lunes, 27 de marzo de 2017

Nuevo intento de respuesta a la crisis sistémica del capitalismo: el trumpismo




“La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere

y lo nuevo no puede nacer. En este interregno se verifican los

fenómenos morbosos más variados”

                                                                                                                
                                                                            Antonio Gramsci


Por Dr. Jorge Casals Llano


Son pocos ya los que dudan de que el mundo esté en crisis a pesar de que no haya consenso acerca de su naturaleza. Se trata de la crisis del capitalismo que muere sin que lo nuevo acabe de nacer, lo que provoca caos, incertidumbre, confusión y aporía. Sabemos que un mundo mejor es posible, pero también que el peor nos puede ser impuesto si no somos capaces de entender, con la mayor precisión posible, lo que hoy ocurre para prever el futuro, y construirlo.

Al “leer” la historia del capitalismo es posible apreciar nítidamente cómo se ha ido regenerando, recreando y adaptando a las condiciones creadas por sus propias contradicciones: entre fines del siglo xix y principios del xx, el capitalismo de libre concurrencia pasa a ser capitalismo monopolista e imperialismo, cuyo eje se sitúa primero en Europa, para desplazarse hasta EE.UU. Ya a finales del siglo xx y principios del xxi ese mismo capitalismo se hace senil (en su cuna, Europa y también en EE.UU.) al propio tiempo que su eje se desplaza a Asia y al ¿socialismo de mercado? de la mano de la “globalización” (en realidad la internacionalización inherente al capital que alcanza grado superlativo).

En el orden teórico,  los fracasos sucesivos del capitalismo lo llevan –en períodos cada vez más cortos –del liberalismo (confianza ciega en el mercado),  a la regulación  (estado regulador), al neoliberalismo (estado que garantiza la regulación por el mercado) para en la actualidad, luego del “fracaso” del neoliberalismo y la globalización, intentar abandonar toda teoría, incluyendo la de los “costos comparativos” que fundamenta el “libre comercio” entre las naciones.

El capitalismo actual, caracterizado certeramente como senil, tiene como rasgos principales sus magros ritmos de crecimiento, el agotamiento de los recursos y la destrucción del medio ambiente. Este capitalismo, capaz de producir mercancías en “exceso” (lo que acelera la tendencia al descenso de la tasa de beneficios) se ve obligado por la competencia a introducir la ciencia y la tecnología a la producción como fuerza productiva directa lo que incide sobre la reproducción del sistema de muy diversas formas, siendo la más evidente su incidencia sobre el empleo y, por consiguiente, sobre la demanda. El capital sigue produciendo ganancias –o dejaría de ser capital –sin importarle donde, en que fronteras, y a qué precio, siempre que no lo pague él. Al mismo tiempo y para maximizar sus ganancias, la actividad fundamental del capital pasa de la producción a la especulación (lo que niega su propia esencia), consolidando lo que ya Keynes, desde mediados del pasado siglo, denominara “economía de casino”.

Desde el punto de vista geopolítico, la posición de los EE.UU. está hoy muy lejos de ser la que fuera cuando, al finalizar la Segunda guerra mundial, logró imponer al mundo el sistema de Bretton Woods y, junto con el mismo, su propia moneda como moneda de referencia global “tan buena como el oro”. Cuando el sistema fue abolido, por insostenible, por el propio presidente de los EE.UU. en 1971, al declarar la inconvertibilidad del dólar y su devaluación, el dólar se mantuvo como la principal  moneda de referencia global, lo que en buena medida hace posible aun hoy la hegemonía del país del norte en el comercio y las finanzas mundiales.

El análisis no puede pasar por alto que la geopolítica responde a los intereses de la plutocracia dominante (el 1%), que la plutocracia es, cada vez más, plutocracia transnacional y los “estados –nación”, cada vez más,  estados transnacionalizados (en el sentido de que sus acciones quedan orientadas por los intereses de las transnacionales). Al propio tiempo, que las relaciones mundiales son protagonizadas, además de por los estados –nación, como en el pasado más o menos reciente,  por nuevos centros de poder como las ya referidas grandes empresas transnacionales  y aun otros múltiples actores que dejaron de ser grupos de presión y se han convertido en factores de poder real.

