictorios
resultados de su gestión. Hillary Clinton tuvo en contra problemas de
imagen, credibilidad, y falta de firmeza en su discurso, además de verse
envuelta en escándalos como el relacionado con el uso de los correos
electrónicos.
A ello se sumó el ascenso de Bernie Sanders (autoproclamado
socialista) figura con una postura más cercana a las bases demócratas
insatisfechas, en cierto modo reformista y progresista, quien fue
excluido de la nominación de su partido y la mayoría de sus
simpatizantes se decantaron hacia la opción de la candidata de los
verdes. El endoso político de Sanders, evidentemente, no logró favorecer
a Clinton.
En síntesis fue una elección de ruptura, definida por la propuesta
del cambio a favor de Trump, en lugar de la continuidad representada por
Clinton, si bien ambas posturas son complementarias con independencia
de quien ganara en las urnas. En los dos casos, eso sí, girando hacia la
derecha y con enfoques sustancialmente más agresivos y conservadores
que los observados durante la administración que concluye.
Debe recordarse que Obama, más allá de sus ancestros africanos, no
representaba a ese grupo, sino a la clase gobernante del país, y pese a
falsas percepciones, nunca fue, ni pretendió ser, un reflejo de figuras
emblemáticas como Martin Luther King o Malcon X.
Hay que reconocer, en el caso de Trump, el beneficio que representó a
su candidatura ser un individuo externo a la clase política de Estados
Unidos (outsider) tan desprestigiada por la parálisis y falta de resultados tangibles sobre todo en temas cruciales.
Estados Unidos es una nación distinguida por la concentración de la
riqueza y el poder económico y financiero; el estrechamiento de las
capas medias y el aumento de la pobreza y calidad del empleo. Trump
supo interpretar básicamente desde los valores identitarios de los
hombres blancos, anglosajones y protestantes (el denominado WASP, por
sus siglas en inglés) la frustración que se apoderó particularmente de
ese sector en los últimos años y articular al mismo tiempo una propuesta
funcional a dicha perspectiva, que demostró ser mucho más potente que
lo pronosticado.
Su tendencia política, la cual intentaremos examinar en alguna
medida, sin duda debe orientarse al conservadurismo y la reacción, pero
con rasgos diferentes a los conservadores tradicionales. Se trata de un
nacionalismo de derecha, en defensa del sueño americano –America First es su basamento- lo que también representa, al menos en el plano discursivo, una ruptura con la tendencia al libre comercio.
Fernández Tabío es Dr. en Ciencias Económicas y Profesor
Titular del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos
(CEHSEU) de la Universidad de La Habana y Pérez Casabona es Lic. En
Historia; Especialista en Seguridad y Defensa Nacional y Profesor
Auxiliar de la propia institución.
Notas, citas y referencias bibliográficas.
[1]
Así como ocurrió en el pasado reciente con el presidente George W.
Bush, que trascendió además de por sus incursiones guerreristas en
Afganistán e Irak por las incongruencias en buena parte de sus
intervenciones públicas, Trump obtuvo lugar privilegiado en el acápite
de las figuras que pronuncian frases que destilan desprecio por lo
diferente. Sus ataques a los que proceden de otras regiones,
especialmente los mexicanos, fue una constante en las apariciones
públicas. Estos son algunos ejemplos:”México tuvo una gran noche en los
Oscar. Y cómo no, si está acostumbrados a arrebatarnos lo nuestro más
que ninguna otra nación”, 24 de febrero de 2015, luego de que Birdman,
de Alejandro G. Iñárritu arrasara en la premiación. “No quiero nada con
México más que construir un muro impenetrable y que dejen de estafar a
EE.UU.”, 6 de marzo de 2015, vía Twitter. “México no se aprovechará más
de nosotros. No tendrán más la frontera abierta. El más grande
constructor del mundo soy yo y les voy a construir el muro más grande
que jamás hayan visto. Y adivinen quién lo va a pagar: México”,11 de
mayo de 2015, South Carolina Freedom Summit. “México no es nuestro
amigo. Nos está ahogando económicamente”,16 de junio de 2015, discurso
de lanzamiento de su candidatura para las primarias del Partido
Republicano. “Cuando México nos manda gente, no nos mandan a los
mejores. Nos mandan gente con un montón de problemas, que nos traen
drogas, crimen, violadores…”, 16 de junio de 2015, discurso de
lanzamiento de su candidatura para las primarias del Partido
Republicano. “Los mayores proveedores de heroína, cocaína y otras drogas
ilícitas son los carteles mexicanos, que contratan inmigrantes
mexicanos para que crucen la frontera traficando droga”, 6 de julio de
2015. “Si miran los lugares como México, están matando nuestra frontera…
Esto tiene que acabarse, amigos”, 2 de marzo de 2016, discurso tras el
Supermartes electoral. “Es una decisión fácil para México: hagan un pago
único de 5-10 mil millones de dólares para asegurar que continúe el
flujo de 24 mil millones de dólares (de remesas) al país al año”, 31 de
marzo 2016, en una carta al Washington Post explicando sus
planes para financiar la construcción del muro fronterizo. “Los mejores
tacos son los que se hacen en el restaurant de la Torre Trump. ¡Me
encantan los hispanos!”, 5 de mayo de 2016 vía Twitter. “Espero que
tengan seguro antisecuestros”, 2 de junio de 2016, sobre los
participantes de un importante campeonato de golf que se trasladó a
Ciudad de México para no ser disputado en una de sus propiedades en
Doral, Miami. Ver: “10 frases de Donald Trump sobre México y los
mexicanos que “le ponen picante” a su reunión con Enrique Peña Nieto”,
en: http://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-37231890
Por Luis René Fernández Tabío y Hassan Pérez Casabona *
Donald Trump festeja su victoria en las primeras horas.
