Revista Universidad de La Habana
versión On-line ISSN 0253-9276
UH no.284 La
Habana jul.-dic. 2017
ARTÍCULO
ORIGINAL
A cien años de la Revolución de
Octubre. El impacto de las revoluciones en las relaciones internacionales
One Hundred Years after the
October Revolution. Impact of Revolutions on International Relations
Vicerrector de
Investigación y Postgrado. Instituto Superior de Relaciones
Internacionales
Raúl Roa García, La Habana, Cuba. Correo electrónico:
RESUMEN
Se expone la importancia del estudio de las
revoluciones y el impacto que han tenido en la evolución y la dinámica de las
relaciones internacionales, desde su aspecto teórico- conceptual y su
significación para las relaciones internacionales. Se argumenta que el concepto
de Revolución ha sido abordado con relativa sistematización por la teoría
social y que existen diferentes visiones del término, según las diversas
interpretaciones ideológicas, clasistas e históricas. El autor considera que, a
cien años de la Revolución de Octubre, esta cobra vital importancia para los
pueblos, en una época caracterizada por la crisis sistémica de la economía
capitalista contemporánea, la cual genera graves problemas globales: crisis
climáticas, crisis alimentarias y crisis políticas.
PALABRAS CLAVE: Fidel Castro, Tercer Mundo, problemas globales.
ABSTRACT
The importance of
theoretically and conceptually studying revolutions and their impact on the
evolution and dynamics of international relations is presented. It is stated
that the concept of revolution has been used in social theory on a relatively
systematic basis, and there are different views on the term, according to
diverse ideological, classist, and historical interpretations. The author of
this paper is of the opinion that the October Revolution becomes extremely
important to peoples even one hundred years after its occurrence, and in a time
of systemic crisis of contemporary capitalist economy, which causes such
serious global problems as ecological, food, and political crises.
KEYWORDS: Fidel
Castro, Third World, Global Problems.
En una interesante reflexión titulada "La
suerte de Mubarak está echada" Fidel Castro Ruz, el líder de la Revolución
cubana, analizó que el mundo se enfrentaba simultáneamente y, por primera vez,
a tres problemas: crisis climáticas, crisis alimenticias y crisis políticas
(Castro, 2011b). Pero en otra un poco anterior, referida a "La grave
crisis alimentaria", se preguntaba: "¿Podrá Estados Unidos detener la
ola revolucionaria que sacude al Tercer Mundo?" (Castro, 2011a).
La racionalidad indica que en esas condiciones
globales de crisis climáticas, crisis alimenticias y crisis políticas, los
Estados Unidos no tendrían muchas posibilidades ni capacidad para resistir o
detener una permanente ola revolucionaria que sacuda al Tercer Mundo. Sus
poderosas armas nucleares, sus satélites y su poder mediático resultarían
impotentes e inservibles frente al fervor revolucionario de los pueblos,
independientemente de los colores de sus revoluciones y el contenido de sus
reivindicaciones.
A inicios del siglo XXI, a los Estados Unidos también
le resultaba complejo contener el derrumbe de su imperio, causante, en su
condición de primera potencia imperialista, de guerras catastróficas para la
humanidad y, por supuesto, de las tres problemáticas esenciales enunciadas por
Fidel en su reflexión.
Ante el empuje de una situación revolucionaria mundial
desencadenada por la crisis global del capitalismo, la revolución, y su impacto
en la transformación de las relaciones internacionales, cobra vital importancia
para los pueblos. Se espera que los nuevos procesos revolucionarios que surjan
a lo largo del siglo xxi contribuyan al cambio radical de las relaciones
internacionales actuales, todavía bajo el control de un puñado de potencias que
se autoproclaman la Comunidad Internacional para mantener en jaque a los países
del sur, sea mediante el control del capital, del Consejo de Seguridad de la
ONU o con el poder mediático o militar.
De ahí la importancia de estudiar la Revolución, desde
su aspecto teórico- conceptual y su significación para transformar -más que
nunca- las relaciones internacionales. El concepto de revolución ha sido
abordado con relativa sistematización por la teoría social y existen diferentes
visiones del término, según las diversas interpretaciones ideológicas,
clasistas e históricas.
