Por Leyde E. Rodríguez Hernández
09-02-2011
En
una interesante reflexión titulada “La suerte de Mubarak está echada”,
Fidel Castro Ruz, el líder de la Revolución cubana, analizó que el
mundo se enfrenta simultáneamente y por primera vez a tres problemas:
crisis climáticas, crisis alimenticias y crisis políticas; pero en otra
anterior referida a “La grave crisis alimentaria” se preguntó: ¿Podrá
Estados Unidos detener la ola revolucionaria que sacude al Tercer
Mundo?
La racionalidad indica que en esas condiciones globales de
crisis climáticas, crisis alimenticias y crisis políticas, Estados
Unidos no tendría muchas posibilidades ni capacidad para resistir o
detener una permanente ola revolucionaria que sacuda al Tercer Mundo.
Sus poderosas armas nucleares, sus satélites y su poder mediático
resultarían impotentes e inservibles frente al fervor revolucionario de
los pueblos, independientemente de los colores de sus revoluciones y el
contenido de sus reivindicaciones.
A inicios del siglo XXI, a
Estados Unidos también le costará mucho trabajo contener el derrumbe de
su imperio, causante, en su condición de primera potencia imperialista,
de guerras catastróficas para la humanidad y, por supuesto, de las tres
problemáticas esenciales enunciadas por Fidel en su reflexión.
Ante el empuje de una situación revolucionaria mundial frente a la
crisis global del capitalismo, la Revolución y su impacto en la
transformación de las Relaciones Internacionales cobra vital
importancia para los pueblos. Se espera que los nuevos procesos
revolucionarios que surjan en el siglo XXI contribuyan al cambio
radical de las Relaciones Internacionales actuales, todavía bajo el
control de un puñado de potencias que se autoproclaman la Comunidad
Internacional para mantener en jaque a los países del Sur, sea mediante
el control del capital, del Consejo de Seguridad de la ONU, el poder
mediático o militar.
De ahí la importancia de estudiar la
Revolución, desde su aspecto teórico- conceptual y su significación
para transformar -ahora más que nunca- las Relaciones Internacionales.
El concepto de Revolución ha sido abordado con relativa sistematización
por la teoría social y existen diferentes visiones del término, según
las diversas interpretaciones ideológicas, clasistas e históricas.
Desde la antigüedad los teóricos de la política estuvieron interesados
en los problemas asociados al cambio cíclico de poder, los esfuerzos
individuales y colectivos por derrocar un gobierno por medio de la
violencia, así como en la comprensión de las justificaciones morales y
económicas de la Revolución. Por lo general, le atribuían los
sentimientos revolucionarios que aparecían dentro de un Estado a una
discrepancia entre los deseos del pueblo y su situación perceptible,
divergencia ésta que da lugar a un determinado desacuerdo político
acerca de las bases sobre las cuales la sociedad debería organizarse y
funcionar.
La teoría política contemporánea se ha encargado
de distinguir entre las revoluciones genuinas y otros fenómenos que con
frecuencia han sido llamados con el mismo nombre, por ejemplo: el golpe
de Estado de carácter militar o apoyados por los militares, la
prolongación ilegal del período de gobierno de un líder o mandatario y
otros actos de toma del poder relativamente súbitos por pequeños grupos
de individuos de alto nivel; diversas formas de revueltas o rebeliones
populares, campesinas, urbanas, religiosas y hasta los procesos de
desintegración o ruptura política conocidos en sus diversas formas:
estatal, regional, colonial, étnica o religiosa. Sin embargo, ninguno
de estos fenómenos tiene una necesaria u obligada relación directa con
el cambio revolucionario verdadero de la sociedad.
En el
siglo XX los enfoques teóricos burgueses de la política internacional
analizaron la Revolución como una forma de conflicto violento en las
Relaciones Internacionales. La escuela del realismo político ha
enfatizado que las revoluciones forman parte de la dinámica conflictiva
de los Estados y de la inevitable lucha por el poder entre los
principales protagonistas de la política internacional.