A solo unas horas del casi nulo vaticinado triunfo del candidato
republicano Donald Trump, continúan los análisis en múltiples
direcciones.[1]
Lo trascendente, en nuestra apreciación, es ir más allá de la cuestión
fáctica para aproximarnos a las razones sustantivas que, de una u otra
manera, determinaron el curso de los acontecimientos.
Resulta importante desentrañar el lugar que ocupa el proceso
electoral dentro del sistema político de Estados Unidos. Las elecciones
son un momento singular, donde se ponen de manifiesto las tendencias
latentes en los distintos niveles de la sociedad, y emergen las
contradicciones esenciales dentro de las diferentes coaliciones que son
cortejadas por los dos partidos dominantes de la clase política en el
país: Republicanos y Demócratas. A lo que se suma la concepción de realityshow a lo largo de todo el proceso, tendencia que se acentuó en el 2016.
Ellas no están concebidas para representar las aspiraciones de las
grandes mayorías. El sufragio indirecto es un mecanismo en ese sentido
que hace posible, como sucedió en esta oportunidad, que el llamado voto
popular no determine la elección, la cual se dirime a través de los
relacionados con el colegio electoral. [2]
En realidad ese sistema tangencial de escoger al mandatario facilita preservar el status quo,
garantizando que el gobierno se mantenga en manos de la clase dominante
que rige los destinos de esa nación, específicamente la élite
financiera que la encabeza.
Recordemos que, dentro de la democracia liberal capitalista, las
personas adquieren determinado relieve apenas durante el período
electoral, reduciéndose la labor ciudadana a los comicios y no a la
participación consciente y sistemática en el diseño y ejecución de
acciones, encaminadas a satisfacer las demandas de las grandes
mayorías. Las contradicciones políticas, económicas y sociales que se
aprecian, en un país multiétnico, multirracial, multireligioso, y
profundamente dividido, no encuentran solución en ese sistema creado por
los Padres Fundadores. [3]
Dicho entramado no fue diseñado con ese propósito, sino para la
defensa del capitalismo liberal. El llamado “Credo americano” se nutre
de los sentimientos de superioridad estadounidense a escala global,
permeado además por una visión mesiánica dentro del imaginario
colectivo, que entronca con la percepción que tienen de sí mismos desde
la etapa primigenia de esa nación. [4]
El soporte del mismo descansa sobre dos partidos fundamentales, si
bien ello es cada vez más cuestionado. La contienda que recién concluyó
se presentó como una “elección crítica” -lo que implicó un
realineamiento de esos conglomerados- sin que ella decretara la
defunción de ese sistema. [5]
A dichas formaciones se añadieron otras menores como el Partido
Libertario, con el candidato Gary Johnson, y los ecologistas, con Jill
Stein, que en alguna medida lograron atraer a sectores desencantados
con el sistema bipartidista.
En una rápida mirada a estas dos agrupaciones complementarias,
observamos con relación a la primera de ellas, que los libertarios
cuentan con poco más de 400 000 afiliados en toda la Unión. Surgieron en
1971 y tienen como inspiración las ideas de la filósofa y novelista
estadounidense de origen ruso Ayn Rand. Sus miembros reclaman permitir a
los individuos ser lo más libres e independientes posible. Su lema
central es: “mínimo gobierno, máxima libertad”.
Sus simpatizantes consideran que cada persona tiene el derecho a
controlar su propio cuerpo, su comportamiento, discurso y su propiedad; y
que el papel del gobierno debe ser ayudarles a defenderse por sí mismos
del uso de la fuerza y del fraude. Como muestra del peso que le
atribuyen a la salvaguarda de las libertades individuales, James Weeks,
uno de los candidatos que aspiraba llegar a la dirección del partido
durante la convención de Orlando -en la que se escogió a Gary Johnson
como el representante definitivo- subió al estrado con traje y corbata y
en lugar de dar un discurso realizó un striptease.
