“La crisis consiste
precisamente en el hecho de que lo viejo muere
y lo nuevo no puede nacer. En
este interregno se verifican los
fenómenos morbosos más variados”
Antonio Gramsci
Por Dr. Jorge Casals Llano
Son pocos ya los
que dudan de que el mundo esté en crisis a pesar de que no haya consenso acerca
de su naturaleza. Se trata de la crisis del capitalismo que muere sin que lo
nuevo acabe de nacer, lo que provoca caos, incertidumbre, confusión y aporía.
Sabemos que un mundo mejor es posible, pero también que el peor nos puede ser
impuesto si no somos capaces de entender, con la mayor precisión posible, lo que
hoy ocurre para prever el futuro, y construirlo.
Al “leer” la
historia del capitalismo es posible apreciar nítidamente cómo se ha ido regenerando,
recreando y adaptando a las condiciones creadas por sus propias contradicciones:
entre fines del siglo xix y principios del xx, el capitalismo de libre
concurrencia pasa a ser capitalismo monopolista e imperialismo, cuyo eje se
sitúa primero en Europa, para desplazarse hasta EE.UU. Ya a finales del siglo xx
y principios del xxi ese mismo capitalismo se hace senil (en su cuna, Europa y también
en EE.UU.) al propio tiempo que su eje se desplaza a Asia y al ¿socialismo de
mercado? de la mano de la “globalización” (en realidad la internacionalización inherente
al capital que alcanza grado superlativo).
En el orden
teórico, los fracasos sucesivos del
capitalismo lo llevan –en períodos cada vez más cortos –del liberalismo (confianza ciega en el mercado), a la regulación (estado regulador), al neoliberalismo (estado
que garantiza la regulación por el mercado) para en la actualidad, luego del
“fracaso” del neoliberalismo y la globalización, intentar abandonar toda
teoría, incluyendo la de los “costos comparativos” que fundamenta el “libre
comercio” entre las naciones.
El capitalismo actual,
caracterizado certeramente como senil, tiene como rasgos principales sus magros
ritmos de crecimiento, el agotamiento de los recursos y la destrucción del medio
ambiente. Este capitalismo, capaz de producir mercancías en “exceso” (lo que
acelera la tendencia al descenso de la tasa de beneficios) se ve obligado por
la competencia a introducir la ciencia y la tecnología a la producción como fuerza productiva directa lo que incide
sobre la reproducción del sistema de muy diversas formas, siendo la más
evidente su incidencia sobre el empleo y, por consiguiente, sobre la demanda. El capital sigue produciendo
ganancias –o dejaría de ser capital –sin importarle donde, en que fronteras, y
a qué precio, siempre que no lo pague él. Al mismo tiempo y para maximizar sus
ganancias, la actividad fundamental del capital pasa de la producción a la especulación (lo
que niega su propia esencia), consolidando lo que ya Keynes, desde mediados del
pasado siglo, denominara “economía de casino”.
Desde el punto de
vista geopolítico, la posición de los EE.UU. está hoy muy lejos de ser la que
fuera cuando, al finalizar la Segunda guerra mundial, logró imponer al mundo el
sistema de Bretton Woods y, junto con el mismo, su propia moneda como moneda de
referencia global “tan buena como el oro”. Cuando el sistema fue abolido, por
insostenible, por el propio presidente de los EE.UU. en 1971, al declarar la
inconvertibilidad del dólar y su devaluación, el dólar se mantuvo como la
principal moneda de referencia global,
lo que en buena medida hace posible aun hoy la hegemonía del país del norte en el
comercio y las finanzas mundiales.
El análisis no
puede pasar por alto que la geopolítica responde a los intereses de la plutocracia
dominante (el 1%), que la plutocracia es, cada vez más, plutocracia
transnacional y los “estados –nación”, cada vez más, estados transnacionalizados (en el sentido de
que sus acciones quedan orientadas por los intereses de las transnacionales).
Al propio tiempo, que las relaciones mundiales son protagonizadas, además de por los estados –nación, como en el pasado
más o menos reciente, por nuevos centros
de poder como las ya referidas grandes empresas transnacionales y aun otros múltiples actores que dejaron de
ser grupos de presión y se han convertido en factores de poder real.
Barak Obama, un hombre inteligente y capaz, sin duda estaba
consciente (al igual que los que lo impulsaron a la presidencia) de la
necesidad de introducir cambios en el funcionamiento del sistema que
garantizaran la recuperación del nivel de vida de la “clase media”
norteamericana a la vez que la hegemonía de los EE.UU. en el mundo. Por ello
mismo, asumió la presidencia de los EE.UU. utilizando el eslogan“Si se puede” (Yes
we can) y en su mandato se apoyó en lo que denominó “Poder inteligente” (Smart
power) seguramente considerando a aquellos que alertaban, ya desde principios
de los 70, acerca de la tendencia al declive del poder imperial norteamericano y la
recomposición geopolítica del mundo. El principal fracaso de Obama fue no ser
capaz de revertir esta tendencia.