Barak Obama, un hombre inteligente y capaz, sin duda estaba consciente (al igual que los que lo impulsaron a la presidencia) de la necesidad de introducir cambios en el funcionamiento del sistema que garantizaran la recuperación del nivel de vida de la “clase media” norteamericana a la vez que la hegemonía de los EE.UU. en el mundo. Por ello mismo, asumió la presidencia de los EE.UU. utilizando el eslogan“Si se puede” (Yes we can) y en su mandato se apoyó en lo que denominó “Poder inteligente” (Smart power) seguramente considerando a aquellos que alertaban, ya desde principios de los 70, acerca de la tendencia al declive del poder imperial norteamericano y la recomposición geopolítica del mundo. El principal fracaso de Obama fue no ser capaz de revertir esta tendencia.

El nuevo intento de reconfiguración geopolítica y de recuperación del terreno perdido, aun en contra de buena parte de la plutocracia global, se hace explícito cuando Donald Trump alcanzala presidencia de los EE.UU. con su “Hacer los EEUU un gran país nuevamente” (Make America great again) que desde su discurso de asunción hace hincapié en que es presidente de los EEUU y no del mundo, aunque  subrayando su intención de liderarlo.

No puede obviarse que no todo lo que propone el presidente Trump implica una total ruptura con el accionar de administraciones anteriores (lo que incluye a ex presidentes como Reagan, Bush, Clinton, Bush hijo y Obama[1], por mencionar solo algunos) en respuesta a la declinación del poder político y económico de Estados Unidos y como intento de reconfiguración de la geopolítica global. Sirvan de ejemplo, tanto el llamado Reaganomic y su “guerra de las estrellas”, como las guerras que destrozaron a Irak, Libia, Siria y la prioridad de los gastos militares (en 2015 casi 10 veces los de Rusia y 3 veces los de China que Trump pretende ahora aumentar más de 50, 000 millones de dólares). También  el compromiso con la desregulación financiera neoliberal, apreciable tanto en la sustitución de la ley Glass – Steagall por la Commodity Futures Modernization Act durante la presidencia de Clinton, como en la no aplicada en su totalidad ley Dott – Frank por Obama, dirigida a regular organizaciones que operan derivados OTC (Over the counter) con el objetivo de mitigar riesgos financieros y que ahora se ve bajo amenaza de ser derogada por Trump y su equipo.

Otra cosa distinta es si el actual presidente puede hacer que los EE.UU. puedan mantener –como se suponía sería capaz de hacer el “poder inteligente” –su ya debilitada hegemonía (en el sentido gramsciano  de que hegemonía es una forma de dominación en la que la coerción, la violencia y la imposición se utilizan in extremis cuando resulta insuficiente el consenso y la aceptación de los dominados).

El primer gran problema que debería ser capaz de resolver el actual presidente es la situación en los mismos EE.UU.[2] y la división al interior de su propio país y partido, las dos últimas exponenciadas por su accionar, y de lo cual lo que se diga es reiterativo ante lo evidente. Solo a manera de ejemplo vale la referencia al denominado Obamacare, repudiado por los republicanos todos aunque no tanto como para ponerlos de acuerdo en un nuevo programa que sustituya subsidios por desgravaciones fiscales, reduzca la intervención estatal y disminuya los impuestos que financien el sistema, cualquiera este sea, sin perjudicar a los usuarios del Medicaid cuyo costo es de más de 20,000 millones anuales.

El segundo tiene que ver con la capacidad de liderazgo global de los EE.UU. cuando su presidente multiplica las agresiones verbales tanto contra sus aliados –incluyendo a los de Europa, Japón y América Latina –como contra los que no lo son –sea en Asia, África, Medio Oriente o Australia. El retiro de las negociaciones integracionistas con el área del Pacífico y Trasatlánticas solo debilitan el liderazgo norteamericano sin que le reporte beneficio alguno.

En este propio sentido inciden las declaraciones proteccionistas del actual presidente norteamericano capaces de provocar una guerra comercial con resultados imprevisibles. No puede pasarse por alto aquí algo conocido por cualquier empresario, político, analista o sencillamente por cualquier habitante del planeta medianamente informado: las grandes empresas transnacionales operan en todos los continentes, en multiplicidad de países y forman cadenas productivas de subcontratación, externalización, tercerización, relocalización… por lo que una misma empresa, aprovechando las llamadas “ventajas competitivas” puede,  por ejemplo,  construir desde un teléfono hasta un automóvil o un avión cuyas partes se fabrican en diferentes países por una o distintas empresas que terminan ensamblándose en uno u otro país por lo que, ni la producción en la actualidad es “nacional”, ni el pago de aranceles una y otra vez al atravesar partes y piezas cada frontera, con los consiguientes incrementos en el costo de los bienes producidos, pueda beneficiar de ninguna manera al consumidor norteamericano.