Desde la antigüedad los teóricos de la política
estuvieron interesados en los problemas asociados al cambio cíclico de poder,
los esfuerzos individuales y colectivos por derrocar un gobierno por medio de
la violencia, así como en la comprensión de las justificaciones morales y
económicas de la revolución. Por lo general, le atribuían los sentimientos
revolucionarios que aparecían dentro de un Estado a una discrepancia entre los
deseos del pueblo y su situación perceptible, divergencia esta que daba lugar a
un determinado desacuerdo político acerca de las bases sobre las cuales la
sociedad debería organizarse y funcionar.
La teoría política contemporánea se encargó de
distinguir entre las revoluciones genuinas y otros fenómenos que con frecuencia
fueron llamados con el mismo nombre, por ejemplo: golpes de Estado de carácter
militar o apoyados por los militares, la prolongación ilegal del periodo de
gobierno de un líder o mandatario, y otros actos de toma del poder
relativamente súbitos por pequeños grupos de individuos de alto nivel; diversas
formas de revueltas o rebeliones populares, campesinas, urbanas, religiosas y
hasta los procesos de desintegración o ruptura política, conocidos en sus
diversas formas: estatal, regional, colonial, étnica o religiosa. Sin embargo,
ninguno de estos fenómenos tiene una necesaria u obligada relación directa con
el cambio revolucionario verdadero de la sociedad.
En el siglo xx los enfoques teóricos burgueses de la
política internacional analizaron la revolución como una forma de conflicto
violento en las relaciones internacionales. La escuela del realismo político
enfatizó que las revoluciones forman parte de la dinámica conflictiva de los
Estados y de la inevitable lucha por el poder entre los principales
protagonistas de la política internacional.
La visión, evidentemente realista, de Mark N. Hagopian (1974) definió la revolución como una prolongada crisis en uno o más de los sistemas tradicionales de estratificación (clase, condición social, poder) de una comunidad política. Implica una acción deliberada y dirigida por una élite para abolir o reconstruir uno o más de dichos sistemas por medio de una intensificación del poder político y el recurso a la violencia (p. 323).
En esa misma línea de pensamiento, para Crane Brinton
(1938) y otros teóricos anteriores a la Segunda Guerra Mundial, las
revoluciones tenían lugar cuando la brecha entre el poder político distribuido
y el poder social distribuido dentro de una sociedad se volvía intolerable.
En circunstancias de ese tipo, las clases sociales que
están experimentando algunos de los beneficios del progreso desean
desarrollarse de forma más rápida que mediante las posibilidades concedidas por
el sistema y, por ello, se sienten frustradas y paralizadas. El descontento por
el reparto de los resultados económicos, el prestigio social y el poder
político se extiende, los valores tradicionales son abiertamente cuestionados y
un nuevo mito social desafía al viejo. Los intelectuales se alienan de la vida
política y gradualmente pasan de nuevas críticas a retirar la lealtad al
sistema político. Las élites gobernantes empiezan a perder confianza en sí
mismas, en sus creencias y en su capacidad para dirigir y resolver los problemas
sociales; las viejas élites devienen demasiado rígidas para atraer a las élites
emergentes en sus filas y aceleran la polarización.
La revolución también se produce cuando hay una
profunda contradicción entre quienes quieren lograr un cambio rápido y aquellos
opuestos al cambio. Según algunos autores, el punto de ruptura es alcanzado
cuando los instrumentos de control social caen, especialmente el ejército y la
policía, estableciendo alianzas con los elementos descontentos; o el gobierno,
en ejercicio, demuestra ser inepto para usar esos instrumentos de control
social (Edward, 1927; Brinton, 1938; Pettee, 1938).
Por su parte, los enfoques liberales o
institucionalistas también perciben en las revoluciones hechos de naturaleza
violenta que perturban la evolución gradual y ordenada de la sociedad. Estas
nociones, orientadas por las teorías del funcionalismo, tuvieron preminencia en
la obra del sociólogo norteamericano Talcott Parsons, quien enfatizaba la
necesidad del consenso y el equilibrio en la sociedad, observando en el
conflicto algo más bien anormal, que rompe precisamente con el ordenamiento
social. Parsons estaba más interesado en el orden social que en el cambio
social, en la estática social que en la dinámica de los procesos, porque para
su escuela, el conflicto genera consecuencias perturbadoras y disfuncionales
para la sociedad.