En un ejemplo claro del reciclaje político estadounidense, Johnson
fue antes miembro del Partido Republicano y actuó como gobernador de
Nuevo México por esa formación entre 1995 y 2003. Fue una de las
primeras figuras que abogó por la legalización de la marihuana. El mejor
resultado de los libertarios ocurrió en 1980, con el 1,07 % de los
votos, aunque en el 2012 alcanzaron 1, 2 millones de boletas. Encuestas
realizadas previas al 8 de noviembre, estimaban en esta ocasión
alrededor del 10 % de los sufragios favorable a ellos.
Sobre la segunda, vale la pena traer a colación las valoraciones del
politólogo canadiense Arnold August, concedidas hace unas jornadas a
Punto Final. “Me refiero a la candidatura del Partido Verde -que ha
logrado despegar después de que Bernie Sanders apoyó el nombramiento de
Clinton-, compuesta por la candidata presidencial Jill Stein, y como
vicepresidente, Ajamu Baraka, corresponsal del Black Agenda Report y Counter Punch
-uno de los sitios alternativos más importantes de Estados Unidos-.
Baraka declaró que su intención es perpetuar el legado de W.E.B. Du Bois
y Malcolm X, dos de los revolucionarios más importantes de la historia
de los afroamericanos progresistas. Esta coalición creciente también
incluye al movimiento Black Lives Matter, que algunos describen como cada vez más socialista.” [6]
El presidente como figura central del sistema.
Donald Trump y Barack Obama, en el primer encuentro en la Casa Blanca.
Es preciso subrayar la significación de la presidencia de Estados
Unidos. No se puede ignorar que el poder Ejecutivo, encabezado por quien
ocupa el Despacho Oval, es crucial; con independencia del equilibrio y
balance entre las diferentes ramas y las funciones que le otorga la
Constitución a cada una de ellas. Máxime desde la doble condición que
este ostenta de figura cumbre en política exterior y Comandante en Jefe
del mayor aparato militar de la historia.
Es necesario reiterar que tanto demócratas como republicanos son
desgajamientos de un mismo tronco y que comparten la mitología del
Destino Manifiesto, cuya finalidad es preservar un sistema de dominación
mundial, en defensa de sus intereses económicos, políticos y de
“seguridad nacional”.
Ello explica por qué, más allá de las divergencias en diversos
asuntos, sea cual fuere el presidente, o la composición del Congreso,
ambos partidos comprenden que deben tener concertación en los asuntos
cardinales, so pena de socavar las bases del sistema, hacerlo
disfuncional y realzar sus crisis.
Un claro ejemplo fue en el mencionado caso de la querella que
sobrevino a la “ilegal” victoria de George W. Bush frente a Al Gore, la
cual fue resuelta sin sobresaltos dentro de las reglas establecidas por
ese ordenamiento. El vicepresidente Gore, mucho más preparado que el
millonario tejano, comprendió que si iba contra la determinación de la
Corte Suprema pondría en entredicho las bases estructurales del sistema
político y ello no era viable.
Prevaleció una aspiración supra, de carácter nacional, sobre la
filiación partidaria. La manera en que él y sus correligionarios
aceptaron el revés evidencia la compatibilidad entre ambas agrupaciones,
en cuanto a ciertos valores y principios fundacionales, así como a los
temas estratégicos que le otorgan estabilidad. [7]
En el contexto actual, apenas finalizada la contienda, tanto Hillary
como Trump, e incluso el propio Obama, hicieron llamados a respaldar los
resultados y tejer un apoyo en torno al presidente electo que
permitiese hacer avanzar al país.
Resumiendo sobre estas cuestiones, la división política contenida y
expresada durante el ciclo electoral que se cierra en 2016 tuvo como
dilema central poner a prueba la capacidad del sistema de ajustarse y
sobrepasar sus contradicciones, o seguir manifestando estancamiento y
falta de funcionalidad, para regir los destinos de la nación en la etapa
contemporánea. Este riesgo actuará como sombra y desafío para la
administración que se instalará en la Casa Blanca el próximo 20 de
enero.
* Fernández Tabío es Dr. En Ciencias Económicas y
Profesor Titular del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados
Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana y Pérez Casabona es Lic.
En Historia; Especialista en Seguridad y Defensa Nacional de la misma
institución.
Notas, citas y referencias bibliográficas.