La
visión evidentemente realista de Mark N. Hagopian definió la Revolución
como una prolongada crisis en uno o más de los sistemas tradicionales
de estratificación (clase, condición social, poder) de una comunidad
política que implica una acción deliberada y dirigida por una elite
para abolir o reconstruir uno o más de dichos sistemas por medio de una
intensificación del poder político y el recurso a la violencia. [1]
En esa misma línea de pensamiento, para Crane Brinton y otros teóricos
anteriores a la Segunda Guerra Mundial, las revoluciones tienen lugar
cuando la brecha entre el poder político distribuido y el poder social
distribuido dentro de una sociedad se vuelve intolerable.
En
circunstancias de ese tipo las clases sociales que están experimentando
algunos de los beneficios del progreso desean desarrollarse de forma
más rápida que mediante las posibilidades concedidas por el sistema y
por ello se sienten frustradas, paralizadas. El descontento por el
reparto de los resultados económicos, el prestigio social y el poder
político se extienden. Los valores tradicionales son abiertamente
cuestionados y un nuevo mito social desafía el viejo. Los intelectuales
se alienan de la vida política y gradualmente pasan de nuevas críticas
a retirar la lealtad al sistema político. Las elites gobernantes
empiezan a perder confianza en sí mismas, en sus creencias y en su
capacidad para dirigir y resolver los problemas sociales. Las viejas
elites devienen demasiado rígidas para atraer a las elites emergentes
en sus filas y aceleran la polarización.
La Revolución
también se produce cuando hay una profunda contradicción entre quienes
quieren lograr un cambio rápido y aquellos opuestos al cambio. Según
Crane Brinton, el punto de ruptura es alcanzado cuando los instrumentos
de control social caen, especialmente el ejército, la policía,
estableciendo alianzas con los elementos descontentos o el gobierno en
ejercicio demuestra ser inepto para usar esos instrumentos de control
social. [2]
Por su parte, los enfoques liberales o
institucionalistas también perciben en las revoluciones hechos de
naturaleza violenta que perturban la evolución gradual, ordenada de la
sociedad. Estas nociones orientadas por las teorías del funcionalismo
tuvieron preeminencia en la obra del sociólogo norteamericano Talcott
Parsons, quien enfatizaba en la necesidad del consenso y el equilibrio
en la sociedad, observando en el conflicto algo más bien anormal que
rompe precisamente con el ordenamiento social. Parsons estaba más
interesado en el orden social que en el cambio social, en la estática
social que en la dinámica de los procesos, porque para su escuela el
conflicto genera consecuencias perturbadoras y disfuncionales para la
sociedad.
En Europa otra vertiente de esta corriente, que
intenta conciliar el estudio del equilibrio y el consenso social con el
conflicto, ha tenido marcada influencia a través de la obra de los
sociólogos Max Weber, Ralf Dahrendorf y Emile Durkheim. Aún con sus
reconocidas contribuciones teóricas sobre el comportamiento colectivo,
las creencias sociales, el liderazgo político y los procesos de
integración, el pensamiento funcionalista no se caracteriza por su
carácter revolucionario, sino por sus finalidades pragmáticas y
encaminadas a la solución de los problemas inmediatos de la sociedad
para lograr la preservación del orden social capitalista.
De
una forma u otra, la mayoría de los sociólogos influidos por las ideas
de Carlos Marx han considerado que el conflicto puede servir para fines
sociales positivos o progresistas. El conflicto violento
(revolucionario) ha sido catalogado un medio útil para la resolución de
disputas al interior de una sociedad y entre los Estados-naciones en el
escenario internacional. Así muchos politólogos de nuestro tiempo
aceptan el conflicto en calidad de una categoría explicativa central
para el análisis del cambio social o el avance a partir de una
teorización completa de la sociedad en sus aspectos de continuidad y
cambio, que analiza en los condicionamientos clasistas y económicos la
base de toda contradicción social y del conflicto revolucionario
mundial.