En Europa otra vertiente de esta corriente, que
intentaba conciliar el estudio del equilibrio y el consenso social con el
conflicto, tuvo marcada influencia a través de la obra de los sociólogos Max
Weber, Ralf Dahrendorf y Emile Durkheim. Aún con sus reconocidas contribuciones
teóricas sobre el comportamiento colectivo, las creencias sociales, el
liderazgo político y los procesos de integración, el pensamiento funcionalista
no se caracterizó por su carácter revolucionario, sino por sus finalidades
pragmáticas encaminadas a la solución de los problemas inmediatos de la
sociedad, para lograr la preservación del orden social capitalista. De una forma u otra, la mayoría de los sociólogos
influidos por las ideas de Carlos Marx han considerado que el conflicto puede
servir para fines sociales positivos o progresistas. El conflicto
revolucionario ha sido catalogado un medio útil para la resolución de disputas
al interior de una sociedad y entre los Estados-naciones en el escenario
internacional. Así, muchos politólogos de este tiempo aceptan el conflicto en
calidad de una categoría explicativa central para el análisis del cambio social
o el avance, a partir de una teorización completa de la sociedad en sus
aspectos de continuidad y cambio, que analiza en los condicionamientos
clasistas y económicos la base de toda contradicción social y del conflicto
revolucionario mundial.
Esa concepción científica fundamental sobre la
revolución social está expuesta en la obra de Marx, Engels y Lenin. Una premisa
fundamental del marxismo ha sido que la agudización de las contradicciones del
capitalismo crea las condiciones para la revolución que habrá de derrotarlo y
abre cause a una sociedad más justa y solidaria, para ello la abolición de la
propiedad privada era un objetivo esencial, atendiendo a la propuesta contenida
en El Manifiesto del Partido Comunista (Marx y Engels, 1982, p. 31).
Mediante el análisis de la situación de las relaciones
internacionales de mediados del siglo xix, Marx y Engels diagnosticaron que la
revolución sería protagonizada por el proletariado de los países
industrializados de Europa y, años más tarde, Engels previó cómo el desarrollo
de Europa occidental operaba contra la lucha violenta y a favor de la acción
parlamentaria de la clase obrera. Posteriormente, Lenin condujo al Partido
Bolchevique a romper "el eslabón más débil de la cadena
imperialista", con la idea de que sería una contribución a la revolución
mundial que tendría su centro en Alemania, según la lógica del pensamiento de
Marx (Lenin, 1961a, p. 689).
Las revoluciones sociales están determinadas por las
leyes objetivas del desarrollo social y, en la contemporaneidad, tienen su
origen en las contradicciones económicas, sociales, políticas del sistema
capitalista. Lenin estaba convencido de que "las revoluciones no se hacen
por encargo, no se pueden hacer coincidir con tal o cual momento, sino que van
madurando en el proceso del desarrollo histórico y estallan en un momento
condicionado por causas internas y externas" (Lenin, 1961b, p. 23).
De esta manera, la interpretación leninista sobre las
revoluciones indica que, desde el siglo xix y hasta la actualidad, la filosofía
de Marx constituye una teoría general válida para estudiar el movimiento
revolucionario de las sociedades mediante el empleo de cierto número de
instrumentos específicos, categorías o variables básicas, entre los cuales
resultan fundamentales los conceptos de modo de producción y lucha de clases
entre explotados y explotadores. La influencia de Marx trascendió mucho más
allá de los teóricos o historiadores que interpretaron los ámbitos nacionales e
internacionales inspirados en sus ideas, ya que su obra ofrece una visión
metodológica integral y coherente para el análisis de la dinámica de los
procesos sociales en la época del modo de producción capitalista.
Curiosamente, el historiador marxista británico Eric
Hobsbawm (2006) señaló que el mundo capitalista globalizado que emergió en la
década de los noventa del siglo xx, resultó, en muchas cosas, enigmáticamente
parecido al que había pronosticado Marx en 1848 en El Manifiesto Comunista,
pero ahora, sin dudas, con más complejidad debido a los conflictos y problemas
globales derivados de la interacción de múltiples fenómenos de carácter
económico, financiero, militar, tecnológico y transnacional acumulados por el
propio sistema capitalista que los engendra sin una perspectiva o posibilidad real
de solución. Por eso la importancia de acudir a Marx y el justo elogio a su
inevitable regreso en la coyuntura internacional actual (Cassidy, 1997; Valdés,
1998).
Las condiciones que son fuente del potencial conflicto
humano, es decir los problemas socioeconómicos, los impulsos violentos y
agresivos originados de la frustración al medir lo concreto frente al ideal, la
retirada y la alienación de las estructuras sociales existentes, más otros
factores similares en la época de Marx, están volviéndose más comunes a escala
planetaria.
