lunes, 27 de noviembre de 2017

El conflicto colombiano más allá de sus fronteras



Por Letys Aleida Lamazares González

Introducción

Colombia ha sufrido un conflicto interno que ha impactado la vida política, económica y social del país por más de cincuenta años. El “Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera” establece que:

“La terminación de la confrontación armada significará, en primer lugar, el fin del enorme sufrimiento que ha causado el conflicto. Son millones los colombianos y colombianas víctimas de desplazamiento forzado, cientos de miles los muertos, decenas de miles los desaparecidos de toda índole, sin olvidar el amplio número de poblaciones que han sido afectadas de una u otra manera a lo largo y ancho del territorio, incluyendo mujeres, niños, niñas y adolescentes, comunidades campesinas, indígenas, afrocolombianas, negras, palenqueras, raizales y Rom, partidos políticos, movimientos sociales y sindicales, gremios económicos, entre otros. No queremos que haya una víctima más en Colombia.” (Márquez & de la Calle, 2016)

Esta guerra no solo ha afectado a la población colombiana, sino que ha trascendido las fronteras nacionales y ha devenido en una amenaza de carácter regional e internacional. La vía militar ensayada por los gobiernos colombianos del último medio siglo, con efímeros intentos de diálogos sin mayor voluntad de política de paz, fracasó una y otra vez. Igualmente, los dos brazos armados involucrados en el conflicto contra el poder gubernamental, la FARC-EP (Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas- Ejército del Pueblo) y el ELN (Ejército de Liberación Nacional), se fueron desgastando al acometer acciones que han mellado su prestigio político, sin reportarles resultados positivos en consonancia con sus objetivos iníciales.

El reconocimiento de la existencia de un conflicto interno en Colombia por parte del presidente Juan Manuel Santos, fue un paso de importantes consecuencias políticas. La presión de las masas, principales víctimas de la guerra, así como la voluntad política del gobierno y los mandos guerrilleros en consonancia con la situación interna del país, conllevó    al    inicio    de    las    negociaciones    de    paz. 

La     magnitud     del conflicto colombiano determinó que el gobierno y las guerrillas asistieran a la mesa de diálogos en busca de unos acuerdos orientados hacia la desmovilización y desarme de la guerrilla bajo supervisión del gobierno, y a la democratización de la vida nacional y un mejor orden social. Todo esto se produce en un contexto regional favorable a la solución política del mismo, como una necesidad de la estabilidad en América Latina y el Caribe. Este conflicto armado, además, ha rebasado las fronteras colombianas, convirtiéndose en un fenómeno que afecta de diferentes maneras a otros actores de América Latina y el Caribe, y el buen curso de las relaciones internacionales hacia el interior de la región. En este sentido, el presente trabajo tiene como objetivo demostrar el carácter regional alcanzado por el conflicto armado en Colombia y sus principales problemáticas.

Desarrollo

Desde la década de 1960, en Colombia, se ha desarrollado uno de los conflictos armados más largos en América Latina. Este fenómeno ha influido directamente en la dinámica de vida de la población colombiana y en él se enfrentan actores de diversa composición política e ideológica (guerrillas, paramilitares y la fuerza pública del Estado) que, en una lucha por el poder, se disputan territorios con una ubicación estratégica en diversas regiones del país.

Tras más de medio siglo de guerra interna, los efectos del conflicto armado colombiano han rebasado las fronteras nacionales, para afectar a los países vecinos y así convertirse en un factor influyente en la elaboración de políticas de seguridad por parte de los gobiernos de la región. Paralelamente a la regionalización del conflicto se encuentra la persistencia de nuevas amenazas de interés internacional, como es el caso del narcotráfico y el proceso de producción de drogas ligado a este, el tráfico de armas y explosivos, el tráfico de personas y el crimen organizado.

El narcotráfico, durante años, ha acentuado la pobreza, el acceso desigual a la educación, la salud, el empleo y la justicia, reduciendo las posibilidades para que diversos sectores de la población gocen de los derechos fundamentales recogidos en la Constitución colombiana.

