lunes, 15 de agosto de 2011

¿Por qué América latina no quiebra?


Por Jorge Gómez Barata



Tironeada por los 12 integrantes de la Unión de Naciones Suramericana, la economía latinoamericana se desempeña positivamente, entre otros factores por la existencia de gobiernos de la "nueva izquierda", capaces de administrar el crecimiento económico en función de las mayorías y de lidiar con la inversión extranjera, contener las tensiones inflacionarias y la especulación y aplicar políticas monetarias y fiscales coherentes. 

Una de las preguntas del momento es: ¿Por qué la situación económica de Europa y los Estados Unidos no arrastra a la ruina a América Latina? La respuesta debería provocar jubilo: ¡Latinoamérica es menos dependiente!, económicamente más sólida y más próspera; mientras los Estados Unidos no son los mismos. 

Aunque el entusiasmo disminuye cuando se sabe que el crecimiento no ha conseguido reducir en la misma proporción la pobreza ni se expresa en políticas sociales más justas, especialmente en materia de salud y educación, protección a la infancia y la vejez, mejora de los salarios y otros indicadores menos abstractos que el PIB; manteniéndose vigente las grandes desigualdades que caracterizan la distribución del ingreso en la región. No obstante se trata de indiscutibles avances.

La lección más importante es que quizás, el oprobio y la dependencia que caracterizó a la América Latina dominada por las oligarquías, va quedando atrás; cosa que se expresa también en otras regiones, particularmente en Asia. 

La crisis mundial de la década del 30 del siglo XX comenzó cuando la Primera Guerra Mundial arruinó a la economía europea y agotó sus reservas monetarias, reduciendo drásticamente la capacidad de compra del Viejo Continente. Estados Unidos que resultó el vencedor se encontró sin clientes, sus stocks se acumularon, sus fábricas cerraron, los agricultores se arruinaron, aumentó la inflación y el desempleo y sobrevino un crack bancario y luego una crisis de sobreproducción. 

Aunque en algunos sitios persisten situaciones análogas a las de aquella época y quedan no pocas rémoras de la dominación y la dependencia al imperialismo, en términos económicos, políticos y comerciales, estructuralmente el mundo de hoy apenas se parece al de 1930, cuando la Gran Depresión se propagó por todo el mundo. 

Aunque por operar con dogmas y preconceptos ideológicos, algunas personas se aferren a otros juicios, el imperialismo es menos protagónico y menos hegemónico que cincuenta años atrás. 

En los años treinta, lo que hoy llamamos sociedad internacional estaba formada por menos de 50 estados independientes, la mitad de ellos naciones subdesarrolladas de América Latina, menos de media docena africanos y unos pocos asiáticos. El resto estaba constituido por Estados Unidos; así como por Europa y sus colonias que abarcaban prácticamente a toda África y gran parte de Asia. Países que hoy figuran entre las principales economías mundiales como: India, Indonesia, Corea del Sur, Singapur y otros, entonces no eran independientes y China, hoy segunda economía mundial, era un país tan pobre que ni siquiera podía alimentar a su enorme población.

Los resultados de la Segunda Guerra Mundial, entre ellos la elevación de la Unión Soviética a la categoría de superpotencia mundial, el surgimiento del vilipendiado y atrozmente gobernado campo socialista, así como la descolonización que permitió el debut de más de 50 estados que integraron el llamado Tercer Mundo, significaron cambios tan profundos e irreversibles en la estructura y la correlación mundial de fuerzas que, a la larga, han permitido a los países latinoamericanos y asiáticos absorber la crisis sin daños sensibles. 

La estabilidad económica y política de América Latina, el retorno de la izquierda, esta vez no a la oposición, sino al poder, la subsistencia de Cuba y su capacidad para participar en la gran empresa desarrollista emprendida a escala continental, la consolidación de los cambios operados hasta hacerlos irreversibles y no dependientes de contingencias electorales, constituyen las mayores victorias de los pueblos sobre el imperialismo, solo que han sido conseguidas de otra manera, entre otras cosas, probando que la globalización es un camino de varias vías. 

Los hechos están a la vista: se puede derrotar al imperio jugando con sus reglas y sin exponer a los pueblos a traumas y costos sociales excesivos. El tiempo pasó y aunque las tareas históricas sean en muchos sentidos análogas, las estrategias y las tácticas son otras. Allá nos vemos.
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Fuente: EXCLUSIVO,
13/08/11

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