En casi todas las latitudes del sistema mundial, por
el influjo expansivo de las tecnologías de la información y las comunicaciones,
la brecha entre el cumplimiento esperado de las necesidades y la consumación
concreta de las necesidades (aspiraciones o deseos) está ensanchándose entre
muchas naciones, pueblos e individuos, especialmente en el Tercer Mundo: Medio
Oriente, Asia, África y América Latina, escenarios regionales en los que el
proceso de desarrollo social, económico y político pocas veces es capaz de
suministrar satisfacciones al ritmo creciente de las aspiraciones de los
pueblos. En conjunto, en esas regiones geográficas (con dos terceras partes de
la humanidad en el subdesarrollo, la pobreza y la marginación), aumenta la
desigualdad respecto al norte desarrollado, así como la posibilidad real de una
ola revolucionaria.
La era actual ofrece un sistema capitalista
globalizado y de avances impresionantes en temas de renovación
científico-tecnológica, los problemas clasistas y económicos sintetizados en el
conflicto o contradicción Norte-Sur ocupan un plano sobresaliente en la
dinámica de las relaciones internacionales.
Dicho conflicto representa una tendencia que se
acrecentó después de la desaparición de la confrontación Este-Oeste, la que
dominó el contexto internacional durante la prolongada Guerra Fría. La brecha
entre ricos y pobres o entre el Norte y el Sur tiende a incrementarse a una
velocidad sin precedentes, porque los países capitalistas desarrollados, donde reside
poco más del 20 % de la población mundial, se apropian o benefician del 80 % de
las riquezas productivas o naturales del planeta. En las últimas décadas del
siglo xx y en la primera del xxi, las políticas económicas neoliberales,
ahondaron el abismo y el saqueo que alejaba a los países subdesarrollados de
las potencias centrales del capitalismo mundial.
Relacionado con el conflicto Norte-Sur aparecen graves
problemáticas globales, como el crecimiento demográfico exponencial en las
regiones tercermundistas y la escasez de alimentos, precisamente cuando el
planeta entra en una fase crítica por el agotamiento de los recursos naturales
no renovables. Además, la crisis ecológica por el deterioro del medio ambiente,
la contaminación de los mares, ríos, la reducción de los bosques, la afectación
de la capa de ozono de la atmósfera superior y las evidencias del cambio
climático con el paulatino derretimiento de las grandes masas de hielo
concentradas en los casquetes polares y el consecuente calentamiento global,
que amenaza con una terrible catástrofe de imprevisibles consecuencias para la
supervivencia de la especie humana.
Esos problemas que aquejan al planeta son consecuencia
directa de la desenfrenada explotación y barbarie capitalista. La máxima
responsabilidad por ese estado de cosas recae en los países más desarrollados
del sistema, que alcanzaron altos niveles de expansión económica sobre la base
de un modelo de vida y una economía altamente consumista y derrochadora.
Ante el panorama desolador del sistema capitalista, en
particular de su periferia pobre y subdesarrollada, los científicos sociales
vuelven al pensamiento de Marx para adoptar nuevos modelos socioeconómicos que
aprovechen más eficientemente los recursos humanos y naturales y contribuyan a
conservarlos o renovarlos con políticas sustentables de desarrollo en beneficio
de la humanidad.
Amplios sectores populares de los Estados Unidos y la
Unión Europea sufren las desigualdades económicas y las injusticias propias de
las sociedades capitalistas en la llamada fase tecnotrónica o posindustrial,
dividida en clases sociales antagónicas. Aún en los tiempos de la globalización
económica, el proceso de desarrollo capitalista siempre produce efectos
perversos y asimétricos en relación con los beneficios que obtienen los
pueblos. La ruptura o desconexión con los mecanismos tradicionales de
dominación capitalista juega un papel crucial en el crecimiento del potencial
de conflicto revolucionario engendrado por las contradicciones entre ricos y
pobres, o entre una privilegiada minoría y las mayorías sometidas a la
dictadura del capital.
La revolución será inevitable en el sistema-mundo del
siglo XXI, pues a través de la historia el conflicto de clase ha sido el motor
del cambio social. Las revoluciones constituyen la única vía posible para
resolver la contradicción antagónica entre ricos y pobres al interior de las
sociedades y en la transformación de las relaciones internacionales, hacia un
sistema verdaderamente democrático, justo y humano.