El aumento incontrolado de la violencia en los años 80 propició que muchos de los participantes en el conflicto comenzaran a autofinanciarse con el narcotráfico para ganar poder político y económico. Productores y traficantes formaron carteles clandestinos armados. Durante esta etapa, al incrementarse la demanda, los carteles se expandieron y se organizaron en grupos criminales de mayor envergadura usualmente liderados por uno o más capos. Algunas de estas organizaciones criminales emprendieron guerras contra el Estado al tratar de evitar los acuerdos de extradición con Estados Unidos y cometieron actos violentos contra la población civil, sucesos que se extendieron con la guerra entre carteles. Ya en las décadas de 1990 y 2000 varios de estos grupos consolidaron una infiltración en las instituciones del Estado al tiempo que consolidaban las alianzas con grupos al margen de la ley como las guerrillas y los paramilitares.

Hay que resaltar que el fenómeno del narcotráfico incide en las relaciones fronterizas de Colombia con Venezuela, Ecuador, Brasil y Panamá, sobre todo, cuando este es principalmente desarrollado por organizaciones criminales constituidas por elementos provenientes de los carteles de la droga y del paramilitarismo. Las organizaciones guerrilleras, aunque alegan no haberse involucrado en actividades de narcotráfico, se han vinculado a la protección de los cultivos de coca de los campesinos, así como al cobro a los narcotraficantes por el uso de las rutas ubicadas en sus zonas de influencia.

El gobierno colombiano tras denunciar la utilización de zonas fronterizas con Venezuela y Ecuador para cultivar coca1, ha realizado operaciones de aspersión y fumigación en dichas regiones. Estas acciones del gobierno colombiano han afectado la agricultura de los países vecinos y han provocado la denuncia de esos gobiernos.

El insaciable mercado norteamericano, importante receptor de estupefacientes, empezaría a ver a Colombia como el principal proveedor de estas sustancias, pero la doctrina de seguridad de los Estados Unidos es, precisamente, evitar la oferta de la droga proveniente de Colombia. Los EEUU, después de la caída del Muro de Berlín, al definir que las drogas ilícitas eran la principal amenaza para su seguridad y, por lo tanto, el enemigo principal a enfrentar, le otorgaron un papel estratégico a la región latinoamericana, el cual se refleja en la ARI (Iniciativa Regional Andina) de 1989 trazada durante la administración de George H. W. Bush, en el Plan Colombia de 1999 y en la reedición de la ARI en 2001, durante el mandato de George W. Bush. Estos mecanismos claramente apuntaban a fortalecer la incidencia directa de los Estados Unidos ya no solo en la política de seguridad de Colombia, país estrechamente ligado a la estrategia hegemónica panamericana del gobierno estadounidense, sino del resto de la región. Luego del 11 de septiembre, la guerra global contra el terrorismo se unifica a la guerra contra las drogas y a ambas se subordinan todos los demás temas y agendas de la región. Entonces, se genera una criminalización y militarización del orden público y de los cultivos de coca y amapola.

Después del fracaso de las negociaciones de paz del Caguán realizadas entre el gobierno del presidente Andrés Pastrana y la guerrilla de las FARC-EP de 1998 a 2002, Colombia y Estados Unidos firmaron el denominado Plan Colombia cuyos propósitos fundamentales estaban dirigidos a robustecer las fuerzas armadas colombianas frente a la insurgencia, impedir que esta se consolidara aún más, por encima de su supuesto objetivo: la lucha contra las drogas. A partir de este acuerdo Colombia se convierte en el país de la región que más recibe ayuda militar por parte de la gran potencia del norte y, de esta manera, el involucramiento de los EE.UU en el conflicto colombiano se transforma en una amenaza para toda la región, cuyo principal objetivo es la Revolución Bolivariana de Venezuela. 

En 2009, el expresidente colombiano Álvaro Uribe y su homólogo estadounidense Barack Obama, firmaron un nuevo acuerdo bajo el ropaje de la lucha contra el narcotráfico que recoge el establecimiento de siete bases militares en el territorio del país latinoamericano. Nuestro Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, refiriéndose a este acuerdo señaló: "El pretexto es la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo. La realidad: una vergonzosa absorción que convierte a Colombia en territorio de ultramar" (Castro Ruz, 2009). Los Estados Unidos de América solo aceptan como base militar la que se encuentra ilegalmente ocupada en la Bahía de Guantánamo. El resto de las instalaciones militares que poseen en otras partes del mundo responden a tres clasificaciones: localizaciones de seguridad cooperativas, sitios operatorios de avanzada y presencia de colaboradores en calidad de contratistas y asesores (donde entran las existentes en Colombia). El acuerdo detalla que los Estados Unidos tendrán “acceso y uso a las instalaciones de la Base Aérea Germán Olano Moreno, Palanquero; la Base Aérea Alberto Pawells Rodríguez, Malambo; el Fuerte Militar de Tolemaida, Nilo; el Fuerte Militar Larandia, Florencia; la Base Aérea Capitán Luis Fernando Gómez Niño, Apíay; la Base Naval ARC Bolívar en Cartagena; y la Base Naval ARC Málaga en Bahía Málaga”. Y que además, se establecerá el acceso y uso “de las demás instalaciones y ubicaciones en que convengan las partes”. (Vásquez Gusmán, 2009) 

