Foto Virgilio Ponce |
El tema migratorio en Estados Unidos ha mantenido su vigencia, añadiéndose a las presiones que el Ejecutivo recibe por otros asuntos de igual importancia para la salud del Estado.
Las cuestiones migratorias tienen mucha importancia en Estados Unidos, porque la descomunal producción y el acelerado desarrollo estable y continuado de su economía, durante los últimos doscientos años, creó la necesidad de poblar su inmenso territorio. Recordemos que de un millón de kilómetros cuadrados existentes en las Trece Colonias que protagonizaron la organización estatal de mayor significación que ha tenido la historia, en menos de cien años se transformó en un territorio de diez millones de kilómetros cuadrados.
Desde el inicio de la independencia existió un crecimiento que estuvo dado por la anexión de territorios cedidos por Francia a Gran Bretaña, al terminar la guerra entre ambos países en 1763. Estos Territorios, llamados del Noroeste, no poseían la densidad de población de las Trece Colonias, las cuales a su vez tenían un bajo nivel poblacional comparado con sus extensiones territoriales. Dicha región estaba comprendida por Michigan, Indiana, Ohio, Wisconsin y una porción de lo que fue más tarde el estado de Minnesota con un total de 673,000 kilómetros cuadrados. Al finalizar la Guerra de Independencia, fueron reclamados por las entonces llamadas Colonias de New York, Connecticut, Massachussets y Virginia.
Evidentemente este crecimiento demandó mucha mano de obra. Las impresionantes vías fluviales, aparejado con las condiciones geográficas de cada una estas regiones y la facilidad de conectarse entre ellas, a través de sus inmensas redes fluviales y de los caminos que fueron construyéndose a partir del desbroce de sus espesos montes, requirió con urgencia la formación de esa demanda. Este fue un proceso que estuvo a su vez estimulado por la necesidad de trasladar mercancías, maderas y animales, multiplicados casi geométricamente por iniciativas no coartadas por regulación alguna. La Europa devastada por rencillas y malas cosechas, ayudó a suplir esa carencia.
Un movimiento similar sucedió en las regiones de Suramérica, excepto que las características feudales heredadas de España en esa zona, impidieron desatar con la intensidad requerida, sus potenciales agrícolas y sus otros recursos naturales. No obstante esta enorme limitación, también allí confluyeron europeos, provenientes de países que generalmente no eran de habla inglesa y a quienes la cultura de la explotación existente, en contraposición a la de trabajo practicada en el Norte, los llevó a continuar con la tradición del saqueo y el desamor por el terruño.
El mundo entero, desde sus inicios, ha crecido gracias al flujo permanente de sus seres pensantes y racionales de un lugar a otro, en un proceso interminable que eventualmente, si no nos autodestruimos, podría convertirlo en un solo y gran país.
La diferencia de Estados Unidos con relación a otras naciones, similar por motivos diferentes con la Europa occidental, es que esa dinámica ha desbordado sus necesidades de mano de obra. A esto debemos sumar la existencia de unos controles migratorios que nunca tomaron muy en serio limitar las entradas, por cuanto la mano de obra más rudimentaria era tan imprescindible para sostener su agricultura y las faenas manufactureras de baja especialización, que de haber sido impuestas con rigor hubieran entorpecido el proceso de crecimiento. Aun en estos tiempos de amenazas reales y otras figuradas, el proceso de salida del país carece de un real control y no hay mecanismos oficiales establecidos para el caso, aunque esto no signifique que para asuntos sensibles y de interés nacional, las autoridades carezcan de medios para proceder.
En medio de esta turbulencia, nacida del abandono de políticas especializadas como existen en todas las naciones desarrolladas y en vías de crecimiento, ha explotado el fenómeno con la presencia en el país de varios millones de indocumentados, calculados entre doce y quince. Esta situación es crítica desde los primeros años del gobierno de George W. Bush y dio motivo a un amplio movimiento de los inmigrantes y a la decisión de aquel gobierno de cerrar sus fronteras con enormes murallas de hierro.