El nuevo intento de reconfiguración geopolítica y de recuperación
del terreno perdido, aun en contra de buena parte de la plutocracia global, se
hace explícito cuando Donald Trump alcanzala presidencia de los EE.UU. con su “Hacer
los EEUU un gran país nuevamente” (Make America great again) que desde su discurso
de asunción hace hincapié en que es presidente de los EEUU y no del mundo,
aunque subrayando su intención de
liderarlo.
No puede obviarse que no todo lo que propone el presidente
Trump implica una total ruptura con el accionar de administraciones anteriores (lo
que incluye a ex presidentes como Reagan, Bush, Clinton, Bush hijo y Obama[1],
por mencionar solo algunos) en respuesta a la declinación del poder político y
económico de Estados Unidos y como intento de reconfiguración de la geopolítica
global. Sirvan de ejemplo, tanto el llamado Reaganomic y su “guerra de las
estrellas”, como las guerras que destrozaron a Irak, Libia, Siria y la
prioridad de los gastos militares (en 2015 casi 10 veces los de Rusia y 3 veces
los de China que Trump pretende ahora aumentar más de 50, 000 millones de
dólares). También el compromiso con la
desregulación financiera neoliberal, apreciable tanto en la sustitución de la ley
Glass – Steagall por la Commodity Futures Modernization Act durante la presidencia
de Clinton, como en la no aplicada en su totalidad ley Dott – Frank por Obama, dirigida
a regular organizaciones que operan derivados OTC (Over the counter) con el
objetivo de mitigar riesgos financieros y que ahora se ve bajo amenaza de ser
derogada por Trump y su equipo.
Otra cosa distinta es si el actual presidente puede hacer
que los EE.UU. puedan mantener –como se suponía sería capaz de hacer el “poder
inteligente” –su ya debilitada hegemonía (en el sentido gramsciano de que hegemonía es una forma de dominación
en la que la coerción, la violencia y la imposición se utilizan in extremis cuando resulta insuficiente
el consenso y la aceptación de los dominados).
El primer gran
problema que debería ser capaz de resolver el actual presidente es la situación
en los mismos EE.UU.[2]
y la división al interior de su propio país y partido, las dos últimas exponenciadas
por su accionar, y de lo cual lo que se diga es reiterativo ante lo evidente. Solo
a manera de ejemplo vale la referencia al denominado Obamacare, repudiado por
los republicanos todos aunque no tanto como para ponerlos de acuerdo en un
nuevo programa que sustituya subsidios por desgravaciones fiscales, reduzca la
intervención estatal y disminuya los impuestos que financien el sistema, cualquiera
este sea, sin perjudicar a los usuarios del Medicaid cuyo costo es de más de
20,000 millones anuales.
El segundo tiene
que ver con la capacidad de liderazgo global de los EE.UU. cuando su presidente
multiplica las agresiones verbales tanto contra sus aliados –incluyendo a los
de Europa, Japón y América Latina –como contra los que no lo son –sea en Asia,
África, Medio Oriente o Australia. El retiro de las negociaciones
integracionistas con el área del Pacífico y Trasatlánticas solo debilitan el
liderazgo norteamericano sin que le reporte beneficio alguno.
En este propio
sentido inciden las declaraciones proteccionistas del actual presidente
norteamericano capaces de provocar una guerra comercial con resultados
imprevisibles. No puede pasarse por alto aquí algo conocido por cualquier
empresario, político, analista o sencillamente por cualquier habitante del
planeta medianamente informado: las grandes empresas transnacionales operan en
todos los continentes, en multiplicidad de países y forman cadenas productivas
de subcontratación, externalización, tercerización, relocalización… por lo que
una misma empresa, aprovechando las llamadas “ventajas competitivas”
puede, por ejemplo, construir desde un teléfono hasta un
automóvil o un avión cuyas partes se fabrican en diferentes países por una o
distintas empresas que terminan ensamblándose en uno u otro país por lo que, ni
la producción en la actualidad es “nacional”, ni el pago de aranceles una y
otra vez al atravesar partes y piezas cada frontera, con los consiguientes
incrementos en el costo de los bienes producidos, pueda beneficiar de ninguna
manera al consumidor norteamericano.