De esta manera Colombia se convierte en un mecanismo global de guerra preventiva que despliega los Estados Unidos a partir de la administración Bush, ya que estas instalaciones militares establecidas en territorio colombiano, especialmente la de Palanquero, se convierten en bases de respuesta rápida dentro del continente americano y se suman a la estrategia de respuesta media con relación a África y Medio Oriente. Es precisamente después de la entrega del territorio colombiano a las bases militares estadounidenses, que el gobierno del Presidente Álvaro Uribe desata una campaña de acusaciones contra Venezuela que acusaba a este país de ser el respaldo y refugio de las organizaciones guerrilleras. Esto provocó una situación de despliegue de las fuerzas armadas de ambos países, con declaraciones de estar listos para enfrascarse en un conflicto armado regional, el cual fue zanjado después de la intervención de los oficios mediadores de Cuba, en particular del Comandante en Jefe, Fidel Castro, que contó con el respaldo de la región. 

Igualmente, en ese período, el gobierno de Uribe lanzó una operación de bombardeo estratégico en el territorio ecuatoriano contra un campamento de las FARC-EP, donde dio de baja al Comandante Raúl Reyes, conocido como el Canciller de esa organización, lo cual devino en un incidente regional e internacional, que llevó a la ruptura de las relaciones diplomáticas entre ambos países. La denominada lucha contra las drogas lejos de erradicar el problema ha dejado grandes consecuencias en el país, que van desde el aumento de áreas cultivadas hasta el incremento de las víctimas y personas desplazadas. El Plan Colombia en la frontera norte de Ecuador ha dejado marcados efectos como las incursiones de narcotraficantes, guerrilleros y paramilitares a territorio ecuatoriano con sus inherentes expresiones de violencia y delincuencia. Al mismo tiempo, Ecuador ha recibido refugiados colombianos, aunque también grupos indígenas ecuatorianos han sido desplazados de sus territorios ancestrales a causa de amenazas recibidas por grupos violentos. 

En otro orden, está el estatus político de las FARC-EP que se autodenominan un “movimiento revolucionario” de guerrilla insurgente ante el régimen constitucional de Colombia. El gobierno colombiano la cataloga como una organización terrorista y de narcotraficantes, mientras que los países del ALBA y otros miembros de UNASUR no le aplican esta clasificación y en ocasiones se ha pedido que se le otorgue el estatus de grupo beligerante. El Departamento de Estado de los Estados Unidos, por su parte, durante la presidencia de Bill Clinton en octubre de 1997 designó a las FARC-EP como una “Foreing Terrorist Organization” (Organización Terrorista Foránea) dentro de la ley "Antiterrorism and Effective Death Penalty Act" (Ley de Anti-terrorismo y Pena de Muerte inmediata). La decisión de catalogar a las FARC-EP como "organización terrorista" fue ratificada el 2 de noviembre de 2001, cuando se le designó como una "Specially Designated Global Terrorist" (Terroristas Globales con Designación Especial) bajo Orden Ejecutiva 13224 del presidente de los Estados Unidos. Durante la administración del presidente George W. Bush, las FARC-EP fueron catalogadas como un Significant Foreign Narcotics Trafficker (Narcotraficantes foráneos de importancia) al Kingpin Act (Ley de jefes de organizaciones delictivas del bajo mundo) el 29 de mayo de 2003. Según las leyes federales de los Estados Unidos, las "penas civiles" por violaciones al Kingpin Act van desde una multa de un millón de dólares hasta sanciones más severas por "penas criminales" que pueden conllevar a 10 años de cárcel.

El informe anual sobre terrorismo del año 2015 del Departamento de Estado de Estados Unidos establece que las FARC-EP y el ELN son las principales amenazas terroristas del hemisferio occidental. Asimismo, sostiene que las formas más comunes de los atentados terroristas de estas guerrillas fueron el lanzamiento de morteros a las estaciones de policía o militares, artefactos explosivos colocados cerca de las carreteras y caminos, ataques de francotiradores, bloqueos de carreteras y emboscadas.