La gravedad del asunto asume tales dimensiones, porque las soluciones en un país, dividido por aspiraciones de poder representadas por grupos y personas entrenadas en esos menesteres, más que en funciones de servicio público, retuercen la realidad. No existe un debate para buscar soluciones, sino para confundir a un público que sufre las consecuencias, con el interés de inclinarlo a votar hacia uno u otro partido.
En Estados Unidos, como con el resto de los países divididos por Partidos Políticos, que han escogido representarse ellos mismos en lugar de los intereses nacionales, sus asambleas legislativas se dedican a buscar votos para el próximo período electoral, a costa de postergar la solución de los asuntos urgentes de su comunidad.
Indudablemente que para ordenar la inmigración de Estados Unidos, no hay otro camino que ajustarle la documentación a esos varios millones que carecen de ella. Pero eso, que puede parecer tan simple, enfrenta los obstáculos interpuestos por el sector más recalcitrante del Partido Republicano.
En medio de esta aberración, los republicanos acusan a Obama de no darle solución a dicha problemática, intentando así capitalizar algunos votos a su favor. Para ocultar su oposición a documentar a quienes carecen de los papeles migratorios requeridos, aducen que proceder de esa manera constituye una amnistía, lo cual enviaría el mensaje de que Estados Unidos premia a los “ilegales” y como resultado de semejante proceder se produciría un estimulo para continuar violando las regulaciones migratorias. Contradictoriamente mantienen una Ley de Ajuste cubano que precisamente premia a los cubanos que entran ilegalmente al territorio estadounidense.
Mientras más nos acercamos a los bizantinos debates que tienen lugar en el tullido Congreso de Estados Unidos, más entendemos la necesidad de transformar los mecanismos políticos al uso en todo el mundo. Para comenzar hay que idear la manera de atemperar el poder de los sectores Ejecutivos y convertir las Asambleas, Congresos, Senados y similares, en centros de debates sociales y económicos, desprovistos de representaciones partidarias.
Parece difícil, pero puede hacerse. El secreto estriba en que para hacerlo no podemos recurrir a la imposición, mediante procedimientos que nieguen las costumbres y normas consolidadas por el tiempo y que solamente pueden cambiarse mediante lentos procedimientos, que generalmente superan la vida de una generación.
Las cuestiones migratorias tienen mucha importancia en Estados Unidos, porque la descomunal producción y el acelerado desarrollo estable y continuado de su economía, durante los últimos doscientos años, creó la necesidad de poblar su inmenso territorio. Recordemos que de un millón de kilómetros cuadrados existentes en las Trece Colonias que protagonizaron la organización estatal de mayor significación que ha tenido la historia, en menos de cien años se transformó en un territorio de diez millones de kilómetros cuadrados.
Desde el inicio de la independencia existió un crecimiento que estuvo dado por la anexión de territorios cedidos por Francia a Gran Bretaña, al terminar la guerra entre ambos países en 1763. Estos Territorios, llamados del Noroeste, no poseían la densidad de población de las Trece Colonias, las cuales a su vez tenían un bajo nivel poblacional comparado con sus extensiones territoriales. Dicha región estaba comprendida por Michigan, Indiana, Ohio, Wisconsin y una porción de lo que fue más tarde el estado de Minnesota con un total de 673,000 kilómetros cuadrados. Al finalizar la Guerra de Independencia, fueron reclamados por las entonces llamadas Colonias de New York, Connecticut, Massachussets y Virginia.
Evidentemente este crecimiento demandó mucha mano de obra. Las impresionantes vías fluviales, aparejado con las condiciones geográficas de cada una estas regiones y la facilidad de conectarse entre ellas, a través de sus inmensas redes fluviales y de los caminos que fueron construyéndose a partir del desbroce de sus espesos montes, requirió con urgencia la formación de esa demanda. Este fue un proceso que estuvo a su vez estimulado por la necesidad de trasladar mercancías, maderas y animales, multiplicados casi geométricamente por iniciativas no coartadas por regulación alguna. La Europa devastada por rencillas y malas cosechas, ayudó a suplir esa carencia.