Esa concepción científica fundamental sobre la
Revolución social está expuesta en la obra de Marx, Engels y Lenin. Una
premisa fundamental del marxismo ha sido que la agudización de las
contradicciones del capitalismo crea las condiciones para la Revolución
que habrá de derrotarlo y abrir cause a una sociedad más justa y
solidaria, atendiendo a la propuesta contenida en “El Manifiesto del
Partido Comunista de Marx y Engels”. [3]
Mediante el
análisis de la situación de las Relaciones Internacionales de mediados
del siglo XIX, Marx y Engels diagnosticaron que la Revolución sería
protagonizada por el proletariado de los países industrializados de
Europa y, años más tarde, Engels previó cómo el desarrollo de Europa
Occidental operaba contra la lucha violenta y a favor de la acción
parlamentaria de la clase obrera. Posteriormente, Lenin condujo al
Partido Bolchevique a romper “el eslabón más débil de la cadena
imperialista” con la idea de que sería una contribución a la Revolución
mundial que tendría su centro en Alemania, según la lógica del
pensamiento de Marx. [4]
Las revoluciones sociales
están determinadas por las leyes objetivas del desarrollo social y, en
la contemporaneidad, tienen su origen en las contradicciones
económicas, sociales, políticas internas del sistema capitalista. Lenin
estaba convencido de que “las revoluciones no se hacen por encargo, no
se pueden hacer coincidir con tal o cual momento, sino que van
madurando en el proceso del desarrollo histórico y estallan en un
momento condicionado por causas internas y externas”. [5]
De esta manera, la interpretación leninista sobre las revoluciones nos
indica que, desde el siglo XIX y hasta la actualidad, la filosofía de
Marx constituye una teoría general válida para estudiar el movimiento
revolucionario de las sociedades mediante el empleo de cierto número de
instrumentos específicos, categorías o variables básicas, entre los
cuales resulta fundamental el concepto de Modo de Producción y de lucha
de clases entre explotados y explotadores. La influencia de Marx
trascenderá mucho más allá de los teóricos o historiadores que, hasta
el presente, han interpretado el ámbito nacional e internacional
inspirados en sus ideas, ya que su obra ofrece una visión metodológica
integral y coherente para el análisis de la dinámica de los procesos
sociales en la época del modo de producción capitalista.
Curiosamente, el historiador marxista británico Eric Hobsbawm señaló
que el mundo capitalista globalizado, que emergió en la década de los
noventa del siglo XX, ha resultado en muchas cosas enigmáticamente
parecido al que había pronosticado Marx en 1848 en El Manifiesto
Comunista [6] , pero ahora, sin duda, con más complejidad por
los conflictos y problemas globales derivados de la interacción de
múltiples fenómenos de carácter económico, financiero, militar,
tecnológico y transnacional acumulados por el propio sistema
capitalista que los engendra sin una perspectiva o posibilidad real de
solución.
Por eso la importancia de acudir a Marx y el justo elogio a su inevitable regreso en la coyuntura internacional actual. [7]
Las condiciones que son fuente del potencial conflicto humano, es decir
los problemas socioeconómicos, los impulsos violentos y agresivos
originados de la frustración al medir lo concreto frente al ideal, la
retirada y la alienación de las estructuras sociales existentes, más
otros factores similares en la época de Marx, están volviéndose más
comunes a escala planetaria.
En casi todas las latitudes del
sistema mundial, por el influjo expansivo de las tecnologías de la
información y las comunicaciones, la brecha entre el cumplimiento
esperado de las necesidades y la consumación concreta de las
necesidades (aspiraciones o deseos) están ensanchándose entre muchas
naciones, pueblos e individuos. Especialmente en el Tercer Mundo: Medio
Oriente, Asia, África y América Latina, escenarios regionales en los
que el proceso de desarrollo social, económico y político pocas veces
es capaz de suministrar satisfacciones al ritmo creciente de las
aspiraciones de los pueblos. En su conjunto, en esas regiones
geográficas, con dos terceras partes de la humanidad en el
subdesarrollo, la pobreza y la marginación, aumenta la desigualdad
respecto al norte desarrollado, así como la posibilidad real de una ola
revolucionaria.
En la era actual de un sistema capitalista
globalizado y de avances impresionantes de la revolución
científico-tecnológica, los problemas clasistas y económicos
sintetizados en el conflicto o contradicción Norte-Sur ocupan un plano
sobresaliente en la dinámica de las Relaciones Internacionales.