Un año después de asumir la presidencia de Estados Unidos Ronald Reagan, incluyó a Cuba en la lista de estados que patrocinan el terrorismo con el pretexto de que la Isla le proporcionaba armas y entrenamiento paramilitar a ETA (País Vasco y Libertad) y a las FARC-EP.
 
Con este hecho las relaciones entre Cuba y Estados Unidos se arreciaron aún más y la nación caribeña comenzó una intensa lucha por demostrar al mundo la falsedad de  estos argumentos. Cuba fue eliminada de esta lista en 2015 durante la administración Obama como parte de la agenda para el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países, y en reconocimiento al papel que venía desempeñando la Isla en el proceso de paz entre las FARC-EP y el gobierno colombiano, el cual devino en el Acuerdo Final de La Habana, del 24 de noviembre de 2016. 

Sin lugar a dudas el conflicto interno armado en Colombia se ha regionalizado progresivamente y es percibido como una creciente y real amenaza para el resto de los países de la región. No solo se debe entender por amenaza al enfrentamiento entre estados, sino al peligro de los efectos que la acción de sus actores pueda tener sobre  los países colindantes. Igualmente, es importante destacar que la experiencia internacional enseña que en las situaciones en las cuales existen conflictos internos armados hay la tendencia, por parte de los actores armados no estatales, a utilizar a los países vecinos como una especie de retaguardias, sin que esto implique consentimiento de dichos países. Esto se adiciona por el carácter igualmente internacional del narcotráfico, anteriormente tratado, y su fuerte incidencia en la región. 

Si bien el conflicto interno colombiano ha tenido desde sus inicios incidencias en el área andina, especialmente en Venezuela, que, desde muy temprano, dígase los años setenta, ya recibió efectos negativos del mismo en términos de utilización de su territorio como zona de retaguardia, secuestro de ciudadanos venezolanos y realización de acciones militares contra unidades de las Fuerzas Armadas y la Guardia Nacional de este país. En las décadas siguientes, los efectos negativos se amplían a Panamá, con incursiones de las FARC-EP en su territorio. Posteriormente, comienza a afectarse de igual manera Ecuador; allí tanto los frentes de las FARC-EP como del ELN realizan incursiones militares, toman el territorio de este país como zona de descanso y abastecimiento y se incrementa el tráfico de armas y explosivos. A lo largo  de los 640 km de la frontera compartida entre Colombia y Ecuador, existe una fluida comunicación que desborda los puntos establecidos para esta actividad. Los lugares clandestinos son utilizados diariamente para el tráfico de armas, explosivos y otros materiales de guerra que luego son utilizados en Colombia. 

A todos los vecinos de Colombia les preocupa la posibilidad de un derrame en la región, específicamente en el sentido de que la presión aplicada por el gobierno colombiano en su territorio resulte en el movimiento de refugiados, guerrilleros, paramilitares y/o traficantes de drogas hacia otros países a través de las fronteras. Ya en estos momentos se observa presencia de los grupos armados y de paramilitares en Venezuela y  Ecuador. 

En tal sentido, Ecuador mantiene una política de Estado destinada a evitar la extensión del conflicto a su territorio. Esta política ha tenido dos ejes básicos: a) impedir el uso de las zonas fronterizas para iniciar o apoyar acciones bélicas por cualquiera de los bandos en pugna y b) abstenerse de perseguir o atacar a las guerrillas en territorio propio, a cambio del táctico compromiso de estas de entrar al país en son de paz. 

En el caso peruano, el gobierno ha evaluado sus responsabilidades y capacidades de control: la capacidad de mantener bajo control el territorio peruano y evitar la infiltración de los actores armados, donde las guerrillas son la principal preocupación, y la posibilidad de que el impacto de Colombia sobre Perú sea una renovada expansión de los cultivos agrícolas ilegales. La militarización de la frontera norte no se ha detenido, más bien sigue incrementándose, aunque la retirada gubernamental ya no generaliza a los actores violentos, sino que se dirige contra las guerrillas. 

En relación con el caso brasileño su percepción frente a la confrontación armada colombiana se puede reflejar en lo siguiente: las percepciones en el campo gubernamental se definen en torno a un conjunto de cuestiones de orden eminentemente político (la naturaleza de los actores y del propio conflicto, el papel limitado que Brasil puede cumplir para su terminación, las implicaciones de la presencia militar norteamericana, las perspectivas de estabilidad regional) y otras más inmediatas tratadas en el campo de la defensa (la presencia de fuerzas armadas en áreas de frontera, la vigilancia del espacio aéreo y del territorio y la disuasión de incursiones de la guerrilla en suelo brasileño). 