A lo anterior debe agregarse que el proteccionismo norteamericano obligaría incluso a los actuales socios comerciales de los EE.UU., quiéranlo o no, a adoptar contramedidas para la defensa de sus intereses “nacionales”. Lo anterior es válido desde la UE hasta China, desde India hasta Japón, América Latina y Australia. Sirvan aquí de constatación las recientes declaraciones del secretario de Comercio de China, ZhongShan, en la sesión anual del parlamento en Pekín refiriéndose a las relaciones EE.UU. - China:  "una guerra comercial no beneficiaría a ninguno de los dos países y no tendría ninguna ventaja" añadiendo que "muchos amigos estadounidenses y occidentales piensan que China no puede vivir sin Estados Unidos, pero eso es solo media verdad pues "Al mismo tiempo, EE.UU. no puede vivir sin China". Sin duda, dada la importancia actual de los EE.UU. en el comercio global,  medidas proteccionistas darían lugar a una  espiral mundial que terminaría perjudicando a todos.

Para el caso particular de México, el proteccionismo estadounidense afectaría su comercio en unos 80, 000 millones de dólares lo que tendría su contrapartida en la disminución de las importaciones mexicanas desde los EE.UU. lo que desestabilizaría no solo a México sino también a los propios EE.UU. Lo más importante, sin embargo, es que la desestabilización de una zona de la importancia mundial de Norteamérica desestabilizaría al mundo y haría que los EE.UU. (que al propio tiempo desperdicia las posibilidades en el área del Pacífico) disminuyan su cada vez más mermado liderazgo, beneficiando a China.

En el referido contexto, al margen de los problemas meramente económicos y más relacionados con la geopolítica,  subyace el diferendo EE.UU. – China en la región del Asia oriental en la que China ha aumentado ostensiblemente su presencia económica, política, diplomática y militar. La VIIma flota de los EE.UU. está presente en el área, pero la misma no puede controlar el acceso a los océanos ni servir siquiera de factor disuasivo sin embarcar a los EE.UU. y al mundo en un enfrentamiento militar en el que  se sabrá el comienzo pero nunca sabremos cuando terminó luego de que comiencen a utilizarse las más de mil bombas existentes, cada una de ellas con capacidad destructiva hasta más de 30 veces mayor que las de Hiroshima y Nagasaki.

A los no iniciados pudiera desconcertar el “auge” de los indicadores de la economía de los EE.UU. incluso antes de que Trump tomara posesión del cargo de presidente.  Al respecto deben hacerse dos comentarios, el primero relacionado con el incremento de los “valores” financieros y que los índices de la bolsa de Nueva York hayan marcado nuevos records y el segundo respecto al resto de los valores.

Primero: Nada hay de extraño en que los indicadores de bolsa hayan experimentado un alza si se tiene en consideración que el presidente Trump y su equipo reiteradamente se refirieron a la ley Dott – Frank (a lo que ya hicimos referencia anteriormente) en el sentido de que había que desregular el sector financiero a los efectos de eliminar las trabas que dificultaban el acceso de los inversores a los fondos disponibles. 

Segundo: Tampoco hay nada extraño en la reacción –a partir del discurso populista de derecha de Trump–que un análisis a priori, superficial y desde la estricta lógica microeconómica puede producir en los sectores de la construcción, la industria, la salud, la biotecnología, la energética y de tantos otros y el efecto multiplicador previsible que promete la inversión en la deteriorada infraestructura del país; la reanimación del sector industrial y automovilístico mediante la adopción de medidas proteccionistas y que gravan la relocalización fuera de los EE.UU.; el aumento de los gastos militares que inyectarán dinero en la circulación y aumentarán el consumo y con ello el PIB de la nación; la reformulación del sistema de salud de la manera que en un video que circula en las redes sociales el Senador Bernie Sanders asegura es  “un traspaso masivo de riqueza de los trabajadores y personas de ingresos medios a los más ricos de este país”; también y por esa misma razón, aumentan las expectativas de las empresas productoras de medicamentos y biotecnológicas porque disminuye el riesgo del establecimiento de un mayor control de precios; las energéticas porque se levantarán las restricciones para elevar la producción doméstica de carbón, petróleo y gas de esquisto y se eliminarán las ayudas que reciben las industrias productoras de energías alternativas…..todo lo que ha provocado, además, que incluso empresas transnacionales hayan prometido volver a invertir en los EE.UU.