El conflicto Norte-Sur es una tendencia que se acentúa después de la
desaparición de la confrontación Este-Oeste, que dominó el contexto
internacional durante la prolongada “Guerra Fría”. La brecha entre
ricos y pobres o entre el Norte y el Sur tiende a incrementarse a una
velocidad sin precedentes, porque los países capitalistas
desarrollados, donde reside poco más del 20 por ciento de la población
mundial, se apropian o benefician del 80 por ciento de las riquezas
productivas o naturales del planeta. En las últimas décadas del siglo
XX y en la primera del XXI, las políticas económicas neoliberales
ahondaron el abismo y el saqueo que aleja a los países subdesarrollados
de las potencias centrales del capitalismo mundial.
Relacionado con el conflicto Norte-Sur aparecen graves problemáticas
globales: el crecimiento demográfico exponencial en las regiones
tercermundistas, la escases de alimentos, precisamente cuando el
planeta entra en una fase crítica por el agotamiento de los recursos
naturales no renovables, la crisis ecológica por el deterioro del medio
ambiente, la contaminación de los mares, ríos, la reducción de los
bosques, la afectación de la capa de ozono de la atmósfera superior y
las evidencias del cambio climático con el paulatino derretimiento de
las grandes masas de hielo concentradas en los casquetes polares de la
Tierra y el consecuente calentamiento global, que amenaza con una
terrible catástrofe de imprevisibles consecuencias para la
supervivencia de la especie humana.
Esos problemas que
aquejan a la humanidad son consecuencia directa de la desenfrenada
explotación y barbarie capitalista. La máxima responsabilidad por ese
estado de cosas recae en los países más desarrollados del sistema
capitalista que alcanzaron altos niveles de expansión económica sobre
la base de un modelo de vida y una economía altamente consumista y
derrochadora.
Ante el panorama desolador del sistema
capitalista, en particular de su periferia pobre y subdesarrollada, los
científicos sociales vuelven al pensamiento de Marx para adoptar nuevos
modelos socioeconómicos que aprovechen más eficientemente los recursos
humanos y naturales, contribuyan a conservarlos, renovarlos con
políticas de desarrollo sustentables en beneficio de la humanidad toda.
En el Norte también amplios sectores populares de los Estados
Unidos y la Unión Europea sufren las desigualdades económicas y las
injusticias propias de las sociedades capitalistas divididas en clases
sociales antagónicas bajo la llamada fase tecnotrónica o
postindustrial. Aún en los tiempos de la globalización económica el
proceso de desarrollo capitalista siempre produce efectos perversos y
asimétricos en relación con los beneficios que obtienen los pueblos. En
los países del Norte y en los del Sur, la ruptura o desconexión con los
mecanismos tradicionales de dominación capitalista juega un papel
crucial en el crecimiento del potencial de conflicto revolucionario
engendrado por las contradicciones entre ricos y pobres o entre una
privilegiada minoría y las mayorías sometidas a la dictadura del
capital.
La Revolución será inevitable en el sistema mundo
del siglo XXI, pues a través de la historia el conflicto de clase ha
sido el motor del cambio social. Las revoluciones constituyen la única
vía posible para resolver la contradicción antagónica entre ricos y
pobres al interior de las sociedades y en la transformación de las
Relaciones Internacionales hacia un sistema verdaderamente democrático,
justo y humano.
Para la búsqueda de ese objetivo, en el
marxismo y las ideas de Lenin reposa la teoría y estrategia de la
Revolución, porque como señalara el Che “en definitiva, hay que tener
en cuenta que el imperialismo es un sistema mundial, última etapa del
capitalismo, y que hay que batirlo en una gran confrontación mundial.