El conflicto colombiano ofrece importantes argumentos para que los militares brasileños aboguen por mayores recursos y defiendan sus atribuciones y misiones tradicionales (vigilancia de fronteras y preservación de integridad territorial). En síntesis, las percepciones en Brasil sobre la crisis colombiana reflejan las preocupaciones del Gobierno y la sociedad brasileña en relación con la creciente inestabilidad regional, pero estas percepciones se construyen con base, no en los elementos de la propia crisis colombiana, sino sobre todo de las expresiones de inseguridad en el plano doméstico y las dificultades del Estado brasileño de responderlas eficientemente. 

En el caso de Panamá, el llamado “tapón del Darién”, una selva de casi imposible acceso, han convertido esa región fronteriza con Colombia en un refugio de todo tipo de organizaciones criminales, donde escasamente las fuerzas públicas de ambos países hacen presencia. 

La frontera de Colombia y Venezuela, es considerada la más extensa de las fronteras colombianas, con 2.219 km, y una de las más activas a nivel comercial y social por su estratégica ubicación y permanente movimiento poblacional entre los dos países, especialmente en las regiones que corresponden a los departamentos de Norte de Santander, Arauca, César, Boyacá, Guajira, Guainía y Vichada del lado colombiano y por los estados de Táchira, Zulia y Apure por el lado venezolano. 

Estas condiciones de extensión fronteriza y la facilidad para el paso de un país a otro, han favorecido históricamente el flujo permanente de personas que, decidieron migrar hacia este país en busca de mejores oportunidades y condiciones de vida. En los últimos años estas dinámicas migratorias han sufrido un cambio importante, debido a la devaluación del bolívar, la caída del comercio en Cúcuta y a la situación de conflicto armado colombiano que se sostiene con mayor o menor intensidad en las zonas de frontera.
 
Por su estratégica ubicación fronteriza con Venezuela, Cúcuta, la capital de Norte de Santander tiene como mayor fuente de ingreso el comercio legal e ilegal con este país, especialmente con San Antonio, Ureña y San Cristóbal. El permanente flujo de población en esta parte del cordón fronterizo contribuye a establecer vínculos entre familias colombianas y venezolanas y a formar redes de apoyo entre parientes, socios y amigos. Gracias a esas redes y la gran afinidad cultural se han construido fuertes lazos y una gran receptividad entre las comunidades de esta región. 

En los aspectos socioeconómicos hay continuidad de una crisis social prolongada y constante, como consecuencia de la marginación histórica del cordón fronterizo  por parte de los gobiernos de ambos países. A pesar de las riquezas naturales y la actividad comercial de la región, tanto en Norte de Santander como en el estado Táchira, se evidencian situaciones críticas en materia de servicios básicos y calidad de vida de la población. 

Se trata, entonces, de una región de alta movilidad de la población, en la que afloran muchas expresiones de una crisis social y económica no resuelta, con intensos flujos comerciales, con diversas repercusiones del conflicto armado, vulnerable a tráficos ilegales (gasolina, armas, drogas) y de alto valor geoestratégico por su condición fronteriza. En esta región entre Colombia y Venezuela, con grandes riquezas naturales y una estratégica ubicación geográfica, confluyen múltiples y diversos factores que han sostenido el conflicto en el tiempo, las amenazas y el desplazamiento de familias y de comunidades completas: 

  Los enfrentamientos entre paramilitares y las guerrillas de las FARC-EP y ELN por el control del territorio y de los cultivos de coca, especialmente en la zona del Catatumbo, que dejaron muchos muertos y desaparecidos.

   Las fumigaciones por aspersión aérea de los cultivos de uso ilícito que dejaron destrucción y hambre en los campos.

  Las desmovilizaciones de los grupos paramilitares en medio de un manto de duda por la entrega de armas, la irrupción de nuevas formas de violencia asociadas al paramilitarismo y al narcotráfico y la ola de ajusticiamientos, muertes selectivas, amenazas y persecuciones contra la población civil. 

  La creciente militarización de la frontera y el desconocimiento, hasta hace pocos años, del conflicto armado por parte del gobierno colombiano, que no garantizaban los derechos de las personas en situación de desplazamiento o refugio. 

