Por Jesús Arboleya
Tomado de Progreso Semanal
En
la medida en que se aproxima el momento, aumentan las expectativas por la
próxima visita del presidente Barack Obama a Cuba.
Hasta
ahora, las noticias se han centrado en las posibles actividades del presidente,
el eventual anuncio de nuevas medidas para flexibilizar el bloqueo económico de
Estados Unidos y las posiciones políticas de ambos gobiernos respecto al
acontecimiento, emitidas ya sea por declaraciones de funcionarios o, en el caso
cubano, mediante un editorial del periódico Granma, órgano oficial del Partido
Comunista de Cuba.
Sin
embargo, más allá de lo coyuntural o anecdótico, desde mi punto de vista, la
importancia de esta visita radica en la posibilidad de establecer un precedente
respecto a los patrones políticos de lo que constituye un momento único en la
historia de las relaciones entre los dos países.
Como
ha señalado la prensa, solo un presidente norteamericano en funciones, el
republicano Calvin Coolidge, visitó de manera oficial a Cuba en 1928 y ni siquiera
se trató de un acontecimiento caracterizado por el encuentro bilateral, sino
que viajó para asistir a la Sexta Conferencia Panamericana a celebrarse en La
Habana ese año.
Coolidge
había sido invitado por el dictador Gerardo Machado, con el objetivo de que su
presencia en Cuba sirviera de espaldarazo a los intentos de la clase política
cubana en el poder de prorrogar automáticamente su mandato, mediante una
enmienda constitucional que tuvo amplio rechazo popular y finalmente
desencadenó la Revolución de 1930.
A
tono con este interés, el gobierno cubano fue sumamente sumiso con el
presidente de Estados Unidos y la delegación cubana aprovechó su condición de
anfitriona del evento, para neutralizar el esfuerzo de algunas de las
delegaciones latinoamericanas, interesadas en adoptar una resolución contra la
intervención militar de Estados Unidos en la región, entonces envuelta en
diversos conflictos, especialmente en Nicaragua.
Según
relata el cronista Ciro Bianchi, en aquella ocasión, el delegado cubano al
cónclave declaró que su gobierno no podía oponerse a la intervención
norteamericana, porque gracias a ella Cuba había alcanzado la independencia.
Evidentemente la próxima visita de Obama no reflejará sumisión.
Tampoco
será el resultado del grado de amistad alcanzado. Ambos gobiernos han resaltado
sus diferencias y el propio Obama ha dicho claramente que su política hacia
Cuba es solo un cambio de método, con vista a modificar el régimen existente en
el país.
Entonces,
si no es un resultado de la dependencia ni de la amistad ¿Por qué se producirá
la visita y cuál será su significado?
No
será una visita exenta de contradicciones. Una de las intenciones de Obama,
según han declarado sus voceros, será reunirse con la llamada “disidencia”
interna y estimular estas corrientes, lo que es considerado una injerencia en
los asuntos internos por la parte cubana.
Cualquier
cosa que haga Obama en este sentido, con seguridad acaparará la atención de la
prensa internacional, a pesar de que los propios gobernantes norteamericanos
son conscientes de que ello tiene un valor más simbólico que práctico, dadas
las características de estos grupos, su escaso impacto en la sociedad cubana,
incluso su disfuncionalidad respecto a la proyección de la nueva política de Estados
Unidos hacia Cuba.
No
obstante, para el presidente, condicionado por el proceso electoral que se
desarrolla en su país, los gestos favorables hacia estos grupos constituyen un
blindaje frente a la crítica de sus adversarios, que le achacan ser demasiado
“blando” en su política hacia Cuba.
Más
importante para Obama será tratar de consolidar lo alcanzado en el proceso
negociador desarrollado entre los dos países y avanzar en áreas que promuevan
la posible irreversibilidad de lo acontecido, en tanto ello constituye uno de
los legados principales de su administración y su política hacia Cuba ha tenido
gran aceptación dentro y fuera de Estados Unidos, reportando beneficios
políticos que el presidente tratará de explotar al máximo. También porque se corresponde
con su visión del mundo y sus ideas respecto a la forma “inteligente” en que su
país debe articular su hegemonía internacional.
Se
da por descontado que dos reclamos básicos de Cuba, dígase el fin del bloqueo
económico y la devolución de la Base Naval de Guantánamo, no tendrán solución
durante la visita.
Tampoco
la parte norteamericana ha dado señales de estar dispuesta a avanzar en los
desacuerdos sobre el tema migratorio, a pesar de que la interpretación de pie
seco/pie mojado, mediante la cual se valida el ingreso ilegal de inmigrantes
cubanos al territorio norteamericano, ha sido motivo de sonados conflictos
internacionales recientemente y objeto de crítica por diversos sectores de la
propia sociedad norteamericana.
Sin
embargo, Obama tiene facultades para avanzar en otras áreas y ya ha sido
anunciado que, previo a la visita, el gobierno norteamericano emitirá nuevas
regulaciones que facilitarán los viajes de los ciudadanos de ese país a Cuba,
así como las relaciones financieras, al permitir el uso del dólar en las
transacciones cubanas. Aunque está por verse el alcance real de estas medidas,
de adoptarse con la amplitud requerida, sería un importante paso de avance en
la implementación de la nueva política, toda vez que hoy constituyen un freno
para su materialización en la práctica.
Para
Cuba, el nuevo escenario de las relaciones con Estados Unidos contribuye a la
estabilidad que requiere su propio proceso de reformas económicas –considerada
como la madre de las batallas políticas actuales– y su inserción, en mejores
condiciones, en el mercado mundial.
En
tal sentido, la visita de Obama tiene un valor simbólico relevante. Con todo lo
que se interpreta como un cambio de métodos y no de objetivos, en los métodos
se concreta las relaciones internacionales y en este caso significa reconocer
la legitimidad del gobierno cubano y avanzar en relaciones basadas en la
igualdad y el respeto mutuo, lo que ha sido un objetivo histórico de la
Revolución Cubana.
También
es una muestra de solidez política interna, que permite asumir la visita del
presidente norteamericano sin que ello altere el rumbo de las decisiones
propias y la soberanía del país, cualquiera sean las intenciones y acciones del
mandatario estadounidense. Es de esperar, por tanto, que Obama cuente con la
libertad requerida para realizar sus actividades en Cuba y que éstas sean
ampliamente difundidas, asumiendo que el objetivo del presidente tampoco es
viajar en plan de provocador.
La
moraleja es que se puede discutir de todo, estar en desacuerdo en casi todo y,
aún así, encontrar áreas de interés común que beneficien a ambos países, dando
paso a lo que pudiéramos denominar una “convivencia entre contrarios” que
constituye, en sí mismo, un buen ejemplo para el orden internacional vigente.
Otra
singularidad de la visita de Obama a Cuba, es que quizás sea el único país del
mundo donde no recibirá muestras de rechazo popular –a quien lo dude que espere
su próxima escala en Argentina–, tampoco será recibido como un héroe, como
esperan algunos.
Será
una visita “normal” que es lo que espera toda gente sensata y esperamos que lo
mismo ocurra cuando, por elemental reciprocidad diplomática, le toque al
presidente Raúl Castro visitar Estados Unidos.
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