En el marxismo y las ideas de Lenin reposa la teoría y
estrategia de la revolución, porque, como señalara el Che: "en definitiva,
hay que tener en cuenta que el imperialismo es un sistema mundial, última etapa
del capitalismo, y que hay que batirlo en una gran confrontación mundial. La
finalidad estratégica de esta lucha debe ser la destrucción del imperialismo
[...] El elemento fundamental de esa finalidad estratégica será, entonces, la
liberación real de los pueblos" (Guevara, 1977, p. 397). En el pensamiento
del Che solo mediante la revolución se podía llegar a un orden social más
solidario, a la abolición del capitalismo y a la formación de un "hombre
nuevo" (Guevara, 1965, p. 256).
A la luz de los acontecimientos actuales en Venezuela,
Bolivia, Ecuador, Nicaragua, El Salvador, y otros países de América Latina, e
incluso, de los procesos transformadores por las vías no tradicionales de los
revolucionarios latinoamericanos del siglo xx, podría decirse que la toma del
poder político por los explotados no necesariamente entraña violencia o la
guerra revolucionaria. Marx era consciente del papel de la violencia en la
historia, pero la estimaba menos importante que las contradicciones inherentes
a la vieja sociedad para el logro del último fin de los proletarios y
explotados: la derrota del capitalismo.
El filósofo alemán previó una serie de choques de creciente intensidad entre el proletariado y la burguesía (explotados y explotadores) hasta la erupción de una revolución que finalmente desembocaría en el derrocamiento de la burguesía y la edificación de una sociedad socialista. Con su propia dinámica y especificidad, en distintas regiones y países del sistema internacional, la colisión inevitable entre clases sociales antagónicas sería una variable del cambio y de la emancipación humana en el siglo XXI.
Las revoluciones y el sistema de relaciones
internacionales
Los teóricos marxistas no han ofrecido un estudio
amplio y sistemático sobre la repercusión de las revoluciones en el sistema de
relaciones internacionales de esta época. Algunos politólogos coinciden en que
el sistema-mundo moderno ha sido conformado en gran medida por las
revoluciones, los conflictos y las guerras (Arendt, 1965; Halliday, 1994).
Los últimos cuatro siglos transcurridos estuvieron marcados por grandes e históricas revoluciones de carácter burgués, socialistas y/o de liberación nacional. Para los teóricos marxistas las revoluciones son las locomotoras de la historia porque aceleran los procesos de desarrollo y progreso humano. Desde el siglo xvii las revoluciones hicieron importantes aportes al desarrollo de la modernidad. No solo han impulsado las transformaciones políticas y sociales al interior de las naciones, sino también la dinámica misma de las relaciones internacionales.
El actual sistema internacional es el resultado de la
expansión geográfica y la complejización del sistema de Estados que emergió en
Europa en el siglo XVII, después de un largo proceso histórico iniciado,
aproximadamente, en los siglos XIV y xv y que convulsionaría ese continente.
En suma, el sistema internacional es consecuencia del
surgimiento del capitalismo, el cual estableció nuevas estructuras políticas y
creó los modernos Estados-nacionales-territoriales, que concretaron en la
práctica las aspiraciones políticas de los intelectuales del Renacimiento y de
la burguesía ascendente como clase dominante. Los siglos xvii, xviii y xix
fueron el escenario de la expansión de ese sistema hasta abarcar los cinco
continentes.
El triunfante capitalismo europeo, con tecnología,
ciencia e instituciones políticas más consolidadas sometieron a su dominación
colonial a los territorios "descubiertos" y conquistados por la
fuerza de las armas en América, Asia y África. Las históricas revoluciones que
impactaron esos siglos e influyeron en la evolución y conformación de un
sistema de relaciones internacionales fueron las siguientes:
- Siglo XVII: revoluciones holandesa e inglesa.
- En el siglo XVII: revoluciones norteamericana, francesa, haitiana y su secuela en las revoluciones de independencia en Latinoamérica, a inicios del XIX.
- Siglo XIX: revoluciones europeas de 1848 y la Comuna de París en 1871.(1)
La expansión del capitalismo creó el mercado mundial y
puso en contacto a las regiones más lejanas del planeta sobre la base de la más
brutal explotación, saqueo, genocidio de las poblaciones autóctonas y la
imposición de la cultura europea. En ese periodo histórico surgieron nuevos
Estados en los continentes sometidos, con el consentimiento de Europa o por la
lucha de los pueblos por su independencia. La inclusión de las repúblicas
americanas al sistema internacional europeo, que les extendió su reconocimiento
de derecho, constituyó la primera gran expansión del sistema que, hasta entrado
el siglo xx, mantendría su centro hegemónico en la Europa burguesa dominadora.