   La disputa por el control de negocios legales e ilegales que han establecido y manejado por mucho tiempo como la extorsión y el secuestro a terratenientes y ganaderos colombianos y venezolanos, el contrabando de gasolina, de drogas y de armas, entre otros.
  
Estas son sólo algunas razones que anteceden al desplazamiento de personas de los municipios del interior del departamento de Norte de Santander y de otras regiones del país a la ciudad de Cúcuta y al territorio venezolano. Son familias y grupos de colombianos que desesperados buscan protección para sus vidas y las de sus familias. Los que optan por cruzar la frontera saben que “los del otro lado” no podrán seguirlos y que tal vez allí se puedan establecer nuevamente. 

Paralelamente a estos acontecimientos, en diciembre de 2016, Colombia y la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) firmaron un Acuerdo de Cooperación Estratégica y Militar. Este anuncio tiene como antecedente el Acuerdo de Intercambio y Seguridad de Información firmado en Bélgica el 6 de junio de 2013 y ratificado por el Congreso de la República en 2014. El acuerdo Colombia-OTAN de 2013 tenía como uno de sus objetivos estratégicos que el país sudamericano se convirtiera en un aliado para combatir la delincuencia internacional y otras amenazas a la seguridad hemisférica. De esta manera, aumentaba la capacidad hegemónica de los Estados Unidos sobre la región latinoamericana y es por ello que se genera un amplio rechazo al acuerdo por los gobiernos boliviano, venezolano, ecuatoriano y brasileño. 

En su momento, estos gobiernos señalaron que este acuerdo ponía en cuestión la integración regional y la declaración proclamada en el marco de la CELAC y UNASUR, donde se reconoció a América Latina y el Caribe como zona de paz. Así, la condición de “aliado extra-OTAN” fue catalogada como una amenaza a los equilibrios geopolíticos alcanzados en la región. 

Esta iniciativa tiene grandes implicaciones que van desde la tensión de la cuerda de las relaciones colombo-venezolanas; amenazar a sus vecinos y precipitar el aumento del gasto militar en la región y debilitar a la UNASUR y la CELAC y alinearse con Gran Bretaña en el diferendo contra Argentina en torno a la cuestión de Las Malvinas, dado que esa es la postura oficial de la OTAN. Además, no debemos olvidar que la columna vertebral de esta organización ha sido siempre Estados Unidos, por lo que este acuerdo contribuye a la realización de la política hegemónica norteamericana hacia la región. 

El Gobierno venezolano se opuso firmemente ante el intento de introducir factores externos con capacidad nuclear en la región, cuyas actuaciones pasadas y recientes reivindican la política de la guerra. Este anuncio desvirtúa los principios que dieron origen al Movimiento de Países No Alineados (MNOAL), del cual Colombia es miembro, que prohíbe expresamente a sus Estados Miembros formar parte de alianzas militares. 

Durante la II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), celebrada en La Habana en enero de 2014, fue firmado por todos los Jefes de Estado y de Gobierno presentes un acuerdo donde se declara a la región de América Latina y el Caribe como “Zona de Paz”. De esta forma, solo queda pendiente en la agenda ponerle fin al conflicto armado en Colombia por la vía del diálogo. Es importante reconocer el gran paso de avance alcanzado en este sentido por el gobierno colombiano y las FARC-EP al firmar el acuerdo de paz en La Habana, y las actuales conversaciones entre el gobierno y el ELN llevadas a cabo en Ecuador.
 
Conclusiones

El conflicto armado colombiano ha dejado de ser un asunto exclusivo de Colombia, para pasar a ser uno de los problemas claves de la región latinoamericana y que, por lo tanto, su solución requiere de un enfoque regional. Ya no se puede considerar como un simple conflicto interno, dado que su interrelación con el narcotráfico, la lucha global contra el terrorismo, el tráfico de armas, el medio ambiente, el éxodo de emigrantes expulsados por los actores armados, así como su interrelación con la intervención norteamericana en la región, lo convierten en un conflicto armado de carácter regional.

En la medida en que se profundiza el análisis de esta región, se puede observar como todos sus conflictos más importantes son de carácter internacional y cómo ninguno de sus países podrá resolverlos por sí solo. Es importante entonces que los países latinoamericanos avancen en su integración económica y política para contribuir a solucionar los conflictos regionales y, además, conquistar una mayor independencia  para la región.


                         Nota:

1. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) calculó que en 21 de los 67 municipios fronterizos hay miles de hectáreas de cultivos de la planta. (Jimenez Aguilar, 2013)







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