Respecto a la burbuja incrementada en las bolsas, solo habría que añadir que precisamente la desregulación financiera promovida por el presidente Clinton (refrendada por la Commodity Futures Modernization Act) fue uno de los factores que disparó la crisis de 2007, de la cual aún la economía norteamericana y global no se ha recuperado a pesar de las ingentes cantidades de dinero que se han introducido en la circulación y ocasionado lo que los economistas llamamos “trampa de liquidez”, o más explícitamente, que la economía no reaccione al estímulo que representa el aumento de la cantidad de dinero en circulación, ni aun con tasas de interés negativas.

Tampoco es viable, económicamente viable, el crecimiento prometido por Trump para los cuatro años de su mandato hasta igualar las tasas de los años 50 y 60 cuando los EE.UU. alcanzaran la cúspide de su hegemonía mundial al menos porque:

a)      Los problemas del capitalismo contemporáneo no tienen solo que ver con las políticas comerciales. La relocalización industrial que Trump pretende revertir con el proteccionismo provocaría reacciones legítimas de los perjudicados que conduciría  inevitablemente a una guerra comercial global.

b)      La creación de empleo (no solo en EE.UU.) tiene que ver con la introducción de nuevas tecnologías y ésta con la calificación y recalificación de la fuerza de trabajo. La producción competitiva en la actualidad tiene que ver tanto con los niveles salariales (lo que Trump no podrá resolver) como con la introducción de cambios tecnológicos que potencien la productividad. Estos cambios tecnológicos, como regla, requieren de poca –o muy poca –fuerza de trabajo aunque de alta calificación por lo que no contribuiría a la masiva creación de empleo.

c)      A pesar de las promesas de retorno a los EE.UU. de algunas empresas transnacionales, está por verse si los análisis políticos, económicos, sociales y tecnológicos que  necesariamente preceden a las inversiones  que realizan las grandes empresas garantizan a sus ejecutivos y accionistas la viabilidad de tal decisión.

d)     La producción, como ya se ha señalado antes, se ha hecho global por lo que introducir restricciones al trasiego de partes y piezas entre los diferentes componentes de las redes de producción y distribución solo aumentaría costos y desempleo en lugar de crear empleos en los EE.UU. y mejorar la calidad de vida de los estadounidenses.

e)       Los costes de producción en EE.UU. son más elevados que en el resto de sus competidores por lo que la producción “nacional” en los EE.UU. será más cara y más caros, por consiguiente,  los precios del consumo en los EE.UU.

f)      El aumento del gasto militar y la inversión en infraestructura, no puede ir acompañado, como promete el presidente Trump, con una rebaja masiva de impuestos sin que ello aumente, aún más, el ya abultado déficit presupuestario juntamente con la deuda pública. 

g)   La subida de los tipos de interés para financiar la economía seguiría aumentando la deuda e incrementando el desequilibrio de la balanza comercial; la depreciación del dólar minaría la confianza en el mismo que sería sustituido a escala global por otras monedas más confiables.

h)    La información oficial disponible revela que la aplicación del plan de Trump para reformar el Obamacare garantizaría “un ahorro” de 337.000 millones de dólares en diez años,  a cambio, dejaría sin cobertura a 24 millones de estadounidenses.

i)        El presidente Trump insiste en el amplio uso de los combustibles fósiles (incluido el carbón y el gas de esquisto),  rechaza los estudios científicos y niega la dimensión de la crisis ecológica y el cambio climático lo que traerá graves consecuencias para los ciudadanos norteamericanos y para todos los que habitamos el planeta.

Por supuesto que el análisis debería incluir, además de los desaguisados geopolíticos y económicos, las declaraciones y posiciones de Trump respecto a las mujeres, el aborto, la xenofobia, el ultranacionalismo de derecha, el aislacionismo, el racismo, el oscurantismo y la negación de la ciencia, el militarismo y la prepotencia…pero como además de economista soy optimista, todo lo hasta aquí escrito me recuerda lo aprendido en mis lejanos tiempos del bachillerato y el relato de cuando el rey Luis XV- “Después de mi el diluvio” - debió escuchar la profecía del Abate Jean-Baptiste de Beauvais,  tomada del profeta Jonás: “40 días más y Nínive será destruida”. Muy poco faltaba entonces para el inicio de la revolución francesa.


[1]La economía de los EEUU tuvo un crecimiento irregular en 2016: primer trimestre un crecimiento anualizado del 0,8 que pasó al 1,4% en el segundo y un 3,5% en el terceropara un 1,6% en el año, lastrado por la caída de las exportaciones un 4,3%. La Reserva Federal proyecta un 2,1% en 2017.
[2] Es recomendable al respecto leer el documentado informe del “Registro de derechos humanos en EE.UU. 2016”  de la Oficina de Información del Consejo de Estado de la República Popular China

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