A fines del siglo xix, en pleno desarrollo del
capitalismo monopolista en su fase imperialista, dos nuevas potencias, una en
América (Estados Unidos) y otra en Asia (Japón), desafiaron a Europa su
supremacía internacional. El sistema internacional a las puertas del siglo xx
comenzó a devenir global y el centro hegemónico inició un desplazamiento hacia
otros continentes.
En ese contexto, la revolución que tuvo lugar en Rusia
el 25 de octubre de 1917, según el calendario juliano (7 de noviembre en el
gregoriano), se distingue de otras revoluciones por su carácter mundial, fue el
acontecimiento político más importante del siglo xx: representó un viraje
radical en la historia de la humanidad, un viraje del viejo sistema capitalista
al socialismo; fue la primera vez que el proletariado triunfaba y se hacía con
el poder. Esto elevó a la escala de objetivo fundamental no el que una forma de
explotación sustituyera a otra o que un grupo de explotadores reemplazara a
otro grupo de explotadores, sino la supresión de toda clase de explotación del
hombre por el hombre, la supresión de todos y cada uno de los grupos
explotadores, la organización de una nueva sociedad, de la sociedad socialista
sin clases. La Gran Revolución Socialista de Octubre abrió para la humanidad
una nueva era de posibilidades hacia la construcción del socialismo.
Su impacto fue palpable tanto en América como en
Europa. Aunque la revolución no hizo expandir el socialismo como un efecto
inmediato, le dio a otros países convulsos del Tercer Mundo un ejemplo a
seguir. Para poder entender la evolución de las relaciones internacionales del
siglo XX y XXI es imprescindible analizar cómo contribuyó la Revolución de
Octubre a la liberación nacional y a la construcción de democracias populares
de otros pueblos, como Cuba, China, Vietnam o Guyana. Las heroicas jornadas de
octubre -como las describió el periodista norteamericano John Reed-
estremecieron al mundo. Ningún hecho posterior ha podido disminuir la proeza de
los bolcheviques rusos, que supieron conjugar lo más alto de la intelectualidad
política europea con el espíritu revolucionario de la clase obrera rusa y la
lucha de los campesinos por la tierra y sus derechos. Aquellas acciones
constituyeron un ejemplo imperecedero en la disputa de los pueblos por la
conquista de la libertad.
Por la trascendencia de las revoluciones que
sacudieron al mundo -la de Octubre o soviética en 1917, la china en 1949 y la
cubana en 1959, entre otras de liberación nacional en el Tercer Mundo- el siglo
xx inauguró una nueva era en la política internacional. El poderoso movimiento
anticolonialista y antimperialista que se desarrolló, particularmente después
del año 1945, dio el golpe definitivo al viejo sistema colonial de las
principales metrópolis capitalistas. Ese proceso histórico condujo a la
formación de nuevos Estados independientes en casi todos los continentes,
principalmente en el Tercer Mundo. Por primera vez, en la historia de las
relaciones internacionales, el sistema internacional alcanzó una dimensión
efectivamente global o planetaria.
Las revoluciones tienen una inmediata influencia más
allá de las fronteras nacionales de los estados, introducen saltos históricos y
conmociones sociales que determinan o condicionan la política exterior de los
países mediante una cinemática de continuidad y cambio, que repercute en el
ámbito global de las relaciones internacionales y contribuye a la evolución y
formación del sistema internacional. En la actualidad es un sistema integrado
por más de 190 Estados en interacción, a los que se añade una multiplicidad de
entidades transnacionales, no directamente estatales, con influencia política,
en algunos casos mayor que la política exterior individual de muchos Estados.
El sistema internacional continuó básicamente
heterogéneo pese al colapso o la renuncia estratégica de la Unión Soviética y
el bloque socialista europeo, lo cual determinó el fin de la confrontación
Este-Oeste y un cambio coyuntural en la correlación de fuerzas, favorable al
sistema capitalista y a Estados Unidos embriagado en su liderazgo unipolar.
Esas modificaciones abruptas del mapa geoestratégico mundial colocaron a la
formación económico-social capitalista en una supremacía incuestionable durante
un determinado periodo histórico.
