Palabras ante la primera entrega del Premio
Municipal de Literatura
Por Luis
Britto García
Siempre me ha parecido un enigma que existan Premios de Literatura.
Por su inveterada
complicidad con los más horribles aspectos del Poder, las bellas
letras no tienen Historia sino prontuario; no merecen honores sino
condenas.
Para todos hay impunidad,
salvo para el escritor, siempre prófugo o en confinamiento solitario.
Literatura es el Crimen y su propio Castigo.
Siempre lo supieron los
gobiernos serios que metieron a los literatos serios en la cárcel o bajo
tierra.
La escritura es
indagación sobre el Ser, esa llama que se extingue al ser contemplada.
La sociedad farisea execra
como a la peste al escritor que la desnuda.
El lenguaje, argamasa del
edificio social, mantiene cada ladrillo prisionero de su función y de su
posición en la Torre de Babel que nunca llegará a los cielos.
Así como los ladrillos del
orden social están prisioneros de gramáticas carcelarias, los discursos que
emiten son cautivos e intentan recluir a sus receptores.
Todas las formas primitivas de
la literatura, Religión, Política, Historia, Ética, Ciencia, tiranizaron
pretendiendo ser vehículos de una Verdad superior que las sometía y debía por
consiguiente avasallar a quien la recibe.
Los números dominan las cosas; las palabras, las
conciencias.
En su incesante reconstitución de simulacros del mundo
la mente lo falsifica en el engendro de la creación.
Todo discurso miente: sólo la
literatura lo hace a sabiendas.
La literatura es el género que
constituye una verdad al proponerla como mentira.
Pero desde el momento cuando
la ficción reconoce que es independiente de la verdad, comienza la
desmitificación de todos los discursos que pretendieron ser verídicos.
Frankenstein significa Piedra
Libre: la literatura es el guijarro suelto, el monstruo que deviene peligroso
más por su libertad que por su fuerza.
Participan las letras
del pecado de Fausto, el intento de detener el fugaz instante: el pensar
que alguna idea, infundio, impresión o sentimiento merece perpetuidad.
Anular el concepto de pérdida,
recuperar lo irrecuperable, ir, en fin, contra las leyes de universal
decadencia y progresivo desorden que rigen el universo.
Escribir y leer son
transgresiones del orden de la vida.
El pecado original es
engendrar signos en lugar de actos.
Crear cosmos sin realidad o
realidades fuera del cosmos.
Las fantasías del
revolucionario modifican la realidad; las del visionario a quien
las sueña.
La literatura es el único
género que propone la libertad.
El de la literatura es el
único discurso honesto; para que la sociedad lo soporte hay que corromperlo.
Sostuvo el dictador Porfirio Díaz que nadie
resiste un cañonazo de cincuenta mil pesos. En tiempos de postmodernidad
al escritor molesto no se lo fusila, se lo premia.
Premios conferidos con la intención de que el creador
deje de serlo, terminan fatalmente premiando a quien nunca ha creado.
Ante estos antecedentes
penales de la Literatura con mayúscula, se comprende que los lauros en
Venezuela hayan sido casi siempre conferidos por delitos menores.
¿Hablamos como caballeros, o
como lo que somos? ¿Seguiremos ocultando que la mayoría de nuestros galardones
propinan laureles a la cirrosis hepática y destilan la cantidad y calidad de
grados alcohólicos libados entre jurados y homenajeados en tascas, cantinas y
botiquines?
¿Reconoceremos que
significativa parte de nuestras preseas son partes médicos que
recompensan achaques como la hipocondría parasitaria,
la flatulencia intermitente y el cólico senil?
¿Ignora alguien que las
páginas más premiadas en nuestros certámenes son requisitorias de memorandos y
de nombramientos para viceministerios y vicegobernaciones y vicealcaldías
y vicecomisiones y viceconcejalías y viceacademias y viceredacciones y
viceinstitutos y viceadulantes y vicepanteones?
¿Confesaremos que conferimos
homenajes odontológicos al Diente Roto que exaltan, más que
la obra, la inexistencia de ella?
Supongo que al poner mi nombre
a un premio literario, éste no exaltará achaques decrépitos, prontuarios
burocráticos, esterilidad ni borracheras sociables. La embriaguez es un estado
sagrado, que no debe ser banalizado.
Reputaciones consagradas y
nulidades engreídas reposaban sobre el agrio secreto de obras inexistentes o
creaciones exiguas amparándose en el hecho de que un país de iletrados no podía
juzgarlas.
Ahora que se ha cumplido el
milagro de que las grandes mayorías lean y escriban, comprendemos por fin el
prodigio de la literatura, que es el anticipo del Reino de la Libertad.
No tiene la humanidad otros
destinos que la creación para imaginar y la omnipotencia para realizar.
Dichosa edad y milenios
dichosos aquellos a quienes nuestros sucesores darán el nombre de
Liberados, pues en ellos no tendrá el ser humano otra tarea que la de suplantar
al Creador haciendo realidad todas y cada una de las formas y propuestas de lo
que hoy es sólo imaginario.
Este Reino que comienza desde
siempre, cada vez que alguien imagina, sueña, crea.
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