La finalidad estratégica de esta lucha debe ser la destrucción del
imperialismo (….) El elemento fundamental de esa finalidad estratégica
será, entonces, la liberación real de los pueblos (...)” [8] En
el pensamiento de Che sólo mediante la Revolución se puede llegar a un
orden social más solidario, a la abolición del capitalismo y a la
formación de un “hombre nuevo”. [9]
A la luz de los
acontecimientos actuales en Venezuela, Bolivia, Ecuador y otros países
de América Latina, e incluso de las revoluciones pacíficas
latinoamericanas del siglo XX, podríamos decir que la Revolución o la
toma del poder político por los explotados no necesariamente entrañan
violencia o la guerra revolucionaria. Marx era consciente del papel de
la violencia en la historia, pero la estimaba menos importante que las
contradicciones inherentes a la vieja sociedad para el logro del último
fin de los proletarios y explotados: la derrota del capitalismo.
Marx previó una serie de choques de creciente intensidad entre el
proletariado y la burguesía (explotados y explotadores) hasta la
erupción de una Revolución que finalmente desembocaría en el
derrocamiento de la burguesía y la edificación de una sociedad
socialista. Con su propia dinámica y especificidad, en distintas
regiones y países del sistema internacional, la colisión inevitable
entre clases sociales antagónicas será una variable del cambio y de la
emancipación humana en el siglo XXI.
Las Revoluciones y el Sistema de Relaciones Internacionales
Los teóricos marxistas no han ofrecido un estudio amplio y sistemático
sobre la repercusión de las revoluciones en el sistema de Relaciones
Internacionales de nuestra época. Algunos politólogos coinciden en que
el sistema mundo moderno ha sido conformado en gran medida por las
revoluciones, los conflictos y las guerras. [10]
Los
últimos cuatro siglos transcurridos estuvieron marcados por grandes e
históricas revoluciones de carácter burgués, socialistas y/o de
liberación nacional. Para los teóricos marxistas las revoluciones son
las locomotoras de la historia porque aceleran los procesos de
desarrollo y progreso humano. Desde el siglo XVII las revoluciones
hicieron importantes aportes al desarrollo de la modernidad. Las
revoluciones no solo han impulsado las transformaciones políticas y
sociales al interior de las naciones, sino también la dinámica misma de
las Relaciones Internacionales.
El sistema internacional de
escala planetaria de nuestros días es el resultado de la expansión
geográfica y la complejización del sistema de Estados que emergió en
Europa en el siglo XVII, después de un largo proceso histórico que,
iniciado aproximadamente en los siglos XIV y XV, abarcaría varias
centurias y convulsionarían ese continente.
En suma, el
sistema internacional es consecuencia del surgimiento del capitalismo
que estableció nuevas estructuras políticas y de la creación de los
modernos Estados-nacional-territoriales, que concretaron en la práctica
las aspiraciones políticas de los intelectuales del Renacimiento y de
la burguesía ascendente como clase dominante. Los siglos XVII, XVIII y
XIX fueron el escenario de la expansión de este sistema hasta abarcar
los cinco continentes.
El triunfante capitalismo europeo, con
una tecnología, una ciencia e instituciones políticas más consolidadas,
sometieron a su dominación colonial a los territorios “descubiertos” y
conquistados por la fuerza de las armas en América, Asia y África.
Las históricas revoluciones que impactaron esos siglos e influyeron en
la evolución y conformación de un sistema de relaciones internacionales
fueron las siguientes:
En el Siglo XVII: Las Revoluciones holandesa o inglesa.
En el Siglo XVIII: Las Revoluciones norteamericana, francesa, haitiana
y su secuela en las revoluciones de Independencia en Latinoamericana, a
inicios del siglo XIX.
La expansión del capitalismo creó el mercado mundial y puso en contacto
a las regiones más lejanas del planeta sobre la base de la más brutal
explotación, saqueo, el genocidio de las poblaciones autóctonas y la
imposición de la cultura europea. En este período histórico nuevos
Estados surgirían en los continentes sometidos con el consentimiento de
Europa o por la lucha de los pueblos por su independencia. La inclusión
de las repúblicas americanas al sistema internacional europeo que les
extendió su reconocimiento de derecho, constituyó la primera gran
expansión del sistema, que hasta entrado el siglo XX mantendría su
centro hegemónico en la Europa burguesa dominadora.