A lo anterior debe agregarse que el proteccionismo norteamericano
obligaría incluso a los actuales socios comerciales de los EE.UU., quiéranlo o
no, a adoptar contramedidas para la defensa de sus intereses “nacionales”. Lo
anterior es válido desde la UE hasta China, desde India hasta Japón, América
Latina y Australia. Sirvan aquí de constatación las recientes declaraciones del
secretario de Comercio de China, ZhongShan, en la sesión anual del parlamento
en Pekín refiriéndose a las relaciones EE.UU. - China: "una guerra comercial no beneficiaría a
ninguno de los dos países y no tendría ninguna ventaja" añadiendo que "muchos
amigos estadounidenses y occidentales piensan que China no puede vivir sin
Estados Unidos, pero eso es solo media verdad pues "Al mismo tiempo,
EE.UU. no puede vivir sin China". Sin duda, dada la importancia actual de
los EE.UU. en el comercio global, medidas proteccionistas darían lugar a una espiral mundial que terminaría perjudicando a
todos.
Para el caso particular de México, el proteccionismo
estadounidense afectaría su comercio en unos 80, 000 millones de dólares lo que
tendría su contrapartida en la disminución de las importaciones mexicanas desde
los EE.UU. lo que desestabilizaría no solo a México sino también a los propios
EE.UU. Lo más importante, sin embargo, es que la desestabilización de una zona de
la importancia mundial de Norteamérica desestabilizaría al mundo y haría que los
EE.UU. (que al propio tiempo desperdicia las posibilidades en el área del
Pacífico) disminuyan su cada vez más mermado liderazgo, beneficiando a China.
En el referido contexto, al margen de los problemas
meramente económicos y más relacionados con la geopolítica, subyace el diferendo EE.UU. – China en la
región del Asia oriental en la que China ha aumentado ostensiblemente su
presencia económica, política, diplomática y militar. La VIIma flota de los
EE.UU. está presente en el área, pero la misma no puede controlar el acceso a
los océanos ni servir siquiera de factor disuasivo sin embarcar a los EE.UU. y
al mundo en un enfrentamiento militar en el que
se sabrá el comienzo pero nunca sabremos cuando terminó luego de que
comiencen a utilizarse las más de mil bombas existentes, cada una de ellas con
capacidad destructiva hasta más de 30 veces mayor que las de Hiroshima y
Nagasaki.
A los no iniciados pudiera desconcertar el “auge” de los
indicadores de la economía de los EE.UU. incluso antes de que Trump tomara
posesión del cargo de presidente. Al
respecto deben hacerse dos comentarios, el primero relacionado con el
incremento de los “valores” financieros y que los índices de la bolsa de Nueva
York hayan marcado nuevos records y el segundo respecto al resto de los
valores.
Primero: Nada hay de extraño en que los indicadores de
bolsa hayan experimentado un alza si se tiene en consideración que el
presidente Trump y su equipo reiteradamente se refirieron a la ley Dott – Frank
(a lo que ya hicimos referencia anteriormente) en el sentido de que había que
desregular el sector financiero a los efectos de eliminar las trabas que
dificultaban el acceso de los inversores a los fondos disponibles.
Segundo: Tampoco hay nada extraño en la reacción –a partir
del discurso populista de derecha de Trump–que un análisis a priori, superficial
y desde la estricta lógica microeconómica puede producir en los sectores de la
construcción, la industria, la salud, la biotecnología, la energética y de
tantos otros y el efecto multiplicador previsible que promete la inversión en
la deteriorada infraestructura del país; la reanimación del sector industrial y
automovilístico mediante la adopción de medidas proteccionistas y que gravan la
relocalización fuera de los EE.UU.; el aumento de los gastos militares que
inyectarán dinero en la circulación y aumentarán el consumo y con ello el PIB
de la nación; la reformulación del sistema de salud de la manera que en un
video que circula en las redes sociales el Senador Bernie Sanders asegura es “un traspaso masivo de riqueza de los
trabajadores y personas de ingresos medios a los más ricos de este país”;
también y por esa misma razón, aumentan las expectativas de las empresas
productoras de medicamentos y biotecnológicas porque disminuye el riesgo del
establecimiento de un mayor control de precios; las energéticas porque se
levantarán las restricciones para elevar la producción doméstica de carbón,
petróleo y gas de esquisto y se eliminarán las ayudas que reciben las
industrias productoras de energías alternativas…..todo lo que ha provocado,
además, que incluso empresas transnacionales hayan prometido volver a invertir
en los EE.UU.