[1]
Por estos días adquirió gran notoriedad el artículo divulgado por
Michael Moore el 29 de julio en que, mediante una evaluación integral de
numerosos factores, aseguró que el próximo presidente sería Donald
Trump. Con la sagacidad que le caracteriza, el destacado cineasta, uno
de los pocos que puso el dedo en la yaga sobre la posibilidad real del
triunfo del candidato republicano, señaló en un trabajo que muchos
catalogaron entonces como demasiado pesimista, que: “Queridos amigos,
esto no es un accidente. Es la realidad. (…) Así que en la mayoría de
las elecciones es difícil que el porcentaje de participación llegue
siquiera al 50%. Y ahí yace el problema de noviembre: ¿quién va a
conseguir que los votantes más motivados acudan a las urnas? Saben la
respuesta a esa pregunta. ¿Quién es el candidato con los simpatizantes
más furibundos? ¿Quién tiene unos fans capaces de levantarse a las cinco
de la mañana el día de las elecciones y de ir molestando todo el día
hasta que cierren las urnas para asegurarse de que todo hijo de vecino
vote? Efectivamente. Ese es el nivel de peligro en el que nos
encontramos. Y no se engañen: ni los persuasivos anuncios de televisión
de Hillary ni el hecho de que se le desenmascare en los debates ni que
los libertarios le quiten votos van a servir para detener a Trump”. Doce
años antes el propio autor de Bowling for Columbine
reflexionó en uno de sus libros, sobre varias confusiones que operan en
la mente del ciudadano común estadounidense. “Mira, soy consciente de
que en un determinada época ser republicano y votar a los republicanos
parecía la única garantía de hacerse ricos Pero en la actualidad no
funciona así. (…) Ahora mismo, las 13 000 familias que forman el 0,01 %
mejor situado controlan el equivalente a las riquezas de los veinte
millones más pobres. Además, mientras quienes viven en el 1 % mejor
situado han disfrutado de un aumento en sus ingresos del 157 % durante
los últimos veinte años, la clase media solo ha conseguido un aumento
del 10 %. (…) Ese grupo de republicanos al que dices pertenecer no tiene
nada que ver contigo”. Ver: Michael Moore: “El próximo presidente de
EEUU será Donald Trump”, en: http://www.cubadebate.cu/noticias/2016/07/29/michael-moore-el-proximo-presidente-de-eeuu-sera-donald-trump/#.WCOyd9UrPcc y Michael More: ¿Qué han hecho con mi país?, Ediciones B, Barcelona, 2004, p. 207.
[2]
Sobre este aspecto, y sus implicaciones en lo concerniente al diseño de
la política exterior estadounidense, se pueden consultar diferentes
textos. Uno de los que con mayor frecuencia se emplea en varias
universidades norteamericanas es American Foreign Policy, de la
autoría de Charles W. Kegley Jr., y Eugene R. Wittkopf. Específicamente
debe examinarse (en la quinta edición preparada por St. Martin ´s
Press, New York, 1996) la parte V, capítulo 10, “Govermental Sources of
American Foreign Policy”, pp. 338-377.
[3]
En un artículo donde examinó cuestiones de fondo sobre este tema,
aparecido el propio día de las elecciones en The New York Times, Paul
Krugman apuntó: “Resulta que hay un gran número de personas —blancas,
que viven principalmente en áreas rurales— que no comparten para nada
nuestra idea de lo que es Estados Unidos. Para esas personas, se trata
de una cuestión de sangre y tierra, del patriarcado tradicional y la
jerarquía étnica. Y resulta que hubo muchas otras personas que podrían
no compartir esos valores antidemocráticos que, sin embargo, estaban
dispuestas a votar por cualquiera que representara al Partido
Republicano. No sé qué nos espera. ¿Estados Unidos ha fallado como
Estado y sociedad? Todo parece posible. Creo que tendremos que
levantarnos y tratar de encontrar la forma de continuar, pero esta ha
sido una noche de revelaciones terribles y no considero que sea un
exceso sentir tanto desconsuelo”. Ver: “Estados Unidos, nuestro país
desconocido”, en: http://www.nytimes.com/es/2016/11/08/nuestro-pais-desconocido/
[4]
Elementos iniciales de la identidad se definieron en términos de raza,
etnia, cultura y sobre todo religión. El grupo fundacional de colonos
era integrado mayoritariamente por blancos, anglosajones y
protestantes. A ello se agregaba el llamado, “Credo americano, con sus
principios de libertad, igualdad, derechos humanos, gobierno
representativo y propiedad privada”: Samuel P. Huntington: ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense. PAIDÓS. México, 2004, p. 62 – 65.
[5]
Esta idea la refrenda también Ramón Sánchez-Parodi Montoto. “La
conclusión más importante… a pesar de la crisis del sistema electoral
bipartidista, es que tanto el Partido Demócrata como el Republicano
mantienen en el ámbito de los estados el control y el predominio sobre
la maquinaria y el mecanismo electoral”. Ver “Elecciones en Estados
Unidos. Una mirada a los números”, en Granma, viernes 11 de noviembre de 2016, p. 8.