A fines
del siglo XIX, en pleno desarrollo del capitalismo monopolista en su
fase imperialista, dos nuevas potencias, una en América: Estados
Unidos, y otra en Asia: Japón, desafiaron a Europa su supremacía
internacional. El sistema internacional a las puertas del siglo XX
comienza a devenir global y el centro hegemónico inicia un
desplazamiento hacia otros continentes.
Por la trascendencia
de las revoluciones que estremecieron al mundo: la de Octubre o
soviética de 1917, la china de 1949 y la cubana de 1959, entre otras de
liberación nacional en el Tercer Mundo, el siglo XX inauguró una nueva
era en la política internacional. El poderoso movimiento
anticolonialista y antiimperialista, que se desarrolló particularmente
después de 1945, dio el golpe definitivo al viejo sistema colonial de
las principales metrópolis capitalistas. Ese proceso histórico condujo
a la formación de nuevos Estados independientes en casi todos los
continentes, principalmente en el Tercer Mundo.
Las
revoluciones tienen una inmediata influencia más allá de las fronteras
nacionales de los Estados, introducen saltos históricos y conmociones
sociales que determinan o condicionan la política exterior de los
países mediante una cinemática de continuidad y cambio que repercute en
el ámbito global de las relaciones internacionales y contribuye a la
evolución y formación del sistema internacional.
Por primera
vez, en la historia de las Relaciones Internacionales, el sistema mundo
alcanzó una dimensión efectivamente global o planetaria. En la
actualidad es un sistema integrado por más de 190 Estados en
interacción, a los que se añade una multiplicidad de entidades
transnacionales no directamente estatales con influencia política, en
algunos casos mayor que la política exterior individual de muchos
Estados.
El sistema internacional continuó básicamente
heterogéneo pese al colapso o la renuncia estratégica de la Unión
Soviética y el bloque socialista europeo, lo cual determinó el fin de
la confrontación Este-Oeste y un cambio coyuntural en la correlación de
fuerzas favorable al sistema capitalista con Estados Unidos embriagado
en su liderazgo unipolar. Esas modificaciones abruptas del mapa
geoestratégico mundial colocaron a la formación económico-social
capitalista en una supremacía incuestionable durante un determinado
período histórico del sistema mundial.
Sin embargo, desde la
izquierda, pensamos que el sistema internacional prosigue en una época
de tránsito del capitalismo al socialismo dado que en él coexisten
todavía en un dilema de cooperación y hostilidad Estados capitalistas,
imperialistas, socialistas, desarrollados y subdesarrollados con
regímenes de diversos tipos: reaccionarios y revolucionarios. Debe
tenerse en cuenta que la dinámica política internacional ya no sólo se
desarrolla entre los Estados, pues la solidaridad internacionalista
entre los pueblos, las sociedades y sectores sociales disímiles, que
luchan por un mundo mejor y posible, ha comenzado a desbordar los
marcos nacionales para convertirse en una fuerza esencial de la
transformación revolucionaria de las Relaciones Internacionales.
Con las crisis múltiples que atraviesa la humanidad: crisis climáticas,
crisis alimenticias y crisis políticas, el escenario de la política
mundial podría estar signado por nuevos procesos revolucionarios en lo
que Lenin denominó los “eslabones más débiles de la cadena
imperialista”. Las características especificas de esos cambios podrían
aportar elementos cualitativamente nuevos para la construcción de un
sistema internacional pluripolar en alternativa a la recomposición
multipolar de las Relaciones Internacionales por iniciativa de Estados
Unidos y la Unión Europea, potencias interesadas en la consecución de
un equilibrio de poder mundial que sirva para perpetuar la dominación
de los Estados más débiles del sistema y la práctica de una política
coordinada hacia la contención o el retroceso del fenómeno
revolucionario global.
En ese escenario, las revoluciones en
Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador representan la concertación de una
avanzada del polo de Sudamérica hacia la construcción de cinco polos de
poder plural e ideales que favorezcan un genuino proceso revolucionario
hacia el Socialismo en el siglo XXI, cuando todavía el imperialismo
sigue siendo la antesala de la Revolución social, como lo advirtió
Lenin en 1917, pero ahora en una proporción más globalizada del
conflicto Norte-Sur en las Relaciones Internacionales.