Sin embargo, el sistema internacional prosigue en una época de tránsito del capitalismo al socialismo, dado que en él coexisten todavía, en un dilema de cooperación y hostilidad, Estados capitalistas, imperialistas, socialistas, desarrollados y subdesarrollados, con regímenes de diversos tipos: reaccionarios y revolucionarios.
Debe tenerse en cuenta que, desde la aparición del
mercado capitalista que dio origen al imperialismo, la dinámica de la política
internacional dejó de desarrollarse solamente entre los Estados, pues la
solidaridad internacionalista entre los pueblos, las sociedades y sectores
sociales disímiles, que luchan por un mundo mejor y posible, ha comenzado a
desbordar los marcos nacionales para convertirse en una fuerza esencial de la
transformación revolucionaria de las relaciones internacionales. A la vez, estos
hechos se imbrican a partir del enfrentamiento de las transnacionales
capitalistas independientes de sus Estados.
Con las crisis múltiples que atraviesa la humanidad,
el escenario internacional podría estar signado por nuevos procesos
revolucionarios a los que Lenin denominó los eslabones más débiles de la cadena
imperialista. Las características específicas de esos cambios pudieran aportar
elementos cualitativamente nuevos para la construcción de un sistema
internacional pluripolar, en alternativa a la recomposición multipolar de las
relaciones internacionales por iniciativa de los Estados Unidos y la Unión
Europea, potencias interesadas en la consecución de un equilibrio de poder
mundial, que sirva para perpetuar la dominación sobre los Estados más débiles
del sistema y la práctica de una política coordinada hacia la contención o el
retroceso del fenómeno revolucionario global.
En ese escenario, las revoluciones en Cuba, Venezuela,
Bolivia y Ecuador representan la concertación de una avanzada del polo de
Sudamérica hacia la construcción de polos de poder plural e ideales. Estas
revoluciones diversas, pero profundamente antimperialistas, favorecen un
genuino proceso de construcción del socialismo en el siglo XXI, cuando todavía
el imperialismo supone la antesala de la revolución social, como lo advirtió
Lenin en el año 1917. Pero ahora en una proporción más globalizada del
conflicto Norte-Sur en las relaciones internacionales.
La intervención militar en Libia, el creciente
intervencionismo militar en Siria y las amenazas contra Irán, han sido parte de
las respuestas oportunistas de los Estados Unidos y de la Unión Europea al
colapso de su sistema de dominación y saqueo en el norte de África y Medio
Oriente, al surgir en Túnez, Egipto y otros países movimientos genuinamente
populares. Todo ello estuvo también interrelacionado con la estrategia de las
potencias imperialistas para apoderarse de grandes reservas de petróleo, agua y
confiscar activos financieros en tiempos de grave crisis económica y social del
sistema capitalista. Los más recientes ejemplos de insurrecciones populares en
Túnez y Egipto atestiguan la rebelión de los pueblos contra la dominación
capitalista. Y es solamente un avance, o una avanzadilla, como quiera
llamársele (Rodríguez, 2011a; 2011b).
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mundo, Editorial Txalaparta, Navarra.
Parsons, Talcott (1937): The
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Pettee, George (1938): The
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Valdés Vivó, Raúl (1998): Efectivamente, Marx está
regresando: un artículo en la prensa norteamericana y precisiones
indispensables, Editora Política, La Habana.
NOTAS ACLARATORIAS
1.
La historia de Europa de 1789 a 1848 es la historia de las grandes
transformaciones económicas, sociales y políticas que asentaron, de forma
definitiva, el capitalismo industrial (Hobsbawn, 1982).
Marx y Engels utilizaron ampliamente la experiencia
del movimiento revolucionario durante el último tercio del siglo XIX para
desarrollar su teoría de la "dictadura del proletariado". Durante ese
periodo de la vida de Marx y Engels aparecieron obras clásicas como: La guerra
civil en Francia (1850) y Crítica del programa de Gotha (1891), de Marx; los
tomos II y III de El Capital (1885 y 1894, respectivamente), obra finalizada
por Engels después de la muerte de Marx; Anti-Duhring (1878), Origen de la
familia, la propiedad privada y el Estado (1884) y Ludwig Feuerbach y el fin de
la filosofía clásica alemana (1888), de Engels. Ambos filósofos acompañaron su
obra teórica de una intensa actividad revolucionaria práctica.
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