Un movimiento similar sucedió en las regiones de Suramérica, excepto que las características feudales heredadas de España en esa zona, impidieron desatar con la intensidad requerida, sus potenciales agrícolas y sus otros recursos naturales. No obstante esta enorme limitación, también allí confluyeron europeos, provenientes de países que generalmente no eran de habla inglesa y a quienes la cultura de la explotación existente, en contraposición a la de trabajo practicada en el Norte, los llevó a continuar con la tradición del saqueo y el desamor por el terruño.
El mundo entero, desde sus inicios, ha crecido gracias al flujo permanente de sus seres pensantes y racionales de un lugar a otro, en un proceso interminable que eventualmente, si no nos autodestruimos, podría convertirlo en un solo y gran país.
La diferencia de Estados Unidos con relación a otras naciones, similar por motivos diferentes con la Europa occidental, es que esa dinámica ha desbordado sus necesidades de mano de obra. A esto debemos sumar la existencia de unos controles migratorios que nunca tomaron muy en serio limitar las entradas, por cuanto la mano de obra más rudimentaria era tan imprescindible para sostener su agricultura y las faenas manufactureras de baja especialización, que de haber sido impuestas con rigor hubieran entorpecido el proceso de crecimiento. Aun en estos tiempos de amenazas reales y otras figuradas, el proceso de salida del país carece de un real control y no hay mecanismos oficiales establecidos para el caso, aunque esto no signifique que para asuntos sensibles y de interés nacional, las autoridades carezcan de medios para proceder.
En medio de esta turbulencia, nacida del abandono de políticas especializadas como existen en todas las naciones desarrolladas y en vías de crecimiento, ha explotado el fenómeno con la presencia en el país de varios millones de indocumentados, calculados entre doce y quince. Esta situación es crítica desde los primeros años del gobierno de George W. Bush y dio motivo a un amplio movimiento de los inmigrantes y a la decisión de aquel gobierno de cerrar sus fronteras con enormes murallas de hierro.
La gravedad del asunto asume tales dimensiones, porque las soluciones en un país, dividido por aspiraciones de poder representadas por grupos y personas entrenadas en esos menesteres, más que en funciones de servicio público, retuercen la realidad. No existe un debate para buscar soluciones, sino para confundir a un público que sufre las consecuencias, con el interés de inclinarlo a votar hacia uno u otro partido.
En Estados Unidos, como con el resto de los países divididos por Partidos Políticos, que han escogido representarse ellos mismos en lugar de los intereses nacionales, sus asambleas legislativas se dedican a buscar votos para el próximo período electoral, a costa de postergar la solución de los asuntos urgentes de su comunidad.
Indudablemente que para ordenar la inmigración de Estados Unidos, no hay otro camino que ajustarle la documentación a esos varios millones que carecen de ella. Pero eso, que puede parecer tan simple, enfrenta los obstáculos interpuestos por el sector más recalcitrante del Partido Republicano.
En medio de esta aberración, los republicanos acusan a Obama de no darle solución a dicha problemática, intentando así capitalizar algunos votos a su favor. Para ocultar su oposición a documentar a quienes carecen de los papeles migratorios requeridos, aducen que proceder de esa manera constituye una amnistía, lo cual enviaría el mensaje de que Estados Unidos premia a los “ilegales” y como resultado de semejante proceder se produciría un estimulo para continuar violando las regulaciones migratorias. Contradictoriamente mantienen una Ley de Ajuste cubano que precisamente premia a los cubanos que entran ilegalmente al territorio estadounidense.
Mientras más nos acercamos a los bizantinos debates que tienen lugar en el tullido Congreso de Estados Unidos, más entendemos la necesidad de transformar los mecanismos políticos al uso en todo el mundo. Para comenzar hay que idear la manera de atemperar el poder de los sectores Ejecutivos y convertir las Asambleas, Congresos, Senados y similares, en centros de debates sociales y económicos, desprovistos de representaciones partidarias.
Parece difícil, pero puede hacerse. El secreto estriba en que para hacerlo no podemos recurrir a la imposición, mediante procedimientos que nieguen las costumbres y normas consolidadas por el tiempo y que solamente pueden cambiarse mediante lentos procedimientos, que generalmente superan la vida de una generación.
*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en los EE.UU. y subdirector de Radio Miami
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