Los más recientes ejemplos de insurrección en Túnez y Egipto lo atestiguan. Y es solamente una avanzada.
Notas:
Correo Electrónico del autor: leyder34@yahoo.com
[1]
Referencia de su obra: “The Phenomenon of Revolution and International
Politics”, New York, Dodd, Mead, 1974, p. 1, citado por James E.
Dougherty, Robert L. Pfaltzgraff en: Teorías en pugna en las relaciones
internacionales, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1993, p.
323.
[2] Alusiones sobre la Revolución tomadas de la
obra de Crane Brinton: “Anatomy of Revolution”, New York, Norton, 1938.
Véase también sobre el tema de Lyford P. Edward: “The Natural History
of Revolution”, Chicago, 1927, y George Pettee: “The Process of
Revolution”, New York, Harper & Row, 1938. Ibídem.
[3] Para Marx y Engels la abolición de la propiedad privada es un
objetivo esencial de la revolución Véase “El Manifiesto del Partido
Comunista”. Editora Política, La Habana , 1982, p. 31.
[4]
Lenin continuó los estudios de Marx sobre la revolución en la época de
una nueva fase del capitalismo, véase entre otros trabajos: “El
imperialismo, fase superior del capitalismo, Obras Escogidas, tomo I,
Editorial Progreso, Moscú, p. 689; y sobre la doctrina marxista y las
tareas del proletariado en la revolución, véase “El Estado y la
Revolución ”, Editora Política, La Habana, 1963.
[5]
Informe en la Conferencia provincial de Moscú de los comités fabriles,
23 de julio de 1918, Obras Completas, Editorial Progreso, Moscú, t. 36,
p. 475.
[6] Breve artículo titulado “Marx y la
globalización”, que constituye la intervención del célebre historiador
marxista en un debate sobre Marx con el escritor Jacques Attali, el 2
de marzo del 2006, durante la Semana del Libro Judío en Londres. Véase
en Rebelión: www.Rebeli o n.org
[7]
Véase el folleto: “Efectivamente Marx está regresando: un artículo en
la prensa norteamericana y precisiones indispensables”, que contiene el
artículo de John Cassidy, “El regreso de Carlos Marx, publicado en The
New Yorker, 20-27 de octubre de 1997, y los comentarios de Raúl Valdés
Vivó, sobre ese revelador artículo, Editora Política, La Habana , 1998.
[8] Ernesto Che Guevara. Mensaje a los pueblos del
mundo a través de la continental. 1967. Escritos y discursos. Editorial
de Ciencias Sociales, La Habana , 1977, t. 9, p. 397
[9]
Véase esa concepción en el trabajo de Ernesto Che Guevara: “El
Socialismo y el hombre en Cuba”. 12 de marzo de 1965, Ibídem, t. 8, p.
256.
[10] Véase de Hannah Arendt: “On Revolution”,
Nueva York, Viking, 1965. Sobre la Revolución y las Relaciones
Internacionales, consúltese del teórico marxista británico Fred
Halliday, el capítulo 6 de su importante obra “Rethinking International
Relations, The Macmillan Press, Ltd, London, 1994.
[11]
La historia de Europa de 1789 a 1848 es la historia de las grandes
transformaciones económicas, sociales y políticas que asentaron, de
forma definitiva, el capitalismo industrial, véase de Eric Hobsbawn,
“Las Revoluciones Burguesas”, Selección de Lecturas, Editorial Pueblo y
Educación, La Habana , 1982.
[12] Marx y Engels
utilizaron ampliamente la experiencia del movimiento revolucionario
durante el último tercio del siglo XIX para desarrollar su teoría de la
Dictadura del Proletariado. Durante ese período de la vida de Marx y
Engels aparecieron obras clásicas tales como: La guerra civil en
Francia y Crítica del Programa de Gotha, de Marx, los tomos II y III de
El Capital, obra finalizada por Engels después de la muerte de Marx,
Anti-Duhring, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana
y Origen de la familia, la propiedad privada y el estado, de Engels,
entre las obras principales. Marx y Engels acompañaron su obra teórica
de una intensa actividad revolucionaria práctica.
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