Respecto a la burbuja incrementada en las bolsas, solo habría
que añadir que precisamente la desregulación financiera promovida por el
presidente Clinton (refrendada por la Commodity Futures Modernization Act) fue uno
de los factores que disparó la crisis de 2007, de la cual aún la economía
norteamericana y global no se ha recuperado a pesar de las ingentes cantidades
de dinero que se han introducido en la circulación y ocasionado lo que los
economistas llamamos “trampa de liquidez”, o más explícitamente, que la
economía no reaccione al estímulo que representa el aumento de la cantidad de
dinero en circulación, ni aun con tasas de interés negativas.
Tampoco es viable, económicamente viable, el crecimiento
prometido por Trump para los cuatro años de su mandato hasta igualar las tasas
de los años 50 y 60 cuando los EE.UU. alcanzaran la cúspide de su hegemonía
mundial al menos porque:
a)
Los problemas del capitalismo contemporáneo
no tienen solo que ver con las políticas comerciales. La relocalización
industrial que Trump pretende revertir con el proteccionismo provocaría
reacciones legítimas de los perjudicados que conduciría inevitablemente a una guerra comercial global.
b)
La creación de empleo (no solo
en EE.UU.) tiene que ver con la introducción de nuevas tecnologías y ésta con
la calificación y recalificación de la fuerza de trabajo. La producción
competitiva en la actualidad tiene que ver tanto con los niveles salariales (lo
que Trump no podrá resolver) como con la introducción de cambios tecnológicos
que potencien la productividad. Estos cambios tecnológicos, como regla,
requieren de poca –o muy poca –fuerza de trabajo aunque de alta calificación
por lo que no contribuiría a la masiva creación de empleo.
c) A pesar de las promesas de
retorno a los EE.UU. de algunas empresas transnacionales, está por verse si los
análisis políticos, económicos, sociales y tecnológicos que necesariamente preceden a las inversiones que realizan las grandes empresas garantizan a
sus ejecutivos y accionistas la viabilidad de tal decisión.
d)
La producción, como ya se ha
señalado antes, se ha hecho global por lo que introducir restricciones al trasiego
de partes y piezas entre los diferentes componentes de las redes de producción
y distribución solo aumentaría costos y desempleo en lugar de crear empleos en
los EE.UU. y mejorar la calidad de vida de los estadounidenses.
e)
Los costes de producción en EE.UU. son más
elevados que en el resto de sus competidores por lo que la producción
“nacional” en los EE.UU. será más cara y más caros, por consiguiente, los precios del consumo en los EE.UU.
f)
El aumento del gasto militar y
la inversión en infraestructura, no puede ir acompañado, como promete el
presidente Trump, con una rebaja masiva de impuestos sin que ello aumente, aún
más, el ya abultado déficit presupuestario juntamente con la deuda pública.
g) La subida de los tipos de
interés para financiar la economía seguiría aumentando la deuda e incrementando
el desequilibrio de la balanza comercial; la depreciación del dólar minaría la
confianza en el mismo que sería sustituido a escala global por otras monedas
más confiables.
h) La información oficial disponible revela que
la aplicación del plan de Trump para reformar el Obamacare garantizaría “un
ahorro” de 337.000 millones de dólares en diez años, a cambio, dejaría sin cobertura a 24 millones
de estadounidenses.
i)
El presidente Trump insiste en
el amplio uso de los combustibles fósiles (incluido el carbón y el gas de
esquisto), rechaza los estudios
científicos y niega la dimensión de la crisis ecológica y el cambio climático
lo que traerá graves consecuencias para los ciudadanos norteamericanos y para
todos los que habitamos el planeta.
Por supuesto que el análisis debería incluir, además de los
desaguisados geopolíticos y económicos, las declaraciones y posiciones de Trump
respecto a las mujeres, el aborto, la xenofobia, el ultranacionalismo de
derecha, el aislacionismo, el racismo, el oscurantismo y la negación de la
ciencia, el militarismo y la prepotencia…pero como además de economista soy
optimista, todo lo hasta aquí escrito me recuerda lo aprendido en mis lejanos
tiempos del bachillerato y el relato de cuando el rey Luis XV- “Después de mi
el diluvio” - debió escuchar la profecía del Abate Jean-Baptiste de Beauvais, tomada del profeta Jonás: “40 días más y
Nínive será destruida”. Muy poco faltaba entonces para el inicio de la
revolución francesa.
[1]La economía de los EEUU tuvo un crecimiento irregular en 2016:
primer trimestre un crecimiento anualizado del 0,8 que pasó al 1,4% en el
segundo y un 3,5% en el terceropara un 1,6% en el año, lastrado por la caída de
las exportaciones un 4,3%. La Reserva Federal proyecta un 2,1% en 2017.
[2] Es recomendable al respecto leer el documentado informe del
“Registro de derechos humanos en EE.UU. 2016”
de la Oficina de Información del Consejo de Estado de la República
Popular China
No hay comentarios:
Publicar un comentario